viernes, 5 de abril de 2019

EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS

En diciembre de 2015 denunciábamos en este blog la colonización episcopal que estaba realizando el Papa Francisco en Argentina, nombrando obispos a mansalva, tomados todos ellos del lumpenaje clerical, y cuyo ejemplo más acabado es el sacrílego Mons. Chino Mañarro del que hemos hablado abundantemente aquí y aquí.


Este deporte autofágico lo está practicando en otras latitudes. Hace pocas semanas nombró arzobispo de Lima al P. Carlos Castillo Mattasoglio, el teólogo de la liberación más cercano a Gustavo Gutierrez, y ayer nombró a Mons. Wilton Gregory como nuevo arzobispo de Washington quien, dadas las semejanzas, no sabemos si tiene algún parentesco con el vistoso arzobispo anglicano de York. El caso es que este señor ocupará la sede que fuera del monstruoso abusador Sr. McCarrick y de su sucesor y encubridor, cardenal Wuerl. Lo interesante del nombramiento es que el nuevo arzobispo de la capital del mundo no solamente fue secretario del cardenal Bernardin, arzobispo de Boston y paradigma de los encubridores de sacerdotes abusadores de menores, y sino que también es un activo promotor de la agenda LGTB. Si alguien esperaba que en Estados Unidos comenzaría a sanarse y solucionarse el catastrófico drama de los abusos y de la homosexualidad dentro del clero, puede perder las esperanzas: el prelado nombrado es justamente el que nunca hará nada al respecto. Se entiende entonces la furia de una enorme cantidad de fieles americanos que están pidiendo a la Santa Sede que dé marcha atrás con la nominación.

Vale la pena recordar en estas circunstancias la propuesta que hicieron los obispos españoles durante el Concilio de Trento para proceder a las nominaciones episcopales. El canon que propusieron en el aula se llamó: “Del examen de los candidatos al episcopado” (De examine promovendorum ad Ecclesiae cathedrales) y precisaba hasta en sus menores detalles, el contenido de dicho examen, que tenía que ser concienzudo, público y riguroso. El nombre del candidato y su fecha de nacimiento tenían que darse a conocer desde el púlpito de la catedral y de las parroquias de la diócesis y figurar expuestos en carteles públicos durante quince días, para asegurarse de que todo el mundo estaba plenamente informado sobre el aspirante. Clérigos y seglares estaban obligados a informar de posibles motivos por los que en su opinión un determinado candidato no debería ser promovido al episcopado. El candidato tenía que presentar testigos dignos y cualificados que, además de opinar sobre el carácter del candidato, podían ser interrogados por el arzobispo que presidía el tribunal y por otras personas, y naturalmente el candidato estaba obligado a presentar toda la documentación relativa a los grados académicos y otros títulos o diplomas que poseyese. Finalmente, el candidato era examinado por el arzobispo y otras personas presentes, y predicaba un sermón a manera de prueba (Cf. Robert Trisco, “The Debate on the Election of Bishops in the Council of Trent”, en Jurist 34 (1974), pp. 257-291).


Wanderer




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