jueves, 20 de diciembre de 2018

LA CRUCIFIXIÓN DE DAMARES ALVES

Una mujer que sufrió abuso sexual ha sido escarnecida por la prensa brasileña en los últimos días. Es Damares Alves, la futura ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos. ¿Su crimen? Un singular hecho que le transformó la vida y le impidió cometer suicidio.

Por Diego Hernández

Una mujer que sufrió abusos sexuales de los seis a los ocho años y que intentó suicidarse a los diez se ha convertido en el más nuevo objeto de encono de una jauría de ‘intelectuales’ y ‘periodistas’ brasileños.

La mujer es Damares Alves. La semana pasada noticié aquí su nombramiento como futura ministra de Mujeres, Familia y Derechos Humanos en el gobierno de Jair Bolsonaro.

Damares es una superviviente. Conserva la vida a pesar de los brutales ataques de un pedófilo que vivió un tiempo en su casa y a una tentativa de suicidio. El abuso sistemático de un hombre que se decía pastor le dejó secuelas permanentes, entre ellas, la incapacidad de concebir.

Con el nombramiento, su vida fue investigada y colocada bajo los reflectores, algo normal para quién se convierte en figura pública; sin embargo, no pocos dieron un paso más: la experiencia que le devolvió a la vida fue ridicularizada y su persona fue sometida al escarnio público.

A los diez años de edad, Damares desistió de ingerir veneno para acabar con el dolor y la culpa a través de un hecho singular.

Estando trepada en un guayabo -en el que acostumbraba llorar a solas, en el fondo de la casa de sus padres- y con el raticida en la mano, vio a llegar a Jesús, quién subió al árbol y la abrazó. “Ese fue el abrazo que nunca tuve de mis padres, de mi iglesia ni de mis profesores. Ese abrazo me salvó”, dice.

El deseo de morir, acabó allí, en ese momento; y nunca volvió.

Esa historia, tan personal e íntima, esta grabada en algunas conferencias que la futura ministra profirió en comunidades evangélicas hace algunos años atrás con motivo de una campaña denominada “infancia protegida”.



Pues bien, algunos periodistas “progresistas” escudriñaron lo que pudieron, “socializaron” esos audios y videos con algunos “intelectuales” y juntos se lanzaron a destrozarla.

El primer “tiro” vino del reconocido periodista Ricardo Noblat en un texto titulado ‘La ministra, Jesús y el guayabo’, publicado el 12 de diciembre en el portal de la revista Veja, y al día siguiente en un tweet en el que ironizaba a la ministra.

Le siguió por la misma vereda el ‘intelectual’ Leandro Karnal, académico formado en historia que se ha convertido en el más nuevo gurú de las élites a las que ofrece una muy comercial ‘filosofía de autoayuda’.

Karnal publicó en sus redes sociales la frase “quien no tenga pecado, que tire la primera guayaba” ilustrada por una imagen del Cristo Crucificado de Diego Velázquez y a lo largo del día tejió otros comentarios de mal gusto.

Abierta la puerta de una patada, la fila de críticos creció: Marcelo Rubens Paiva, Rosana Hermann, Vera Magalhães, José Simão, William de Lucca, Gilberto Dimenstein, Xico Sá, Reinaldo Azevedo, Kelly Matos, Nilson Xavier, entre otros.

El periodista y sociólogo Demétrio Magnoli llegó al punto de afirmar que “no hay diferencias esenciales entre Damares y los fundamentalistas islámicos que gobiernan Arabia Saudita, Irán o Sudán”.

Damares fue crucificada y ninguna mujer dedicada al periodismo, ni ninguna feminista salió a defenderla. Lo hizo el pueblo. Millares se manifestaron a través de duras críticas en las redes sociales de los perseguidores.

Así, en poco tiempo, algunos se vieron obligados a pedir disculpas. Entre ellos, Karnal, que, al ver su perfil de Facebook plagado de frases de repudio, reconoció que “estaba irritado con la ministra por declaraciones anteriores, […] oí la historia de Jesus y el guayabo y no sabía de nada más, especialmente de que había un abuso sexual. Fui precipitado y juzgué de forma equivocada”.

Entre los pocos medios de comunicación que denunciaron lo injustificado de los ataques a la ministra están O Antagonista y la revista Crusoé. Esta última, obtuvo y publicó, en plena polémica, un testimonio de Alves:

“Algunos niños tienen amigos imaginarios: animales, hadas, duendes. Hablan con ellos. Y no hay problema. Yo, que estaba muy lastimada y que quería morir, tuve una experiencia que me transformó y me devolvió la vida. Tuve un encuentro con Jesús en ese guayabo y me sentí por Él muy amada. ¿Por qué debería yo de callar esto?”.

“No estoy ofendida, pero me parece que los medios de comunicación han tratado todo esto de una forma irrespetuosa y poco seria, no fue yo quien sacó el tema a luz, fueron ellos. Y no siento vergüenza, si esta historia ayuda a una niña abusada o a una chica que quiere suicidarse, valió la pensa la humillación a la que me han sometido”.

“Quiero decir a todas la mujeres que han sido abusadas: no desistan. Miren lo que aconteció conmigo, una niña abusada puede llegar a ser ministra de la República. No desistan”.

Bolsonaro, lejos de acobardarse, manifestó su respaldo a su nominada en un tweet: “Es surreal y extremamente vergonzoso ver a sectores de la gran prensa burlarse del relato de Damares sobre su fe en Jesucristo, que la libró de un suicidio deseado por causa de abusos que sufrió en la infancia. !¡Es lamentable!”

Parece evidente que el prejuicio que alimentó el escarnio contra Alves va más allá de la imposibilidad de considerar real una experiencia religiosa en una niña pobre y sufrida.

Hay odio, crudo y duro, dirigido contra una mujer que huye del padrón impuesto por lo “políticamente correcto”, y que defiende la vida, la familia, la maternidad, la igualdad esencial entre hombres y mujeres y el cuidado a la inocencia de los niños, en una organismo que ha sido desde su creación, en 1997, una trinchera política y financiera para abortistas, feministas y elegebetebistas.


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