Por Aldo Maria Valli
La cúpula de San Pedro en Roma y la cúpula del Capitolio en Washington aparentemente no tienen mucho en común. La primera es una obra maestra de Miguel Ángel del siglo XVI, colocada sobre la tumba del príncipe de los apóstoles. La segunda es una obra de estilo neoclásico del siglo XIX que completa un proyecto de origen masónico. En nuestros días, sin embargo, las dos cúpulas están, en cierto sentido, unidas por lo que sucede debajo de ellas.
La cúpula de San Pedro en Roma y la cúpula del Capitolio en Washington aparentemente no tienen mucho en común. La primera es una obra maestra de Miguel Ángel del siglo XVI, colocada sobre la tumba del príncipe de los apóstoles. La segunda es una obra de estilo neoclásico del siglo XIX que completa un proyecto de origen masónico. En nuestros días, sin embargo, las dos cúpulas están, en cierto sentido, unidas por lo que sucede debajo de ellas.
Tanto la cúpula de San Pedro como la del Capitolio de Estados Unidos guardaban grandes certezas para millones de personas: por un lado, la unidad de los católicos, garantizada por el Papa, en una sucesión continuativa a partir de Pedro; por otro lado, la unidad de la nación americana, garantizada por la Constitución, en una sucesión continuativa de presidentes.
Ahora, sin embargo, tanto debajo de la primera cúpula como debajo de la segunda, algo se ha roto. La idea misma de unidad ha fracasado. Y en su lugar se ha insinuado la duda, se ha infiltrado la sospecha, se ha abierto el camino a la división.
En este mundo tenemos muy pocas certezas, pero hasta hace poco teníamos al menos un par de ellas: "Una vez que un Papa muere, se hace otro" (Morto un Papa se ne fa un altro) y que en América la disputa entre demócratas y republicanos (aparte algunos golpes bajos inevitables y algunos contratiempo en el andar) se llevaba a cabo de manera civilizada y la democracia funcionaba.
Certezas que esfumaron.
"Una vez que un Papa muere, se hace otro" ya no vale más. Para hacer otro, el Papa puede incluso no haber muerto. Y el otro, al menos para algunos, puede que ni siquiera sea Papa o sea aceptado como tal. Quizás por haber "robado" la elección con la ayuda de cardenales reunidos en un club mafioso. La presencia de dos papas introdujo en el vértice de la Iglesia un elemento de duplicidad y confusión que abre aún más las puertas al relativismo y a una visión completamente humana de la Iglesia, relegando en un rincón su fundamento divino solo en Pedro.
¿Y en Estados Unidos?
Si había algo que nos gustaba y que envidiábamos a los estadounidenses era el fair play, Carter estrechando la mano de Reagan, el respeto mutuo entre opositores políticos unidos por valores fundamentales, ese cierto understatement. Y también la precisión de un mecanismo que, dentro de los tiempos establecidos, aseguraba la sucesión sin demasiadas sacudidas. Pero este mecanismo se averió. El dispositivo electoral demostró ser todo menos que seguro y transparente. El país está desgarrado y dividido. También aquí la duda ha penetrado profundamente, haciendo fracasar las convicciones del pasado. Y también aquí hay quien piensa que la última elección fue robada.
Tanto debajo de la primera cúpula como debajo de la segunda ya no hay nada estable. La sensación generalizada es que bajo las dos cúpulas ahora puede suceder cualquier cosa y que ambas han perdido su sacralidad. Si en San Pedro el Papa, rodeado de monseñores y cardenales, puede rendir homenaje a un ídolo pagano, los pasillos del Congreso americano pueden transformarse en un jolgorio de personas incitadas por un hombre con los cuernos.
Johan Huizinga, en “La crisis de la civilización”, escribe que si realmente queremos poner un obstáculo al avance de la barbarie, antes que nada debemos darnos cuenta de hasta dónde ha avanzado ya el proceso de disolución que nos amenaza, pero bajo las dos cúpulas esta conciencia parece pertenecer a unos pocos.
Lo que está sucediendo bajo las dos cúpulas realmente tiene el sabor del fin de una civilización. Las piedras siguen ahí y resisten al desafío del tiempo. Son los hombres debajo de las piedras los que no pueden soportar.
A pesar de las cuidadosas restauraciones (como las que se están realizando en San Pedro), en las dos cúpulas hay grietas y lesiones muy dramáticas. Metafórico, pero evidente para quien no quiera cerrar los ojos.
Traducción: Valentina Lazzari
En este mundo tenemos muy pocas certezas, pero hasta hace poco teníamos al menos un par de ellas: "Una vez que un Papa muere, se hace otro" (Morto un Papa se ne fa un altro) y que en América la disputa entre demócratas y republicanos (aparte algunos golpes bajos inevitables y algunos contratiempo en el andar) se llevaba a cabo de manera civilizada y la democracia funcionaba.
Certezas que esfumaron.
"Una vez que un Papa muere, se hace otro" ya no vale más. Para hacer otro, el Papa puede incluso no haber muerto. Y el otro, al menos para algunos, puede que ni siquiera sea Papa o sea aceptado como tal. Quizás por haber "robado" la elección con la ayuda de cardenales reunidos en un club mafioso. La presencia de dos papas introdujo en el vértice de la Iglesia un elemento de duplicidad y confusión que abre aún más las puertas al relativismo y a una visión completamente humana de la Iglesia, relegando en un rincón su fundamento divino solo en Pedro.
¿Y en Estados Unidos?
Si había algo que nos gustaba y que envidiábamos a los estadounidenses era el fair play, Carter estrechando la mano de Reagan, el respeto mutuo entre opositores políticos unidos por valores fundamentales, ese cierto understatement. Y también la precisión de un mecanismo que, dentro de los tiempos establecidos, aseguraba la sucesión sin demasiadas sacudidas. Pero este mecanismo se averió. El dispositivo electoral demostró ser todo menos que seguro y transparente. El país está desgarrado y dividido. También aquí la duda ha penetrado profundamente, haciendo fracasar las convicciones del pasado. Y también aquí hay quien piensa que la última elección fue robada.
Tanto debajo de la primera cúpula como debajo de la segunda ya no hay nada estable. La sensación generalizada es que bajo las dos cúpulas ahora puede suceder cualquier cosa y que ambas han perdido su sacralidad. Si en San Pedro el Papa, rodeado de monseñores y cardenales, puede rendir homenaje a un ídolo pagano, los pasillos del Congreso americano pueden transformarse en un jolgorio de personas incitadas por un hombre con los cuernos.
Johan Huizinga, en “La crisis de la civilización”, escribe que si realmente queremos poner un obstáculo al avance de la barbarie, antes que nada debemos darnos cuenta de hasta dónde ha avanzado ya el proceso de disolución que nos amenaza, pero bajo las dos cúpulas esta conciencia parece pertenecer a unos pocos.
Lo que está sucediendo bajo las dos cúpulas realmente tiene el sabor del fin de una civilización. Las piedras siguen ahí y resisten al desafío del tiempo. Son los hombres debajo de las piedras los que no pueden soportar.
A pesar de las cuidadosas restauraciones (como las que se están realizando en San Pedro), en las dos cúpulas hay grietas y lesiones muy dramáticas. Metafórico, pero evidente para quien no quiera cerrar los ojos.
Traducción: Valentina Lazzari
Fuente: Duc in altum
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