jueves, 23 de agosto de 2001

I PRIMITIVI CEMETERI (11 DE DICIEMBRE DE 1925)


MOTU PROPRIO

DEL SUPREMO PONTÍFICE

PÍO XI

I PRIMITIVI CEMETERI

ESTABLECIMIENTO DEL

PONTIFICIO INSTITUTO

DE ARQUEOLOGÍA CRISTIANA

Los cementerios primitivos de la Roma cristiana, con sus criptas y tumbas de Papas y Mártires, y los santuarios erigidos sobre esas gloriosas tumbas, las Basílicas que florecieron dentro de los muros de la ciudad durante la época de paz, con sus grandiosos mosaicos, la incontable serie de inscripciones, pinturas y esculturas, y el mobiliario funerario y litúrgico, constituyen para la Santa Iglesia Romana un Patrimonio Sagrado de valor e importancia incomparables. De hecho, son testigos igualmente venerables y auténticos de la Fe y la vida religiosa de la antigüedad, y al mismo tiempo fuentes de primer orden para el estudio de las instituciones y la cultura cristianas, desde los primeros tiempos hasta la época apostólica.

Por lo tanto, si los Romanos Pontífices han considerado siempre como su estricto deber la protección y custodia de todo este Sagrado Patrimonio, en los últimos tiempos han intensificado su solicitud especialmente por lo que con razón se considera la parte más preciosa del mismo, es decir, los cementerios subterráneos, comúnmente llamados Catacumbas.

Dotados de un carácter especial de Religión y Santidad, derivado de las enseñanzas y preceptos de la Fe Cristiana, inviolablemente protegidos por las leyes civiles del Imperio, los cementerios durante los siglos de persecución fueron gobernados y regidos por la Iglesia, y confiados por los Papas para su administración a Sacerdotes y Diáconos, reconociendo los Césares paganos la propiedad de éstos, no en fieles individuales, sino en la Iglesia misma, representada por el Obispo; dominio proclamado después, con el advenimiento de la paz cristiana, y reconocido solemnemente por los Romanos Pontífices, como cualquier otra posesión eclesiástica, por Constantino el Grande y sus sucesores.

Cuando, tras la tormentosa sucesión de invasiones bárbaras, los Papas se vieron obligados a despojar las necrópolis suburbanas de sus tesoros más preciados, trasladando las reliquias de sus predecesores y de los mártires a la sombra de las Basílicas intramuros, no abandonaron el cuidado de esos lugares venerados, sino que durante mucho tiempo continuaron trabajando para restaurarlos y mantener el acceso abierto a la devoción de los fieles. Y el culto a los cementerios sagrados en la Iglesia Romana no se extinguió ni siquiera cuando, debido a los tristes acontecimientos de tiempos extremadamente calamitosos, las entradas fueron casi todas bloqueadas; pues incluso entonces, los fieles continuaron descendiendo a las escasas criptas accesibles para rezar ante las tumbas vacías donde habían reposado los restos de los héroes de la Fe.

Gracias a las pacientes investigaciones de doctos y fervientes investigadores de antigüedades sagradas, a partir del siglo XVI, se descubrió un gran número de accesos a los cementerios suburbanos. Nuestros predecesores promulgaron edictos y leyes para la protección de estos lugares sagrados y de los derechos absolutos de la Iglesia sobre este Santísimo Patrimonio. Además, los Cardenales Vicarios de esta Santa Ciudad también dictaron disposiciones providentes para todo tiempo y ocasión, conformando así una legislación amplia, especial y de gran importancia respecto a estos monumentos.

Movido por tan ilustres ejemplos, y con el fin de alentar el fervor resurgente por los estudios más rigurosos de las antigüedades cristianas, suscitado por los méritos del Padre Giuseppe Marchi, de la Compañía de Jesús, y más aún por Giovanni Battista De Rossi, quien luego fue honrado con razón con el título de Príncipe de los arqueólogos cristianos, el Sumo Pontífice Pío IX, Nuestro predecesor de venerable memoria, instituyó, a partir del 6 de enero de 1852, una Comisión especial de Arqueología Sagrada, otorgándole los poderes necesarios para la más eficaz protección y vigilancia de los cementerios y edificios cristianos antiguos de Roma y sus suburbios, para la excavación y exploración sistemática y científica de los mismos cementerios, y para la conservación y custodia de todo lo que se descubriera o saliera a la luz por las excavaciones y trabajos.

Precisamente con este fin, coincidiendo precisamente con las primeras grandes excavaciones y los maravillosos descubrimientos en el subsuelo cristiano de Roma, genialmente intuidos y preparados por De Rossi, se fundó en el Palacio Apostólico de Letrán el Museo Pío Cristiano, -cuya erección fue expresamente pedida por la misma Comisión como una de las piedras angulares para llevar a cabo la grandiosa obra que le había sido confiada por el Pontífice-, y allí encontraron un digno hogar muchos preciosos monumentos hasta entonces dispersos y escondidos.

En los primeros meses de nuestro Pontificado, al ser el septuagésimo aniversario de la institución de la Comisión y el centenario del nacimiento de De Rossi, auténtico innovador de la ciencia arqueológica cristiana, hemos querido reunir en Nuestra presencia a la Comisión, que tiene por cabeza y presidente a nuestro Cardenal Vicario General, y Nos hemos interesado por la marcha de los trabajos y por las necesidades que había que satisfacer, para que la Comisión no fuese, en nuestros días, incapacitada para la tarea que debe llevar a cabo.

Nos ha complacido recordar el trabajo realizado por la Comisión desde su creación a través de sus diversas responsabilidades y cuánto ha merecido a la misma Iglesia romana, que, a partir de los descubrimientos de sus antiguos cementerios y de los santuarios de los mártires, ha recuperado una parte significativa de su patrimonio más antiguo, ha visto reconstruidas páginas enteras de su historia y ha visto salir a la luz documentos y monumentos del más alto valor histórico para demostrar la antigüedad de sus Dogmas, de su Fe y de sus Venerables Tradiciones.

Si bien muchos de estos monumentos son elocuentes en sí mismos, cabe reconocer que los estudios realizados con mayor rigor y profundidad por los grandes arqueólogos cristianos de los últimos tiempos —en primer lugar, el siempre elogiado Giovanni Battista De Rossi— condujeron no solo al redescubrimiento en la Roma subterránea cristiana de lo que el incansable investigador de las antigüedades sagradas romanas, Antonio Bosio, había adivinado imperfectamente, pero con la intuición de la fe, como pocos en el siglo XVI. También condujeron a la identificación, a partir de itinerarios medievales, de cementerios, criptas históricas y tumbas de mártires, y a la sabia interpretación de pinturas y esculturas a la luz de los escritos de los Padres de la Iglesia y de la comparación mutua. Así, las tumbas primitivas de los mártires y de nuestros numerosos y gloriosos predecesores reviven y vuelven a ser objeto de devota veneración y profunda admiración, y los fieles de todo pueblo y de toda lengua, en las paredes de los hipogeos sagrados, en las pinturas, en los grafitis, en las esculturas, en las inscripciones de la más remota antigüedad, leen hoy, con intensa emoción, no pocos de aquellos artículos de la Fe Católica, Apostólica, Romana, que fueron atacados con más acritud por los innovadores.

No hay, pues, nadie que no vea cuán necesario, importante y deber es para Nos apoyar con provisiones apropiadas y eficaces la obra de Nuestra Comisión, para que los monumentos antiguos de la Iglesia se conserven del mejor modo posible para el estudio de los doctos, no menos que para la veneración y ardiente piedad de los fieles de todos los países, que en los últimos quince años han apoyado generosamente a los Romanos Pontífices en la grandiosa y extremadamente costosa empresa del descubrimiento y excavación de las Catacumbas Romanas.

Si bien el cuidado y la preservación de los monumentos ya descubiertos son delicados y conllevan una gran responsabilidad, en medio de los singulares desafíos de la zona, la tarea de continuar la exploración de la Roma cristiana subterránea es mucho más desafiante y ardua. Esto revelará muchas otras necrópolis, aún exploradas total o parcialmente, y completará la excavación de los cementerios más famosos, que aún hoy solo se conocen parcialmente, mientras que muchos otros permanecen enterrados bajo tierra y entre las ruinas. Y esta ardua tarea se vuelve aún más urgente y delicada en la actualidad debido a que, en los alrededores de Roma, la expansión de las edificaciones se ha extendido a zonas distantes, ricas en cementerios notables, que, por lo tanto, están expuestas a graves daños y, quizás, a una ruina irreparable.

Nos, pues, confirmando lo que Nuestros predecesores, especialmente Pío IX y León XIII, de venerada memoria, establecieron acerca de la Comisión y de sus deberes respecto a los cementerios o catacumbas, a las basílicas y a los antiguos edificios sagrados de Roma, en los que nada se puede innovar, nada se puede modificar sin su acuerdo y aprobación, hemos creído útil y oportuno ampliar y robustecer la misma Comisión con la participación activa de otras personas competentes, que, correspondiendo desde diversas regiones y naciones, aporten a ella una valiosa contribución de estudios y multipliquen los medios, para que pueda realizar eficazmente, en escala cada vez mayor, los fines para los que fue instituida.

A la Comisión, que con razón y verdadera satisfacción llamamos Nuestra, porque a ella y a su cuidado ha sido confiada tan gran parte del preciosísimo patrimonio primitivo de nuestra Iglesia, y porque al conservarlo, protegerlo y aumentarlo actúa con autoridad del Romano Pontífice, reconocemos, como a Nuestros predecesores, y reconfirmamos, el derecho exclusivo y colectivo para la conservación de los antiguos monumentos sagrados, para la exploración y excavación de los cementerios subterráneos y lugares de enterramiento al aire libre; para la determinación y dirección absoluta de cualquier trabajo que deba o pueda realizarse en ellos, o que pueda relacionarse con ellos, y para la primera publicación de los resultados de las excavaciones o trabajos. Ella sola, según lo especificado en el Reglamento específico aprobado por Nos, puede establecer las normas y condiciones bajo las cuales los cementerios sagrados se hacen accesibles y visibles al público y a los estudiosos, bajo la responsabilidad de los Custodios que ella nombra y reconoce y que por esto deben depender de ella, y debe indicar qué criptas y con qué precauciones se deben utilizar para la Sagrada Liturgia.

Por lo tanto, es justo y natural que Nuestra Comisión, que es la única que tiene la autoridad para realizar excavaciones y trabajos en las Catacumbas y en las zonas de los cementerios, los lleve a cabo diligentemente a través de su propia oficina técnica, y que en Nuestro nombre debe administrar todo lo relativo a los cementerios sagrados, incluso los subyacentes o adyacentes a Basílicas u otros edificios sagrados regidos o inmediatamente dependientes de jurisdicciones especiales, dirija exclusivamente las ofrendas que quieran destinarse a este fin y que se requieren cada año en cantidades cada vez mayores.

Por esta razón, a pesar de las graves dificultades económicas en las que Nos encontramos, entre las múltiples y variadas necesidades que creemos que es deber de Nuestro ministerio Apostólico atender en todos los rincones de la tierra, hemos considerado oportuno incluir la provisión para las Catacumbas Romanas e incluso hemos querido contribuir personalmente, según Nuestras posibilidades. Pues sin duda es excelente, en medio de tanta preocupación por los intereses materiales, tanto oscurecimiento de las nobles ideas, tanta guerra incesante dirigida contra nuestra Santísima Religión con las armas de la crítica histórica, proporcionar combustible para reavivar en los corazones la llama de la Fe, de la historia y la poesía cristianas primitivas, con la luz que irradia de los recovecos místicos de las Catacumbas de suelo romano y de muchas otras regiones de la cristiandad.

Por esta razón es necesario también dar al estudio de la arqueología sagrada nuevos estímulos y ayudas, acordes con la importancia de la disciplina, con los resultados alcanzados y con los no menos significativos que aún debemos esperar; y a esto queremos dirigir de modo particular Nuestro cuidado y Nuestra previsión.

Dado que, junto a la Comisión Pontificia, y con mayor antigüedad que ella, florece la Pontificia Academia Romana de Arqueología, tan meritoria y tan favorablemente conocida por los eruditos por sus publicaciones eruditas, hemos decidido coordinar ambas instituciones y añadir un Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, con su propio reglamento, visto y aprobado por nosotros, para guiar a jóvenes de todos los países y naciones al estudio y la investigación científica de los monumentos de la antigüedad cristiana. Las tres instituciones, unidas en una sede especial, que pronto se habilitará para este propósito y debidamente armonizada, podrán complementarse y ayudarse mutuamente en el objetivo común de tan alta importancia; y los estudiosos de la arqueología sagrada podrán aprovechar al máximo el inmenso material que ofrece Roma y los medios que la Comisión, la Academia y el Instituto, para sus propias relaciones científicas internacionales, podrán proporcionarles ampliamente.

El recuerdo y la visión del trabajo realizado hasta la fecha por la Comisión Pontificia nos animan a tener esperanza en el futuro, pues, a pesar de las dificultades de los tiempos y las circunstancias, la labor debe intensificarse y expandirse con horizontes cada vez más amplios. Nos complace la perspectiva de que se establezca un entendimiento más profundo entre quienes, en diversas regiones de Italia y del mundo, se dedican al estudio y la investigación de la arqueología sagrada; y que Roma, continuando la gloriosa tradición del gran De Rossi, se convierta en el centro de nuevos y más fructíferos estudios arqueológicos sagrados. Esto, sin duda, traerá notables beneficios a la ciencia, no menos que a la historia viva de nuestra Santa Fe.

La Comisión Pontificia, con el apoyo de la Academia Pontificia y el Instituto, al difundir periódicamente, a través de su revista especializada, los resultados de sus excavaciones, ilustrar los cementerios y monumentos de la Roma subterránea y mantener correspondencia con diversos centros de cultura arqueológica, podrá implementar con mayor energía y mayor asistencia los nobles objetivos que los Romanos Pontífices tuvieron en mente al establecerla y apoyarla. Y con un trabajo intensificado y coordinado, el ideal de una descripción del Orbis antiquus Christianus, concebido por los talentosos arqueólogos que dieron vida y fundamento a nuestra Comisión, y quienes, con paciente investigación y maravillosos descubrimientos en la Roma cristiana subterránea, prepararon el material y establecieron ciertos cánones, que fueron aplicados con éxito por otros en diversas regiones, incluso distantes, y en particular en la noble África romana, ya no parecerá inalcanzable (así lo esperamos fervientemente) para devolver a la Iglesia Católica y a la ciencia, muchas otras joyas excepcionales.

Confiamos en que en esta magnífica y onerosa empresa recibiremos la ayuda y la colaboración eficaz de todos aquellos que puedan emular a los generosos donantes que, a lo largo de los últimos setenta años, han permitido a la Iglesia romana recuperar gran parte de su antiguo y sacrosanto patrimonio escondido en los recovecos de la Roma subterránea.

A los Santos Mártires, en este Año Jubilar, les encomendamos el cumplimiento de nuestros deseos y el mayor éxito en las actividades de nuestra Comisión Pontificia. Por su intercesión, imploramos la bendición del Señor para la propia Comisión, para la Academia, para el Instituto y para todos los que trabajan y trabajarán por su bien; para quienes apoyan con celo el culto de los Mártires en los cementerios sagrados, y para todos nuestros amigos de las Catacumbas Romanas.

Dado en Nuestro Palacio Apostólico en el Vaticano, en el día del nacimiento del Papa San Dámaso, el 11 de diciembre de este Año Jubilar de 1925, cuarto de Nuestro Pontificado.

Pío PP. XI
 

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