Por José Domingo Götte
Y viene a contrapelo del año anunciado por Jorge Mario Bergoglio para este 2.021 sobre el estudio y profundización, a 5 años de Amoris Laetetia, que ha venido a quebrantar la doctrina milenaria de la Iglesia, aún más con la carta enviada como respuesta a los obispos argentinos del 5 de septiembre de 2.016 dando su interpretación a este texto y ambas cartas publicadas en el Acta Apostolicae Sedis de octubre de dicho año.
Sin desconocer la durísima lucha que debe entablar el hombre y que llevó a los Apóstoles a exclamar: “Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse” Mt.19,10.
Pero Dios da la respuesta a nuestra fragilidad: “porque no hay nada imposible para Dios” Lc 1,37
Como nos había alertado Jesús debido a la dureza del corazón de los judíos, Moisés había permitido el divorcio. Pero esa no era la voluntad final de Dios. Por eso Jesús corrige este desvío y la Iglesia fiel a Cristo ha defendido a capa y espada la indisolubilidad matrimonial refrendada con la sangre de sus mártires como san Juan Bautista y Santo Tomás Moro. Aún a costa de perder un país como Inglaterra por el capricho de Enrique VIII queriendo una nulidad matrimonial que no era tal y ante la apostasía de la mayoría de la Iglesia Católica que pasaría a ser la iglesia anglicana(¿alguna similitud con lo que ocurre hoy en día?)
Tantos sacrificios y dolores para ahora intentar cambiar la doctrina.
La misión de la Iglesia fiel a Cristo es como nos dice la carta encíclica Casti Connubii: “…es necesario primeramente iluminar las inteligencias de los hombres con la genuina doctrina de Cristo sobre el matrimonio; es necesario, además, que los cónyuges cristianos, robustecidas sus flacas voluntades con la gracia interior de Dios, se conduzcan en todos sus pensamientos y en todas sus obras en consonancia con la purísima ley de Cristo, a fin de obtener para sí y para sus familias la verdadera paz y felicidad”. Casti Connubii n° 1
“… quede asentado, en primer lugar, como fundamento firme e inviolable, que el matrimonio no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido, confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza, y de Cristo Señor, Redentor de la misma, y que, por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges. Esta es la doctrina de la Sagrada Escritura, ésta la constante tradición de la Iglesia universal, ésta la definición solemne del santo Concilio de Trento, el cual, con las mismas palabras del texto sagrado, expone y confirma que el perpetuo e indisoluble vínculo del matrimonio, su unidad y su estabilidad tienen por autor a Dios”. Casti Connubii N° 3
Esta encíclica nos recuerda los fines del matrimonio hoy ya casi olvidados:
“Tengan, por lo tanto, en cuenta los padres cristianos que no están destinados únicamente a propagar y conservar el género humano en la tierra, más aún, ni siquiera a educar cualquier clase de adoradores del Dios verdadero, sino a injertar nueva descendencia en la Iglesia de Cristo, a procrear ciudadanos de los Santos y familiares de Dios, a fin de que cada día crezca más el pueblo dedicado al culto de nuestro Dios y Salvador”. Casti Connubii N° 7
“El segundo de los bienes del matrimonio, enumerados, como dijimos, por San Agustín, es la fidelidad, que consiste en la mutua lealtad de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial”. Casti Connubii N° 9
Valga esta breve introducción para despertar el deseo de su lectura completa como homenaje a Pío XI y a su encíclica surgida en un mundo que comenzaba a resquebrajarse profundamente y destructivamente de la sociedad, cuya célula básica empezaba a ser atacada con virulencia desde afuera de la Iglesia.
Lamentablemente con tanto cambio hoy ya no queda casi nada en pie. Y más lamentable que desde las más altas jerarquías eclesiásticas haya comenzado a deformarse la doctrina hasta ver con normalidad las parejas en nueva unión y que a través de un camino de “discernimiento” puedan recibir la Comunión sin dejar su situación pecaminosa.
Se puede tener comprensión y caridad con estas parejas pero el mayor bien que les podemos hacer es recordarles la voluntad de Dios desde los orígenes de la Creación: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne” Gén.2,24 y agrega Jesús: “Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” Mt.19,6
Nadie tiene el poder de cambiar esta doctrina divina.
Y para finalizar recordemos las palabras del Apóstol San Pablo: “Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio. Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os predicase un evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema” Gál.1,6-9.
Seamos fieles a Cristo que por nuestro bien nos dió el sacramento del Matrimonio y su doctrina.
“A causa de esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer, y los dos serán una carne. Este misterio es grande; más yo lo digo en orden a Cristo y la Iglesia”. Ef.5,31-32.
Adelante la Fe
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