Accogliamo Colla Più Viva Compiacenza
Alocución que el Papa Pío X entregó a los cardenales recién creados el 17 de abril de 1907, contra el neorreformismo religioso.
Acogemos con el más vivo deleite las expresiones de devoción y amor filial por Nosotros y por esta Sede Apostólica, que nos habéis mostrado en vuestro nombre y en el nombre de vuestros más amados hermanos por el honor de la púrpura a la que fuiste llamado [Nota al pie: Card. Aristide Cavallari, Patriarca de Venecia]. Sin embargo, al aceptar vuestra gratitud, también tenemos que decir que las mismas virtudes preeminentes con las que estáis adornado, las obras de celo que habéis realizado y los demás servicios distinguidos que en diferentes campos habéis prestado a la Iglesia, os han hecho digno de ser incluido en el registro de Nuestro Sagrado Senado. Y Nos alegra no sólo la esperanza, sino la certeza de que, revestido de la nueva dignidad, siempre dedicaréis, como en el pasado, su talento y su fuerza a ayudar al Romano Pontífice en el gobierno de la Iglesia.
Si los Romanos Pontífices siempre han necesitado ayuda externa para llevar a cabo su misión, esta necesidad se siente hoy con más viveza por las gravísimas condiciones de la época en que vivimos y por los continuos asaltos a los que la Iglesia está sometida por sus enemigos.
Y al respecto, no penséis, Venerables Hermanos, que nos proponemos aludir a los hechos, por dolorosos que sean, en Francia, porque en gran parte se compensan con los más queridos consuelos: por la admirable unión de ese Venerable Episcopado, por el generoso altruismo del clero, y por la piadosa paciencia de los fieles dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la preservación de la fe y por la gloria de su patria. Una vez más se hace realidad que las persecuciones no hacen más que resaltar y levantar para la admiración universal las virtudes de los perseguidos y, a lo sumo, son como las olas del mar que, al chocar contra las rocas en la tempestad, las purifican, si es necesario, del barro que las contaminó.
Y sabéis, Venerables Hermanos, que por eso la Iglesia no temió, cuando los decretos de los Césares ordenaban a los primeros cristianos o abandonar el culto a Jesucristo o morir, porque la sangre de los mártires era semilla de nueva vida que se convierte a la fe. Pero la guerra agonizante, que la hace repetir: Ecce in pace amaritudo mea amarissima [“He aquí en paz es mi amargura más amarga” - Isaías 38:17], es la que se deriva de la aberración de las mentes por la cual sus doctrinas son rechazadas y el grito de rebelión, por el cual los rebeldes fueron expulsados del Cielo, se repite en el mundo.
Y, lamentablemente, rebeldes son quienes profesan y difunden bajo sutiles disfraces los monstruosos errores sobre la evolución del dogma, la vuelta al Evangelio puro, es decir, despojado, como dicen, de las explicaciones de la teología, de las definiciones de los Concilios, desde las máximas del ascetismo - y la emancipación de la Iglesia, pero de una manera nueva, sin rebelarse, para no ser cortados, pero también sin someterse, para no violar sus propias convicciones; y, finalmente, en la adaptación a los tiempos en todo, al hablar, al escribir y al predicar una caridad sin fe, muy complaciente con los incrédulos, que lamentablemente abre el camino a la ruina eterna para todos.
Ustedes ven, Venerables Hermanos, como Nosotros, que debemos defender con todas nuestras fuerzas el depósito que nos ha sido confiado, tenemos motivos de angustia ante este atentado, que no es una herejía, sino la síntesis y el veneno de todas las herejías, que busca socavar los cimientos de la fe y aniquilar el cristianismo.
Sí, para aniquilar el cristianismo, porque la Sagrada Escritura para estos herejes modernos ya no es la fuente segura de todas las verdades que pertenecen a la fe, sino un libro común; - para ellos, la inspiración se limita a las doctrinas dogmáticas, que sin embargo se entienden a su manera, y se diferencia poco de la inspiración poética de Esquilo y Homero. La Iglesia es la intérprete legítima de la Biblia pero está sujeta a las reglas de la llamada ciencia crítica, que se impone a la teología y la esclaviza [según los modernistas]. En cuanto a la tradición, por último, todo es relativo y sujeto a cambios, por lo que la autoridad de los Santos Padres se reduce a la nada. Y todos estos y mil errores más los propagan en panfletos, revistas, libros ascéticos y hasta en novelas.
Por lo tanto, confiamos mucho también en vuestros esfuerzos, Venerables Hermanos, para que, si en vuestras regiones, junto con vuestros sufragáneos, os familiarizáis con estos sembradores de malezas, podáis unirse a nosotros en la lucha informándonos del peligro al que se enfrentan las almas que están expuestas, denunciando sus libros a las Sagradas Congregaciones Romanas y, entre tanto, mediante el uso de las facultades que os conceden los Sagrados Cánones, condenándolas solemnemente, en la convicción de la máxima obligación que habéis asumido de ayudar al Papa en gobernar la Iglesia, luchar contra el error y defender la verdad ante el derramamiento de sangre.
Además, confiamos en el Señor, oh amados hijos, quien nos dará la ayuda necesaria en el momento oportuno; y que la bendición apostólica que habéis invocado descienda abundantemente sobre vosotros, sobre el clero y el pueblo de vuestra diócesis, sobre todos los venerables obispos y los hijos escogidos que han adornado con su presencia esta solemne ceremonia, sobre vosotros y vuestros parientes; y que sea para todos y cada uno, una fuente de las más selectas gracias y los más dulces consuelos.
Si los Romanos Pontífices siempre han necesitado ayuda externa para llevar a cabo su misión, esta necesidad se siente hoy con más viveza por las gravísimas condiciones de la época en que vivimos y por los continuos asaltos a los que la Iglesia está sometida por sus enemigos.
Y al respecto, no penséis, Venerables Hermanos, que nos proponemos aludir a los hechos, por dolorosos que sean, en Francia, porque en gran parte se compensan con los más queridos consuelos: por la admirable unión de ese Venerable Episcopado, por el generoso altruismo del clero, y por la piadosa paciencia de los fieles dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la preservación de la fe y por la gloria de su patria. Una vez más se hace realidad que las persecuciones no hacen más que resaltar y levantar para la admiración universal las virtudes de los perseguidos y, a lo sumo, son como las olas del mar que, al chocar contra las rocas en la tempestad, las purifican, si es necesario, del barro que las contaminó.
Y sabéis, Venerables Hermanos, que por eso la Iglesia no temió, cuando los decretos de los Césares ordenaban a los primeros cristianos o abandonar el culto a Jesucristo o morir, porque la sangre de los mártires era semilla de nueva vida que se convierte a la fe. Pero la guerra agonizante, que la hace repetir: Ecce in pace amaritudo mea amarissima [“He aquí en paz es mi amargura más amarga” - Isaías 38:17], es la que se deriva de la aberración de las mentes por la cual sus doctrinas son rechazadas y el grito de rebelión, por el cual los rebeldes fueron expulsados del Cielo, se repite en el mundo.
Y, lamentablemente, rebeldes son quienes profesan y difunden bajo sutiles disfraces los monstruosos errores sobre la evolución del dogma, la vuelta al Evangelio puro, es decir, despojado, como dicen, de las explicaciones de la teología, de las definiciones de los Concilios, desde las máximas del ascetismo - y la emancipación de la Iglesia, pero de una manera nueva, sin rebelarse, para no ser cortados, pero también sin someterse, para no violar sus propias convicciones; y, finalmente, en la adaptación a los tiempos en todo, al hablar, al escribir y al predicar una caridad sin fe, muy complaciente con los incrédulos, que lamentablemente abre el camino a la ruina eterna para todos.
Ustedes ven, Venerables Hermanos, como Nosotros, que debemos defender con todas nuestras fuerzas el depósito que nos ha sido confiado, tenemos motivos de angustia ante este atentado, que no es una herejía, sino la síntesis y el veneno de todas las herejías, que busca socavar los cimientos de la fe y aniquilar el cristianismo.
Sí, para aniquilar el cristianismo, porque la Sagrada Escritura para estos herejes modernos ya no es la fuente segura de todas las verdades que pertenecen a la fe, sino un libro común; - para ellos, la inspiración se limita a las doctrinas dogmáticas, que sin embargo se entienden a su manera, y se diferencia poco de la inspiración poética de Esquilo y Homero. La Iglesia es la intérprete legítima de la Biblia pero está sujeta a las reglas de la llamada ciencia crítica, que se impone a la teología y la esclaviza [según los modernistas]. En cuanto a la tradición, por último, todo es relativo y sujeto a cambios, por lo que la autoridad de los Santos Padres se reduce a la nada. Y todos estos y mil errores más los propagan en panfletos, revistas, libros ascéticos y hasta en novelas.
Por lo tanto, confiamos mucho también en vuestros esfuerzos, Venerables Hermanos, para que, si en vuestras regiones, junto con vuestros sufragáneos, os familiarizáis con estos sembradores de malezas, podáis unirse a nosotros en la lucha informándonos del peligro al que se enfrentan las almas que están expuestas, denunciando sus libros a las Sagradas Congregaciones Romanas y, entre tanto, mediante el uso de las facultades que os conceden los Sagrados Cánones, condenándolas solemnemente, en la convicción de la máxima obligación que habéis asumido de ayudar al Papa en gobernar la Iglesia, luchar contra el error y defender la verdad ante el derramamiento de sangre.
Además, confiamos en el Señor, oh amados hijos, quien nos dará la ayuda necesaria en el momento oportuno; y que la bendición apostólica que habéis invocado descienda abundantemente sobre vosotros, sobre el clero y el pueblo de vuestra diócesis, sobre todos los venerables obispos y los hijos escogidos que han adornado con su presencia esta solemne ceremonia, sobre vosotros y vuestros parientes; y que sea para todos y cada uno, una fuente de las más selectas gracias y los más dulces consuelos.
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