jueves, 9 de febrero de 2023

APRENDER A NO HACER NADA: EL ARTE DEL SILENCIO SAGRADO

El silencio puede salvar tu alma. Te permite alejarte de la locura de la vida, ganar paz, volverte reflexivo y dejar espacio para Dios.

Por el Dr. R. Jared Staudt


"Toda la desgracia del hombre proviene de una sola cosa, que es no saber sentarse tranquilamente en una habitación".

Blaise Pascal, que ofrece esta visión, también señala en sus Pensées que tememos el silencio más que a ninguna otra cosa y buscamos distracciones constantes. Nadie en el pasado tenía tantas distracciones como nosotros hoy, lo que hace totalmente posible pasar todo el día inmerso en imágenes, texto y ruido. Sin la capacidad de sentarnos en silencio, no podemos percibir las cosas más profundas de la vida, ya que vivimos una vida irreflexiva. De ahí la advertencia de Pascal sobre nuestra desgracia.

Casi nadie renunciaría de buen grado a un teléfono inteligente ni volvería a nuestros días anteriores al Wi-Fi, aunque empezamos a sentirnos intranquilos en nuestro nuevo paisaje digital. Queremos paz y tranquilidad, aunque seamos adictos a nuestros dispositivos. De hecho, nuestras herramientas gobiernan cada vez más nuestra vida. No podemos ir a ningún sitio sin ellas. Ahora gestionan nuestras casas y el flujo de información. Recibimos constantemente nuevas alertas y notificaciones. Todo está al alcance de la mano; todo, excepto la paz.

Incluso los jóvenes que han crecido en esta saturación constante buscan algo más.

Por ejemplo, la revista TIME destacó a la profesora Constance Kassor por dirigir la clase más popular de la Universidad Lawrence: “No hacer nada”. Así describe ella el curso: "Una de las cosas que realmente queremos que los alumnos saquen de esta clase es que tengan un espacio en el que puedan ser plenamente ellos mismos, en el que puedan estar presentes, no sólo físicamente, sino también mental y emocionalmente. Porque creo que esto es algo antitético a lo que se les pide muchas veces. Realmente está diseñado como una manera de dar a los estudiantes el espacio para frenar un poco... Y eso les hará mejores personas, más empáticas, más creativas, pensadoras más profundas".

El éxito de la clase apunta a algo que hemos perdido en la educación y en la vida en general.

En lugar de hacer un curso sobre no hacer nada, los católicos tenemos respuestas preparadas al dominio de la tecnología. No buscamos el silencio porque sí (aunque sea un comienzo), sino como una oportunidad para el encuentro con Dios. El sorprendente libro del cardenal Robert Sarah, La Fuerza del silencio (Ignatius 2017), nos enseña que el silencio es el lenguaje de Dios, que necesitamos aprender para conversar con él: "En el corazón del hombre hay un silencio innato, porque Dios habita en lo más íntimo de cada persona. Dios es silencio, y este silencio divino habita en el hombre. En Dios, estamos inseparablemente unidos al silencio ... Dios nos lleva, y nosotros vivimos con él en cada momento guardando silencio. Nada nos hará descubrir mejor a Dios que su silencio inscrito en el centro de nuestro ser. Si no cultivamos este silencio, ¿cómo podremos encontrar a Dios?" (22).

Tenemos que aprender la práctica del silencio, aunque no nos vendrá tanto de un curso universitario como del tiempo pasado ante el Santísimo Sacramento.

El silencio es una batalla en una cultura del ajetreo. Josef Pieper nos recordó célebremente que la actividad externa no constituye la meta de la vida. Más bien, encontramos nuestra plenitud en el ocio, que es a la vez la base y el culmen de la cultura. Su libro El ocio y la vida intelectual, señala la actividad interna, en particular la contemplación, como fuente de nuestra felicidad y plenitud, especialmente cuando se dirige a Dios en el culto y la oración.

El ocio no es ausencia de actividad, ni mera recreación y entretenimiento. Entra en los bienes más elevados; es atraído hacia ellos como si los recibiera como un don. Pieper aclara: "El ocio, hay que recordarlo, no es un idilio de domingo por la tarde, sino la reserva de la libertad, de la educación y la cultura, y de esa humanidad no disminuida que ve el mundo como un todo". Nos aparta de la distracción para apreciar la bondad del mundo, inspirándonos a "perder" nuestro tiempo relacionándonos con la fuente de toda bondad en Dios.

El silencio puede salvar tu alma. Te permitirá apartarte de la locura de la vida, ganar paz, volverte reflexivo y dejar espacio para Dios. Nos damos cuenta de que lo necesitamos, pero no queremos aceptarlo porque el sacrificio de tiempo y comodidad que supone dejar de lado la tecnología puede ser doloroso.

Merece la pena, como nos exhorta el cardenal Sarah: "A través del silencio, volvemos a nuestro origen celestial, donde no hay más que calma, paz, reposo, contemplación silenciosa y adoración del rostro radiante de Dios" (54). Si estamos abrumados por el ruido de la vida, es posible encontrar sanación y paz. Dios puede reparar en nosotros el daño de la cultura moderna, pero necesitamos dirigirnos a Él ardientemente en la oración.

Esta curación puede llegarnos más plenamente en el silencio de la adoración y en el encuentro con Cristo sanador en la confesión. Allí nos da su paz y nos hace de nuevo nuevos. Él puede ayudarnos a superar el miedo al silencio, sanándonos con su presencia salvadora.


Catholic World Report


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