martes, 1 de agosto de 2000

SACERDOTII NOSTRI PRIMORDIA (1 DE AGOSTO DE 1959)


ENCÍCLICA

SACERDOTII NOSTRI PRIMORDIA*

DE SU SANTIDAD

JUAN XXIII

EN EL I CENTENARIO DEL TRÁNSITO

DEL SANTO CURA DE ARS


A Nuestros Venerables Hermanos, Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios locales en paz y comunión con la Sede Apostólica.

Venerables hermanos, salud y bendición apostólica.


1. Cuando pensamos en los primeros días de Nuestro sacerdocio, tan llenos de gozosos consuelos, recordamos un acontecimiento que Nos conmovió hasta lo más profundo de Nuestra alma: las ceremonias sagradas que se llevaron a cabo tan majestuosamente en la Basílica de San Pedro el 8 de enero de 1905, con motivo de la gloriosa beatificación de aquel humilde sacerdote de Francia que se llamó Juan María Bautista Vianney. Elevados Nos también pocos meses antes al sacerdocio, fuimos cautivados por la admirable figura sacerdotal que Nuestro predecesor San Pío X, el antiguo párroco de Salzano, se consideraba tan feliz en proponer como modelo a todos los pastores de almas.

2. Es mucho más fácil de recordar, porque el mismo día en que los honores del Beato fueron atribuidos a este santo hombre, nos llegó la noticia de la elevación de ese maravilloso prelado, Giacomo M. Radini-Tedeschi, a la dignidad de Obispo; Unos días después, nos llamaría para ayudarlo en su trabajo, y le encontramos como un maestro y guía muy amoroso. Fue en su compañía que, a principios de 1905, hicimos Nuestra primera peregrinación piadosa al pequeño pueblo llamado Ars, que se había vuelto tan famoso por la santidad de su Cura.

3. Una vez más, no podemos dejar de pensar que fue por un designio especial de la providencia de Dios que el año en que nos convertimos en obispo, 1925, fue el mismo año en que, hacia fines de mayo, el Sumo Pontífice de feliz memoria, Pío XI, otorgó los honores de la santidad al humilde Cura de Ars. En su charla en esa ocasión, el Sumo Pontífice optó por recordar a todos "la figura demacrada de Juan Bautista Vianney, con esa cabeza reluciente de largos cabellos que parecían una corona nevada, y ese rostro delgado, consumido por un largo ayuno, donde la inocencia y la santidad de las almas más mansas y humildes resplandeció tan claramente que la primera vista de ella hacía que multitudes volvieran a pensamientos de salvación" (1). Poco tiempo después, este mismo predecesor Nuestro aprovechó el 50 aniversario de su propia ordenación al sacerdocio para designar a San Juan María Vianney (a cuyo patrocinio San Pío X había encomendado previamente a todos los pastores de almas en Francia) como el patrón celestial de todos los "pastores, para promover su bienestar espiritual en todo el mundo" (2).

Un tiempo para el tributo

4. Hemos creído oportuno utilizar una Encíclica para recordar estos actos de Nuestros Predecesores que están tan estrechamente ligados a tan felices recuerdos, Venerables Hermanos, ahora que nos acercamos al centenario del día —4 de agosto de 1859— en el que este santo hombre de cuarenta años, 
completamente quebrantado tras los trabajos más cansadores y agotadores, y ya famoso en todos los rincones del mundo por su santidad, pasó piadosamente a su recompensa celestial.

5. En efecto, el 4 de agosto de 1859 entregó él su alma a Dios, consumado por las fatigas de un excepcional ministerio pastoral de más de cuarenta años, y siendo objeto de unánime veneración. Y Nos bendecimos a la Divina Providencia que ya por dos veces se ha dignado alegrar e iluminar las grandes horas de Nuestra vida sacerdotal con el esplendor de la santidad del Cura de Ars, porque de nuevo nos ofrece, ya desde los comienzos de Nuestro supremo Pontificado, la ocasión de celebrar la memoria tan gloriosa de este pastor de almas. No os maravilléis, por otra parte, si al escribiros esta Carta Nuestro espíritu y Nuestro corazón se dirigen de modo singular a los sacerdotes, Nuestros queridos hijos, para exhortar a todos insistentemente y, sobre todo, a los que se hallan ocupados en el ministerio pastoral a que mediten los admirables ejemplos de un hermano suyo en el sacerdocio, llegado a ser su celestial Patrono.

Papas anteriores sobre el sacerdocio

6. Son ciertamente numerosos los documentos pontificios que hace tiempo recuerdan a los sacerdotes las exigencias de su estado y les guían en el ejercicio de su ministerio. Aun no recordando sino los más importantes, de nuevo recomendamos la exhortación Haerent animo de San Pío X [3], que estimuló el fervor de Nuestros primeros años de sacerdocio, la magistral encíclica Ad catholici sacerdotii de Pío XI [4] y, entre tantos Documentos y Alocuciones de Nuestro inmediato predecesor sobre el sacerdote, su exhortación Menti Nostrae [5], así como la admirable trilogía en honor del sacerdocio [6], que la canonización de San Pío X le sugirió. Conocéis bien, Venerables Hermanos, tales textos. Más, permitirnos recordar aquí con ánimo conmovido el último discurso que la muerte le impidió pronunciar a Pío XII, y que subsiste como el último y solemne llamamiento de este gran Pontífice a la santidad sacerdotal: «El carácter sacramental del Orden sella por parte de Dios un pacto eterno de su amor de predilección, que exige de la criatura preescogida la correspondencia de la santificación... El clérigo será un preescogido de entre el pueblo, un privilegiado de los carismas divinos, un depositario del poder divino, en una palabra, un alter Christus... No se pertenece a sí mismo, como no pertenece a sus parientes, amigos, ni siquiera a una determinada patria: la caridad universal es lo que siempre habrá de respirar. Sus propios pensamientos, voluntad, sentimientos no son suyos, sino de Cristo, que es su vida misma» [7].

Tema de la encíclica

7. Hacia estas cimas de la santidad sacerdotal nos arrastra a todos San Juan María Vianney, y Nos sirve de alegría el invitar a los sacerdotes de hoy; porque si sabemos las dificultades que ellos encuentran en su vida personal y en las cargas del ministerio, si no ignoramos las tentaciones y las fatigas de algunos, Nuestra experiencia Nos dice también la valiente fidelidad de la gran mayoría y las ascensiones espirituales de los mejores. A los unos y a los otros, en el día de la Ordenación, les dirigió el Señor estas palabras tan llenas de ternura: Iam non dicam vos servos, sed amicos [8]. Que esta Nuestra Carta encíclica pueda ayudarles a todos a perseverar y crecer en esta amistad divina, que constituye la alegría y la fuerza de toda vida sacerdotal.

8. No es Nuestra intención, Venerables Hermanos, afrontar aquí todos los aspectos de la vida sacerdotal contemporánea; más aún, a ejemplo, de San Pío X, «no os diremos nada que no sea sabido, nada nuevo para nadie, sino lo que importa mucho que todos recuerden» [9]. De hecho, al delinear los rasgos de la santidad del Cura de Ars, llegaremos a poner de relieve algunos aspectos de la vida sacerdotal, que en todos tiempos son esenciales, pero que en los días que vivimos adquieren tanta importancia que juzgamos un deber de Nuestro mandato apostólico el insistir en ellos de un modo especial con ocasión de este Centenario.

Un modelo para el clero

9. La Iglesia, que ha glorificado a este sacerdote «admirable por el celo pastoral y por un deseo constante de oración y de penitencia» [10], hoy, un siglo después de su muerte, tiene la alegría de presentarlo a los sacerdotes del mundo entero como modelo de ascesis sacerdotal, modelo de piedad y sobre todo de piedad eucarística, y modelo de celo pastoral.


I

10. No se puede empezar a hablar de san Juan María Vianney sin recordar automáticamente la imagen de un sacerdote que se destacó de manera única en la aflicción voluntaria de su cuerpo; sus únicos motivos eran el amor de Dios y el deseo de salvación de las almas de sus prójimos, lo que le llevó a abstenerse casi por completo de comer y dormir, a realizar las más duras penitencias y a negarse a sí mismo con gran empeño y fuerza del alma. Por supuesto, no se espera que todos los fieles adopten este tipo de vida; y, sin embargo, la divina providencia se ha encargado de que nunca hubiera un tiempo en que la Iglesia no tuviera pastores de almas de este tipo que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, no vacilarían ni un momento en emprender este camino, sobre todo porque esta forma de vida es particularmente exitosa en traer a muchos hombres que han sido atraídos por la tentación del error y el vicio, de regreso al camino del buen vivir.

Los consejos evangélicos

11. La maravillosa devoción a este respecto de San Juan Vianney, un hombre que era "duro consigo mismo y amable con los demás" (11), fue tan sobresaliente que debería servir como un recordatorio claro y oportuno del importante papel que deben cumplir los sacerdotes. Nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, para dar un cuadro claro de esta doctrina y aclarar las dudas y errores que molestaban a algunos, negó que "el estado clerical —como tal, y sobre la base de la ley divina— requiere, por su propia naturaleza o al menos como resultado de alguna exigencia derivada de su naturaleza, que los inscritos en él observen los consejos evangélicos" (12) y concluyó justamente con estas palabras: "Por lo tanto, un clérigo no está obligado por la virtud de la ley divina a los consejos evangélicos de pobreza, castidad, obediencia" (13).

12. Más, sería equivocarse enormemente sobre el pensamiento de este Pontífice, tan solícito por la santidad de los sacerdotes, y sobre la enseñanza constante de la Iglesia, creer, por lo tanto, que el sacerdote secular está llamado a la perfección menos que el religioso. La verdad es lo contrario, puesto que para el cumplimiento de las funciones sacerdotales «se requiere una santidad interior mayor aún que la exigida para el estado religioso» [14]. Y, si para alcanzar esta santidad de vida, no se impone al sacerdote, en virtud del estado clerical, la práctica de los consejos evangélicos, ciertamente que a él, y a todos los discípulos del Señor, se le presenta como el camino real de la santificación cristiana. Por lo demás, con gran consuelo Nuestro, muy numerosos son hoy los sacerdotes generosos que lo han comprendido así, puesto que, aún permaneciendo en las filas del clero secular, acuden a piadosas asociaciones aprobadas por la Iglesia para ser guiados y sostenidos en los caminos de la perfección.

13. Persuadidos de que «la grandeza del sacerdote consiste en la imitación de Jesucristo» [15], los sacerdotes, por lo tanto, escucharán más que nunca el llamamiento del Divino Maestro: «Sí alguno quiere seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga» [16]. El Santo Cura de Ars, según se refiere, había meditado con frecuencia esta frase de nuestro Señor y procuraba ponerla en práctica [17]. Dios le hizo la gracia de que permaneciera heroicamente fiel; y su ejemplo nos guía aún por los caminos de la ascesis, en la que brilla con gran esplendor por su pobreza, castidad y obediencia.

La pobreza de San Juan Vianney

14. Ante todo, observad la pobreza del humilde Cura de Ars, digno émulo de San Francisco de Asís, de quien fue fiel discípulo en la Orden Tercera [18]. Rico para dar a los demás, más pobre para sí, vivió con total desapego de los bienes de este mundo y su corazón verdaderamente libre se abría generosamente a todas las miserias materiales y espirituales que a él llegaban. «Mi secreto —decía él — es sencillísimo: dar todo y no conservar nada» [19]. 

15. Su desinterés le hacía muy atento hacia los pobres, sobre todo a los de su parroquia, con los cuales mostraba una extremada delicadeza, tratándolos «con verdadera ternura, con muchas atenciones y, en cierto modo, con respeto» [20]. Recomendaba que nunca se dejara de atender a los pobres, pues tal falta sería contra Dios; y cuando un pordiosero llamaba a su puerta, se consideraba feliz en poder decirle, al acogerlo con bondad: «Yo soy pobre como vosotros; hoy soy uno de los vuestros» [21]. Al final de su vida, le gustaba repetir: «Estoy contentísimo; ya no tengo nada y el buen Dios me puede llamar cuando quiera» [22].

16. Por todo esto podréis comprender, Venerables Hermanos, con qué afecto exhortamos a Nuestros caros hijos en el sacerdocio católico a que mediten este ejemplo de pobreza y caridad. «La experiencia cotidiana demuestra —escribía Pío XI pensando precisamente en el Santo Cura de Ars —, que un sacerdote verdadera y evangélicamente pobre hace milagros de bien en el pueblo cristiano» [23]. Y el mismo Pontífice, considerando la sociedad contemporánea, dirigía también a los sacerdotes este grave aviso: «En medio de un mundo corrompido, en el que todo se vende y todo se compra, deben mantenerse (los sacerdotes) lejos de todo egoísmo, con santo desprecio por las viles codicias de lucro, buscando almas, no dinero; buscando la gloria de Dios, no la propia gloria» [24].

El uso de posesiones

17. Queden bien esculpidas estas palabras en el corazón de todos los sacerdotes. Si los hay que legítimamente poseen bienes personales, que no se apeguen a ellos. Recuerden, más bien, la obligación enunciada en el Código de Derecho Canónico, a propósito de los beneficios eclesiásticos, de destinar lo sobrante para los pobres y las causas piadosas [25]. Y quiera Dios que ninguno merezca el reproche del Santo Cura a sus ovejas: «¡Cuántos tienen encerrado el dinero, mientras tantos pobres se mueren de hambre!» [26]. 

18. Más, Nos consta que hoy muchos sacerdotes viven efectivamente en condiciones de pobreza real. La glorificación de uno de ellos, que voluntariamente vivió tan despojado y que se alegraba con el pensamiento de ser el más pobre de la parroquia [27], les servirá de providencial estímulo para renunciar a sí mismos en la práctica de una pobreza evangélica. Y si Nuestra paternal solicitud les puede servir de algún consuelo, sepan que Nos gozamos vivamente por su desinterés en servicio de Cristo y de la Iglesia.

Indigencia impropia

19. Verdad es que, al recomendar esta santa pobreza, no entendemos en modo alguno, Venerables Hermanos, aprobar la miseria a la que se ven reducidos, a veces, los ministros del Señor en las ciudades o en las aldeas. En el Comentario sobre la exhortación del Señor al desprendimiento de los bienes de este mundo, San Beda el Venerable nos pone precisamente en guardia contra toda interpretación abusiva: «Mas no se crea —escribe— que esté mandado a los santos el no conservar dinero para su uso propio o para los pobres; pues se lee que el Señor mismo tenía, para formar su Iglesia, una caja... ; sino más bien que no se sirva a Dios por esto, ni se renuncie a la justicia por temor a la pobreza» [28]. Por lo demás, el obrero tiene derecho a su salario [29], y compartimos los sentimientos de Nuestro predecesor inmediato al instar a los fieles a responder rápida y generosamente a los llamamientos de sus pastores; También nos unimos a él para alabar a estos pastores por sus esfuerzos para velar por que quienes los ayudan en el sagrado ministerio no carezcan de las necesidades de la vida (30).

Modelo de castidad

20. San Juan María Vianney, pobre en bienes, fue igualmente mortificado en la carne. «No hay sino una manera de darse a Dios en el ejercicio de la renuncia y del sacrificio —decía— y es darse enteramente» [31]. A lo largo de toda su vida, el santo Cura de Ars llevó a la práctica enérgicamente este principio en materia de castidad.

21. Este maravilloso ejemplo de castidad parece tener una aplicación especial para los sacerdotes de nuestro tiempo quienes —como es lamentablemente el caso en muchas regiones— a menudo se ven obligados por el cargo que asumieron a vivir en medio de una sociedad humana infectada por una soltura general en la moral y un espíritu de lujuria desenfrenada. Cuán a menudo se demuestra que esta frase de Santo Tomás de Aquino es cierta: "Es más difícil llevar una buena vida en el trabajo del cuidado de las almas, debido a los peligros externos que implica" (32). 
A ello podríamos añadir el hecho de que muchas veces se sienten apartados de la sociedad y que incluso los fieles, a cuya salvación se dedican, no les comprenden y les ofrecen poca ayuda o apoyo en sus emprendimientos.

22. Queremos utilizar esta carta, Venerables Hermanos, para exhortar, una y otra vez, a todos ellos, y especialmente a los que trabajan solos y en medio de peligros muy graves de este tipo, a dejar toda su vida, por así decirlo, rotundamente con el esplendor de la santa castidad; San Pío X tenía buenas razones para llamar a esta virtud el "adorno más selecto de nuestra orden" (33).

23. Y con viva insistencia, Venerables Hermanos, os recomendamos que procuréis a vuestros sacerdotes, en la mejor forma posible, condiciones de vida y de trabajo tales, sostenidas con vuestra generosidad. Necesario es, por lo tanto, combatir a toda costa los peligros del aislamiento, denunciar las imprudencias, alejar las tentaciones de ocio o los peligros de exagerada actividad. Recuérdese también, a este propósito, las magníficas enseñanzas de Nuestro Predecesor en su encíclica Sacra Virginitas [34].

San Juan Vianney sobre la castidad

24. Se dice que el rostro del Pastor de Ars brillaba con una pureza angelical (35). Y aún ahora, quien se vuelve hacia él en mente y espíritu, no puede evitar ser golpeado, no solo por la gran fuerza de alma con la que este atleta de Cristo redujo su cuerpo a la esclavitud (36), sino también por los grandes poderes persuasivos que ejercitó sobre las piadosas multitudes de peregrinos que acudieron a él y fueron atraídos por su mansedumbre celestial a seguir sus pasos. De sus experiencias diarias en el Sacramento de la Penitencia obtuvo una imagen inconfundible de los terribles estragos causados ​​por el deseo impuro. Esto fue lo que hizo brotar de su pecho gritos como estos: "Si no hubiera almas tan inocentes que agradan a Dios y compensan nuestras ofensas, ¡cuántos castigos terribles tendríamos que sufrir!". Sus propias observaciones al respecto lo llevaron a ofrecer este estímulo y consejo a sus oyentes: "Las obras de penitencia abundan en tales delicias y alegrías que, una vez probadas, nada las arrancará jamás del alma ... Sólo los primeros pasos son difíciles para quienes eligen con entusiasmo este camino" (37).

La castidad del sacerdote como ayuda para los demás

25. El modo de vida ascético, mediante el cual se preserva la castidad sacerdotal, no encierra el alma del sacerdote en los estériles confines de sus propios intereses, sino que lo hace más ansioso y dispuesto a aliviar las necesidades de sus hermanos. San Juan María Vianney tiene este comentario pertinente que hacer al respecto: "Un alma adornada con la virtud de la castidad no puede evitar amar a los demás, porque ha descubierto la fuente y la fuente del amor: Dios" 

26. ¡Qué grandes beneficios confieren a la sociedad humana hombres como éste que están libres de las preocupaciones del mundo y totalmente dedicados al ministerio divino para que puedan emplear sus vidas, pensamientos y poderes en el interés de sus hermanos! ¡Cuán valiosos para la Iglesia son los sacerdotes que están ansiosos por preservar la perfecta castidad! Porque estamos de acuerdo con Nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XI, en considerar esto como el adorno sobresaliente del sacerdocio católico y como algo "que nos parece corresponder mejor a los consejos y deseos del Sacratísimo Corazón de Jesús, en lo que respecta a las almas de los sacerdotes" (38). ¿No estaba la mente de Juan María Vianney elevándose para alcanzar los consejos de esta misma caridad divina cuando escribió esta sublime frase: "¿Es el sacerdocio el amor del Sacratísimo Corazón de Jesús?" (39)

La obediencia de San Juan Vianney

27. Hay muchas pruebas de cómo este hombre también se destacó en la virtud de la obediencia. Sería cierto decir que la fidelidad a sus superiores en la Iglesia que prometió cuando se convirtió en sacerdote y que conservó inquebrantable durante toda su vida lo llevó a una inmolación ininterrumpida de su voluntad durante cuarenta años. 

28. Toda su vida anheló llevar una vida tranquila y retirada en un segundo plano, y consideraba los deberes pastorales como una carga muy pesada sobre sus hombros y más de una vez trató de liberarse de ella. Su obediencia a su obispo fue admirable; Quisiéramos mencionar algunos ejemplos de ello en esta encíclica, Venerables Hermanos: "Desde los quince años deseaba ardientemente una vida solitaria, y mientras este deseo no se cumpliera, se sentía privado de toda ventaja y todos los consuelos que su estado de vida podría haberle ofrecido" (40) pero "Dios nunca permitió que este objetivo se alcanzara. Sin duda, esta fue la manera de Dios de doblegar la voluntad de san Juan María Vianney a la obediencia y de enseñarle a poner los deberes de su oficio antes que sus propios deseos, por lo que nunca hubo un momento en que su devoción a la abnegación no brillara" (41) "en completa obediencia a sus superiores, John M. Vianney llevó a cabo sus tareas como pastor de Ars, y permaneció en ese cargo hasta el final de su vida mortal" (42).

29. Debe notarse, sin embargo, que esta completa obediencia suya a los mandatos de sus superiores se basaba en principios sobrenaturales; al reconocer y obedecer debidamente a la autoridad eclesiástica, estaba rindiendo el homenaje de fe a las palabras de Cristo el Señor cuando dijo a Sus Apóstoles: "El que a vosotros oye, a mí me oye" (43). Para ajustarse fielmente a la voluntad de sus superiores, habitualmente refrenaba la propia voluntad, ya fuera aceptando la santa carga de oír confesiones, o realizando con celo por sus compañeros de apostolado, una labor que produjera frutos más ricos y salvadores.

La importancia de la obediencia

30. Ofrecemos a los clérigos esta obediencia total como modelo, con la plena confianza de que su fuerza y belleza los llevará a luchar por ella con más ardor. Y si alguien se atreve a poner en duda la suprema importancia de esta virtud —como ocurre a veces en la actualidad—, que se tome en serio estas palabras de Nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, que todos deben guardar firmemente en la memoria: "La santidad de cualquier vida y la eficacia de cualquier apostolado tiene como base, fundamento y apoyo constante y fiel a la jerarquía" (44).

31. Porque, como bien saben, Venerables Hermanos, Nuestros predecesores más recientes han hecho a menudo advertencias serias a los sacerdotes sobre el alcance de los peligros que surgen entre el clero debido a un creciente descuido en la obediencia con respecto a la autoridad docente de la Iglesia, a las diversas formas y medios de emprender el apostolado, y a la disciplina eclesiástica.

Una exhortación a la obediencia

32. No queremos dedicar mucho tiempo a esto, pero creemos que es oportuno exhortar a todos Nuestros hijos que comparten el sacerdocio católico, a fomentar un amor en sus almas que los haga sentir unidos a la Madre Iglesia para tener vínculos más estrechos, y luego hacer crecer ese amor.

33. Se dice que San Juan M. Vianney vivía en la Iglesia de tal manera que trabajaba solo para ella y se quemaba como un pedazo de paja que se consume en las brasas. Que esa llama que viene del Espíritu Santo alcance a aquellos de Nosotros que hemos sido elevados al sacerdocio de Jesucristo y nos consuma también.

34. Nos debemos a nosotros mismos y todo lo que tenemos a la Iglesia; que trabajemos cada día sólo en su nombre y por su autoridad y que cumplamos debidamente los deberes que nos han sido encomendados, y que estemos unidos en la unidad fraterna y así nos esforcemos por servirla de esa manera perfecta en que debe ser servida (45).


II

35. San Juan M. Vianney, quien, como hemos dicho, estaba tan consagrado a la virtud de la penitencia, estaba igualmente seguro de que "el sacerdote debe estar especialmente dedicado a la oración constante" (46). Al respecto, sabemos que poco después de ser nombrado pastor de una aldea donde la vida cristiana había languidecido durante mucho tiempo, comenzó a pasar largas y felices horas de la noche (cuando podría haber estado descansando) en adoración a Jesús en el sacramento de su amor. El Sagrado Tabernáculo parecía ser el manantial del que sacaba constantemente el poder que alimentaba su propia piedad y le daba nueva vida y promovía la eficacia de su labor apostólica hasta tal punto que las maravillosas palabras que nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, utilizó para describir la parroquia cristiana ideal, bien podría haberse aplicado a la ciudad de Ars en la época de este santo hombre: "En el medio se encuentra el templo; en el medio del templo el Sagrado Tabernáculo, y a cada lado los confesionarios donde se devuelve la vida y la salud sobrenaturales al pueblo cristiano" (47).

Oración en la vida de San Juan Vianney

36. Cuán oportuno y provechoso es este ejemplo de oración constante por parte de un hombre completamente dedicado al cuidado de las necesidades de las almas para los sacerdotes de nuestros días, quienes probablemente atribuyan demasiado a la efectividad de la actividad externa y se mantengan firmes, listos y deseosos de sumergirse en el ajetreo y el bullicio del ministerio, ¡para su propio detrimento espiritual!

37. "Lo que impide que los sacerdotes alcancemos la santidad", solía decir el Cura de Ars, "es la irreflexión. Nos molesta apartar la mente de los asuntos externos, no sabemos lo que realmente debemos hacer. Lo que necesitamos es una reflexión profunda, junto con la oración y una unión íntima con Dios". El testimonio de su vida deja claro que siempre se mantuvo dedicado a sus oraciones y que ni siquiera el deber de escuchar confesiones o cualquier otro oficio pastoral pudo llevarlo a descuidarlas. "Incluso en medio de tremendos trabajos, nunca cedió en su conversación con Dios" (48).

38. Pero escuchad sus propias palabras; porque parecía tener una provisión inagotable de ellas siempre que hablaba de la felicidad o las ventajas que encontraba en la oración: "Somos mendigos que debemos pedirle a Dios por todo" (49), "A cuántas personas podemos llamar a Dios por nuestras oraciones!" (50) Y solía decir una y otra vez: "La oración ardiente dirigida a Dios: ¡esta es la mayor felicidad del hombre en la tierra!" (51).

39. Y disfrutó abundantemente de esta felicidad cuando su mente se elevó con la ayuda de la luz celestial para contemplar las cosas del cielo y su alma pura y simple se elevó con todo su más profundo amor desde el misterio de la Encarnación a las alturas de la Santísima Trinidad. Y las muchedumbres de peregrinos que lo rodeaban en el templo pudieron sentir algo brotar de lo más profundo de la vida interior de este humilde sacerdote cuando palabras como estas brotaron de su pecho inflamado, como solían hacer: "Ser amado por Dios, unirse a Dios, caminar delante de Dios, vivir para Dios: ¡Oh vida bendita, oh muerte bendita!" (52)

Necesidad de la vida de oración

40. Esperamos sinceramente, Venerables Hermanos, que estas lecciones de la vida de San Juan M. Vianey hagan que todos los ministros sagrados comprometidos a su cuidado se sientan seguros de que deben esforzarse al máximo para sobresalir en su devoción a la oración; esto realmente se puede hacer, incluso si están muy ocupados con las labores apostólicas.

41. Pero si van a hacer esto, sus vidas deben ajustarse a las normas de fe que tanto impregnaron a Juan María Vianney y le permitieron realizar obras tan maravillosas. "¡Oh, la fe maravillosa de este sacerdote", comentó uno de sus colegas en el ministerio sagrado, "es lo suficientemente grande como para enriquecer todas las almas de la diócesis!" (53)

42. Esta unión constante con Dios se logra y conserva mejor a través de las diversas prácticas de piedad sacerdotal; muchas de las más importantes, como la meditación diaria, la visita al Santísimo Sacramento, el rezo del Rosario, el examen de conciencia detenido, que la Iglesia, en sus sabias y providentes normas, ha hecho obligatorias para los sacerdotes (54). En cuanto a las horas del Oficio, los sacerdotes se han comprometido seriamente con la Iglesia a recitarlas (55).

43. El descuido de algunas de estas reglas puede ser a menudo la razón por la que ciertos eclesiásticos se ven atrapados en el torbellino de los asuntos externos, pierden gradualmente su sentimiento por las cosas sagradas y finalmente caen en serias dificultades cuando son despojados de toda protección espiritual y atraídos por los atractivos de esta vida terrena. Juan María Vianney, por el contrario, "nunca descuidó su propia salvación, por muy ocupado que haya estado con la de los demás" (56).

44. Para usar las palabras de San Pío X: "De esto estamos seguros... de que un sacerdote debe estar profundamente dedicado a la práctica de la oración si quiere estar a la altura de su rango y cumplir con sus deberes adecuadamente... Porque un sacerdote debe ser mucho más cuidadoso que los demás en obedecer el mandato de Cristo: Siempre debes orar. Pablo solo lo reafirmaba cuando aconsejaba, como lo hacía tan a menudo: Sed constantes en la oración, siempre alerta para dar gracias; orad sin cesar" (57). Y estamos más que felices de adoptar como propias las palabras que Nuestro predecesor inmediato ofreció a los sacerdotes como contraseña al comienzo de su pontificado: "Rezad cada vez más y rezad más intensamente" (58).

Devoción de San Juan Vianney a la Eucaristía

45. La devoción a la oración de San Juan M. Vianney, que pasaría casi la totalidad de los últimos treinta años de su vida en la Iglesia, cuidando de las multitudes de penitentes que acudían a él, tenía una característica especial: era especialmente dirigida hacia la Eucaristía.

46. ​​Es casi increíble lo ardiente que era realmente su devoción a Cristo escondida bajo los velos de la Eucaristía. "Él es el único", dijo, "¿Quien nos ha amado tanto, por qué no deberíamos amarlo a Él a cambio?" (59). Se consagró al adorable sacramento del altar con una caridad ardiente y su alma fue atraída al Sagrado Tabernáculo por una fuerza celestial que no podía resistir.

47. Así enseñó a sus fieles a rezar: "No necesitas muchas palabras cuando rezas. Creemos con fe que el Dios bueno y misericordioso está en el tabernáculo, le abrimos el alma y nos alegramos de que Él nos permita acercarnos a Él, esta es la mejor manera de orar” (60). Hizo todo lo que había que hacer para despertar la reverencia y el amor de los fieles por Cristo escondido en el sacramento de la Eucaristía y llevarlos a participar de las riquezas de la divina Synaxis; el ejemplo de su devoción estuvo siempre ante ellos. "Para convencerse de esto —nos dicen los testigos— bastaba con verlo realizar las ceremonias sagradas o simplemente verlo arrodillarse al pasar por el tabernáculo" (61).

Beneficios de la Plegaria Eucarística

48. Como ha dicho nuestro predecesor de memoria inmortal, Pío XII: "El maravilloso ejemplo de San Juan María Vianney conserva toda su fuerza para nuestro tiempo" (62). Porque la oración prolongada de un sacerdote ante el adorable Sacramento del Altar tiene una dignidad y una eficacia que no se encuentra en ninguna otra parte ni puede ser reemplazada. Y así, cuando el sacerdote adora a Cristo Nuestro Señor y le da gracias, o ofrece satisfacción por sus propios pecados y los de los demás, o finalmente cuando reza constantemente para que Dios vigile especialmente las causas encomendadas a su cuidado, se inflama de un amor más ardiente por el Divino Redentor a quien ha jurado fidelidad y por aquellos a quienes dedica su cuidado pastoral. Y una devoción a la Eucaristía ardiente, constante y que se traslada a las obras tiene también el efecto de alimentar y fomentar la perfección interior de su alma y asegurarle, en el desempeño de sus deberes apostólicos, una abundancia de poderes sobrenaturales que deben tener los obreros más fuertes de Cristo.

49. No queremos pasar por alto los beneficios que obtienen los mismos fieles de esta manera, ya que ven la piedad de sus sacerdotes y son atraídos por su ejemplo. Pues, como nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, señaló en una charla al clero de esta querida ciudad: "Si quieres que los fieles que están confiados a tu cuidado oren con buena voluntad y bien, debes darles un ejemplo y que te vean orando en la iglesia. Un sacerdote arrodillado con devoción y reverencia ante el tabernáculo, y derramando oraciones a Dios con todo su corazón, es un ejemplo maravilloso para el pueblo cristiano y sirve de inspiración" (63). El santo Cura de Ars utilizó todas estas ayudas en el desempeño de su oficio apostólico, y sin duda son aptas para todos los tiempos y lugares.

La Misa y el Sacerdocio

50. Pero nunca olvides que la forma principal de la oración eucarística está contenida en el santo sacrificio del altar. En nuestra opinión, este punto debe ser considerado con más cuidado, Venerables Hermanos, porque toca un aspecto particularmente importante de la vida sacerdotal.

51. No es Nuestra intención en este momento entrar en un extenso tratamiento de la enseñanza de la Iglesia sobre el sacerdocio y el Sacrificio Eucarístico, tal como se ha transmitido desde la antigüedad. Nuestros predecesores Pío XI y Pío XII lo han hecho en documentos claros e importantes y les instamos a que se esmeren para que los sacerdotes y fieles confiados a su cuidado los conozcan muy bien. Esto aclarará las dudas de algunos; y corregirá las declaraciones más atrevidas que a veces se han hecho al discutir estos asuntos.

52. Pero también nosotros esperamos decir algo que valga la pena sobre este asunto, mostrando la razón principal por la que el santo Cura de Ars, que, como corresponde a un héroe, fue muy cuidadoso en el cumplimiento de sus deberes sacerdotales, realmente merece ser propuesto a quienes han tomado el cuidado de las almas como modelo de virtud sobresaliente y ser honrado por ellos como su patrón celestial. Si es obviamente cierto que un sacerdote recibe su sacerdocio para servir en el altar y que entra en este oficio ofreciendo el Sacrificio Eucarístico, entonces es igualmente cierto que mientras viva como ministro de Dios, el Sacrificio Eucarístico será fuente y origen de la santidad que alcance y de la actividad apostólica a la que se dedique. Todas estas cosas sucedieron de la manera más completa posible en el caso de San Juan Vianney.

53. Porque, si se tiene en cuenta toda la actividad de un sacerdote, ¿cuál es el punto principal de su apostolado si no es procurar que, dondequiera que viva la Iglesia, un pueblo unido por los lazos de la fe, regenerado por santo bautismo y limpios de sus faltas se reunirán alrededor del altar sagrado? Es entonces cuando el sacerdote, utilizando el poder sagrado que ha recibido, ofrece el divino Sacrificio en el que Jesucristo renueva la inmolación única que completó en el Calvario para la redención de los hombres y para la gloria de su Padre celestial. Es entonces cuando los cristianos reunidos, actuando por el ministerio del sacerdote, presentan a la Víctima divina y se ofrecen al Dios supremo y eterno como "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (64). Allí es donde al pueblo de Dios se le enseñan las doctrinas y preceptos de la fe y se nutre del Cuerpo de Cristo, y allí es donde encuentra un medio para ganar vida sobrenatural, crecer en ella y, si es necesario, recuperar la unidad. Y allí, además, el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, crece con crecimiento espiritual en todo el mundo hasta el fin de los tiempos.

54. Es justo y apropiado llamar a la vida de San Juan Vianney sacerdotal y pastoral de una manera sobresaliente, porque dedicó cada vez más tiempo a predicar las verdades de la religión y a limpiar las almas de la mancha del pecado a medida que pasaban los años, ¡y porque tenía presente el altar de Dios en todos y cada uno de los actos de su sagrado ministerio!

55. Es cierto, por supuesto, que la fama del Santo Cura hizo que grandes multitudes de pecadores acudieran en masa a Ars, mientras que muchos sacerdotes experimentan grandes dificultades para lograr que las personas comprometidas con su cuidado acudan a ellos y luego descubran que tienen que enseñarles las verdades más elementales de la doctrina cristiana, como si estuvieran trabajando en una tierra misionera. Pero por importantes y a veces por penosos que sean estos trabajos apostólicos, nunca se debe permitir que los hombres de Dios olviden la gran importancia de la meta que siempre deben tener en la mira y que San Juan Vianney logró dedicándose por completo a las principales obras de la vida apostólica en una pequeña iglesia de campo.

Santidad personal y la Misa

56. Esto debe tenerse en cuenta, en particular: para todo lo que un sacerdote planee, resuelva o haga para santificarse, tendrá que recurrir a la fuerza celestial del Sacrificio Eucarístico que ofrece, al igual que el El Pontificio Romano insta: "Sé consciente de lo que estás haciendo; imita lo que tienes en tus manos".

57. A este respecto, nos complace repetir las palabras que pronunció Nuestro predecesor inmediato de feliz memoria en la Exhortación apostólica titulada Menti Nostrae: "Así como toda la vida de Nuestro Salvador estaba orientada hacia el sacrificio de Sí mismo, así también la vida del sacerdote, que debe reproducir la imagen de Cristo en sí mismo, debe convertirse en un sacrificio agradable con Él, por Él y en Él... Por eso, no le basta con celebrar el sacrificio eucarístico, sino en un sentido muy profundo, debe vivirlo, porque de este modo puede sacar de él la fuerza celestial que le permitirá transformarse profundamente y participar de la vida expiatoria del mismo Divino Redentor... (65) Y de nuevo: "El alma del sacerdote debe referirse a sí mismo lo que ocurre en el altar del sacrificio; porque así como Jesucristo se inmola a sí mismo, su ministro debe inmolarse junto con él; así como Jesús expía los pecados de los hombres, así también el sacerdote debe recorrer el elevado camino del ascetismo cristiano para realizar su propia purificación y la de sus prójimos" (66).

Salvaguardar la santidad

58. Este elevado aspecto de la doctrina es lo que la Iglesia tiene en mente cuando, con maternal cuidado, invita a sus sagrados ministros a dedicarse al ascetismo y los insta a celebrar el Sacrificio Eucarístico con la mayor devoción interior y exterior posible. El hecho de que algunos sacerdotes no tengan presente la estrecha conexión que debe existir entre la ofrenda del Sacrificio y la propia entrega, ¿no será el motivo por el que paulatinamente se vayan alejando de ese primer fervor que tenían en el momento de su ordenación? San Juan Vianney aprendió esto por experiencia y lo expresó de esta manera: "La razón por la que los sacerdotes son negligentes en su vida personal es que no ofrecen el Sacrificio con atención y piedad". Y él, que en su noble virtud tenía la costumbre de "ofrecerse en expiación por los pecadores" (67) solía llorar "cuando pensaba en los sacerdotes infelices que no estaban a la altura de la santidad que exigía su oficio" (68).

59. Hablando como Padre, exhortamos a nuestros amados sacerdotes a que dediquen un tiempo para examinarse a sí mismos sobre cómo celebran los misterios divinos, cuáles son sus disposiciones de alma y actitud exterior al ascender al altar y qué fruto están tratando de obtener de eso. A ello conviene que se sientan estimulados por las celebraciones del centenario que se están celebrando en honor a este destacado y maravilloso sacerdote, que con tanta fuerza y tantas ganas de dedicarse "desde el consuelo y la alegría de ofrecer a la divina víctima" (69). Que sus oraciones, que estamos seguros de que recibirán, traigan una plenitud de luz y fuerza sobre Nuestros amados sacerdotes.

III

60. Los maravillosos ejemplos de ascetismo y oración sacerdotal que hemos propuesto para su consideración hasta ahora, Venerables Hermanos, también señalan claramente la fuente de la habilidad pastoral y de la eficacia celestial verdaderamente notable del sagrado ministerio de San Juan M. Vianney. Al respecto, Nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, hizo una sabia advertencia: "El sacerdote debe darse cuenta de que el importante ministerio que se le ha confiado será cumplido más fructíferamente, cuanto más íntimamente esté unido a Cristo y conducido por Su espíritu "(70). De hecho, la vida del Cura de Ars ofrece un argumento más destacado en apoyo de la regla suprema para el trabajo apostólico que fue establecida por Jesucristo mismo: "Sin mí, nada podéis hacer" (71).

El buen Pastor

61. No tenemos ninguna intención de intentar hacer una lista de todas las cosas maravillosas que ha hecho este humilde cura de una parroquia rural, que atrajo tanta multitud al tribunal de la Penitencia que algunas personas, en desprecio, lo llamaron "una especie de del agitador de la chusma del siglo XIX" (72), tampoco vemos la necesidad de profundizar en todas las formas particulares en las que desempeñó sus funciones, algunas de las cuales, tal vez, no podrían adaptarse a nuestro tiempo.

62. Pero sí queremos recordar este hecho: que este Santo fue en su propio tiempo un modelo de devoción pastoral en una pequeña comunidad que todavía sufría la pérdida de la fe y la moral cristianas que se produjo mientras la Revolución Francesa estaba en pleno apogeo. Ésta fue la misión y el mandato que recibió justo antes de asumir su cargo pastoral: "Encontrarás el amor de Dios en esa parroquia; revuélvelo tú mismo" (73).

63. Demostró ser un trabajador incansable de Dios, sabio y devoto en ganarse a los jóvenes y devolver a las familias a los estándares de la moral cristiana, un trabajador que nunca se cansó demasiado para mostrar interés en las necesidades humanas de su rebaño, que tenía un estilo de vida muy cercano al de ellos y que estaba dispuesto a esforzarse y hacer cualquier sacrificio para establecer escuelas cristianas y hacer que las misiones estuvieran disponibles para la gente: y todas estas cosas muestran que San Juan M Vianney reproducía en sí mismo la verdadera imagen del buen pastor en el trato con el rebaño confiado a su cuidado, pues conocía a sus ovejas, las protegía de los peligros y las cuidaba con ternura pero con firmeza.

64. Sin darse cuenta, estaba haciendo sonar sus propias alabanzas con las palabras que una vez dirigió a su pueblo: "¡Buen pastor! ¡Oh pastor que vive completamente a la altura de los mandamientos y deseos de Jesucristo! Esta es la bendición más grande que un Dios misericordioso puede enviar a una parroquia" (74).

65. Pero hay tres cosas en particular de valor e importancia duraderos que el ejemplo de este santo hombre nos trae a casa y es a estas en particular a las que queremos dirigir su atención, Venerables Hermanos.

Su estima por el oficio pastoral

66. Lo primero que nos llama la atención es la altísima estima que tenía en su oficio pastoral. Era tan humilde por disposición y tan consciente a través de la fe de la importancia de la salvación de un alma humana que nunca podría emprender sus deberes parroquiales sin un sentimiento de miedo.

67. "Amigo mío" —estas son las palabras que utilizó para abrir su corazón a un compañero sacerdote— "no tienes idea de lo espantoso que es que un sacerdote sea arrebatado del cuidado de las almas para presentarse ante el tribunal de Dios" (75).

68. Todo el mundo sabe —como ya hemos señalado— cuánto anhelaba y cuánto tiempo rezó para que se le permitiera irse solo a llorar y hacer la debida expiación por lo que él llamaba su miserable vida; y sabemos también que sólo la obediencia y su celo por la salvación de los demás le llevaron a volver al campo del apostolado cuando lo había abandonado.

Sufrimiento por sus ovejas

69. Pero si sentía el gran peso de esta carga tan pesada que a veces parecía aplastarlo, esa era también la razón por la que concibió su cargo y sus deberes de una manera tan elevada que llevarlos a cabo exigía grandes esfuerzos del alma. Estas son las oraciones que dirigía al cielo al comenzar su ministerio parroquial: "Dios mío, haz que las ovejas que se me han confiado vuelvan a un buen camino de vida. Durante toda mi vida estoy dispuesto a soportar todo lo que te plazca" (76).

70. Y Dios escuchó estas fervientes oraciones, pues luego nuestro santo tuvo que confesar: "Si hubiera sabido cuando llegué a la parroquia de Ars lo que tendría que sufrir, el miedo me habría matado" (77).

71. Siguiendo los pasos de los grandes apóstoles de todas las épocas, supo que la mejor y más eficaz manera de contribuir a la salvación de los que serían confiados a su cuidado era a través de la cruz. Por ellos, soportó todo tipo de calumnias, prejuicios y oposiciones, sin quejarse. Por ellos, soportó de buen grado los agudos malestares y molestias de mente y cuerpo que le impuso su administración diaria del Sacramento de la Penitencia durante treinta años sin casi ninguna interrupción. Por ellos, este atleta de Cristo luchó contra los poderes del infierno. Por ellos, por último, sometió su cuerpo mediante la mortificación voluntaria.

72. Casi todo el mundo conoce su respuesta al sacerdote que se quejaba de que su celo apostólico no estaba dando fruto: "¿Has ofrecido humildes oraciones a Dios, has llorado, has gemido, has suspirado, has añadido ayunos, vigilias, has dormido en el suelo, has castigado tu cuerpo? Hasta que no hayas hecho todo esto, no creas que lo has intentado todo" (78).

Necesidad de comparación

73. Una vez más Nuestra mente se dirige a los ministros sagrados que tienen el cuidado de las almas, y les suplicamos urgentemente que se den cuenta de la importancia de estas palabras. Que cada uno reflexione sobre su propia vida, a la luz de la prudencia sobrenatural que debe regir todas nuestras acciones, y pregúntese si es realmente todo lo que requiere la pastoral de las personas que le han sido confiadas.

74. Con firme confianza en que el Dios misericordioso nunca dejará de ofrecer la ayuda que exige la debilidad humana, que los ministros sagrados piensen en los oficios y cargas que han asumido al mirar a San Juan M. Vianney como si fuera un espejo. "Un terrible desastre nos golpea, curas" —se quejó el santo hombre— "cuando nuestro espíritu se vuelve perezoso y descuidado"; se refería a la actitud dañina de esos pastores que no se molestan por el hecho de que muchas ovejas que se les encomiendan se ensucian en la esclavitud del pecado. Si quieren imitar más de cerca al Cura de Ars, que estaba tan "convencido de que los hombres deben ser amados, para que podamos hacerles el bien" (79), entonces que estos sacerdotes se pregunten qué tipo de amor tienen por aquellos a quienes Dios ha confiado a su cuidado y por quienes Cristo ha muerto.

75. A causa de la libertad humana y de acontecimientos que escapan a todo control humano, los esfuerzos incluso del más santo de los hombres fracasarán a veces. Pero el sacerdote debe recordar que en los misteriosos consejos de la Divina Providencia, el destino eterno de muchos hombres está ligado a su interés y cuidado pastoral y al ejemplo de su vida sacerdotal. ¿No es este pensamiento lo suficientemente poderoso para incitar a los indiferentes de una manera eficaz como para instar a realizar mayores esfuerzos a los que ya son celosos en la obra de Cristo?

Predicador y catequista

76. Porque, como está escrito, "siempre estuvo dispuesto a atender las necesidades de las almas" (80), San Juan M. Vianney, buen pastor que era, también se destacó al ofrecer a sus ovejas una abundante provisión de la alimento de la verdad cristiana. A lo largo de su vida predicó y enseñó el catecismo.

77. El Concilio de Trento ha declarado que éste es el primer y mayor deber del párroco y todos conocen el inmenso y constante trabajo de Juan Vianney para estar a la altura de la realización de esta tarea. Pues comenzó su curso de estudios cuando ya tenía muchos años, y tuvo grandes dificultades para ello; y sus primeros sermones a la gente lo mantuvieron despierto durante noches enteras. ¡Cuánto pueden encontrar aquí los ministros de la palabra de Dios para imitar! Porque hay algunos que renuncian a todo esfuerzo por estudiar más y luego señalan con demasiada facilidad su pequeño fondo de aprendizaje como una excusa adecuada para sí mismos. Estarían mucho mejor si imitaran la gran perseverancia de alma con la que el Cura de Ars se preparó para llevar a cabo este gran ministerio de la mejor manera posible: que, de hecho, no era tan limitado como a veces se cree, porque tenía una mente clara y un juicio sano (81).

Obligación de aprender

78. Los hombres de las Sagradas Órdenes deben adquirir un conocimiento adecuado de los asuntos humanos y un conocimiento profundo de la doctrina sagrada acorde con sus capacidades. Ojalá todos los pastores de almas se esforzaran tanto como el Cura de Ars para superar las dificultades y obstáculos en el aprendizaje, fortalecer la memoria a través de la práctica y, sobre todo, sacar conocimiento de la Cruz de Nuestro Señor, que es el más grande de todos los libros. Por eso su obispo respondió a algunos de sus críticos: "No sé si es culto, pero en él brilla una luz celestial" (82).

Modelo para predicadores

79. Es por eso que nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, tuvo toda la razón al no dudar en ofrecer a este país al Cura como modelo para los predicadores de la Ciudad Santa: "El santo Cura de Ars no tenía ninguno de los dones naturales de un hablante que se destaca entre hombres como el padre Segneri o B. Bossuet. Pero los pensamientos claros, elevados y vivos de su mente se reflejaban en el sonido de su voz y brillaban en su mirada, y salían en forma de ideas e imágenes tan aptas y tan bien adaptadas a los pensamientos y sentimientos de sus oyentes y tan llenas de ingenio y encanto que incluso San Francisco de Sales habría quedado impresionado por la admiración. Este es el tipo de orador que gana las almas de los fieles. Un hombre que está lleno de Cristo no encontrará dificultades para descubrir los caminos y los medios de llevar a otros a Cristo" (83).

80. Estas palabras dan una imagen maravillosa del Cura de Ars como profesor de catecismo y predicador. Y cuando, hacia el final de su vida en la tierra, su voz era demasiado débil para llevarla a sus oyentes, el brillo de sus ojos, sus lágrimas, sus suspiros de amor divino, el amargo dolor que evidenció cuando el mero concepto de el pecado vino a su mente, fueron suficientes para convertir a una mejor forma de vida a los fieles que rodeaban su púlpito. ¿Cómo podría alguien evitar sentirse conmovido profundamente con una vida tan completamente dedicada a Cristo brillando tan claramente allí ante él?

81. Hasta el momento de su bendita muerte, San Juan M Vianney mantuvo tenazmente su oficio de enseñar a los fieles comprometidos a su cuidado y a los piadosos peregrinos que llenaban la iglesia, denunciando los males de todo tipo, en cualquier forma que podrían aparecer, "a tiempo o fuera de tiempo" (84) y, más aún, elevando sublimemente las almas a Dios; porque "prefería mostrar las bellezas de la virtud antes que la fealdad del vicio". (85) Porque este humilde sacerdote comprendió perfectamente cuán grande es realmente la dignidad y sublimidad de enseñar la palabra de Dios. "Nuestro Señor" -dijo- "quien en sí mismo es la verdad, tiene tanta consideración por su palabra como por su cuerpo".

La obligación de enseñar

82. Por tanto, es fácil darse cuenta de la gran alegría que trajo a Nuestros predecesores el señalar un ejemplo como este para ser imitado por quienes guían al pueblo cristiano; porque el ejercicio apropiado y cuidadoso del oficio de enseñanza por parte del clero es de gran importancia. Al hablar de esto, San Pío X dijo lo siguiente: "Queremos perseguir especialmente este punto y exhortar fuertemente que ningún sacerdote tenga un deber más importante o esté obligado por una obligación más estricta" (86).

83. Por eso, una vez más, tomamos esta advertencia que Nuestros predecesores han repetido una y otra vez y que ha sido insertada también en el Código de Derecho Canónico (87), y os la hacemos llegar, Venerables Hermanos, con motivo de la solemne celebración del centenario del santo catequista y predicador de Ars.

84. En este sentido, deseamos ofrecer Nuestro elogio y aliento a los estudios que se han llevado a cabo con cuidado y prudencia en muchas áreas bajo su dirección y auspicio, para mejorar la formación religiosa de jóvenes y adultos presentándola en una variedad de formas que se adaptan especialmente a las circunstancias y necesidades locales. Todos estos esfuerzos son útiles; pero con motivo de este centenario, Dios quiere arrojar nueva luz sobre la maravillosa fuerza del espíritu apostólico, que barre todo a su paso, como lo ejemplifica este sacerdote que a lo largo de su vida fue testigo de palabra y obra de Cristo, clavado en la cruz "no en el lenguaje persuasivo ideado por la sabiduría humana, sino en una manifestación de poder espiritual" (88).

Su ministerio en el confesionario

85. Todo lo que nos queda por hacer es recordar un poco más la pastoral de San Juan M. Vianney, que fue una especie de martirio constante durante un largo período de su vida y especialmente, su administración del sacramento de la Penitencia, que exige una alabanza especial porque produjo los frutos más ricos y saludables.

86. "Durante casi quince horas cada día, prestaba un oído paciente a los penitentes. Este trabajo comenzaba temprano en la mañana y continuaba hasta bien entrada la noche" (89). Y cuando él estaba completamente agotado y quebrantado cinco días antes de su muerte y no le quedaban fuerzas, los últimos penitentes vinieron a su cama. Hacia el final de su vida, el número de los que venían a verlo cada año llegaba a los ochenta mil según las cuentas (90).

Su angustia por los pecados

87. Es difícil imaginar el dolor, la incomodidad y los sufrimientos corporales que sufrió este hombre mientras se sentaba a escuchar Confesiones en el tribunal de la Penitencia por lo que parecieron períodos de tiempo interminables, especialmente si se recuerda lo debilitado que estaba por sus ayunos, mortificaciones, enfermedades, vigilias y falta de sueño.

88. Pero le molestaba aún más una angustia espiritual que se apoderaba de él por completo. Escuche sus gritos de duelo: "¡Se cometen tantos crímenes contra Dios" -dijo- "que a veces nos inclinan a pedirle a Dios que acabe con este mundo!... Tienes que venir al pueblo de Ars si de verdad quieres aprender la infinita multitud de pecados graves que hay... Ay, no sabemos qué hacer, pensamos que no hay nada más que hacer que llorar y orar a Dios".

89. Y este santo hombre podría haber añadido que había asumido más de lo que le correspondía en la expiación de estos pecados. Pues les dijo a quienes le pidieron consejo al respecto: "Solo impongo una pequeña penitencia a quienes confiesan sus pecados correctamente; el resto lo hago en su lugar" (91).

Su preocupación por los pecadores

90. San Juan M. Vianney siempre tuvo "pobres pecadores", como él los llamaba, en su mente y ante sus ojos, con la constante esperanza de verlos volver a Dios y llorar por los pecados que habían cometido. Este era el objeto de todos sus pensamientos y preocupaciones, y del trabajo que le consumía casi todo su tiempo y sus esfuerzos (92).

91. De su experiencia en el tribunal de la Penitencia, en la que soltó las ataduras del pecado, comprendió cuánta malicia hay en el pecado y qué terrible devastación causa en las almas de los hombres. Solía pintarlo de horribles colores: "Si nosotros" —aseguró— "tuviéramos fe para ver un alma en pecado mortal, moriríamos de miedo" (93).

92. Pero los sufrimientos de las almas que han permanecido apegadas a sus pecados en el infierno no aumentaban la fuerza y el vigor de su propio dolor y sus palabras tanto como la angustia que sentía por el hecho de que el amor divino había sido descuidado o violado por alguna ofensa. Esta terquedad en el pecado y el desagradecido desprecio por la gran bondad de Dios hicieron que ríos de lágrimas fluyeran de sus ojos. "Amigo mío" -dijo- lloro porque tú no lloras" (94).

93. Y, sin embargo, ¡qué gran bondad mostró al dedicarse a devolver la esperanza a las almas de los pecadores arrepentidos! No escatimó esfuerzos para convertirse en ministro de la misericordia divina para ellos; y lo describió como "como un río desbordado que arrastra a todas las almas con él" (95) y palpita con un amor mayor que el de una madre, "porque Dios es más rápido en perdonar que una madre en arrebatar a su hijo del fuego" (96).

La seriedad de la confesión

94. Que el ejemplo de la Cura de Ars incite a los que están a cargo de las almas a estar ansiosos y bien preparados para dedicarse a esta obra tan seria, porque es aquí, sobre todo, donde la misericordia divina finalmente triunfa sobre la malicia humana, y que los pecados de los hombres sean borrados y sean reconciliados con Dios.

95. Y recuerden también que Nuestro predecesor de feliz memoria, Pío XII, expresó su desaprobación "en los términos más enérgicos" de la opinión de quienes tienen poco uso de la confesión frecuente, cuando se trata de pecados veniales; el Sumo Pontífice dijo: "Recomendamos particularmente la práctica piadosa de la confesión frecuente, que la Iglesia ha introducido, bajo la influencia del Espíritu Santo, como medio para un progreso diario más rápido por el camino de la virtud" (97).

96. Una vez más, tenemos plena confianza en que los ministros sagrados serán aún más cuidadosos en la observancia fiel de las prescripciones del derecho canónico, (98) que hacen uso piadoso del sacramento de la penitencia, tan necesario para la consecución de la santidad, obligatorio en determinados momentos especificados; y que tratarán las urgentes exhortaciones que este mismo antecesor nuestro hizo "con alma dolorida" en varias ocasiones (99) con la suprema veneración y obediencia que merecen.

Necesidad de santidad personal

97. A medida que esta Encíclica nuestra llega a su fin, queremos asegurarles, Venerables Hermanos, las grandes esperanzas que tenemos de que estas celebraciones del centenario, con la ayuda de Dios, conduzcan a un deseo más profundo y a un esfuerzo más intenso de parte de todos los sacerdotes para llevar a cabo su sagrado ministerio con más celo y, sobre todo, trabajar para cumplir "el primer deber de los sacerdotes, es decir, el deber de santificarse ellos mismos" (100).

98. Cuando miramos desde esta altura del Supremo Pontificado al que nos han elevado los secretos consejos de la Divina Providencia y volvemos la mente a lo que esperan las almas, o a las muchas áreas de la tierra que aún no lo han sido iluminadas por la luz del Evangelio, y por último, a las múltiples necesidades del pueblo cristiano, la figura del sacerdote está siempre ante Nuestros ojos.

99. Si no hubiera sacerdotes o si no estuvieran haciendo su trabajo diario, ¿de qué servirían todas estas empresas apostólicas, incluso las que parecen más adecuadas a la época actual? ¿De qué servirían los laicos que trabajan con tanto celo y generosidad para ayudar en las actividades del apostolado?

100. Por eso, no dudamos en hablar a todos estos ministros sagrados, a quienes tanto amamos y en quienes la Iglesia tiene tantas esperanzas, estos sacerdotes, y exhortarlos en el nombre de Jesucristo desde lo más profundo de un corazón de un padre para hacer y dar todo lo que la seriedad de su dignidad eclesiástica les exige.

101. Este llamamiento Nuestro extrae fuerza adicional de las sabias y prudentes palabras de San Pío X: "Nada se necesita más para promover el reino de Jesucristo en el mundo que la santidad de los eclesiásticos, que deben destacarse por encima de los fieles por su ejemplo, sus palabras y su enseñanza'' (101).

102. Y esto encaja perfectamente con las palabras que San Juan M. Vianney dirigió a su obispo: "Si quieres que toda la diócesis se convierta a Dios, entonces todos los Curas deben ser santos".
Ayuda de los obispos

103. Y especialmente queremos encomendarles a estos hijos muy amados, Venerables Hermanos, que son los principales responsables de la santidad de su clero, para que tengan cuidado de acudir a ellos y ayudarlos en las dificultades -a veces graves- que afrontan en su propia vida o en el desempeño de sus funciones.

104. ¿Qué no puede lograr un obispo que ama al clero confiado a su dirección, que está cerca de ellos, los conoce de verdad, los cuida mucho y los dirige de manera firme pero paternal?

105. Es cierto que su cuidado pastoral debe extenderse a toda la diócesis, pero aún así debe cuidar muy especialmente a los que están en el orden sagrado, porque son sus colaboradores más cercanos en su trabajo y están vinculados a usted por muchos lazos sagrados.

Ayuda de los fieles

106. Con motivo de esta celebración del centenario, también queremos exhortar paternalmente a todos los fieles a ofrecer a Dios constantes oraciones por sus sacerdotes, para que cada uno a su manera les ayude a alcanzar la santidad.

107. Los más fervientes y devotos vuelven la mirada y la mente al sacerdote con un gran acto de esperanza y expectación. Porque, en un momento en que se encuentra floreciendo por todas partes el poder del dinero, el encanto de los placeres de los sentidos y una estima demasiado grande por los logros técnicos, quieren ver en él a un hombre que habla en nombre de Dios, que es animado por una fe firme, y que no piensa en sí mismo, sino que arde de intensa caridad.

108. Comprendan, pues, que pueden ayudar mucho a los ministros sagrados a lograr este noble objetivo, si sólo muestran el debido respeto a la dignidad sacerdotal, y tienen la debida estima por su oficio pastoral y sus dificultades, y finalmente sean aún más celosos y activos en ofrecer su ayuda.

Un llamado a las vocaciones

109. No podemos evitar dirigir nuestro espíritu paterno de manera especial hacia los jóvenes; Los abrazamos con afecto y les recordamos que, en ellos, la Iglesia tiene grandes esperanzas para los años venideros.

110. La mies en verdad es mucha, pero los obreros pocos (102). ¡Cuántas áreas hay donde los heraldos de la verdad evangélica están agotados por su trabajo y esperando ansiosa y anhelante a los que vendrán y tomarán su lugar! Hay pueblos que languidecen en un hambre miserable de alimento celestial más que de alimento terrenal. ¿Quién les traerá el banquete celestial de la vida y la verdad?

111. Tenemos plena confianza en que los jóvenes de nuestro tiempo serán tan rápidos como los de tiempos pasados para dar una respuesta generosa a la invitación del Divino Maestro para suplir esta necesidad vital.

112. Los sacerdotes a menudo se encuentran en circunstancias difíciles. Esto no es sorprendente; porque aquellos que odian a la Iglesia siempre muestran su hostilidad tratando de dañar y engañar a sus sagrados ministros; como admitió el propio Cura de Ars, aquellos que quieren derrocar la religión siempre intentan, en su odio, atacar a los sacerdotes en primer lugar.

113. Pero aún frente a estas graves dificultades, los sacerdotes que son ardientes en su devoción a Dios disfrutan de una felicidad real y sublime desde la conciencia de su propia posición, porque saben que han sido llamados por el Divino Salvador a ofrecer su ayuda en una obra santísima, que tendrá efecto en la redención de las almas de los hombres y en el crecimiento del Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, que las familias cristianas consideren uno de sus privilegios más sublimes dar sacerdotes a la Iglesia; y así ofrezcan a sus hijos al sagrado ministerio con gozo y gratitud.

Lourdes y Ars

114. No es necesario detenerse en este punto, Venerables Hermanos, ya que lo que pedimos está muy cerca de vuestro corazón. Porque estamos seguros de que entiendes perfectamente Nuestro interés por estas cosas y la expresión contundente que le estamos dando, y que la compartes. Por el momento, encomendamos este asunto de inmensa importancia, estrechamente ligado a la salvación de muchas almas, a la intercesión de San Juan M. Vianney.

115. También volvemos Nuestros ojos a la Madre de Dios, inmaculada desde el principio. Poco antes de que el Cura de Ars, lleno de méritos celestiales, completara su larga vida, se apareció en otra parte de Francia a una niña inocente y humilde, y a través de ella, invitó a los hombres con la insistencia de una madre a dedicarse a la oración y la penitencia cristiana; esta majestuosa voz todavía golpea a las almas un siglo después, y resuena a lo largo y ancho casi sin fin.

116. Las cosas que hizo y dijo este santo sacerdote, que fue elevado a los honores de los santos celestiales y cuyo centenario estamos conmemorando, arrojan una especie de luz celestial de antemano sobre las verdades sobrenaturales que fueron dadas a conocer a unos inocentes niños en la gruta de Lourdes. Porque este hombre tenía tanta devoción por la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios que en 1836 dedicó su iglesia parroquial a María Concebida sin Pecado y saludó la definición infalible de esta verdad como dogma católico en 1854 con la mayor alegría y reverencia. (103).

117. Por lo tanto, tenemos buenas razones para unir este doble centenario, de Lourdes y de Ars, dando las gracias debidas al Dios Altísimo: cada uno complementario al otro, y cada uno honra a una nación que amamos mucho y que puede jactarse de tener estos dos lugares santísimos en su seno.

118. Conscientes de los muchos beneficios que se han recibido, y confiando en que aún más vendrán a Nosotros y a toda la Iglesia, Tomamos prestada la oración que tantas veces sonó en labios del Cura de Ars: "Bendita sea el Santa e Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Madre de Dios. ¡Que todas las naciones alaben, todas las tierras invoquen y prediquen tu Inmaculado Corazón!" (104)

119. Confiados en que esta celebración del centenario de San Juan M. Vianney en todo el mundo despertará el celo piadoso de los sacerdotes y de aquellos a quienes Dios llama a asumir el sacerdocio, y hará que todos los fieles sean aún más activos e interesados en suplir lo necesario para la vida y obra de los sacerdotes, con todo Nuestro corazón impartimos la Bendición Apostólica a todos y cada uno de ellos, y especialmente a vosotros, Venerables Hermanos, como prenda consoladora de las gracias celestiales y de Nuestra buena voluntad .

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 1 de agosto de 1959, año primero de Nuestro Pontificado.

JUAN XXIII


* AAS 51 (1959) 745-579.

[1] AAS 17 (1925), 224.

[2] Carta apostólica Anno Iubilari: AAS 21 (1929) 313.

[3] Acta Pío X, IV, pp. 237-264.

[4] AAS 28 (1936), 5-53.

[5] AAS 42 (1950), 357-702.

[6] AAS 46 (1954), 131-317, y 666-667.

[7] Cf. L'osservatore Romano 17 oct. 1958.

[8] Pontificale Romanum: cf. Jn. 15, 15.

[9] Exhortación Haerent animo; Acta Pii X, 238

[10] Oración de la Misa de la fiesta de S. Juan María Vianney.

[11] Cf. Archivo secreto Vaticano C. SS. Rituum, Processus, t, 227, p. 196.

[12] Alocución Annus sacer: AAS 43 (1950), 29

[13] Ibíd.

[14] Sto. Tomas, Sum. Th. II-II, q. 184, a 8, in. C.

[15] Pío XII: Discurso, 16 de abril 1953: AAS 45 (1953) 288.

[16] Mt 16 24.

[17] Cf. Archivo secreto Vaticano, t, 227, p. 42.

[18] Cf. Ibíd., t. 227, p. 137.

[19] Cf. Ibíd., t. 227, p. 92.

[20] Cf. Ibíd., t. 3897, p. 510.

[21] Cf. Ibid., t. 227, p. 334.

[22] Cf. Ibid., t. 227, p. 305.

[23] Encíclica Divini Redemptoris: AAS 29 (1937), 99.

[24] Encíclica Ad catholici sacerdotii: AAS 28 (1936), 28.

[25] C.I.C., can. 1473.

[26] Cf. Sermons du B. Jean B-M. Vianney, 1909, t. I, 364.

[27] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 91.

[28] In. Lucae evang. Expositio, IV, in c. 12: PL 92, 494-5.

[29] Cf. Lc. 10,7.

[30] Cf. Menti Nostrae: AAS 42 (1950), 697-699.

[31] Cf. Archivo secreto Vaticano, t, 27 91.

[32] Sto. Tomas, Sum Th., l. c.

[33] Cf. Exhortación Haerent animo: Acta Pii X, 4, 260.

[34] AAS 46 (1954), 161-191.

[35] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 3897, p. 536.

[36] Cf. 1 Cor 9, 27.

[37] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 3897, p. 304.

[38] Encíclica Ad catholici sacerdotii: AAS 28 (1936), 28.

[39] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 29.

[40] Cf. Ibid., t. 227,p. 74.

[41] Cf. Ibid., t. 227, p. 39.

[42] Cf. Ibid., t. 3895, p.153.

[43] Lc 10, 16.

[44] Exhortación In auspicando: AAS 40 (1948), 375.

[45] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 136.

[46] Cf. Ibid., 227, p. 33.

[47] Discurso, 11 de enero 1953, en Discorsi e Radiomessaggi di S. S Pio XII, t.14, p. 452.

[48] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 131.

[49] Cf. Ibid., t. 227, p. 1100.

[50] Cf. Ibid., t. 227, p. 54.

[51] Cf. Ibid., t. 227, p. 45

[52] Cf. Ibid., t. 227, p. 29

[53] Cf. Ibid., t. 227, p. 976.

[54] C.I.C., can. 125.

[55] Ibid., can. 135.

[56] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 36.

[57] Exhortación Haerent animo: Acta Pii X , 4, 248-249.

[58] Discurso, 24 de junio 1939. AAS 31 (1939), 249.

[59] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 1103.

[60] Cf. Ibid., t. 227, p. 45.

[61] Cf. Ibid., t. 227, p. 459.

[62] Cf. Mensaje, 25 de junio 1956: AAS 48 (1956), 579

[63] Cf. Discurso, 13 de marzo 1943: AAS 35 (1943), 114-115.

[64] Rom 12, 1.

[65] Menti Nostrae: AAS 42 (1950), 666-667

[66] Ibid., 667-668.

[67] Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 319.

[68] Cf. Ibid., t . 227, p. 47.

[69] Cf. Ibid., pp. 667- 668.

[70] Menti Nostrae, AAS 42 (1950) 676.

[71] Jn 15,5.

[72] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 629.

[73] Cf. Ibid., t. 227, p. 15.

[74] Cf. Sermons, l.c., t 2, 86.

[75] Cf Archivo secreto Vaticano t. 227, p. 1210.

[76] Cf. Ibid., t. 227, p. 53.

[77] Cf. Ibid., t. 227, p. 991.

[78] Cf. Ibid., t. 227, p. 53.

[79] Cf. Ibid., t. 227, p. 1002.

[80] Cf. Ibid., t. 227, p. 580.

[81] Cf. Ibid., t. 3897, p. 444.

[82] Cf. Ibid., t. 3897, p. 272.

[83] Cf. Discurso, 16 de marzo 1946: AAS 38 (1946), 186.

[84] 2 Tim 4, 2.

[85] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 185.

[86] Cf. Encíclica Acerbo nimis; Acta Pio X, 2, 75.

[87] C.I.C. can. 1330-1332.

[88] 1 Cor 2, 4.

[89] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 18.

[90] Cf. Ibidem.

[91] Cf. Ibid., t. 227, p. 1018.

[92] Cf. Ibid., t. 227, p. 18.

[93] Cf. Ibid., t. 227, p. 290.

[94] Cf. Ibid., t. 227, p. 999.

[95] Cf. Ibid., t. 227, p. 978.

[96] Cf. Ibid., t. 3900, p. 1554.

[97] Encíclica Mystici Corporis; AAS 35 (1943), 235.

[98] C.I.C. can 125 §1.

[99] Encíclica Mystici Corporis; AAS 35 (1943), 235; encíclica Mediator Dei; AAS 39 (1947), 585; exhort. apost. Menti Nostrae; AAS 42 (1950), 674.

[100] Exhort. apost. Menti Nostrae; AAS 42 (1950), 677.

[101] Cf. Epist. La ristorazione; Acta Pii X, I, p. 257.

[102] Cf. Mt 9, 37.

[103] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p. 90.

[104] Cf. Archivo secreto Vaticano, t. 227, p.1021.




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