viernes, 15 de febrero de 2019

COSA TERRIBLE ES LA RELIGIÓN

Escribe Chesterton en su Santo Tomás de Aquino (4,2): “La religión es una cosa muy terrible, que es verdaderamente un fuego devorador, y que tan frecuente es que sea necesaria la autoridad para ponerle freno como para imponerla”

Los último años, meses y semanas nos han dado oportunidad de comprobar la verdad de esta afirmación: la religión es cosa terrible. 

La desconcertante multitud de casos de abuso sexual y de otro tipo por parte de religiosos, demuestra que la religión puede ser usada para los fines más bajos. 

Creo que los “abusadores eclesiales” pueden clasificarse en tres tipos: los que son pervertidos tout court y se metieron a cura para desfogar más fácilmente su perversión; los que son enfermos mentales -psicópatas en la mayoría de los casos, con una enorme cuota de narcisismo-, y que la religión o el ámbito religioso en el que se desenvolvían les permitió extremar su enfermedad, y aquellos que entraron en religión de buena fe, tratando de ser buenos religiosos o sacerdotes, y cedieron en una ocasión a la tentación, y después siguieron cediendo, y después ya no pudieron salir del pantano como le pasó al inglés de la fábula de Castellani.


La peligrosidad de la religión no se ciñe exclusivamente a los casos extremos de los abusos sexuales. Últimamente están comenzado a aparecer datos sobre hechos que están universalizados y que yo, ingenuamente quizás, creía que se reducían solamente a uno o dos institutos religiosos. Me refiero a la alarmante cantidad de intentos de suicidio en congregaciones religiosas femeninas de reciente fundación, a los numerosísimos casos de depresión crónica que sufren las religiosas y a la consecuente ingente cantidad de antidepresivos, antipsicóticos y ansiolíticos que consumen. Según una publicación seria, hay comunidades que destinan mil euros mensuales a la compra de psicotrópicos. No me parece mal que haya monjas que, ocasionalmente, tengan que recurrir a medicación psiquiátrica, como otras tendrán que recurrir a medicación para el hígado. El problema es la cronicidad y la alta frecuencia de los casos, lo cual es signo evidente de que algo no está funcionando bien. Y lo asombroso es que los superiores no se den cuenta de la situación, la atribuyan a “tentaciones” demoníacas y exijan a las pobres enfermas que continúen sufriendo en el convento -y cortándose las venas -literaliter- de vez en cuando- en vez de decirles que vuelvan a su casa y encuentren marido. Los superiores ordenan y ellas obedecen porque la religión es cosa terrible y muy peligrosa cuando se deja en manos de irresponsables.
Y si a estos pesares que sufren las monjas, les agregamos los casos de abuso sexual hacia ellas que yo desconocía, la verdad es que cualquier padre debería pensar más de cinco veces antes de dejar que su hija entrara a un convento. La situación es demasiado dolorosa y nauseabunda para nadar en ella, pero los casos que se están destapando ocurrían en institutos religiosos conservadores: la Comunidad de San Juan y las Franciscanas de la Inmaculada.
No vale la pena seguir revolviendo el basural, pero sí es necesario e ineludible preguntarnos una y otra vez cómo fue posible que en la Iglesia se formara tal estercolero. Y no hace falta irse lejos para toparnos con él. 


Miremos nomás lo ocurrido en nuestro país en los últimos años. Haciendo una cuenta rápida, me vienen a la memoria cinco institutos religiosos de reciente fundación que han tenido serios problemas por episodios de abuso de distinto tipo. En todos los casos, los fundadores fueron alejados de sus puestos, y tres de ellos están castigados, sea por la justicia canónica o por la justicia civil, con regímenes de prisión. 

¿Qué tienen en común estos institutos? Varios elementos, de los que destaco dos: eran conservadores y el fundador poseía un fuerte carisma natural y un pretendido carisma sobrenatural. 


Este tipo de institutos religiosos conservadores atraían muchas vocaciones, lo cual resulta comprensible porque, si un joven toma la decisión de entregarse a Dios, buscará un lugar que perciba como serio y exigente, y no le interesará el ambiente mistongo y fofo que ofrecen los progres. ¿Y qué más quiere el zorro -es decir, el fundador- que encerrar en su propio gallinero muchas tiernas gallinitas -es decir, muchachitos- para sus solaz y refocilo? Las defensas que han esgrimido cuando se han revelado sus perversiones, son antológicas: “Fue sólo un besito”, dijo uno; y sus adláteres agregaban: “Es una enfermedad que tiene el Padre fundador; hay que comprenderlo”. Otro declaró que, en realidad, el muchachito lo sedujo. Yo me pregunto por qué, si tenía un novicio que andaba seduciendo superiores, no lo expulsó de inmediato. Por otro lado, si un novicio lo sedujo, el superior se dejó seducir. Consecuentemente, en ese caso lo que correspondía era que ese superior abandonara su monasterio y se fuera de capellán de un hospital en Bolivia, donde las posibilidades de seducción iban a disminuir notablemente. 

La otra característica en común es la que tiene que ver con el pretendido “carisma”, que aparece como una suerte de voluntad explícita de Dios o revelación sobrenatural acerca de las maravillas y excelencia de ese instituto religioso en particular. Curiosamente, muchos de estos fundadores aseguran haber tenido una aparición que les ordenaba fundar. Y esto, una vez más, es cosa terrible como la religión. En todos los casos, las situaciones de abuso eran conocidas por otros miembros de la comunidad religiosa, y callaban, y pedían que se callaran aquellos que se enteraban de la situación. Y esgrimían como motivo "el bien mayor". “Esta nueva congregación religiosa es un don de Dios a la Iglesia y muchas almas se salvarán por ella. Dios lo quiere. No podemos tirar todo por tierra. Son miserias humanas que debemos perdonar”. No se les ocurría, ni se les ocurre pensar, que en muchos casos esa supuesta “congregación religiosa” no es sino la veleidad de un psicópata que se creyó el elegidos por Dios para reformar la Iglesia, o la vida religiosa de la Iglesia, o la vida apostólica de la Iglesia, o la vida monástica de la Iglesia.
Se trata de fantasías de enajenados “tan terrible como un fuego devorador”, según Chesterton. Y en estas situaciones, “es necesaria la autoridad para poner límites”. Pero los obispos, que son los que ejercen tal autoridad, no pusieron límites sino que autorizaron y erigieron esas fundaciones en sus diócesis. Me he preguntado en las últimas semanas cómo es posible que los obispos no hayan tenido el discernimiento mínimo para negar tal autorización. Creo que no es cosa tan difícil y compleja, cuando se tiene alguna experiencia en el trato de personas, darse cuenta cuando estamos frente a un psicópata. Un amigo, más sabio y más viejo que yo, me respondió que, si hubiesen tenido discernimiento, no habrían sido obispos, y tiene razón. Conclusión: la autoridad primera e inmediata que debería haber frenado estos desvaríos, no estaba preparada para hacerlo, ni en Argentina ni en ningún lugar del mundo.


Creo yo que el Santo Padre debería establecer una suerte de veda por la cual, durante cien años, se prohibiera la fundación de nuevos institutos religiosos.


“¿Pero qué hacemos?”, dirán algunos, “con los jóvenes que manifiestan vocación religiosa. Las congregaciones que existen son todas un desastre”.
Pues mejor es que ese joven no pueda seguir su vocación, a que termine violado por su superior. Y las buenas opciones siguen existiendo; lo que ocurre muchas veces es que no responden exactamente a lo que la fantasía de cada cual pretende. Si el joven tiene vocación a la vida monástica, buenos y tradicionales monasterios benedictinos hay en el mundo donde puede acudir, como Fontgombault y sus casas “hijas” o Le Barroux. Y si no se siente a gusto con los gabachos, puede irse a Clear Creek. Y si cree que él no puede abandonar su patria porque es este es el mejor lugar del mundo, entonces no tiene vocación monástica ni religiosa, pues ambas exigen el abandono total de lo todo lo terreno. Si se inclina por la vida activa, hay reductos: la provincia dominica inglesa, o las provincias argentina y polaca de los escolapios, o el Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote o la Fraternidad San Pedro, por ejemplo. Y si nada de eso es lo que busca, pues vuélvase a su casa y cásese. Y si no quiere casarse, siga el consejo de San Pablo y quédese soltero, que en los tiempos que vivimos, cada uno se salva como puede y no como quiere. 



Esta foto es de la misa pontifical celebrada el domingo pasado (10/02/2019) por el obispo de Shrewsbury (Inglaterra) en su catedral; hay atisbos de esperanza. (¿Alguien imagina a un obispo argentino celebrando un pontifical en rito extraordinario? Menos mal que nuestro país está especialmente bendecido por la Virgen, que si no, estábamos en el horno….)

Nota sobre la vida monástica: Esta veda o prohibición que sugiero de fundar nuevos institutos religiosos debería ser particularmente severa para cualquier iniciativa de fundar “vida monástica”, que suele convertirse en terreno propicio para las más disparatadas y peligrosas fantasías por la naturaleza misma de ese tipo de vida. La única posibilidad debiera ser que el fundador fuera un monje ya suficientemente formado en algún monasterio serio y reconocido.Y el motivo es porque es esto lo que siempre ocurrió en la Iglesia.
Hasta donde sé -y alguien que sepa más que yo podrá corregirme-, ninguna fundación monástica seria y arraigada nació a partir de las lecturas o veleidades místicas de un curita piadoso. Las diversas órdenes monásticas, tanto de Oriente como de Occidente, nacieron todas de monasterios anteriores. El único que comenzó de la nada fue San Antonio Abad, y por algo se lo reconoce como “padre de monjes”. El primer monasterio egipcio -siglo IV- fue el de Skete, fundado por San Macario el Grande, discípulo de San Antonio. Y de allí nacieron las fundaciones posteriores de Nitria y Kellia, y el monacato se fue propagando por el resto del mundo oriental.
En Occidente, San Benito estuvo en contacto permanente con los monjes durante su retiro en Subiaco y en su primera comunidad habían monjes venidos de otros monasterios. El Cister nació con San Roberto de Molesmes que era benedictino; la Trapa nació con el P. Rancé, que era cisterciense; San Bruno fundó la Cartuja luego de pasar un tiempo en Molesmes con San Roberto, y no muchas más órdenes monásticas masculinas quedan para contar.


Veamos un caso emblemático. La Revolución Francesa destruyó completamente el monacato en Francia. Los vida monástica benedictina fue restaurada por dom Prosper Guéranger en 1837. Era un cura diocesano, con vocación monástica, que se instruyó primero al respecto. Luego, con permiso de su obispo, compró el antiguo y ruinoso monasterio de Solesmes. Allí se retiró con otros tres compañeros y pasaron tres años haciendo vida comunitaria. Cuando finalmente se decidieron a seguir la regla de San Benito como comunidad monástica, dom Guéranger fue a Roma, hizo su noviciado en la abadía de San Pablo Extramuros -es decir, aprendió a ser monje con los monjes- e hizo allí mismo su profesión religiosa. Recién después, “fundó” Solesmes.

La enseñanza que deja el caso es clara: ni a este santo varón, ni a su obispo ni a sus compañeros se les ocurrió jamás que con solo leer unos cuantos libros y tener un grupo de benefactores que compraran un edificio adecuado, era suficiente para fundar una orden monástica. Primero, había que aprender a ser monjes, y ese oficio se aprende de los padres que, a su vez, lo recibieron de los suyos. Cualquier otra cosa, es fantasía y peligrosa veleidad que termina como todos hemos visto que termina.

Nota sobre el monasterio del Cristo Orante: En las últimas semanas, recibí varios comentarios de distinto tenor sobre el triste caso que todos conocemos. No los publiqué y no publicaré nada al respecto. La situación es muy dolorosa y lacerante. Desde este blog, alguna vez recomendé que los lectores se acercaran a ese refugio de Tupungato, y uno de los monjes escribió en esta bitácora en más de una ocasión. Lo que ha sucedido y lo que se ha revelado que allí sucedía me ha desconcertado y turbado, y no sirve taparse los ojos para no ver.
Por ese motivo, la única reflexión que puedo hacer públicamente es la que acabo de hacer en esta entrada.


Wanderer





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