Por Jared Noyes
Mientras me preparaba para la Cuaresma de 2023, estaba -y estoy seguro de que muchos de ustedes también- considerando en oración las penitencias que emprenderé a lo largo de los próximos 40 días. Una de esas penitencias que he decidido asumir este año es la de ducharme sólo con agua fría durante la Cuaresma. Tal vez suene trivial, pero puedo decir sinceramente que no me hace mucha ilusión.
Aquí, en las Colinas Negras de Dakota del Sur, donde reside nuestra familia, febrero, marzo e incluso principios de abril suelen ser meses fríos y nevados. Después de una gélida carrera a las 5 de la mañana por el carril para ciclistas que atraviesa nuestro pequeño pueblo de montaña, siempre estoy deseando darme una ducha caliente. Sin embargo, he sentido que el Señor me llamaba a hacer esto y también por una razón específica.
La primera vez que oí hablar de la práctica de las duchas frías penitenciales fue cuando estaba en proceso de volver a la Iglesia y tuve la oportunidad de participar en uno de los programas ascéticos de Cuaresma ofrecidos por una agrupación llamada Éxodo 90. Más tarde, al leer libros como Terror of Demons, de Kennedy Hall, y The Reactionary Mind, de Michael Warren Davis, empecé a comprender mucho mejor por qué girar el mando de la ducha en un sentido y no en otro puede ser una tarea muy fructífera.
En pocas palabras, lo que podríamos percibir como un sacrificio insignificante, Dios puede utilizarlo para lograr algo grandioso. Después de todo, este medio de sacrificio es la teología de una de las mayores santas de la Iglesia, Teresa de Lisieux, que instruye: “No pierdas ni una sola oportunidad de hacer algún pequeño sacrificio, aquí con una mirada sonriente, allá con una palabra amable; haz siempre el más pequeño bien y hazlo todo por amor”.
Para mí, las últimas cuatro palabras de la cita anterior de La Florecilla son la razón por la que elijo temblar en la ducha esta Cuaresma. Lo hago por amor: en concreto, por amor a mis hijos.
Mi mujer y yo hemos sido bendecidos con tres hijos hasta ahora: dos niños gemelos de tres años y una preciosa niña de ocho meses. Verlos ahora en estas edades maravillosas, creativas y felices y saber que a Satanás y al mundo nada les gustaría más que despojarlos de su pureza e inocencia me hace temblar. Sin embargo, como me esfuerzo por no dejar que este temblor se convierta en un miedo paralizante, he decidido ofrecérselo a Dios. He decidido ponerlo, como tantas veces olvidamos hacer, en Sus manos mucho más capaces.
Si perder un poco de mi comodidad cada mañana es un pequeño sacrificio que Dios puede usar para algo poderoso en las vidas de aquellos que amo, entonces prefiero soportar la incomodidad temporal de una ducha fría que la angustia que viene con la pérdida de un hijo o hija por el libertinaje y sadismo de nuestra cultura actual, y ¡qué cultura tan libertina es...!
Tomemos, por ejemplo, el nuevo video musical del “músico” británico Sam Smith, “I'm not here to make friends” (No estoy aquí para hacer amigos). Es totalmente degenerado e inequívocamente orientado a la confusión, la táctica que Satanás más disfruta. Dios no permita que un niño inocente se tope con este video, ya que se quedaría mirando perplejo a la pantalla, sin saber dónde acaba un hombre y dónde empieza una mujer. Les ahorraré más detalles, pero estoy seguro de que entienden lo que quiero decir. Evidentemente, esto está diseñado así. Un adulto bien formado podría, aunque fuera desagradable, discernir lo que está viendo. ¿Pero un niño? Ni por asomo.
Sin embargo, este video y otros similares no son más que la punta del iceberg de la perversión. Hoy en día, en todas partes -desde Disney hasta los médicos que “afirman el género”, e incluso en nuestra propia Iglesia Católica, como el “padre” James Martin- hay agentes del mal que intentan despojar a nuestros hijos de su inocencia y conformarlos, mediante la confusión, a la depravación de nuestra era moderna. Vivimos y criamos a nuestros hijos en medio de un ataque total a su inocencia, y esto ha superado con creces el mero hecho de ser preocupante.
Pensemos en la reciente curación del padre John Hollowell en Lourdes. Lo que comenzó como una simple ofrenda a Dios en nombre de los demás, se convirtió en un período de sufrimiento, pero, en última instancia, terminó con un milagro, un milagro que ahora puede servir como una luz de esperanza en estos tiempos oscuros, asegurándonos que Dios todavía está con nosotros, Él todavía está trabajando en el mundo, y Él no nos ha abandonado a pesar de nuestros problemas actuales.
Vayamos, pues, a contrarrestar este asalto a la inocencia en este tiempo de Cuaresma y convirtamos nuestras duchas en frías, sonriamos cuando ayunemos, recemos un poco más y sacrifiquémonos por los que amamos.
Quién sabe, quizá descubramos que todo termina con un milagro.
Crisis Magazine
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