A continuación el discurso pronunciado por León XIV durante la audiencia:
Queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría quiero darles mi cordial saludo a todos ustedes, representantes de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, así como de otras religiones, que participaron en la celebración inaugural de mi ministerio como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. Expreso mi afecto fraternal a Su Santidad Bartolomé, Su Beatitud Teófilo III y Su Santidad Mar Awa III, y a cada uno de ustedes les agradezco profundamente su presencia y sus oraciones, que son un gran consuelo y aliento.
Uno de los puntos fuertes del pontificado del Papa Francisco fue la fraternidad universal. En este sentido, el Espíritu Santo lo impulsó a dar gran impulso a las iniciativas ya emprendidas por pontífices anteriores, especialmente desde San Juan XXIII. El Papa de Fratelli Tutti promovió tanto el camino ecuménico como el diálogo interreligioso. Lo hizo sobre todo cultivando las relaciones interpersonales, de tal manera que, sin menoscabar los vínculos eclesiales, siempre se valorara el carácter humano del encuentro. ¡Que Dios nos ayude a atesorar su testimonio!
Mi elección tuvo lugar durante el año del 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Dicho Concilio representa un hito en la formulación del Credo compartido por todas las Iglesias y Comunidades Eclesiales. Mientras nos encaminamos hacia el restablecimiento de la plena comunión entre todos los cristianos, reconocemos que esta unidad solo puede ser unidad en la fe. Como Obispo de Roma, considero que una de mis prioridades es buscar el restablecimiento de la comunión plena y visible entre todos los que profesan la misma fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
De hecho, la unidad siempre ha sido una preocupación constante para mí, como lo atestigua el lema que elegí para mi ministerio episcopal: In Illo uno unum, una expresión de san Agustín de Hipona que nos recuerda cómo también nosotros, aunque somos muchos, “en Uno, es decir, Cristo, somos uno” (Enarr. in Ps., 127, 3). Es más, nuestra comunión se realiza en la medida en que nos encontramos en el Señor Jesús. Cuanto más fieles y obedientes seamos a él, más unidos estaremos entre nosotros. Los cristianos, pues, estamos llamados a orar y trabajar juntos para alcanzar esta meta, paso a paso, que es y sigue siendo obra del Espíritu Santo.
Consciente, además, de que la sinodalidad y el ecumenismo están estrechamente vinculados, quisiera asegurarles mi intención de continuar el compromiso del Papa Francisco de promover la naturaleza sinodal de la Iglesia católica y desarrollar formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más fuerte en las relaciones ecuménicas.
Nuestro camino común puede y debe entenderse también en el sentido amplio de involucrar a todos, en el espíritu de fraternidad humana que mencioné antes. Ahora es el momento de dialogar y tender puentes. Por lo tanto, me complace y agradezco la presencia de representantes de otras tradiciones religiosas, que comparten la búsqueda de Dios y su voluntad, que es siempre y únicamente la voluntad de amor y vida para los hombres y mujeres y para todas las criaturas.
Han sido testigos de los notables esfuerzos del Papa Francisco en favor del diálogo interreligioso. Con sus palabras y acciones, abrió nuevas vías de encuentro para promover “la cultura del diálogo como camino; la colaboración mutua como código de conducta; la comprensión recíproca como método y norma” (Documento sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Convivencia Común, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019). Agradezco al Dicasterio para el Diálogo Interreligioso el papel esencial que desempeña en esta paciente labor de fomentar encuentros e intercambios concretos para construir relaciones basadas en la fraternidad humana.
Saludo de manera especial a nuestros hermanos y hermanas judíos y musulmanes. Debido a las raíces judías del cristianismo, todos los cristianos tienen una relación especial con el judaísmo. La Declaración conciliar Nostra Aetate (n.º 4) destaca la grandeza del patrimonio espiritual compartido por cristianos y judíos, fomentando el conocimiento y la estima mutuos. El diálogo teológico entre cristianos y judíos sigue siendo muy importante y cercano a mi corazón. Incluso en estos tiempos difíciles, marcados por conflictos y malentendidos, es necesario mantener el impulso de este valioso diálogo nuestro.
Las relaciones entre la Iglesia católica y los musulmanes se han caracterizado por un creciente compromiso con el diálogo y la fraternidad, impulsado por la estima hacia estos hermanos y hermanas nuestros que “adoran a Dios, que es uno, vivo y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que también ha hablado a la humanidad” (ibid., 3). Este enfoque, basado en el respeto mutuo y la libertad de conciencia, constituye una base sólida para tender puentes entre nuestras comunidades.
A todos ustedes, representantes de otras tradiciones religiosas, les expreso mi gratitud por su participación en esta reunión y por su contribución a la paz. En un mundo herido por la violencia y el conflicto, cada una de las comunidades aquí representadas aporta su propia contribución de sabiduría, compasión y compromiso con el bien de la humanidad y la preservación de nuestro hogar común. Estoy convencido de que, si estamos de acuerdo y libres de condicionamientos ideológicos y políticos, podemos ser eficaces al decir "no" a la guerra y "sí" a la paz, "no" a la carrera armamentista y "sí" al desarme, "no" a una economía que empobrece a los pueblos y a la Tierra y "sí" al desarrollo integral.
El testimonio de nuestra fraternidad, que espero sepamos manifestar con gestos eficaces, contribuirá sin duda a construir un mundo más pacífico, algo que todos los hombres y mujeres de buena voluntad desean en su corazón.
Queridos amigos, gracias de nuevo por su cercanía. Pidamos la bendición de Dios en nuestros corazones: que su infinita bondad y sabiduría nos ayuden a vivir como sus hijos y hermanos unos con otros, para que la esperanza crezca en el mundo. Les expreso mi más sincera gratitud.

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