Montano, una vez conocida la verdad, liberó a Flavito quien, junto a su esposa Aponia decidieron consagrarse totalmente a Dios. Ella recibió el velo monástico de manos de San Lupo, obispo de Sens, y él fue ordenado sacerdote y se retiró a la vida eremítica. Murió en 630”.
Martirologio Romano
La idiotez a la que estamos asistiendo y de la que hablamos la semana pasada tendrá consecuencias graves, porque su lógica no puede detenerse en propiciar denuncias judiciales. La ideología es un animal perverso que no se contenta con destrozar roedores o liebres. Va por todo; no se detiene; es implacable; cuando es poseído por la pasión, sus ojos se nublan y dejan de ver la realidad; sólo se preocupa por despedazar presas cada vez mayores, todas las que se crucen su camino.
El feminismo combativo y estupidizado está construyendo su ideología y su sistema simbólico a pasos de gigante. Y una de las idiotices más malvadas a las que llegará -y, de hecho, ya ha llegado-, tiene que ver estrictamente con la desaparición de la especie humana. Si hacemos el esfuerzo de introducirnos en su pensamiento -aún cuando sea un tema desagradable de tratar entre católicos porque afecta las virtudes de la modestia y del pudor- podremos percatarnos que su lucha contra el patriarcado y la violencia machista pasa necesaria, y en algunos casos prioritariamente, por la violencia sexual. Nadie duda que existen violaciones y atentados a la integridad física y psicológica de la mujer. Siempre existieron y sin duda alguna, en la actualidad son mucho más frecuentes debido a la hipersexualización de la sociedad. La pornografía omnipresente y la erotización temprana y permanente de los niños, junto a la ausencia de virtudes y del dominio de las pasiones, trae aparejado necesariamente el aumento de los casos de violaciones y abusos de distinto tipo. No hace falta conocer el tratado de las pasiones de Santo Tomás para darse cuenta. Pero esta realidad -las violaciones y abusos- que es condenable y cuyos culpables deben recibir toda la dureza del castigo que prevé la ley, habilita a la ideología feminista a dar un paso más y a considerar a todos los hombres como violadores en potencia. Y tienen razón, si seguimos su lógica, puesto que si su lucha es por terminar con el sometimiento de la mujer por parte del varón, debemos admitir que, para ellas, el acto de sometimiento más claro y humillante es el acto sexual. Es en él cuando el varón irrumpe de un modo violento, según el feminismo, en la corporalidad de la mujer. Más aún, cuando ésta entrega su virginidad, la violencia masculina tiene un correlato físico y sangrante. Si, como afirman, el hombre no es más un animal apenas evolucionado, y vemos en la naturaleza como el apareamiento entre los irracionales posee siempre algún grado de violencia -es cuestión de sentarse un día frente a un estanque del parque y observar el apareamiento de los patos-, entonces ninguna mujer puede estar segura que los varones del siglo XXI no puedan sufrir algún tipo de involución en su proceso evolutivo y convertirse, nuevamente, en animales que no dudarán en utilizar la fuerza viril para someter del modo más humillante posible -el sexual- a las pobres e indefensas mujeres.
La conclusión que en buena lógica se desprende de este razonamiento ideológico es que la liberación más plena de la mujer es el lesbianismo. El intercambio sexual entre mujeres no corre el riesgo del sometimiento y mucho menos de la pérdida de la integridad física. La mujer verdadera y propiamente feminista y liberada del patriarcado debe ser, o convertirse, en lesbiana. Y esta afirmación, que hace unos pocos años habría parecido el preocupante desvarío de una mente afiebrada, ahora es verosímil.
¿Pero qué tiene que ver San Flavito con todo esto? Los vicios, como las virtudes, nunca vienen solos. Como los demonios de los que habla el Evangelio, cuando uno anida en el alma, llama a otros de los suyos para que le hagan compañía. La mujer de Montano era, como puede colegirse por la historia, una persona incontinente, incapaz de dominar sus impulsos sexuales. También era injusta -no temió serle infiel a su marido-, vengativa y mentirosa. De la cascada de denuncias que están apareciendo en todos los ámbitos argentinos en los últimos días -gobierno, universidades, colegios, artistas, etc.-, cuántos casos no habrán en los que las acusaciones no sean más que un modo indemostrable para tomar venganza de un novio, de desahogar el resentimiento contenido, resarcirse de alguna humillación y, casi con seguridad, cobrarse unos buenos pesos por las indemnizaciones debidas. A partir del recuerdo de un hecho minúsculo, la imaginación de la feminista construirá un caso de abuso. Si como según se está proponiendo, no sería necesaria la prueba para confirmarlo y si, como también se está proponiendo, serían delitos imprescriptibles, nos enfrentamos al mundo del absurdo y del caos más grande, del que supieron apartarse hasta los mismos bárbaros de la pretendida Edad Oscura.
Y aquí es oportuna otra reflexión. ¿No habrá reaccionado exageradamente el Papa Benedicto XVI? Me refiero a la orden que impartió según la cual, cuando un obispo recibe una denuncia con respecto a casos de abusos por parte del clero, debe dar parte de la justicia secular, separar inmediatamente del cargo al sacerdote involucrado y mantenerlo alejado de toda actividad pastoral mientras dure la investigación. Se trata de una medida prudente, es verdad, pero también se corre el riesgo de manchar irreparablemente el nombre y fama de un sacerdote que, probablemente, sea inocente. En la situación de alta volatilidad por la que estamos atravesando, no parece en absoluto extraño que, por ejemplo, alguien que estuvo en contacto con alguna comunidad religiosa como parte de la misma - novicio o fraile, por ejemplo-, que la haya abandonado por el motivo que fuere, que haya alimentado rencor y deseo de venganza en su corazón y que esté experimentando el síndrome del bolsillo vacío, recurra a una denuncia a partir de hechos reconstruidos por su imaginación, con la certeza que hará mucho daño y que muy probablemente termine con los bolsillos abultados de dineros eclesiásticos, él y sus abogados.
No se trata de negar el escándalo gravísimo de los abusos sexuales cometidos por el clero, que poseen una extensión insospechada para los católicos, pero tampoco es cuestión de prestar oído y dar consentimiento a cualquier rumor o acusación que corre, porque sabemos que, a río revuelto, ganancia de pescadores.
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