miércoles, 10 de abril de 2019

SOBRE LA DIGNIDAD Y LA MUERTE DIGNA


El grado de cinismo alcanza cotas insuperables al llamar a la eutanasia o al suicidio asistido “muerte digna”. Si una persona está sufriendo, física y/o emocionalmente, lo que habrá que hacer es paliar esos sufrimientos, en lugar de despacharla con un brebaje mortífero.

Por Nicolás Jouve



El suicidio asistido de María José Carrasco ha conmovido a la opinión pública española en los últimos días. A pesar del consentimiento mutuo del matrimonio y de todos los elementos emotivos del caso, que ya un juez determinará si constituyen elementos eximentes, sorprende la forma, la grabación en directo, la difusión inmediata en medios de comunicación y sobre todo, el escenario y la soledad de la pareja lejos de un ambiente médico. Por ello, conviene aclarar si hechos como este se pueden calificar de “muerte digna”.

Se entiende por dignidad el valor inherente de todo ser humano por el mero hecho de serlo, por su condición de persona, con sus características y condiciones particulares, simplemente por tratarse de un ser humano. No se trata de una cualidad que se otorga, sino que se reconoce. La dignidad es consustancial al ser humano. No depende de ningún tipo de condicionamiento ni de diferencias étnicas, de sexo, de condición social, ni de salud física o psíquica. La dignidad no debe confundirse con la calidad de vida.

Si no tenemos claro que significa el término dignidad cometeremos el error de creer que hay personas que son más dignas de vivir que otras, incluso que algunas personas no son dignas de vivir… lo que nos llevará a justificar no solo la eutanasia, sino lo que ocurrió en la Alemania de los años treinta. No creo que matar en una cámara de gas sea lo que eufemísticamente algunos califican como “muerte digna”.

Aparte de las razones morales o éticas, tan solo desde la perspectiva biológica, el ser humano tiene unas características extraordinarias y específicamente humanas que le hacen merecedor de la dignidad. Una persona no es un animal, ni una cosa, ni un objeto de usar y tirar. La vida es el principal y primero de todos los derechos humanos y nadie tiene derecho ni sobre su vida ni sobre la de los demás.

Un argumento unido a la dignidad que constituye un principio sobre el que la humanidad ha estado luchando durante siglos, es el de la “igualdad”. El reconocimiento de la dignidad de los demás conlleva la aceptación del principio de igualdad de todos los hombres. La dignidad es fundamental en todas las grandes declaraciones sobre los derechos humanos, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el Convenio de Oviedo para la protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina de 1997, la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, de la UNESCO de 1997, los códigos deontológicos sobre la ética en la práctica de la Medicina, etc., etc.

Dicho lo anterior, es obvio que la dignidad alcanza por igual a toda vida humana, al margen del momento del ciclo biológico, coeficiente intelectual, cultural, etnia o cualquiera otra circunstancia física o mental que afecte a las personas. Como decía la Dra. María Dolores Vila-Coro: «un individuo no es persona porque se manifiesten sus capacidades, sino al contrario, éstas se manifiestan porque es persona».

En Biología diríamos, que un individuo no es un ser humano porque se manifiesten sus rasgos humanos, sino que estos se manifiestan por tener ADN humano. Por ello, se ha de reconocer con los mismos derechos y la misma dignidad a todo individuo desde que se constituye la información de la que dependen las características biológicas propias de los seres humanos. Esto incluye desde la etapa embrionaria a la adulta, independientemente de si se han desarrollado todas o parte de sus capacidades, o de si está dormido, temporalmente inconsciente, en estado de coma, etc.

A pesar de esto, hay quien cuestiona el calificativo de persona a los embriones, los fetos, las personas con deficiencias mentales o a los discapacitados. En determinados sectores políticos imbuidos por estas ideas, se trata de medir a las personas en función de unos parámetros meramente físicos o mentales, y se confunde la “calidad de vida” con la dignidad. Si se piensa así, es fácil llegar al disparate de pensar que alguien ya no merece seguir viviendo y como consecuencia legislar para acabar con él. ¿Es eso la muerte digna?

Si no se reconoce el mismo valor, la misma dignidad, a todas las personas surge la ley del más fuerte y se podrá terminar como en la Alemania de los años treinta. Piénsese esto antes de dar el primer paso, porque, una vez dado, se seguirá una pendiente deslizante de difícil retorno, como ha ocurrido en Holanda, donde en 2002 se aprobó una ley de despenalización de la eutanasia y tras sucesivas reformas, siempre para hacerla más extensiva, ya están en la aplicación de una ecuación para medir la calidad de vida de los recién nacidos y en función de ello aplicar una eutanasia neonatal.

Lo que está ocurriendo es que en las sociedades postmodernas actuales se imponen las soluciones fáciles. Siempre será más fácil eludir un problema que afrontarlo. Siempre será más fácil implementar un pretendido derecho a morir que considerar la obligación de curar. Siempre será más fácil, y por supuesto más barato, eliminar a un enfermo terminal que tratar de aliviar su sufrimiento o procurar su bienestar hasta que la muerte suceda de forma natural. Siempre será más fácil la eutanasia que los cuidados paliativos.

El grado de cinismo alcanza cotas insuperables al llamar a la eutanasia o al suicidio asistido “muerte digna”. La muerte no admite calificativos, es algo natural que nos alcanzará a todos. No se puede calificar de muerte digna a una muerte provocada. Si una persona está sufriendo, física y/o emocionalmente, lo que habrá que hacer es paliar esos sufrimientos, en lugar de despacharla con un brebaje mortífero o de retirarle los cuidados mínimos para que se extinga lo que le quede de vida.

En España, según datos de la Asociación Española de lucha Contra el Cáncer (AECC), existe un déficit enorme en la calidad, cantidad y disponibilidad de los recursos a los que tienen acceso los pacientes y sus familiares en la fase de enfermedad avanzada. Aproximadamente el 50% de los pacientes no tiene acceso a este tipo de atención cuando les es precisa. Parece mentira que esto esté pasando en la sanidad pública española, considerada una de las mejores del mundo. Téngase en cuenta que una asistencia paliativa temprana reduce las hospitalizaciones innecesarias y el uso de los servicios de salud.

Téngase también en cuenta que no es lo mismo cuidados paliativos que obstinación terapéutica. Cuando hablamos de cuidados paliativos no estamos hablando de mantener de forma artificial y a toda costa la vida de un paciente, sino de no renunciar a los medios mínimos necesarios para mantenerle hasta que la muerte suceda de forma natural, acorde con su dignidad y al mismo tiempo aliviar los dolores. Se trata de valorar los medios terapéuticos proporcionados a las dolencias del paciente para hacer posible lo que señala el Código de y Deontología Médica de la Organización Médica Colegial Española: “El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Y cuando ya no lo sea, permanece su obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir el bienestar del enfermo, aun cuando de ello pudiera derivarse, a pesar de su correcto uso, un acortamiento de la vida”.

En 2017, de acuerdo con un análisis de la situación, la Organización Médica Mundial señaló que los Cuidados Paliativos constituyen un elemento fundamental de los servicios sanitarios integrados y centrados en la persona, en todos sus niveles de atención, el físico, el psicológico, el social y el espiritual. Es en esto en lo que hay que incidir, y es esto lo que sabe hacer un buen médico especialista en paliativos. No se comprende que se traten de implantar leyes como la de la eutanasia, contraria a la dignidad, sin antes haber desarrollado adecuadamente los servicios paliativos. Hay que evitar el sufrimiento a las personas y sus familiares. Hay que evitar que sucedan casos como el de Ángel Hernández y María José Carrasco, que tuvieron que convertir su casa en un improvisado hospitalillo para, solos y tras años de sufrimiento, adoptar la menos digna de las soluciones, el suicidio asistido.


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