jueves, 1 de mayo de 2025

BEATA ANA MARÍA TAIGI: LA CONTEMPLATIVA DE LA LUCHA ENTRE LA LUZ Y LAS TINIEBLAS

La beata Ana Taigi (1769-1837) fue un alma a la que Dios le reveló la lucha entre la Revolución y la Contrarrevolución, en la que la hizo participar a través de una especial devoción al Papado. 


El 29 de mayo de 1769, en la poética Siena, en un hogar popular rico en tradiciones cristianas, nació una niña sobre la que pesarían los destinos de la Iglesia. En lugar de la tranquilidad y los consuelos resultantes de una vida ordenada y laboriosa, recibió un cambio cruces de extraordinario valor sobrenatural. La desgracia económica llevó a sus padres a trasladarse a Roma en busca de mejor fortuna. Pero pronto murieron, dejando a Ana María huérfana en una ciudad extranjera, ya que Roma y Siena pertenecían a países diferentes en ese momento. Incapaz de leer y escribir, la joven fue a trabajar al palacio de la noble familia Maccarani, donde conoció a su futuro marido, Domenico Taigi, paje del palacio de los príncipes Chigi, en la céntrica Piazza Colonna, hoy sede del Primer Ministro de Italia. Domenico era trabajador y serio, pero le dio muchas oportunidades para practicar la paciencia. Tuvieron siete hijos, tres de los cuales murieron en la primera infancia. Ana María Gesualda Giannetti de Taigi (29/05/1769 – 06/09/1837) fue una excelente ama de casa, dedicada a todos, a pesar de sus limitados recursos. Muy piadosa, se unió a la Tercera Orden de la Orden de la Santísima Trinidad –los Trinitarios– con sede en la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane.

El sol misterioso

Desde su adolescencia, Ana María fue bendecida por Dios con un favor único: tener siempre un sol presente ante su ojo izquierdo, descrito como “místico”, pero muy centrada en las realidades temporales. El Padre Bouffier SJ nos habla de este sol misterioso donde Dios quiso mostrarle “los hilos secretos de los movimientos del mundo”:
“Fue maravilloso oír una boca tan apagada narrar con sereno candor las agitaciones de las sociedades, las convulsiones de los pueblos, el derrocamiento de las dinastías, y aún en estos grandes acontecimientos de la Historia, los detalles íntimos y ocultos de los corazones que sólo la mirada de Dios puede penetrar. (...) Bajo esta luz vio el estado de las conciencias, la situación de las diversas naciones de la tierra, las revoluciones, las guerras, los planos de los gobiernos, las maquinaciones de las sociedades. secretas, las trampas de los demonios, los crímenes, los pecados, las supersticiones de los idólatras, los azotes que Dios había preparado para castigar las prevaricaciones humanas”.
El sol se le apareció por primera vez alrededor de 1790, cuando se flagelaba en su pequeño oratorio doméstico. Y nunca más se apartó de su vista, acompañándola a todas partes, día y noche, hasta su muerte, ocurrida 47 años después. Cuando Ana María vio este sol por primera vez, el miedo la invadió. Luego consultó a su confesor, quien le ordenó pedirle explicaciones a Dios. Así lo hizo, y recibió esta respuesta: “Este es un espejo que te muestro, para que conozcas el bien y el mal que se practica”. El confesor le encargó entonces que pidiera a Dios que retirase ese don, concediéndolo a las vírgenes de los claustros. Ella obedeció, pero Dios le respondió que era libre de hacer lo que quisiera y que el confesor sólo debía cumplir bien su deber y nada más. Inicialmente el sol místico apareció con el color del fuego, pero con el paso de los años se fue haciendo cada vez más brillante, llegando la Beata a compararlo con siete soles simultáneos. “El tamaño era el del sol natural más los rayos. Se situaba a una distancia de doce palmos de su ojo y tres palmos por encima de su cabeza, manteniendo siempre esta posición” – explicó el Padre Bouffier SJ (op. cit., p. 199).

Un hecho singular: con un ojo enfermo y casi ciego, veía este sol, que alimentaba su don de profecía y presciencia, atrayendo de Roma a grandes dignatarios eclesiásticos y civiles, que acudían a su pequeña casa a pedir oraciones y consultas.

Monseñor Natali, el anotador de las visiones

Una noche, un joven sacerdote llamó a la puerta de su humilde casa. Al no tener dónde dormir, le preguntó si había un rincón donde pudiera pasar la noche. Fue recomendado por San Vicente María Strambi, confesor de la Beata. Ana María tenía una pequeña habitación que cedió generosamente al sacerdote. ¡Se quedaría con ella unos 30 años!

Ya muy afligida por las dificultades materiales en su hogar, la bendita mujer elevó una queja confiada a Dios: “Ya es tan difícil, ¡y ahora también esto!”. 

Pero Dios le dio a conocer su plan para este sacerdote. De familia noble, había ido a Roma soñando con una carrera eclesiástica, pero rechazó todas las invitaciones para unirse a sociedades condenadas por la Iglesia, siendo por ello expulsado de las residencias eclesiásticas donde vivía. En respuesta a este noble gesto, Dios lo envió a la casita de la Beata. Él debería ser quien tome notas de sus visiones. Más tarde fue uno de los testigos más importantes en su proceso de beatificación. Su nombre era padre Raffaele Natali, quien más tarde llegaría a ser monseñor.

El padre Natali escribía apresuradamente lo que la Beata veía en el sol místico, con la intención de reescribir todo lentamente y con buena letra. Y las más de cuatro mil páginas escritas a mano por el buen sacerdote quedaron para ser reescritas, con pocas excepciones. Constituyen el tesoro más preciado de la vida de este clérigo, ya que nos permiten conocer a uno de los personajes más fascinantes de la primera mitad del siglo XIX: la beata Ana María Taigi. Estas páginas fueron analizadas cuidadosamente en el proceso de beatificación, sobre todo porque no fueron escritas directamente por ella e incluían notas personales de la Beata. Después de sopesar todos los detalles y escuchar al “abogado del diablo”, la conclusión oficial fue: “Estos escritos pueden considerarse como obra de la Venerable Sierva de Dios” (Proc. Apost. fol. 921).

Después de señalar la decadencia moral y el progreso de la Revolución anticristiana, en el mundo en general y entre el clero en particular, Nuestra Señora anunció en La Salette grandes castigos purificadores para la tierra. Estos anuncios no son exclusivos de La Salette. En el mismo siglo XIX, unas décadas antes de los acontecimientos de La Salette, Dios reveló estos mismos castigos a la beata Ana María Taigi. La comparación es especialmente sugerente porque no hubo contacto de ningún tipo entre la Beata y los videntes de La Salette. Una de las pruebas documentales más serias sobre las visiones de la beata Ana María Taigi es el testimonio jurado dado al Vaticano por su confesor y confidente. El documento se enmarcó en el proceso de beatificación de la vidente romana.

Monseñor Natali introdujo la narración diciendo: “Casi todas las almas heroicas que brillaron en Roma en la primera mitad del siglo XIX, desde el Venerable Pallotti al Beato Del Bufalo, desde el Venerable Clausi al Venerable Canori-Mora, profetizaron que después de la tempestad que se cernía sobre la Iglesia en su tiempo, después de las persecuciones que entonces afligían al Papado, vendría el triunfo del catolicismo, un triunfo luminoso, solemne y completo”. ¿Pero cuándo se produciría ese triunfo? ¿Qué período histórico estaba reservado para saludar este gran acontecimiento que tantos fieles de toda la humanidad esperan desde hace mucho tiempo? He aquí el misterioso enigma, sobre el cual la Beata Taigi vino a derramar un rayo de luz que consuela y tranquiliza.

Esto es lo que dice Monseñor sobre esta profecía: 
“Desde los tiempos del Papa Pío VII, es decir en el año 1818, la Sierva de Dios me describió la revolución en Roma y todo lo que sucedió, y después me habló muchas veces, de hecho, de manera mucho más asombrosa, diciendo que había sido mitigada por las oraciones de muchas almas queridas a Dios, que se ofrecieron a Él en satisfacción de la Justicia Divina. Sin embargo, me dijo que la iniquidad avanzaría triunfante y muchos que se creían buenos se quitarían las máscaras, y que el Señor quería descubrir la cizaña y que entonces sabría qué hacer con ella. Que las cosas se convulsionarían tanto que el hombre ya no podría ponerlas en orden, sino que su brazo omnipotente lo remediaría todo. Me dijo que el azote de la tierra había sido mitigado, pero no el del cielo, que era horrible, espantoso y universal. Que el Señor no lo había hecho saber ni siquiera a las almas más amadas por Él en esta tierra. Que vendría inesperadamente y que los malvados serían destruidos. Que ante este azote todas las almas que en su tiempo tuvieron fama de santidad debían estar sepultadas. Que incontables millones de hombres morirían por la obra del hierro, algunos en guerras, otros en conflictos, y millones más por muerte imprevista, es decir, en todo el mundo. Que, como resultado, naciones enteras retornarían a la unidad con la Iglesia Católica, muchos turcos, gentiles y hebreos se convertirían de un modo que sorprendería a los cristianos, quienes quedarían asombrados por el fervor y la observancia que demostrarían con sus vidas. En una palabra, me dijo que el Señor quería purificar el mundo y su Iglesia, y que para ello estaba preparando una nueva generación de almas que, sin que ellas lo supieran, aparecerían para realizar grandes obras y milagros sorprendentes. Me dijo que después de que el Señor hubiera barrido la tierra con guerras, revoluciones y otras calamidades, comenzaría el cielo y entonces se produciría el fin de dicho azote con una convulsión general de los más espantosos fenómenos meteorológicos y con gran mortalidad.

La Sierva de Dios me dijo varias veces que el Señor le hacía ver en el Sol misterioso el triunfo universal de la nueva Iglesia de modo tan grande y sorprendente, que no podía describirlo”.
Y concluye Mons. Natali:
“A primera vista, esta predicción es perturbadora: sin duda hay puntos oscuros en ella que solo podrán aclararse por los acontecimientos futuros. Sin embargo, en ella se pueden vislumbrar predicciones que, realizadas desde el año 1818, acabaron cumpliéndose en la historia, hecho que nos lleva a creer la profecía en su totalidad. Aquí se habla de dos castigos y azotes, uno proveniente de la tierra y otro del cielo; Pero pronto se añade que las oraciones de las almas buenas pueden mitigarlo”.
Fuente: Testimonio de Monseñor Raffaele Natali en el proceso de beatificación (Proc. Ord. fol. 695-696), apud Monseñor Carlo Salotti, “La Beata Anna Maria Taigi secondo la storia e la critique”, Libreria Editrice Religiosa, Roma, 1922, 423 ps., pp. 340-342.

Los sufrimientos de la Beata

Todo tiene un precio y los bienes obtenidos por la Beata para tantas almas enfurecieron al demonio. Monseñor Natali, que vivía en su casa, testifica que 
“ella era de tal manera oprimida e infestada por los demonios durante la noche, que sin la ayuda extraordinaria del Señor un espíritu más robusto habría sucumbido. Recuerdo que en los primeros cinco años que viví en su casa, los fantasmas, los rumores, las monstruosas apariciones de espíritus malignos que rondaban toda la casa eran tan frecuentes, que me sentí obligado a dormir vestido en un sofá, para ir a rociarle agua bendita; y en aquellas circunstancias experimenté la gran virtud de este sacramental contra los demonios. Confieso mi debilidad: si el Señor no me hubiera sostenido especialmente, a menudo me sentía tentado de dejar esa casa, aunque recordaba que mi obispo [S. Vincenzo Maria Strambi] me había dicho que no la abandonara nunca. Y cuando se acercaba el fin de la tarde, yo me quedaba pensando en la noche y parecía caer sobre mí un peso insoportable” (Proc. Ordin. fol. 379-380).
Y añadió: 
“Esto sucedía especialmente cuando a Beata había realizado o estaba a punto de realizar una conversión. Es natural que los espíritus malignos al ver a una mujercita débil arrebatarle una presa que ya tenían, desahogaran su ira contra ella, atacándola en la paz del hogar y en el apacible silencio de la noche. (...) Cada conversión de un pecador obtenida por nuestra Beata excitaba la furia de los demonios, (...) quienes no se limitaban a asaltar su casa, sino que atacaban personalmente a la Sierva de Dios, intentando incluso quitarle la vida. Por eso, a menudo veía su habitación llena de monstruosos demonios, que se decían unos a otros que era necesario acabar con esa mujer y que era hora de destruirla. La Beata oía todo, y entonces veía a aquellos siniestros seres infernales acercándose, uno agarrándola del cuello, otro [demonio] oprimiéndola de otra manera, otro [demonio] afligiéndola de otra manera. Pero ella estaba convencida de que Dios no permitiría el triunfo de estos espíritus malignos y resistía con invicta paciencia y, armada de fe, rechazando a los asaltantes (Proc. Ordin. fol. 833, 1157-1158, apud Salotti, op. cit, pp. 245/246).
El triste estado del clero y del pueblo trae un castigo correctivo

En numerosas ocasiones, Dios reveló el dolor causado por la decadencia moral y disciplinaria del clero. Un ejemplo típico que podemos citar entre muchos otros ocurrió el 31 de agosto de 1816, según consta en los registros del anotador. En aquella ocasión, Dios se quejó una vez más de la frivolidad del pueblo romano:
“¡Oh Roma, Roma, malvados habitantes, que no sabéis el bien que os he hecho! Tomo nota de vuestra falta de correspondencia. Pero cuando Mi Padre dé la orden, todo terminará!... Sabéis que ahora las almas llueven como nieve en el infierno. Llorad todos, y llorad amargamente, porque Roma ya no puede llamarse santa. Los hombres viven como animales. Y no buscan nada más que comodidad y placer, y satisfacer plenamente su iniquidad. (...) Yo tomaré venganza sobre ellos y los aniquilaré por sus pecados. Sin embargo, soy un Padre amoroso y estoy esperando. Pero cuando el tiempo se acabe, no habrá remedio. Con tus propios ojos verás un día aquellas almas que son premiadas en esta tierra y que, por su orgullo, van al infierno. Quiero mostrarte este lugar. Así que sí, hija mía, tendrás miedo. Pediréis piedad y misericordia para ellos, pero no habrá piedad para muchos. Porque sufrirán eternamente. ¡Sí! Verás cómo serán atormentados por los demonios según la proporción de sus pecados. Pero lo que más me atormenta y me causa más dolor es ser tan mal recompensado por mis ministros. Y aquellos que deberían dar buen ejemplo cometen más pecados que los laicos (...) Los hombres son muy crueles, no saben distinguir el bien del mal porque viven según sus caprichos; (...) Pobre Iglesia mía, y pobres tiempos: ¡en manos de quienes se encuentran! Tocan mi carne sagrada; pero primero se ensuciaron con sangre humana. Después vienen a comulgar. Están en comercio con mujeres y luego vienen a celebrar la misa. En las fiestas, la diversión, los juegos y la comida van saciando bien su cuerpo. Y después que están bien satisfechos, van a la Iglesia a alabarme. ¡Mira bien, hija mía, qué buenas personas son y qué recompensa les puedo dar! (Vol. I, págs. 346-349).
Grandes elogios a los buenos nobles y severas reprimendas a los malos

La beata Ana María mantuvo relaciones espirituales con ilustres miembros de la nobleza, tanto buenos como malos. Dios le hizo ver que en esa ilustre clase tenía favoritos y también enemigos. El 18 de agosto de 1830, mientras oraba por un augusto representante de la nobleza romana, escuchó:
“No ores por esa alma porque es un réprobo. No sólo él, sino todo su linaje (...) aunque en apariencia parece convertido, no lo es en su corazón (...). Estos son los valientes romanos, de los que aún queda un gran número. Muchos de ellos se enfrentan a la muerte por delitos graves. Y hay 20 de ellos para los que ya se ha firmado la condenación” (Vol. VIII, pág. 566).
El 20 de mayo de 1831, refiriéndose a otro noble: 
“¿No ves hasta dónde llega su iniquidad después de tantas gracias recibidas? (...) comete innumerables pecados y luego pide a la gente que oren por él, para obtener lo que quiere y hacer lo que quiere, lo que desea. Esto nunca se ha visto ni se verá jamás en el mundo. Dile a tu confidente que escriba que no hay alma peor, más criminal y orgullosa que él desde que mi Padre creó el mundo. Pero esto es un defecto y un gran pecado de toda la nobleza, especialmente de toda su familia (Vol. VIII, págs. 680-681). 
Pero así como hubo pésimos nobles que pesaron contra los buenos en la guerra de éstos contra el mal –una lucha que la Beata vio desarrollarse a veces simbólicamente, a veces materialmente en el “sol místico”– también hubo otros que actuaron por la causa del cristianismo, viviendo en el estilo magnífico y virtuoso de la aristocracia católica.

Napoleón, azote enviado por Dios. Su lugar en la eternidad

Durante la vida de la Beata, las Guerras Napoleónicas representaron el peor azote anticristiano dirigido contra las monarquías legítimas y, por lo tanto, contra el Papado y la Iglesia Católica. Ana María tuvo muchas visiones al respecto. Tras la derrota definitiva de Napoleón y su exilio en la isla de Santa Elena, la madre del déspota, Leticia Bonaparte, más conocida como Madame Mère, y su medio hermano, el cardenal Joseph Fesch –quien cuidó de Napoleón y sus hermanos después de que quedaran huérfanos– se refugiaron en Roma. Allí mantuvieron relaciones personales y espirituales con la Beata Ana María. Esta relación, sin embargo, no influyó en nada en el juicio de la Beata sobre el terrible tifón anticristiano encabezado por Napoleón. El 31 de marzo de 1819, Mons. Natali registró que en las primeras revelaciones la Beata había sido advertida de que 
“Napoleón se había mezclado con la familia de muchos soberanos con la complicidad oculta de los malvados” (Vol. IV, pág. 391).
En varias ocasiones Dios le explicó por qué permitió ese tifón revolucionario: 
“Dime: ¿con qué propósito envié a Napoleón? Él fue ministro de mi ira, para castigar las iniquidades de los impíos y humillar a los soberbios. 'Un hombre malvado destruyó a otros hombres malvados'” (documento inédito, Serie III, C, página 371, apud Salotti, página 223). 

 “Ella vio -depuesta la princesa Barberini -en el sol misterioso, la derrota del ejército francés del Norte ante Moscú en el mismo momento en que estaba sucediendo. Ella me describió toda la derrota de Napoleón, dándome todos los detalles mucho antes de que la noticia pudiera llegar a mí. Ella vio también su muerte en Santa Elena, su lecho, sus disposiciones, su tumba, las ceremonias de su funeral, el destino de este príncipe en el tiempo y en la eternidad” (Testimonio de la princesa Barberini en el proceso, apud Bouffier, p. 241).

El 24 de julio de 1821, le contó a su anotador que, incluso antes de que falleciera el emperador revolucionario, le habían mostrado la silla que le estaba reservada en el infierno:
“hecha toda de puntas afiladas como diamantes, toda ella consumida por un fuego que ardía violentamente”. 
Oyó que ninguna alma entre los más amados por Dios en el Cielo podía revocar el decreto. “Además -continúa Mons. Natali- me dijo que el día que murió [Napoleón], vio en el sol místico muchas batallas y sombras inexplicables, y una cabra salvaje muy fea. Que aquel tiempo fue de gran tristeza y lucha para todas las almas, y que ella se sentía tan oprimida que no podía recordar nada comparable. En la mañana del día siguiente de haber llegado la noticia, inmediatamente después de haber tomado la comunión, oyó en la Misa, pronunciadas en tono suave y agradable, las siguientes palabras: 
He aquí que han terminado los años, los días y los momentos de aquel que había puesto al mundo en revolución. ¿De qué le sirven ahora todos tus adornos de piedras preciosas, plata y oro que robó? La sangre de los pobres clama venganza y clamará hasta el día del Juicio. Y él, allá abajo, sufrirá el castigo, y toda su descendencia se reunirá con él. Porque aquellos que en el mundo disfrutaron de placeres y satisfacción deberán pagarlos en la otra vida con crueles tormentos (Vol. V, págs. 803-805).
Fenómenos constantes en el 'Sol' místico

Además de hechos concretos que implicaban personas y acontecimientos fácilmente reconocibles, ante ella continuamente, bajo el sol místico, se le presentaban un número mucho mayor de signos de luchas entre el bien y el mal en el mundo, la mayoría de los cuales ella misma no sabía cómo interpretar. Por ejemplo, el 21 de marzo de 1831, vio en este sol una lluvia oscura relativamente común, que 
“aumentó como un diluvio, con una gran concentración de oscuridad cayendo como copos de nieve” (...)
En la noche del 27 
“vio caer una gran oscuridad densa, hasta el punto de no poder verse ya ningún objeto” (...)

“el Jueves Santo vio (...) un gran torrente de sangre, muy ancho y extenso, acompañado de tres o cuatro grandes heridas sangrientas, feas, que juntas cubrían la mitad del Sol”. 
Una visión casi similar a la de los primeros días de Carnaval, que presagiaba la sangrienta conspiración que debía estallar en Roma, pero que fue descubierta y evitada por la intercesión de la Santísima Virgen. El miércoles por la tarde vio dos bellas Cruces Latinas luminosas en la punta del Sol, (...) en la tarde del jueves 7 de abril (...) tinieblas, maniobras, prisas, tumultos, confusión, tres puntos y otras visiones horribles y espantosas como en los días que precedieron al desenvolvimiento de la revolución.
“Por eso la piadosa madre cree que no sólo no han terminado los esfuerzos de los malvados, sino que están intentando otros más osados ​​(...) Hablando de Francia, vio el Sol abrirse en medio y aparecer una figura geográfica con el plano de una ciudad completamente negra, muy oscura, de luto. Me dijo que debía de haber tenido lugar algún gran acontecimiento revolucionario y vio aparecer juntos mapas más pequeños, como los de castillos, gran bullicio y movimientos” (vol. VIII, págs. 684-694).
Visiones de acontecimientos futuros

Los más serios historiadores, críticos y analistas implicados en el exigente proceso de beatificación –que examinaron minuciosamente las cuatro mil páginas de notas de Mons. Natali y los testimonios de cardenales, príncipes, obispos, sacerdotes y pueblo, hablan con frecuencia de “miles” de casos en los que se manifestaron los dones proféticos de la Beata Taigi. Teniendo sólo espacio para mencionar los citados arriba, resumimos este asombroso conjunto con el juicio de quien fue su director espiritual durante 20 años, el cardenal Carlo Maria Pedicini: 
“No hay la más mínima duda de que la divinidad residía en ella de manera especial. En efecto, en virtud de este don extraordinario y aún desconocido, la Sierva de Dios participó del conocimiento cierto que Dios tiene de todas las cosas, en la medida en que el alma de un transmisor puede poseerlo. Este don es típico del Paraíso, un don que sólo los bienaventurados que allí están disfrutan, de la manera más absolutamente beatífica. Es cierto que Dios había establecido su sede en el corazón de su sierva. Y a ella le confiaba sus mayores secretos”.

Con este don, la Beata Ana María profetizó durante decenios, causando asombro con sus confirmaciones, nunca desmentidas por los hechos, como consta en la Positio, el documento que postula canónicamente su beatificación. Pero no sólo habló de su presente; de modo también abundantemente habló sobre el futuro, que quizás ya sea nuestro presente. Dios le mostró el desenlace al cual debían conducir las costumbres degradantes del clero y del pueblo y las conspiraciones anticatólicas que crecían en guaridas ocultas.

Dios muestra el fin de las iniquidades

Dios le reveló estos escenarios futuros, no sin antes darle una demostración lógica y razonada de las causas humanas y sobrenaturales que lo preparaban. Para ello, analizaba hechos que la Beata presenciaba en su vida cotidiana, a partir de los cuales señalaba desarrollos venideros. ¿Cómo podemos resumir en pocas palabras estos tremendos y grandiosos panoramas que pueden conmovernos? Dios recurrió a un término muy señalado por Mons. Natali: lo “definitivo”.

Con esta palabra se refería inmediatamente al resultado venidero de la lucha entre el bien y el mal. Lo ‘definitivo’ pondría fin a la actual fase histórica de la guerra entre el Cielo y el Infierno, entre las almas buenas y las malas, entre Dios mismo y sus ángeles contra los poderes infernales y sus acólitos terrenales. En lo ‘definitivo’, Dios pondría fin a tanto caos, enfrentamientos y profanaciones. Y elevaría a la Iglesia a un nivel de gloria en la tierra como nunca antes se ha visto. Pero lo 
‘definitivo’ sería complejo y terrible. En él se revelarían los pensamientos que yacen en lo más profundo de los corazones. Estas revelaciones sorprenderían incluso a los buenos, por el mal que se esconde incluso en personas consideradas insospechadas. También los méritos de los buenos, humillados y marginados, resplandecerían para sorpresa del mundo que los despreciaba.

Entre el 13 y el 17 de noviembre de 1816, Mons. Natali registró: 
“¡Ah, hija mía, si en ese momento fatal y tremendo pudieran venir a tu casa príncipes, cardenales y otros grandes personajes! Harían bien en insistir en hacerlo. Pero, no. El que ha disfrutado y comido bien llorará, y el que ha llorado disfrutará y reirá. (...) El castigo no ha llegado, pero vendrá. Dios quiere castigarnos por causa de nuestros pecados. Éste será el último descubrimiento que separará el trigo de la paja. Decid, pues, que todo lo que se vio es nada, (...) la tierra temblará y el cielo se cubrirá de sangre” (Vol. II, pp. 500-501).
Hablando de San Pío VII y de las tribulaciones de su pontificado, Dios se detuvo en el tremendo acontecimiento futuro: 
“Todo lo que ha sucedido es nada. Más bien, no es más que un suspiro. ¡Ah, lo que va a ser lo definitivo! (...) Ah, entonces sí, llorarán. ¡Pobre Iglesia! ¡Pobres iglesias! Oh, ¡cómo están mal cuidadas! Oh, ¡cómo están mal administradas! ¿Y por quién? ¡Oh! Para decirte toda la verdad, quiero destruirlas a todas, convertirlas en ruinas, no dejar piedra sobre piedra. Que de la antigua iglesia no queden ni rastros. (...) Dentro de todas ellas están las reliquias de mis santos. ¿Pero cómo son tratadas? (...) ¡Destruiré!... Estoy a punto de destruir Roma. Más aún no, porque muchas de mis almas están allí. ¡Pero, ay, miserable Roma! ¡Cómo terminará! ¿En manos de quién caerá? 'Los buenos vendrán conmigo y los malos terminarán sus días amargamente y luego sufrirán eternamente, para siempre” (Vol. VII, pp. 265-266).
Y el 5 de junio, Mons. Natali escribió otra severa advertencia: 
“Hija mía, ¿no te contentas con sufrir para satisfacer mi Justicia? Pues bien, estoy muy ofendido por mis ministros. Ellos deberían ser ángeles, y en lugar de ángeles son cloacas del infierno (Vol. I, p. 201). 
Y el 13 de septiembre de 1831: 
“En aquel tiempo no quedará ya ninguno de los falsos cristianos, y entonces muchos pedirán piedad y misericordia, pero no habrá más tiempo (...). Es imposible medir hasta dónde han avanzado las iniquidades, tanto entre los hombres como entre las mujeres. Los demonios, viles como son, ríen y festejan, porque no tienen necesidad de tentaciones. No, porque la malicia y la iniquidad tanto del hombre como de la mujer superan en muchos grados a las del demonio, por las obscenidades de todo tipo que se cometen por ambos sexos (Vol. IX, págs. 2-3).
Castigos especiales para los católicos que fingen ser observantes

La beata Ana María frecuentó muchas iglesias, pero su vida fue la de una ama de casa viviendo en un ambiente popular. Dios tomó ejemplos de las predicaciones que escuchó y de las costumbres de todas las clases sociales para ayudarla a comprender lo que estaba por venir. Dios le insistió que la promoción de una piedad suave y blanda que progresaba sin cesar en aquellos días, estaba preparando la perdición de innumerables almas. El 10 de septiembre de 1820: 
“Éste es el momento en que los falsos filósofos hacen alarde de sí mismos. Entre ellos hablan perlas, pero no causan impresión alguna en el pueblo, porque no quieren creer en la verdad. (...) son falsos filósofos, llenos de soberbia y orgullo. El mundo está lleno de ellos. Y para estos hay un infierno especial. Si alguno profesa la verdad, es ofuscado por éstos [los falsos filósofos] y el pueblo queda perplejo, porque la miserable humanidad prefiere lo dulce antes que lo amargo (Vol. VI, pág. 85).
'Entonces le dirás a tu confidente que le diga a esta gente que en el infierno llueven almas como nieve. ¿Y [las almas] de quiénes? De bautizados. Son cristianos de nombre, pero son animales de hecho, viven como animales. Mejor aún, peor que los animales. ¿Cómo podrán salvarse si están llenos de odio, llenos de pecados? Después se dirá que son cristianos, pero... (Vol. IX, p. 85). 
El tercer domingo de Pascua de 1817, en la iglesia del Santísimo Crucifijo de Campo Vaccino, san Pietro in Carcere escuchó: 
“No te extrañes del hedor continuo que sientes bajo tu nariz, porque es el mal olor de la corrupción del mundo presente. (...) Tú lo sabes porque te lo he dicho muchas veces y vuelvo a repetirlo: 'en el infierno llueven almas como nieve y aún no ha terminado'” (Vol. III, pp. 43-44). 
En 1828: 
El respeto humano conduce al infierno a muchos confesores con todos sus penitentes. Por no dar un remedio amargo o el más mínimo disgusto, muchas almas mueren y van a la casa del diablo. (...) ¿de quién es la culpa? (...) ¿Sabes de quién es? (...) Cuando ésos estén ante mi Tribunal, ¿qué será de ellos? (...) Por esa razón, en el infierno llueven almas como nieve. (...) ¿Ves cuántas ruinas hay en el mundo? Ésta es la causa” (Vol. VII, págs. 433-437). 
6 de noviembre de 1819: 
Mira los tormentos espantosos de los eclesiásticos torturados por los demonios. (...) ¿Por qué se consagraron a Dios cuando sólo buscaban la ambición, el orgullo y la vanidad? Las puertas [del infierno] están abiertas. Lucifer se regocija y sus compañeros festejan... Deja, deja, que estas puertas cerraré, la vorágine será completa y pocos quedarán” (Vol. IV, pp. 555-557).
Después del 14 de abril de 1830: 
“La paz sea con vosotros, hijos míos, en todas partes debéis decir que no sólo no hay paz, sino que los demonios danzan día y noche, y tejen grandes maquinaciones, atrapan en sus redes muchos peces, corderos y ovejas y los llevan a la perdición en grandes cantidades, se han embriagado con hiel y sangre humana. (...) Os dije que no siguierais a los santos modernos, sino que os aferraseis a los antiguos, porque los santos modernos, siendo todos o casi todos falsos, os echarían a perder (Vol. VIII, pp. 519-521). 
En 1832: 
“Son lobos rapaces, lobos que han devorado muchas ovejas, chupándoles la sangre una a una. ¡Si supieran lo que está preparado para ellos irremediablemente! Es más fácil que yo oiga el clamor de un hereje que el de uno de esos lobos, tantos lobos como ovejas han devorado esos malditos lobos (Vol. IX, págs. 97-100).
Señales del día de Dios

Muchas almas santas elevaban ya en aquellos tiempos oraciones a Dios pidiendo la restauración de la Iglesia. Baste citar como ejemplo a San Luis María Grignion de Montfort y su “Oración Abrasada”. Sin embargo, el Cielo no pareció atender las urgentes peticiones de estas buenas almas. ¿Por qué? 

El 29 de julio de 1832 Nuestro Señor dio una explicación a la Beata: 
Hace mucho tiempo que la Torre de Babel está instalada en Roma, hace muchos años que debería haber caído. Y si no cayó es porque muchas almas sacrificaron sus vidas rogando a Mi Padre que retrasara el momento de prender fuego a este estado del mundo. Yo, en cambio, que veía que era la ruina de muchas almas buenas que sufren por esta causa, a pesar de todo tuve que hacer la voluntad de mi Padre. Este desorden del mundo entero es un caos, no hay mente humana que pueda imaginarlo” (Vol. IX, pág. 85).
Otras buenas almas, considerando la decadencia de la sociedad cristiana, se preguntaban cuándo intervendría Dios. E incluso se especulaba sobre las señales que precederían a esta solemne intervención. Pero el día de Dios no se conoce. El lunes de Carnaval de 1833, por ejemplo, Nuestro Señor le dijo: 
“No se conoce la hora en que mi Padre querrá dar la orden al ángel exterminador. Él aparecerá amenazante de improviso (...) ¿sabes? El ángel exterminador que con una mano toca la trompeta y con otra la espada (...) ¡Ay! Cuando ese momento llegue, el mundo entero estará envuelto en la conflagración” (Vol. IX, pág. 207).
Los signos precursores revelados a la Beata 
poco tienen que ver con los supuestos de la prudencia mundana. El 9 de noviembre de 1820, el sacerdote registró: 
“Cuando veas un día feliz, pacífico y contento, entonces almacena alimentos: pan, vino, aceite. Dinero no faltará. (...) ¡Roma inicua, Roma cruel, verás el fin de la iniquidad! (Vol. VI, p. 96). 
La confusión de ideas es uno de los signos que más frecuentemente encontramos en los registros de Mons. Natali. El 8 de junio de 1829, él anotó: 
“Ahora reinan las malas costumbres, la política, el respeto humano, la simulación. Hay un escándalo general en todas partes. Éste es el castigo más grande y más fuerte que ha caído sobre el mundo entero: la confusión de ideas. Muchas veces te dije que antes del fin pasaríamos por la Torre de Babel. Pero el fin llegará cuando yo lo crea conveniente” (Vol. VII, pág. 468). 
Y en 1828: 
“Recuerda, hija mía, que te dije que la Torre de Babel ha sido instalada” (Vol. VII, págs. 375-376). 
El 31 de marzo de 1819, escribió Mons. Natali: 
“La Beata me contó que un día, que no pudo precisar, durante los primeros años [de las revelaciones], oyó que el mundo quedaría reducido a tal estado que los pocos sacerdotes que quedaran se verían obligados a vivir escondidos en las alcantarillas con el Santísimo Sacramento en el pecho” (Vol. IV, p. 391).
El triunfo de la Iglesia y el Restaurador

La purificación realizada por Dios a través de sus ministros angélicos y humanos, de instrumentos materiales e incluso a través de ocasionales intervenciones personales, tendrá un solo objetivo: la restauración de la Iglesia católica al grado de honor que le corresponde y la recomposición de la civilización cristiana. En una nota del 18 de febrero de 1833 leemos una de las tantas referencias irrefutables a este triunfo universal de la Iglesia: 
“Cuando tome forma la Iglesia renovada, los pocos que queden serán pocos, muy pocos, y estarán extremadamente sorprendidos y llenos de temor viendo todo lo que se hará por Dios, cómo se amará a Dios y lo que se sufrirá por Dios. (...) No te corresponde a ti verlo” (Vol. IX, p. 118). 
En 1828, encontramos el registro de una visión que insinúa la llegada de un alma destinada a desempeñar un papel histórico como restaurador. ¿Quién o cómo sería esa alma? El texto no deja espacio para muchas suposiciones concretas: 
¿Lo viste?” ¿Te das cuenta? ¿Lo contemplas? He aquí el alma apostólica, he aquí el hombre que lucha por la viña, he aquí el que es como aquellos que tanto lucharon por mi gloriaSus esfuerzos, sus sudores, sus obras serán recompensadas en el Paraíso con tal gloria que ninguna mente humana podrá jamás imaginar. El amor que tengo por esa criatura es tan grande que sólo lo conocerá en el Paraíso. Este es un hombre verdaderamente celoso. Ese no tiene ninguna mancha. Ese no tiene fines humanos, no busca intereses y, desde su más temprana juventud, nunca ha tenido el vicio del cortesano (Vol. VII, pág. 380).
Esta alma tendría entonces un papel relevante en esta purificación del orden humano.

Consejos finales para el gran día de lo ‘definitivo’, el gran día de Dios

Lo “definitivo” no era para el tiempo de la Beata quien, por lo tanto, sabía que no vería el triunfo de Dios contra todos los enemigos de la Iglesia. Sin embargo, es evidente que sus confidentes y amigos les aconsejaron seguir este o aquel procedimiento para prepararse mejor. Sin embargo, fue Nuestra Señora quien enseñó a la Beata la actitud correcta para preparar su espíritu para lo “definitivo”. El 13 de septiembre de 1831 le dijo: 
Ahora no es tiempo de milagros, porque aún no ha llegado la hora de que la Iglesia vuelva a su primer estado. Hijos míos, aquí está vuestra Madre. Yo os bendigo, mi Padre os bendice, pero sed buenos, sed buenos, sed buenos. Sufrid con buena disposición por mi amor, hasta que el Espíritu Santo venga a inflamaros de amor y dar lo “definitivo” a este mundo inicuo. Habréis llegado al final. Ya os queda poco por sufrir. Todos los reinos, ciudades, pueblos, castillos, provincias, se encontrarán en el penas, en problemas, en tribulaciones, en tormentos hasta lo “definitivo” (Vol. IX, pp. 152-155).
Según el Padre Bouffier SJ:
Ana María hablaba a menudo con su confidente sacerdote, sobre la persecución que la Iglesia tendría que sufrir y del período desgraciado que vería el desenmascaramiento de una multitud de personas que se creían dignas de consideración. Cierta vez ella le preguntó a Dios quién resistiría esa terrible prueba. Y se le respondió: “A aquellos a quienes yo concederé el espíritu de humildad”. Por eso, Ana María fundó en su familia la costumbre de rezar tres Padrenuestros, Avemarías y Gloria, después del rosario nocturno, para obtener de la misericordia y bondad infinita de la Santísima Trinidad la mitigación del flagelo que su justicia reserva para esos tiempos calamitosos. Ese flagelo le fue manifestado numerosas veces en el sol misterioso. Dios le reveló también que, después de numerosas y dolorosas pruebas, la Iglesia obtendría un triunfo tan portentoso que los hombres quedarían asombrados; que naciones enteras volverían a la unidad con la Iglesia romana y que la Tierra cambiaría de aspecto” (Bouffier, op.cit., pp. 251-252).
La Beata falleció en Roma el 26 de noviembre de 1837. Su causa de canonización fue introducida el 8 de enero de 1863, bajo el pontificado del Beato Papa Pío IX, por quien había ofrecido innumerables sufrimientos y oraciones. En 1906, el Papa San Pío X aprobó el decreto de virtudes heroicas declarándola Venerable. Anna Maria Taigi fue beatificada el 30 de mayo de 1920 por Su Santidad Benedicto XV. El decreto de beatificación la señala como: “prodigio único en los anales de la santidad”


El cuerpo incorrupto de la Beata fue colocado tras un cristal sobre un altar en la iglesia de San Crisógono en Trastevere, en la capital de los Papas, donde puede ser venerado por los fieles. Un museo muy discreto en la iglesia recoge objetos y pertenencias vinculadas a la vida de la Beata.

Notas :

1 ) Padre Gabriel Bouffier SJ, “La Vénérable Servante de Dieu Anna-Maria Taigi d'après les documents authentiques du procès de sa béatification” , Ambroise Bray, libraire-éditeur, París, 1865.

2 ) Todas las citas de los dichos de la Beata anotadas por Mons. Natali fueron tomados de los manuscritos originales conservados bajo la clasificación MS. 337º en el Archivo de San Carlo alle Quattro Fontane de los Padres Trinitarios de Roma. Se citan indicando el volumen y la página respectiva.

3) Procesamiento. Apóstol. fol. 1537, apud Mons. Carlo Salotti, 'La Beata Anna Maria Taigi secondo la storia e la critique' , Libreria Editrice Religiosa, Roma — Scuola typografica italo-orientale “S. Nilo”, Grottaferrata, 1922, 423 páginas.

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