Hoy, Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, la SEMANA por excelencia sobre todas las demás semanas del Año Litúrgico, el diario ABC trae una imagen que ciertamente, a las personas de Fe, nos ha impactado profundamente: un chico joven, arrodillado en la calle, rezando, ante la puerta -cerrada por decreto episcopal- de una parroquia sevillana. Impacta y acusa, claro.
Es la penosa imagen de la Iglesia Católica en España, casi en su totalidad. El “casi” lo han aportado los señores Obispos que, sabedores de que en su Diócesis, mandan ellos en exclusiva -y en exclusiva darán cuenta ante el Señor Dios de cómo han vivido su mandato-, han decidido, por ordeno y mando también, que sus parroquias siguen abiertas y operativas, a todos los efectos, al servicio de sus hijos, que son los de Dios.
Con esta decisión, ni desoyen a las autoridades públicas -porque no han dicho una sola palabra sobre las iglesias: les ha parecido lógico que funcionen-, ni a la CEE, que no lo ha decretado y que por otro lado no tiene ningún poder ni ninguna autoridad efectiva sobre ningún obispo para imponerles NADA en sus diócesis respectivas.
Una imagen -las parroquias cerradas- que contrasta -¡qué santa envidia, y qué estímulo!- con la de los miles y miles de profesionales que han tenido que seguir, al pié del cañón, sirviendo a sus semejantes, a costa de contagiarse o, incluso, de morir en acto de servicio. Sanitarios de todas las categorías, miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad; más otros grupos que no podían cerrar, desde supermercados hasta farmacias, pasando por la gran cantidad de gente que se dedica a las limpiezas o a la atención domiciliaria de tantas personas necesitadas. TODOS sirviendo en su sitio. Y sin las protecciones adecuadas: no han tenido ni eso por parte de los poderes públicos.
Una imagen -las parroquias cerradas a cal y canto- que NUNCA se ha visto en la Historia bimilenaria de la Iglesia. La Iglesia Católica NUNCA ha cerrado: cuando no ha podido vivir a la luz del día y a la vista de todos, se las ha ingeniado para meterse literalmente bajo tierra y seguir siendo LA Iglesia de Jesucristo, “contra viento y marea”": una “marea” y unos “vientos”, que se cobraban tu cabeza si te pillaban. Todo, menos CERRAR. Esta ha sido la Historia Eclesial hasta nuestros días.
Porque, ¿en quiénes se han mirado muchos para decretar el cierre? NO ha encontrado mejor sitio en el que mirarse que en toda esta criminal, corrompida y corruptora “casta” política: enferma de mentira, de corrupción, de poder, de ansias de enriquecerse… y de matar a los demás. ¡Que ya son ganas de mirarse en algún sitio! ¿Y no lo han encontrado mejor?
Unos tíos, los políticos con mando en plaza, con poder activo -o en la “oposición”: de risa, si no fuese por la tragedia que nos afecta a todos-, que son más dañinos que todos los “bichos” habidos y por haber, por pequeños o grandes que sean.
Porque el MAL MORAL, el PECADO y las ESTRUCTURAS de PECADO, el mal que tiene su origen en el hombre -un solo PECADO MORTAL- es INFINITAMENTE más corrosivo y más dañino que todo el mal físico junto. Es más: todos los males físicos y morales son consecuencia directa del PECADO. Se admita esto o no. Como está en la Escritura Santa, no lo pienso discutir.
¡Pero es que ni siquiera a esos que pueblan y activan esas estructuras se les había ocurrido -y si se les había ocurrido, se lo habían callado: razones verían, aunque fuesen egoístas y cutres- el que la Iglesia cerrase!
¿Entonces?
Eso sí. A los no pocos días, y quizá “sacudidos” por el subconsciente o por algún asistente eclesial un poco avergonzado con esta “pandemia inmoral” -con las honrosas excepciones de rigor, que las hay- han empezado a inundarnos de palabritas empalagosas y sentimentaloides, con “videos” de lo que se tenía que hacer con las puertas bien abiertas -y que fuese quien quisiese-, y con ridiculeces de parvulillos o de seminaristas del menor, cuando los había. Realidad -no imagen- de en qué y para qué están tantos y tantos en la Iglesia; o en qué se han convertido. La plaza vacía de San Pedro es su ICONO más exacto. Sobran las explicaciones.
Ninguna “Misa retransmitida” por el sistema que sea es una MISA “real”: se pongan como se pongan, y nos digan lo que primero se les ocurra. Porque siempre faltará lo que la Misa ES: Cristo realmente PRESENTE, toda la VIDA, toda la actualidad de Cristo hecho SACRIFICIO y hecho ALIMENTO -ya que con la Palabra no basta en absoluto: eso es lo específicamente protestante- en favor nuestro. Esto, por parte de Cristo.
Por nuestra parte, siempre faltaría NUESTRO “ESTAR” -que es lo que en realidad significa “oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar-, por haber respondido a su convocatoria y a su invitación: Tomad y comed… Tomad y bebed… Es decir: faltaría -NO HAY, porque NO PUEDE HABER-, ENCUENTRO REAL, PERSONAL, entre Él y cada uno de nosotros… que es para lo que Él ha venido, precisa y exclusivamente.
Y lo celebramos precisamente cada Semana Santa, de la manera más solemne, más devota y más enardecidos de Amor , de Fe y de Esperanza de lo que somos capaces: tanto los miembros del estamento clerical, como todos y cada uno de los fieles.
Y todo esto es lo que nos han impedido y, por tanto, prohibido. Y no parece que se den especial cuenta. ¿Quizá ya se les ha olvidado, incluso? Salvo honrosas excepciones, que las hay.
Y si nos metemos en si tienen “derecho”, o sea, “potestad” para mandar una cosa así… Me temo que aún el destrozo, en su conciencia, puede ser mayor. Porque el acceso a los Sacramentos es un DERECHO “de los FIELES” -el derecho, una vez bautizados, a recibir los medios de Salvación, en especial los Sacramentos-, cuando lo piden válida y razonablemente.
Y cuando nos consta, a los que tenemos la obligación de administrarlos, que lo reciben con las debidas disposiciones. Esta es nuestra responsabilidad: que “se reciban válidamente”. Pero ¿qué sacerdote se puede sentir, en conciencia, con derecho a impedir que se comulgue, se confiese, se bautice o se dé la Unción de Enfermos? ¿Alguien quiere asumir, ante Dios, esa responsabilidad? ¿Esa es la imagen exacta del “administrador fiel y prudente”?
Yo ayudo en una parroquia todos los domingos y festivos en una Diócesis, de las muy poquitas, donde todo sigue igual, por parte nuestra: porque así nos lo ha dicho a los sacerdotes el señor Obispo. Y ahí estamos. ¿Que viene mucha menos gente? Están en su derecho, máxime cuando se les ha eximido de toda obligación moral al respecto. Perfecto. Pero nosotros, los sacerdotes, con el Obispo a la cabeza, sí estamos. Porque DEBEMOS estar.
Todo esto pasará, qué duda cabe. Pero, lo mismo que las consecuencias materiales -económicas, por ejemplo-, debido al mal hacer y a la incompetencia criminalmente manifiesta del gobierno, va a tardar mucho más en enjugarse, lo mismo va a pasar por la parte eclesial: el daño a la Iglesia, inferido en el corazón y las conciencias de sus hijos, por esta decisión nefasta del cierre absoluto va a traer mucha, pero que mucha cola. Está toda ella al servicio -a contrareloj- de la gran descristianización y de la paganización de la sociedad.
Ni hecho aposta. Al dolorosísimo tema solo le faltaba esto. Y ahí está. Instalándose. ¡Y por orden de la superioridad, que ya es ordenar!
A rezar: ahora sí que todo puede ser poco. Esperemos que, por intercesión de nuestra Madre la Virgen María -va a tener que repetir su absoluta Soledad en esta Semana Santa- y de San José, su Hijo se apiade de todos nosotros.
¡Ven, Seños Jesús! ¡Ven, no tardes!
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