Por el Abad Patrick de La Rocque
El episodio es famoso: convocado al monte Horeb para escuchar la palabra de Dios, el profeta Elías presenció primero un viento fuerte y violento. Pero Dios no estaba en ese viento. Luego vino un terremoto, pero Dios no estaba en ese terremoto; tampoco en el fuego devorador que siguió. Finalmente, se oyó un suave y silencioso murmullo en el silencio: era la voz de Dios (1 Reyes 19:11-13).
Dios se entrega en silencio. Sólo este rasgo muestra lo difícil que es para Dios entregarse en nuestro mundo de agitación y ruido. Es importante saber salir de este estruendo de la inquietud, así como del fuego de la acción, si queremos escuchar la voz de Dios y seguirle. Sí, es importante saber atravesar las puertas del silencio: cuando quieras rezar, entra en tu habitación y, tras cerrar la puerta, reza a tu Padre que está presente en lo secreto (Mt 6,6).
Si leemos a los grandes ancianos, desde Séneca hasta Santiago en su epístola, guardar silencio significa poner una guardia en nuestra boca (Sal 140,3; cf. Pr 13,3 y 21,23): "Si un hombre no peca en su discurso, es un hombre perfecto [...] La lengua es un miembro muy pequeño, pero ¡de qué cosas tan grandes puede presumir! Una chispa puede incendiar un gran bosque". (St 3,2-6).
En efecto, no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de ella, porque lo que sale de la boca sale del corazón (Mt 15,11-18). Las murmuraciones, las críticas y las calumnias nos lo dicen muy bien. Sin embargo, no hay nada en el corazón que no haya entrado por los ojos. Así que es otro silencio al que debemos acostumbrarnos en primer lugar: acallar el ruido del mundo en nuestro interior. Estos mismos antiguos nunca podrían haber imaginado el ruido al que estamos sometidos; o mejor dicho, el ruido al que entregamos nuestras mentes. El argumento seductor es bien conocido: con el pretexto de estar informados, nos entregamos a todo tipo de curiosidades. Simplemente hemos olvidado que la curiosidad es un mal hábito.
Parece apropiado saber todo sobre todo, y especialmente sobre todos. Los cotilleos se multiplican en Internet, donde la información de unos compite con la reinformación de otros. Sea como sea, siempre hay el mismo ruido mundano, la misma curiosidad, y el alma se desparrama, se vacía y se envilece. Porque, aunque sólo sea desde un punto de vista natural, nada es más contrario al proceso intelectual. Para "leer dentro" (intus - legere) se requiere abstracción, es decir, abandonar lo accidental y lo pasajero, lo superficial y lo fútil. Pero es precisamente en esta esfera donde el ruido del mundo nos encierra. Es destructivo. Sun Tzu lo entendió ya en el siglo VI a.C. Para reducir a su enemigo a la nada, recomendó bombardearlo constantemente con información. Todo está dicho sobre el trato al que se ha sometido al fanático de la pantalla...
¿Cómo podría Dios hacerse oír en una posada española? En el momento de la primera venida de Dios al mundo, se dice que la sagrada familia no encontró sitio en ninguna posada. Algunas traducciones son más precisas: su lugar no era una posada. Dios prefería el silencio de un pesebre al bullicio de una posada. Todo está dicho sobre la importancia del silencio para quien quiere acoger a Dios.
Si leemos a los grandes ancianos, desde Séneca hasta Santiago en su epístola, guardar silencio significa poner una guardia en nuestra boca (Sal 140,3; cf. Pr 13,3 y 21,23): "Si un hombre no peca en su discurso, es un hombre perfecto [...] La lengua es un miembro muy pequeño, pero ¡de qué cosas tan grandes puede presumir! Una chispa puede incendiar un gran bosque". (St 3,2-6).
En efecto, no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de ella, porque lo que sale de la boca sale del corazón (Mt 15,11-18). Las murmuraciones, las críticas y las calumnias nos lo dicen muy bien. Sin embargo, no hay nada en el corazón que no haya entrado por los ojos. Así que es otro silencio al que debemos acostumbrarnos en primer lugar: acallar el ruido del mundo en nuestro interior. Estos mismos antiguos nunca podrían haber imaginado el ruido al que estamos sometidos; o mejor dicho, el ruido al que entregamos nuestras mentes. El argumento seductor es bien conocido: con el pretexto de estar informados, nos entregamos a todo tipo de curiosidades. Simplemente hemos olvidado que la curiosidad es un mal hábito.
Parece apropiado saber todo sobre todo, y especialmente sobre todos. Los cotilleos se multiplican en Internet, donde la información de unos compite con la reinformación de otros. Sea como sea, siempre hay el mismo ruido mundano, la misma curiosidad, y el alma se desparrama, se vacía y se envilece. Porque, aunque sólo sea desde un punto de vista natural, nada es más contrario al proceso intelectual. Para "leer dentro" (intus - legere) se requiere abstracción, es decir, abandonar lo accidental y lo pasajero, lo superficial y lo fútil. Pero es precisamente en esta esfera donde el ruido del mundo nos encierra. Es destructivo. Sun Tzu lo entendió ya en el siglo VI a.C. Para reducir a su enemigo a la nada, recomendó bombardearlo constantemente con información. Todo está dicho sobre el trato al que se ha sometido al fanático de la pantalla...
¿Cómo podría Dios hacerse oír en una posada española? En el momento de la primera venida de Dios al mundo, se dice que la sagrada familia no encontró sitio en ninguna posada. Algunas traducciones son más precisas: su lugar no era una posada. Dios prefería el silencio de un pesebre al bullicio de una posada. Todo está dicho sobre la importancia del silencio para quien quiere acoger a Dios.
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