Por Alfonso Basallo
¿Defender la vida es confesional?
Veamos. El aborto no tiene nada que ver con las categorías ateo-religioso o izquierda-derecha. Se puede ser aconfesional y defender la vida. No pasa por ahí la cuestión. Se trata de civilización frente a barbarie. No hace falta ser creyente ni de derecha para darse cuenta de que es un crimen liquidar una vida indefensa en el seno materno, de que las leyes despenalizadoras son incompatibles con el Estado de derecho y la democracia, y de que legitimar el asesinato de inocentes es totalitarismo. De eso se trata.
En ese sentido resulta un tanto hipócrita hablar de plazos o supuestos, como si eso atenuara la atrocidad. Como si la dignidad de la vida humana se pudiera medir con el metro. Si admitimos que una vida de 19 milímetros (lo que mide un embrión de 8 semanas) es liquidable e inferior a una vida de 10 centímetros (un feto de 14 semanas), estamos admitiendo que hay vidas de segunda categoría, y dando por bueno que hay razas inferiores y que, por lo tanto, pueden ser “extirpadas como un tumor cancerígeno” como decía el autor de Mein Kampf, por poner un ejemplo gráfico.
La prueba es que, cruzada esa raya roja, poco importa que esa vida sea intra o extrauterina. Lo acabamos de ver en el Senado de EEUU, que ha dado carta blanca al infanticidio, al bloquear los miembros del Partido Demócrata una propuesta legislativa para proteger la vida de los bebés que sobreviven a un aborto.
Cada vida tiene un valor incalculable, no te puedes conformar con que en vez de un aborto cada cinco minutos -como ocurre ahora en España- haya un aborto por hora. ¿Sería un logro conseguir que en vez de mil judíos en la cámara de gas, se asfixiaran solo cien? Desde luego, más vale que se salven 900, pero ¿nos conformaríamos con eso?
Es cierto que se trata de un problema de gran complejidad, consecuencia de varios factores: desde el drama de mujeres sin recursos o sin apoyo que se ven abocadas a la terrible tesitura hasta la cultura antinatalista implantada en Occidente en los últimos cincuenta años, pasando por los intereses creados de la cultura de la muerte (las farmacéuticas que lucran con la anticoncepción o la esterilización, multinacionales como Planned Parenthood, o los abortorios que hacen fortunas cepillándose vidas humanas).
Y no resulta fácil desmantelar el entramado económico del aborto, igual que no era sencillo desmantelar el de la esclavitud. Sin duda.
En España, la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, apelando al progreso y al desarrollo (¿?), dijo que España cuenta con el aval de la OMS para practicar abortos seguros y el respaldo de Naciones Unidas y la UE. Lo que usted llama progreso, señora ministra, es crimen organizado.
Por seguir con la desafortuna metáfora del progreso, la señora Carcedo llegó a decir que “cuestionar el aborto es volver a la Edad Media”. En realidad, no hemos salido de ella. Sólo que los verdugos no llevan capucha sino batas blancas y estetoscopio.
Comprendo que hay mucho dólar y mucho euro de por medio, igual en la Alemania nazi había millones de marcos en juego. La empresa germana Degesch, fabricante de pesticidas que elaboraba el Zyklon-B, duplicó sus dividendos entre 1942 y 1944, ya se pueden imaginar por qué. Diez millones de euros anuales ganan los laboratorios con la píldora poscoital. Schering se enriquece comercializando en España la píldora abortiva RU-486. Y una red de clínicas ingresa millones de euros practicando abortos.
No, no es un tema de izquierda-derecha, ateísmo-religión… sino de dignidad humana, de decencia. No es que los agnósticos o los de izquierda tengan carta blanca para cargarse niños y los católicos no, porque su religión se lo prohíbe. No vale escudarse en etiquetas como “católico-ateo” para lavarse farisaicamente las manos, como ha hecho el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, tras aprobar la ley que permite el aborto durante todo el embarazo e incluso deja morir al bebé si sobrevive a la práctica. El cardenal Timothy Dolan ha centrado la cuestión con claridad meridiana: “Reducir la defensa de los derechos humanos de los niños por nacer a un ‘asunto católico’, es un insulto a nuestros muchos aliados de distintas religiones o de ninguna”.
El Decálogo prohíbe desmembrar niños en el vientre materno, porque es elemental: igual de elemental que robar, estafar, torturar o violar. La diferencia es que estas últimas son delitos, además de pecados, y el aborto no, porque ha sido despenalizado en las legislaciones de Occidente.
Y ese pequeño detalle lleva a muchos al despiste… o a la patente de corso. Suele ocurrir cuando se convierte en legal lo que es inmoral, que se blanquea lo negro y se tapa lo corrupto, y todos se tranquilizan. Pero lo negro sigue siendo negro y lo corrupto, corrupto. Igual que eran negras las leyes racistas o genocidas de la Alemania nazi, sólo que como “aquello” era legal, la sociedad miraba para otro lado y pocos se inquietaban cuando oían trenes en la madrugada con los vagones llenos camino de Auschwitz.
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