lunes, 10 de noviembre de 2025

EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (68)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


68. Jesús enseña en el Templo estando con Judas Iscariote.
1 de enero de 1945.

1 Veo a Jesús entrando, con Judas a su lado, en el recinto del Templo; pasa la primera terraza, o rellano de la grada si se prefiere; se detiene en un pórtico que rodea un amplio patio solado con mármoles de colores distintos. El lugar es muy bonito y está lleno de gente.
Jesús mira a su alrededor y ve un sitio que le gusta. Pero, antes de dirigirse a él, dice a Judas: “Llámame al responsable de este lugar. Debo presentarme para que no se diga que falto a las costumbres y al respeto”.
“Maestro, Tú estás por encima de las costumbres. Nadie tiene más derecho que Tú a hablar en la Casa de Dios; Tú, su Mesías”.
“Yo eso lo sé, y tú también lo sabes, pero ellos no. No he venido para escandalizar, como tampoco para enseñar a violar la Ley o las costumbres; antes bien, he venido justamente para enseñar respeto, humildad y obediencia; para hacer desaparecer los escándalos. Por ello quiero pedir el permiso para hablar en nombre de Dios, haciéndome reconocer digno de ello por el responsable del lugar”.
“La otra vez no lo hiciste”.
“La otra vez me abrasaba el celo de la Casa de Dios, profanada por demasiadas cosas. La otra vez Yo era el Hijo del Padre, el Heredero que en nombre del Padre y por amor de su Casa actuaba con la majestad que me es propia y que está por encima de magistrados y sacerdotes. Ahora soy el Maestro de Israel, y le enseño a Israel también esto. Y además, Judas, ¿tú crees que el discípulo es más que su Maestro?”.
“No, Jesús”.
“¿Y tú quién eres? ¿Y quién soy Yo?”.
“Tú, el Maestro; yo, el discípulo”.
“Y entonces, si reconoces que son así las cosas, ¿por que quieres enseñar a tu Maestro? Ve y obedece. Yo obedezco a mi Padre, tú obedece a tu Maestro. Condición primera del Hijo de Dios es ésta: obedecer sin discutir, pensando que el Padre sólo puede dar órdenes santas; condición primera del discípulo es obedecer a su Maestro, pensando que el Maestro sabe y sólo puede dar órdenes justas”.
“Es verdad. Perdona. Obedezco”.
“Perdono. Ve. Escucha, Judas, esta otra cosa: acuérdate de esto, recuérdalo siempre”.
“¿Obedecer? Sí”.
“No. Recuerda que Yo fui respetuoso y humilde para con el Templo; para con el Templo, o sea, con las clases poderosas. Ve”.
Judas le mira pensativo, interrogativamente... pero no se atreve a preguntar nada más, y se va meditabundo.

2 Vuelve con un personaje solemnemente vestido. “Este es, Maestro, el magistrado”.
“La paz sea contigo. Solicito enseñar, entre los rabíes de Israel, a Israel”.
“¿Eres rabí?”.
“Lo soy”.
“¿Quién fue tu maestro?”.
“El Espíritu de Dios, que me habla con su sabiduría y me ilumina cada una de las palabras de los Textos Santos”.
“¿Eres más que Hillel, Tú, que sin maestro afirmas que sabes toda doctrina? ¿Cómo puede uno formarse si no hay uno que le forme?”.
“Como se formó David, pastorcito ignorante que llegó a ser rey poderoso y sabio por voluntad del Señor (315)”.
“Tu nombre”.
“Jesús de José de Jacob, de la estirpe de David, y de María de Joaquín, de la estirpe de David, y de Ana de Aarón; María, la Virgen que casó en el Templo, porque era huérfana, el Sumo Sacerdote, según la ley de Israel”.
“¿Quién lo prueba?”.
“Todavía debe haber aquí levitas que se acuerden de ese hecho, coetáneos de Zacarías de la clase de Abías, pariente mío. Pregúntaselo a ellos, si dudas de mi sinceridad”.
“Te creo. ¿Pero quién me prueba que sepas enseñar?”.
“Escúchame y podrás juzgar por ti mismo”.
“Si quieres puedes enseñar... Pero... ¿no eres nazareno?”.
“Nací en Belén de Judá en tiempos del censo ordenado por el César. Proscritos a causa de disposiciones injustas, los hijos de David están por todas partes. Pero la estirpe es de Judá”.
“Ya sabes... los fariseos... toda Judea... respecto a Galilea...”
“Lo sé. No temas. En Belén vi la luz por primera vez, en Belén Efratá de donde viene mi estirpe; si ahora vivo en Galilea es sólo para que se cumpla lo que está escrito...”.
El magistrado se aleja unos metros acudiendo a una llamada.

3 Judas pregunta: “¿Por qué no has dicho que eres el Mesías?”.
“Mis palabras lo dirán”.
“¿Qué es lo que está escrito y debe cumplirse?”.
“La reunión de todo Israel bajo la enseñanza de la palabra del Cristo. Yo soy el Pastor de que hablan los Profetas (316), y vengo a reunir a las ovejas de todas las regiones, a curar a las enfermas, a conducir al pasto bueno a las errantes. Para mí no hay Judea o Galilea, Decápolis o Idumea. Sólo hay una cosa: el Amor que mira con un único ojo y une en un único abrazo para salvar...”.
Se le ve inspirado a Jesús. ¡Tanto sonríe a su sueño, que parece emanar destellos! Judas le observa admirado.
Entre tanto, algunas personas, curiosas, se han acercado a los dos, cuyo aspecto imponente –distinto en ambos– atrae e impresiona.
Jesús baja la mirada. Sonríe a esta pequeña multitud con esa sonrisa suya cuya dulzura ningún pintor podrá nunca reflejar fidedignamente y ningún creyente que no la haya visto puede imaginar. Y dice: “Venid, si os sentís deseosos de palabras eternas”.

4 Se dirige hacia un arco del pórtico; bajo él, apoyado en una columna, empieza a hablar. Toma como punto de partida lo que había sucedido por la mañana.
“Esta mañana, entrando en Sión, he visto que por pocos denarios dos hijos de Abraham estaban dispuestos a matarse. Habría podido maldecirlos en nombre de Dios, porque Dios dice: "No matarás" (317), y también afirma que quien no obedece a su ley será maldito (318). Pero he tenido piedad de su ignorancia respecto al espíritu de la Ley y me he limitado a impedir el homicidio, para que puedan arrepentirse, conocer a Dios, servirle obedientemente, amando no sólo a quien los ama, sino también a los enemigos.
Sí, Israel. Un nuevo día surge para ti. Más luminoso se hace el precepto del amor. ¿Acaso empieza el año con el nebuloso Etanim, o con el triste Kisléu de jornadas más breves que un sueño y noches tan largas como una desgracia? No, el año comienza con el florido, luminoso, alegre Nisán, cuando todo ríe y el corazón del hombre, aun el más pobre y triste, se abre a la esperanza porque llega el verano, la cosecha, el sol, la fruta; cuando dulce es dormir, incluso en un prado florecido, con las estrellas como candil; cuando es fácil alimentarse porque todo terrón produce hierba o fruto para el hambre del hombre.
Mira, Israel. Ha terminado el invierno, tiempo de espera. Ahora toca la alegría de la promesa que se cumple. El Pan y el Vino pronto se ofrecerán para saciar tu hambre. El Sol está entre vosotros. Todo, ante este Sol, adquiere un respiro más dulce y amplio, incluso el precepto de nuestra Ley, el primero, el más santo entre los preceptos santos: "Ama a tu Dios y ama a tu prójimo" (319).
En el marco de la luz relativa que hasta ahora te ha sido concedida, se te dijo –no habrías podido hacer más, porque sobre ti pesaba todavía la cólera de Dios por la culpa de Adán de falta de amor– se te dijo: "Ama a los que te aman y odia a tu enemigo" (320). Pero era tu enemigo no sólo quien traspasaba las fronteras de tu patria, sino también el que te había faltado en privado, o que te parecía que hubiera faltado. Así que el odio anidaba en todos los corazones, porque ¿quién es el hombre que, queriendo o sin querer, no ofende al hermano, y quién el que llega a la vejez sin que le hayan ofendido?
Yo os digo: amad incluso a quien os ofende. Hacedlo pensando que Adán fue un prevaricador respecto a Dios, y que por Adán todo hombre lo es, y que no hay ninguno que pueda decir: "Yo no he ofendido a Dios". Y, sin embargo, Dios perdona no una sola vez, sino muchas, muchísimas, muchísimas veces, y es prueba de ello la permanencia del hombre sobre la tierra. Perdonad, pues, como Dios perdona. Y, si no podéis hacerlo por amor hacia el hermano que os ha perjudicado, hacedlo por amor a Dios, que os da pan y vida, que os tutela en las necesidades terrenas y ha orientado todo lo que sucede a procuraros la eterna paz en su seno. Esta es la Ley nueva, la Ley de la primavera de Dios, del tiempo florecido de la Gracia que se ha hecho presente entre los hombres, del tiempo que os dará el Fruto sin igual que os abrirá las puertas del Cielo.

5 La voz que hablaba en el desierto no se oye, pero no está muda. Habla todavía a Dios en favor de Israel y le habla todavía en el corazón a todo israelita recto, y dice –después de haberos enseñado: a hacer penitencia para preparar los caminos al Señor que viene; a tener caridad dando lo superfluo a quien no tiene ni siquiera lo necesario; a ser honestos no causando extorsiones o maltratando a nadie– os dice: "El Cordero de Dios, quien quita los pecados del mundo, quien os bautizará con el fuego del Espíritu Santo está entre vosotros; El limpiará su era, recogerá su trigo" (321).
Sabed reconocer a Aquel que el Precursor os indica. Sus sufrimientos se elevan a Dios para procuraros luz. Ved. Ábranse vuestros ojos espirituales. Conoceréis la Luz que viene. Yo recojo la voz del Profeta que anuncia al Mesías, y, con el poder que me viene del Padre, la amplifico, y añado mi poder, y os llamo a la verdad de la Ley. Preparad vuestros corazones a la gracia de la Redención cercana. El Redentor está entre vosotros. Dichosos los dignos de ser redimidos por haber tenido buena voluntad.
La paz sea con vosotros”.
Uno pregunta: “Hablas con tanta veneración del Bautista, que se diría que eres discípulo suyo. ¿Es así?”.
“El me bautizó en las orillas del Jordán antes de que le apresaran. Le venero porque él es santo a los ojos de Dios. En verdad os digo que entre los hijos de Abraham no hay ninguno que le supere en gracia. Desde su venida hasta su muerte, los ojos de Dios se habrán posado sin motivo de enojo sobre este bendito”.
“¿El te confirmó lo relativo al Mesías?”.
“Su palabra, que no miente, señaló el Mesías vivo a los presentes”.
“¿Dónde? ¿Cuándo?”.
“Cuando llegó el momento de señalarlo”.

6 Judas se siente en el deber de decir a diestro y siniestro: “El Mesías es el que os está hablando. Yo os lo testifico, yo que le conozco y soy su primer discípulo”.
“¡El!... ¡Oh!...”. La gente, atemorizada, se echa un poco hacia atrás. Pero Jesús se muestra tan dulce, que vuelven a acercarse.
“Pedidle algún milagro. Es poderoso. Cura. Lee los corazones. Da respuesta a todos los porqués”.
“Háblale; para mí, que estoy enfermo. El ojo derecho está muerto, el izquierdo se está secando...”.
“Maestro”.
“Judas”. 
Jesús, que estaba acariciando a una niña pequeña, se vuelve.
“Maestro, este hombre está casi ciego y quiere ver. Le he dicho que Tú puedes curarle”.
“Puedo para quien tiene fe. Hombre, ¿tienes fe?”.
“Yo creo en el Dios de Israel. Vengo aquí para meterme en Betzatá, pero siempre hay uno que me precede”.
“¿Puedes creer en mí?”.
“Si creo en el ángel de la piscina (322), ¿no voy a creer en ti, de quien tu discípulo dice que eres el Mesías?”.
Jesús sonríe. Se moja el dedo con saliva y roza apenas el ojo enfermo. “¿Qué ves?”.
“Veo las cosas sin la niebla de antes. Y el otro, ¿no me lo curas?”.
Jesús sonríe de nuevo. Vuelve a hacer lo mismo, esta vez con el ojo ciego. 
“Qué ves?” le pregunta, levantando del párpado caído la yema del dedo.
“¡Ah, Señor de Israel, veo tan bien como cuando de niño corría por los prados! ¡Bendito Tú, eternamente!”. El hombre llora postrado a los pies de Jesús.
“Ve. Sé bueno ahora por gratitud hacia Dios”.

7 Un levita, que había llegado cuando estaba concluyéndose el milagro, pregunta: “¿Con qué facultad haces estas cosas?”.
“¿Tú me lo preguntas? Te lo diré, si me respondes a una pregunta. Según tu parecer, ¿es más grande un profeta que profetiza al Mesías o el Mesías mismo?”.
“¡Qué pregunta! El Mesías es el más grande: ¡es el Redentor que el Altísimo ha prometido!”.
“Entonces, ¿por qué los profetas hicieron milagros? ¿Con qué facultad?”.
“Con la facultad que Dios les daba para probar a las multitudes que El estaba con ellos”.
“Pues bien, con esa misma facultad Yo hago milagros. Dios está conmigo, Yo estoy con Él. Yo les pruebo a las multitudes que es así, y que el Mesías bien puede, con mayor razón y en mayor medida, lo que podían los profetas”.
El levita se marcha pensativo y todo termina.


Continúa...

Notas:

315) Cfr. 1 Re. 17, 12 – 18, 5; 2 Re. 2, 1–4; 5, 1–5.

316) Cfr. Por ej. Is. 40, 10–11; Ex. 34, 11–31.

317) Cfr. Dt. 5, 17.

318) Cfr. por ej. Dt. 27, 26.

319) Cfr. por ej. Dt. 6, 5; 10, 12; 11, 13; 30, 6 y 16 y 20; Eci. 27, 18.

320) Cfr. Lev. 19, 18; Mt. 5, 43.

321) Cfr. Mt. 3, 1–12; Mc. 1, 2–8; Lc. 3, 2–17; Ju. 1, 23–24.

322) Cfr. Ju. 5, 2–4.






 





 

El Poema del Hombre-Dios (40)

El Poema del Hombre-Dios (41)


El Poema del Hombre-Dios (43)

El Poema del Hombre-Dios (44)

El Poema del Hombre-Dios (45)




El Poema del Hombre-Dios (49)

 

 

El Poema del Hombre-Dios (54) 

 

 
 
 
 

 

El Poema del Hombre-Dios (64)
 
El Poema del Hombre-Dios (65)
 
 
 

LA REINA DEL CIELO EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD

Comenzamos con la publicación del libro “La Reina del Cielo”, escrito por la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, Hija Pequeña de La Divina Voluntad


Esta obra de Luisa-Piccarreta que fue publicada por primera vez el año 1930, consta de treinta y un Meditaciones que serán publicadas -Dios mediante- cada cinco días.


LLAMADA MATERNA DE LA REINA DEL CIELO

“Hija queridísima, siento la irresistible necesidad de bajar del Cielo para hacerte mis visitas maternas. Si tú me aseguras tu amor filial y tu fidelidad, Yo permaneceré siempre contigo, en tu alma, para ser tu Maestra, tu Modelo y tu Madre ternísima.

Vengo para invitarte a entrar en el Reino de tu Mamá, en el Reino, por lo tanto, de la Divina Voluntad, y llamo a la puerta de tu corazón para que tú me abras.

Mira, con mis manos te traigo en don este libro, te lo ofrezco con amor materno, para que tú, leyéndolo, aprendas a vivir del Cielo y ya no más de la tierra.

Este libro es de oro, hija mía. El formará tu fortuna espiritual y tu felicidad aún en la tierra. En él encontrarás la fuente de todos los bienes: Si eres débil, adquirirás la fuerza; si eres tentada, adquirirás la victoria; si caes en la culpa, encontrarás la mano misericordiosa y potente que te levantará; si te sientes afligida, encontrarás el consuelo; si te sientes fría, encontrarás el medio seguro para enfervorizarte; y si te sientes hambrienta, tomarás el alimento exquisito de la Divina Voluntad.

Con este libro no te faltará nada; ya no estarás más sola, porque tu Mamá te hará dulce compañía y con sus cuidados maternos se comprometerá a hacerte feliz. Yo, la Emperatriz Celestial, me encargaré de todas tus necesidades si tú accedes a vivir unida a Mí.

¡Si tú conocieras mis ansias, mis suspiros ardientes y las lágrimas que derramo por mis hijos! ¡Si tú supieras como ardo en el deseo de que escuches mis lecciones todas del Cielo y aprendas a vivir de la Voluntad Divina!...

En este libro encontrarás maravillas. Encontrarás a tu Mamá que te ama tanto que sacrifica a su querido Hijo por ti, para poder así hacerte vivir de la misma vida que Ella vivió sobre la tierra.

¡Ah, no me des este dolor: no me rechaces; acepta este don del Cielo que te traigo; acoge mi visita, atiende mis lecciones!

Has de saber que Yo recorreré todo el mundo, iré a cada alma, a todas las familias, a todas las comunidades religiosas, a todas las Naciones, a todos los pueblos, y, si se necesita, iré por siglos enteros, hasta que haya formado, como Reina a mi pueblo, y como Madre a mis hijos, los cuales conocerán y harán reinar por doquier la Divina Voluntad.

He aquí explicada la finalidad de este libro. Aquéllos que lo acojan con amor, serán los primeros afortunados hijos que pertenecerán al reino del FIAT Divino, y Yo, con caracteres de oro escribiré sus nombres en mi Corazón materno.

Mira, hija mía, el mismo Amor infinito de Dios que en la Redención quiso servirse de Mí para hacer descender al Verbo Eterno a la tierra, ahora me llama de nuevo y me confía la tarea, el sublime mandato de formar en la tierra a los hijos del Reino de la Divina Voluntad. Y Yo, maternalmente presurosa me pongo a la obra y te preparo el camino que te conducirá a este feliz Reino.

Y para tal fin te daré sublimes y celestiales lecciones; especialmente te enseñaré nuevas oraciones, en las cuales el cielo, el sol, la creación entera, mi misma Vida y la de mi Hijo, todos los actos de los Santos, queden todos incluidos a fin de que a nombre tuyo pidan el Reino adorable del Querer Divino.

Estas oraciones son las más potentes, porque encierran en ellas al mismo obrar Divino. Por medio de ellas Dios se sentirá desarmado y vencido por la criatura. A fuerza de este auxilio, tú apresurarás la venida de su Reino felicísimo y Conmigo obtendrás que la Divina Voluntad se haga como en el Cielo así en la tierra, según el deseo del Maestro Divino...

¡Animo, hija mía; conténtame y Yo te bendeciré!

ORACION A LA REINA DEL CIELO ANTES DE CADA MEDITACION

Reina Inmaculada, Celestial Madre mía, yo vengo a tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija entre tus brazos y pedirte con los suspiros más ardientes la máxima Gracia que Tú puedes concederme: Mamá Santa, Tú, que eres la Reina del Reino de la Divina Voluntad, admíteme a vivir en El como hija tuya, y haz que este Reino ya no esté de ahora en adelante desierto, sino muy poblado de hijos tuyos.

Soberana Reina, a Ti me confío a fin de que Tú guíes mis pasos en este santo Reino. Teniéndome tomada con tu mano materna haz que todo mi ser viva vida perenne en la Divina Voluntad. Tú serás mi Mamá y yo te entregaré mi voluntad a fin de que Tú la cambies por la Voluntad Divina. Te pido que ilumines mi mente y me asistas para que yo pueda comprender bien qué cosa es y qué cosa significa vivir en la Santa Voluntad de Dios.

PRIMERA MEDITACION 

La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.

El primer paso de la Divina Voluntad en la Concepción Inmaculada de la Mamá Celestial.

EL ALMA A SU INMACULADA REINA:

Oh Mamá dulcísima, heme aquí por primera vez postrada ante Ti. Yo te veo descender de la Patria Celestial cortejada por legiones de Angeles para recibir los homenajes filiales de mi corazón, homenajes que Tú me cambiarás por otras tantas sonrisas de amor, con tus mejores gracias y dulcísimas bendiciones.

Mamá Celestial, yo, que soy la más pequeña entre todos tus hijos, la más necesitada entre todos, quiero venir a tu regazo materno para traerte no solamente las rosas y las flores de mis oraciones, sino un sol cada día.

Y Tú que eres mi Mamá, vendrás en mi ayuda y me darás tus lecciones del Cielo para enseñarme a formar estos soles divinos, los cuales serán el homenaje más bello que mi ardiente amor te pueda ofrecer. 

Mamá Querida, Tú sabes qué cosa quiere tu hija: Yo quiero aprender de Ti a vivir de Voluntad Divina, quiero transformar mis actos y toda yo misma en esa Voluntad, para poder, según tus enseñanzas, venir a poner en tu regazo materno, día tras día, todos mis actos cambiados en otros tantos soles.

LECCION DE LA REINA DEL CIELO:

Hija bendita, tu oración ha herido mi Corazón materno, me ha traído del Cielo a la tierra y ahora ya estoy junto a ti para darte mis lecciones todas del Cielo.

Mírame, hija querida: Legiones de Angeles me rodean y reverentes esperan oírme hablar de aquel FIAT, del cual mejor que cualquier otra criatura Yo poseo la fuente, conozco profundamente sus admirables secretos, las alegrías infinitas y su felicidad indescriptible. El sentirme invitada por mi hija para instruirla sobre la Divina Voluntad forma para Mí la fiesta más suave, la alegría más pura. Y si tú escuchas mis lecciones, Yo seré en verdad afortunada de ser tu Mamá.

¡Oh, como suspiro por tener una hija que quiera vivir solamente de la Voluntad Divina! Dime hija, ¿Me contentarás en todo? ¿Abandonarás tu corazón, tu voluntad, toda a ti misma, en mis manos maternas para que Yo te prepare, te disponga, te fortifique, te libere de todos los lazos y te llene de la Luz de la Divina Voluntad para poder hacerte vivir de su Vida Divina? Apoya tu cabeza sobre el Corazón de tu Mamá Celestial y pon atención para que mis sublimes enseñanzas te convenzan a no hacer más tu voluntad y te decidan a cumplir de ahora en adelante solamente y siempre la Voluntad de Dios.

Hija mía, escucha: Mi Corazón materno, que tanto te ama, quiere derramarse en ti. Yo te tengo escrita en sus más íntimos y recónditos lugares y te considero como verdadera hija mía; pero has de saber que siento un dolor amargamente intenso, pues no te veo semejante a Mí. ¿Conoces la causa de nuestra desemejanza? Desgraciadamente reside en tu voluntad, la cual te quita toda frescura de gracia, te priva de la belleza que enamora a tu Creador, te priva de la fortaleza que todo lo vence y soporta y del amor que todo lo consume.

Observa, en cambio, qué diferente era la Voluntad que animaba a tu Mamá cuando vivió en la tierra. Has de saber que Yo no conocí mi voluntad sino para tenerla sacrificada en homenaje a mi Creador, y que mi vida fue un compendio total de la Voluntad Divina. Desde el primer instante de mi Concepción fui plasmada, alimentada e iluminada por su Luz, la cual purificó en tal forma mi origen humano con su Divina Potencia que me hizo quedar concebida sin el pecado original. Por tanto es al FIAT Omnipotente a quien se debe el honor y la gloria de mi Inmaculada Concepción, la que forma la gloria y la delicia de toda la Familia Divina. Si el Querer Divino no se hubiera derramado sobre mi germen, más que una tierna madre, para así impedir los efectos del pecado original, Yo habría encontrado la triste suerte de todas las demás criaturas y con él hubiera sido engendrada.

La causa primaria de mi Concepción Inmaculada fue únicamente la Divina Voluntad. A Ella sola corresponde todo honor, toda gloria y toda acción de gracias...

Ahora, hija de mi Corazón, escucha a tu Mamá: Haz a un lado tu voluntad, prefiere morir antes que darle un acto de vida, imita a tu Mamá Celestial, que hubiera preferido mil y mil veces morir antes de cumplir un acto de su propia voluntad. ¿No quieres imitarme? Oh, si tú aceptas tener sacrificada tu voluntad en honor a tu Creador, el Querer Divino hará el primer paso en tu alma: Te parecerá estar circundada de un áurea celestial, purificada y enfervorizada de tal forma que sentirás aniquilados en ti los gérmenes de las pasiones y lograrás penetrar en el Reino de la Divina Voluntad.

Por eso, sé atenta, sé fiel en escucharme. Yo te guiaré, te conduciré con mis manos por los interminables caminos del FIAT Divino; te tendré defendida bajo mi manto azul; y así, tú serás mi honor y mi gloria, será tu victoria.

EL ALMA:

Virgen Inmaculada, tómame sobre tus rodillas maternas y hazme de Mamá. Con tus santas manos posesiónate de mi voluntad y purifícala, enfervorízala con el toque de tus dedos maternos y enséñame a vivir solamente de la Voluntad Divina.

PRACTICA:


Para honrarme, desde la mañana y en todas tus acciones me entregarás tu voluntad diciendo: “Mamá mía, ofrece Tú misma a mi Creador el sacrificio de mi voluntad”.

JACULATORIA:

“Mamá bella, encierra la Divina Voluntad en mi alma”.


Continúa...

10 DE NOVIEMBRE: SAN ANDRES AVELINO, CONFESOR


10 de Noviembre: San Andrés Avelino, confesor

(✞ 1608)

San Andrés Avelino, acabado modelo del clero secular y regular, nació en Castronovo, pueblo de la provincia de Basilicata, en el reino de Nápoles.

Juntaba a una rara hermosura de rostro, una singularísima honestidad, y con su virtud triunfó muchas veces sobre grandes tentaciones y peligros de perder la joya de su pureza, en que le pusieron algunas mujeres livianas.

Habiendo seguido la carrera eclesiástica, se graduó en ambos derechos, y se ordenó como sacerdote; y como al defender en el foro de la Iglesia algunas causas de personas particulares, se le escapase una leve mentira, al reparar en ello, sintió tan gran remordimiento que determinó apartarse del todo de aquel oficio y procurar solamente la eterna salud de las almas.

Mostró en este sagrado ministerio tanto celo y prudencia, que el arzobispo de Nápoles le escogió para la dirección espiritual de algunos conventos de religiosas.

Su entereza en este cargo fue ocasión de odios y persecuciones de hombres malvados; los cuales una vez intentaron darle muerte y otra le dieron en el rostro tres cuchilladas.

Deseoso de mayor perfección, tomo el hábito de los Clérigos Regulares, y trocó el nombre de Lanceloto, que le pusieron en el Bautismo, por el de Andrés, para imitar a este santo apóstol así en el nombre como en el ardiente amor por la cruz de Jesucristo.

A los tres votos religiosos añadió otros dos: uno, de contrariar sin tregua su voluntad propia para hacer la de Dios, otro, de no perder punto de perfección en el divino servicio.

Aún teniendo el cargo de Superior empleaba el tiempo que podía en evangelizar las aldeas vecinas de Nápoles; y el Señor le ilustraba con maravillosos prodigios.

Volviendo el santo de confesar a un enfermo, una noche muy tempestuosa en que la lluvia y el viento apagó la antorcha que llevaban delante los que le acompañaban, no solo no se mojaron en medio de la copiosa lluvia sino que pudieron seguir su camino alumbrados por una luz maravillosa que despedía el cuerpo del santo.

Oyó sin turbarse al asesino del hijo de su hermano; y no sólo apagó los deseos de venganza en que ardían sus parientes, sino que aún imploró delante de los jueces, les perdonasen a los matadores.

Conversaba con los ángeles y bienaventurados del cielo; y cuando rezaba el Oficio Divino les oía cantar las divinas alabanzas.

Finalmente, después de haber concluido muchas y grandes obras del divino servicio, siendo de edad de ochenta y ocho años, quiso celebrar la Misa para disponerse a la muerte que esperaba aquel mismo día; y al decir aquellas palabras Introibo ad altare Dei, cayó herido de apoplejía; y recibidos luego los Santos Sacramentos, descansó en la paz del Señor.

Reflexión:

Este glorioso Santo es reconocido en la Iglesia como protector admirable contra los accidentes de apoplejía. Y porque esta enfermedad muchas veces quita al hombre instantáneamente la vida, o la priva de los sentidos y del conocimiento necesario para disponerse a una santa muerte, procuremos ser devotos del santo para que nos libre de semejantes accidentes y podamos recibir los Sacramentos de la Iglesia, y morir en paz y gracia del Señor.

Oración:

Oh Dios, que dispusiste en el corazón del bienaventurado Andrés, tu confesor, admirables elevaciones hacia ti, por el arduo voto que hizo de aprovechar cada día más y más en las virtudes, concédenos por sus méritos e intercesión, tu divina gracia para ejecutar siempre lo más perfecto, y llegar dichosamente hasta la cumbre de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


domingo, 9 de noviembre de 2025

UNA NOTA SOBRE EL TÍTULO DE “CORREDENTORA” DE NUESTRA SEÑORA

Los Hijos del Santísimo Redentor reprobaron públicamente la nueva nota doctrinal del Vaticano, Mater Populi Fidelis


“Quienquiera que estuviera presente en el monte Calvario” -dice san Juan Crisóstomo- “podría ver dos altares en los que se consumaron dos grandes sacrificios: uno en el cuerpo de Jesús, el otro en el corazón de María” (San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María)


La semana pasada, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó una nueva Nota Doctrinal titulada Mater Populi Fidelis, en la cual niega a Nuestra Santísima Madre sus títulos de Corredentora y Mediadora de todas las Gracias.

Los Hijos del Santísimo Redentor no aceptan esta nueva enseñanza.

El objetivo de Mater Populi Fidelis no parece ser comprender la Tradición sobre la Virgen María de manera más profunda y correcta, sino más bien promover una agenda. La carta que la acompaña afirma que su publicación se debe a “un esfuerzo ecuménico particular”. He aquí la clave: los católicos no creen que la Virgen María sea superior a Nuestro Señor. Los católicos no tienen dudas sobre quién nos redimió. ¿Quién se preocupa entonces por exaltar demasiado a la Virgen María y eclipsar a Nuestro Señor? ¿Quién tiene un problema con María como Corredentora y Mediadora? Son los protestantes y los jansenistas, los “primos hermanos del calvinismo” (Carreyre, DTC, 8/1 [1924], col. 319) .

De hecho, este documento presenta muchas de las características del pensamiento jansenista. Tiene un barniz de piedad mariana, pero ese barniz no es más que una distracción, pues socava la esencia de algunos de los misterios marianos más importantes. Los jansenistas buscan una reverencia mesurada y minimalista hacia la Virgen María para evitar cualquier insinuación de que pueda ser “exaltada en exceso”, y eso es precisamente lo que ofrece este documento. Mater Populi Fidelis afirma explícitamente que “tales nociones elevan a María a tal nivel que la centralidad de Cristo puede desaparecer o, al menos, quedar condicionada”. La mentalidad jansenista minimiza el papel activo de la Virgen María en el Calvario y enfatiza que solo Cristo es el Redentor, y considera frases como “La Virgen María corredimitió al mundo” como un exceso piadoso o un error doctrinal. San Alfonso María de Ligorio, “el azote de los jansenistas”, dedicó gran parte de su obra a combatir esta herejía en particular.

Nuestra Señora, la Nueva Eva profetizada en el Génesis, se unió a Cristo en la obra de nuestra redención como causa verdadera, aunque siempre secundaria y dependiente de Él. Así como Eva participó libremente en la caída de Adán, María participó libremente en la obra salvadora de Cristo. Su cooperación no fue solo física, sino también espiritual y moral: mediante su fe, obediencia y amoroso consentimiento a los sufrimientos de su Hijo, participó en la redención del género humano según el plan de Dios. El P. Garrigou Lagrange, OP, lo explica así en su libro La Madre del Salvador y nuestra vida interior:

Según lo que los Padres de la Iglesia nos dicen acerca de María como la Nueva Eva, a quien muchos vieron anunciada en las palabras del Génesis, es doctrina común y cierta, e incluso fidei próxima [no se define como dogma, sino que está un paso por debajo de la fe], que la Santísima Virgen, Madre del Redentor, está asociada a Él en la obra de la redención como causa secundaria y subordinada, así como Eva estuvo asociada a Adán en la obra de la perdición del hombre… No fue simplemente por haber concebido físicamente al Redentor, por haberlo dado a luz y amamantado, sino que su asociación fue moral, a través de sus actos libres, salvíficos y meritorios. Eva contribuyó moralmente a la caída al ceder a la tentación del demonio, por desobediencia y por conducir al pecado de Adán; María, por el contrario, cooperó moralmente en nuestra redención por su fe en las palabras de Gabriel y por su libre consentimiento al misterio de la Encarnación redentora y a todos los sufrimientos que esta conllevó para su Hijo y para sí misma.

Una de las preguntas clave al hablar de la Virgen María como Corredentora es cómo obtuvo méritos para nosotros. ¿Fue con el mismo tipo de mérito con el que Nuestro Señor, mediante su Pasión y muerte, redimió al mundo? Si así fuera, ¿no la colocaría eso al mismo nivel que Dios mismo?

Es en esta cuestión donde entra en juego la distinción tradicional, mencionada en el nuevo documento, entre mérito de condigno y mérito de congruo. El mérito de condigno merece verdaderamente su recompensa porque Dios, en su bondad, ha prometido recompensar las obras realizadas en su gracia. Cuando alguien está en estado de gracia, sus buenas obras agradan a Dios, y Dios se ha comprometido libremente a otorgar la recompensa que ha prometido (todo esto depende de Cristo, la Cabeza, de quien procede nuestra capacidad de merecer).

Cuando decimos que tal mérito es “debido”, debemos preguntarnos qué se debe y a quién. Toda alma en gracia, y sobre todo la Virgen María, puede merecer verdaderamente para sí misma un aumento de gracia y, finalmente, la vida eterna, porque Dios ha prometido estas recompensas. Pero ninguna criatura, por santa que sea, puede merecer la salvación de otros como algo que se debe, es decir, de condigno; eso pertenece solo a Cristo, pues solo Él es Dios y hombre a la vez y Cabeza del género humano. El mérito condigno de Nuestra Señora es solo suyo, y como criatura no puede transferirlo a otra persona, como sería necesario si quisiera merecer condigno nuestra redención.

El mérito congruente (de congruo), en cambio, no se basa en la obligación, sino en el amor y la conveniencia. Dios no está obligado a recompensarlo, pero es conveniente que lo haga. En este sentido, la cooperación de la Virgen María en la Redención fue de congruo: por su amor perfecto y su unión con su Hijo, Dios quiso, de la manera más apropiada, asociarla libremente a la obra redentora de Nuestro Señor.

Entendido esto, la doctrina de la Corredentora no se basa en la necesidad. Nadie niega que Nuestro Señor, con su Pasión y Muerte, satisfizo plena y plenamente los pecados de toda la humanidad. Sus méritos, por sí solos, bastan. Pero es apropiado que Nuestra Señora se asocie con Él en esta tarea, no solo como la segunda Eva, no solo como la Virgen Madre que lo trajo al mundo, sino también como co-sufridora.

Nuestra Señora sufrió en sí misma, porque amó a su Divino Hijo más de lo que ninguna madre jamás amará a su hijo, y sus tremendos sufrimientos y muerte le causaron también sufrimiento a Ella; además, ofreció tanto su propio sufrimiento como el de su Hijo a Dios Padre por la salvación del mundo. San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia y “Martillo de los Jansenistas”, expone la doctrina de la Corredentora en su libro Las Glorias de María. Tras relatar que, desde la profecía de Simeón, María renovó continuamente su ofrenda de Jesús y vivió toda su vida en un constante martirio interior, sufriendo incesantemente por la muerte prevista de su Hijo, continúa:

“Por eso, la Divina Madre, en virtud del gran mérito que adquirió por este gran sacrificio que hizo a Dios por la salvación del mundo, fue justamente llamada por San Agustín “la reparadora del género humano”; por San Epifanio, “la redentora de los cautivos”; por San Anselmo, “la reparadora de un mundo perdido”; por San Germán, “nuestra liberadora de nuestras calamidades”; por San Ambrosio, “la Madre de todos los fieles”; por San Agustín, “la Madre de los vivientes”; y por San Andrés de Creta, “la Madre de la vida”.

Pues Arnoldo de Chartres dice: “Las voluntades de Cristo y de María estaban entonces unidas, de modo que ambos ofrecieron el mismo holocausto; ella, al hacerlo, produjo con Él un único efecto: la salvación del mundo”. En la muerte de Jesús, María unió su voluntad a la de su Hijo, de tal manera que ambos ofrecieron un mismo sacrificio; y por eso el santo abad afirma que tanto el Hijo como la Madre obraron la redención humana y obtuvieron la salvación para los hombres: Jesús al expiar nuestros pecados, María al lograr que esta satisfacción se aplicara a nosotros. De ahí que Dionisio el Cartujo también afirme “que la Divina Madre puede ser llamada la salvadora del mundo, ya que por el dolor que padeció al compadecerse de su Hijo (sacrificado voluntariamente por ella a la justicia divina) mereció que, por sus oraciones, los méritos de la Pasión del Redentor se comunicaran a los hombres”.

San Alfonso continúa explicando que durante Su Pasión, y especialmente al pie de la Cruz, Nuestra Señora soportó en su corazón todos los dolores que Nuestro Señor padeció en Su Sagrado Cuerpo:

Todos los sufrimientos de Jesús fueron también los de María: “Cada tortura infligida al cuerpo de Jesús —dice San Jerónimo— fue una herida en el corazón de la Madre”. “Quienquiera que estuviera presente en el monte Calvario —dice San Juan Crisóstomo— podía ver dos altares en los que se consumaron dos grandes sacrificios: uno en el cuerpo de Jesús, el otro en el corazón de María”. Es más, podríamos decir con San Buenaventura: “Había un solo altar: el de la cruz del Hijo, en el que, junto con este Cordero Divino, la víctima, también se sacrificó a la Madre”. Por eso, el santo le pregunta a esta Madre: “Oh, Señora, ¿dónde estás? ¿Cerca de la cruz? No, más bien, estás en la cruz, crucificada, sacrificándote con tu Hijo”. San Agustín nos asegura lo mismo: “La cruz y los clavos del Hijo fueron también los de su Madre; con Cristo crucificado, la Madre también fue crucificada”. Sí; pues, como dice San Bernardo, “El amor infligió en el corazón de María los tormentos causados ​​por los clavos en el cuerpo de Jesús”. Tanto es así que, como escribe San Bernardino, “Al mismo tiempo que el Hijo sacrificó su cuerpo, la Madre sacrificó su alma”.

Por estas razones en particular, la Tradición de la Iglesia es que Nuestra Santísima Señora, María Santísima, mereció de congruo ser una cooperadora tan importante en la Redención obrada por su Divino Hijo que merece el título de “Corredentora”.

La siguiente es una lista no exhaustiva de Santos, Papas y Teólogos que enseñaron, al menos implícitamente, la doctrina de Nuestra Señora como “Corredentora”. El título en sí es más moderno, como señala Mater Populi Fidelis: “El título “Corredentora” apareció por primera vez en el siglo XV como una corrección a la invocación “Redentora” ... que se había atribuido a María desde el siglo X”. Sin embargo, los principios en los que se basa este título no son modernos, especialmente la idea de que Nuestra Señora es la Nueva Eva:

San Justino

San Ireneo

Tertuliano

San Cipriano

Orígenes

San Cirilo de Jerusalén

San Efrén

San Epifanio

San Basilio

San Ambrosio

San Jerónimo

San Juan Crisóstomo

San Agustín

San Proclo

San Juan Damasceno

San Germán de Constantinopla

San Anselmo

San Bernardo de Claraval

San Alberto Magno, O.P.

Hugo de Saint-Cher, O.P.

Santo Tomás de Aquino, O.P.

San Buenaventura, O.F.M.

Ricardo de San Lorenzo

San Alfonso María de Ligorio, C.SS.R.

Francisco Suárez, S.J.

San Lorenzo de Brindisi, O.F.M., Capitán

San Roberto Belarmino, S.J.

Fernando Chirinos de Salazar, S.J.

Angelo Vulpes, O.F.M., Conv.

Plácido Mirto Frangipane, C.R.

Roderick de Portillo, O.F.M.

George de Rhodes, S.J.

San Juan Eudes, C.J.M.

San Luis María de Montfort, S.M.M.

P. Frederick William Faber, C.O.

San Pío X

Beato Pío IX

Papa León XIII

Papa Benedicto XV

Papa Pío XI

Papa Pío XII

San Pío de Pietrelcina, O.F.M. Cap.

Benoît-Henri Merkelbach, O.P.

Viernes, 7 de noviembre de 2025

LO QUE REALMENTE SIGNIFICA EL “COMPROMISO TOTAL” DE LEÓN XIV CON EL VATICANO II

Nuestra explicación de cómo y por qué podemos estar seguros de que la Santa Sede ha estado vacante desde al menos 1965.

Por SD Wright


El sábado 10 de mayo de 2025, León XIV expuso la agenda de su reinado sobre lo que anteriormente había llamado la “iglesia sinodal”. En este discurso, dirigido a sus cardenales, afirmó su adhesión a la revolución del Vaticano II:

“En este sentido, quisiera que renováramos hoy juntos nuestro pleno compromiso con el camino que la Iglesia universal ha seguido durante décadas a raíz del Concilio Vaticano II.

El Papa Francisco lo expuso de manera magistral y concreta en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, de la cual quisiera destacar varios puntos fundamentales: el retorno a la primacía de Cristo en la proclamación (cf. n.º 11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n.º 9); el crecimiento de la colegialidad y la sinodalidad (cf. n.º 33); la atención al sensus fidei (cf. nn.º 119-120), especialmente en sus formas más auténticas e inclusivas, como la piedad popular (cf. n.º 123); el cuidado amoroso de los más pequeños y los rechazados (cf. n.º 53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diversos componentes y realidades (cf. n.º 84; Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 1-2)” (1).

Debe quedar claro que este “compromiso total” se aplica no solo al “camino que la Iglesia universal ha seguido” desde el Vaticano II, sino también al Vaticano II mismo.

Además de este discurso, León XIV también se ha referido a los documentos del Vaticano II en varias ocasiones desde su elección (2).

¿Cuáles son las implicaciones de todas estas afirmaciones?

¿Qué es el Vaticano II?

El Vaticano II – el Concilio Vaticano II (1962–1965) – fue un concilio convocado por Juan XXIII y continuado bajo Pablo VI. Emitió dieciséis documentos que trataban sobre doctrina, liturgia, ecumenismo, libertad religiosa y la relación de la Iglesia con el mundo moderno.

Los críticos del Vaticano II suelen referirse a los problemas doctrinales específicos relacionados con la libertad religiosa, el ecumenismo, etc. Sin embargo, el Vaticano II debe entenderse no solo como un concilio (supuestamente) ecuménico cuyos documentos contenían errores, sino también como la inauguración de una nueva era y un nuevo régimen.

En otras palabras, debe entenderse como la inauguración de una revolución.

Aunque tuvo lugar en la década de 1960, este carácter “inaugural” significa que el concilio Vaticano II no es un acontecimiento lejano e irrelevante: al contrario, vivimos hoy en día bajo su sistema revolucionario. El propio León XIV señaló la centralidad de esta revolución religiosa al invocarla el segundo día de su reinado.


Hacia el final de su vida, el arzobispo Marcel Lefebvre emitió el siguiente juicio maduro sobre el tema:

“Cuanto más se analizan los documentos del Vaticano II, y cuanto más se analiza su interpretación por las autoridades de la Iglesia, más se comprende que lo que está en juego no son meros errores superficiales, algunas equivocaciones, ecumenismo, libertad religiosa, colegialidad, cierto liberalismo, sino más bien una perversión total de la mente, una filosofía completamente nueva basada en la filosofía moderna, en el subjetivismo” (3).

La perversión total de la mente puede resumirse en las propias palabras de Pablo VI como la religión o el culto del hombre:

“El humanismo secular y profano se ha revelado finalmente en su terrible forma y, en cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios hecho hombre se ha topado con una religión —pues existe— del hombre que se hace Dios a sí mismo.

¿Y qué sucedió? ¿Un impacto, una batalla, un anatema? Podría haber ocurrido, pero no. Fue la antigua historia del samaritano la que sirvió de modelo para la espiritualidad del concilio. Estaba impregnada únicamente de una compasión infinita. Su atención se centraba en el descubrimiento de las necesidades humanas, que se acrecientan a medida que el hijo de la tierra se engrandece.

“¿Reconocéis al menos este mérito, vosotros, humanistas modernos que no tenéis lugar para la trascendencia de las cosas supremas, y venid a conocer nuestro nuevo humanismo: nosotros también, nosotros más que nadie, tenemos el culto al hombre (4).

Este culto al hombre se manifiesta en:

El antropocentrismo sostiene que el hombre se convierte en la medida de la religión, en lugar de Dios, como se manifiesta, por ejemplo, en la doctrina sobre la libertad religiosa de Dignitatis Humanae.

El luciferismo: es la adopción de los principios prometeicos de la Ilustración y la Revolución Francesa; muchos en aquel momento afirmaron esto, incluido Joseph Ratzinger, quien describió los documentos del Vaticano II como un “contraprograma” y como la “reconciliación oficial con la nueva era inaugurada en 1789” (5).

● El naturalismo: es la disolución del orden sobrenatural tal como se entiende tradicionalmente, ya sea negando directamente su existencia o extendiéndolo más allá de sus límites tradicionales.

● La destronación de Cristo como Rey: en particular, la aceptación de la libertad religiosa seculariza la sociedad, destrona a Cristo, destruye la libertad de la Iglesia y relativiza el primer mandamiento, sometiendo su observancia a la voluntad de cada individuo.

Ideas similares aparecieron a lo largo del reinado de Pablo VI, incluso en su discurso ante las Naciones Unidas en octubre de 1965.

La “perversión total de la mente” mencionada por Lefebvre también puede definirse como modernismo, que el Papa San Pío X condenó como la “síntesis de todas las herejías” en su encíclica Pascendi Dominic Gregis.

El culto al hombre es una nueva religión


¿Qué es una religión? Santo Tomás de Aquino enseña que la religión “denota propiamente una relación con Dios” (6). El abate Damien Dutertre ofrece una definición estándar de los tres componentes de la religión, tomados en abstracto.

“Toda religión se caracteriza por un triple aspecto: enseña un sistema de filosofía o creencias ('doctrina'), indica una forma de vida ('disciplina') y prescribe alguna forma de culto a Dios ('liturgia')” (7).

También enuncia una verdad de la razón:

“Una ruptura sustancial en la doctrina, la disciplina y la liturgia demuestra un cambio sustancial de religión.

Esto es cierto porque estos son los elementos esenciales de una religión. Por lo tanto, si cambian sustancialmente, entonces la religión misma ha cambiado sustancialmente” (8).

En la práctica, esto significa que si se estableciera una “iglesia” que conservara todas las enseñanzas de la Iglesia excepto una, constituiría —sin importar la cuestión del cisma— una nueva religión únicamente por motivos doctrinales.

Pero la revolución del concilio Vaticano II va más allá. Además de los errores individuales y la “perversión mental generalizada” ya mencionados, posee una amplia gama de doctrinas, disciplinas y ritos litúrgicos propios, que, como hemos visto, son los tres componentes esenciales de cualquier religión. Esta transformación implica necesariamente que estamos ante un sistema religioso distinto de la religión católica.

Algunos dudarán en describir el sistema del Vaticano II como una “nueva religión”. Pero incluso dejando de lado esta etiqueta, la realidad persiste. Nadie puede cuestionar seriamente que, en tiempos recientes, la religión de nuestros abuelos y bisabuelos sufrió una revolución radical. El sistema resultante enseña doctrinas incompatibles con la fe católica y que ya habían sido condenadas; impone leyes perjudiciales para las almas; y ofrece un culto que, como mínimo, es gravemente deficiente o incluso inválido.

Aunque los nuevos componentes del sistema del Vaticano II conservan un parecido superficial con los de la antigua religión, en realidad son sustancialmente diferentes y han cumplido una función estratégica para los revolucionarios religiosos: al conservar suficientes formas externas de la antigua religión, los partidarios de la revolución del Vaticano II han tranquilizado las ansiedades conservadoras, neutralizado la oposición y asegurado el asentimiento pasivo.

De hecho, tal continuidad es engañosa. Si se demuele una casa y se reconstruye, no se puede decir que sea la misma casa, aunque se utilicen algunos de los ladrillos originales. Incluso si se tratara de una reconstrucción idéntica, con los mismos materiales, seguiría siendo una casa “numéricamente diferente” (9). ¿Y qué decir si no es idéntica y está hecha con materiales nuevos?

La Iglesia en sí misma no puede ser demolida, pero aquellos que se han atrevido a deconstruir y reconstruir la verdadera religión de esta manera, han creado así una nueva religión y, en el proceso, han abandonado la verdadera.


Esta táctica —conservar ciertos elementos de la religión católica, mientras se cambia todo lo demás— es característica de la síntesis modernista, que el cardenal Pietro Parente definió como:

“Una herejía, o más bien un grupo de herejías, que han surgido en el seno mismo de la Iglesia […] con la pretensión de elevar y salvar la religión cristiana y la Iglesia católica mediante una renovación radical” (10).

Al igual que el modernismo, la religión del Vaticano II siempre ha sido parasitaria de la religión católica, basando su credibilidad en aquello que rechaza. Esta nueva religión no habría podido extenderse por el mundo sin esta relación parasitaria con la verdadera Iglesia, que ha hecho que sus afirmaciones resulten creíbles para quienes están dispuestos a ser engañados.

Pero la religión católica —la que conocieron y practicaron nuestros antepasados— es esencialmente inmutable e indestructible. La introducción de doctrinas, culto y disciplina sustancialmente diferentes en nombre de la “renovación” revela, por lo tanto, la verdadera naturaleza del sistema del Vaticano II: no se trata de la Religión Católica practicada bajo Pío XII, Pío X o Pío V, simplemente empañada por algunas enseñanzas falsas y leyes perjudiciales. Tampoco se trata de la misma fe con algunas innovaciones lamentables.

Tampoco, cabe añadir, se trata de la Religión Católica transformada en otra cosa: es una nueva religión que se ha separado de la verdadera. La verdadera religión permanece intacta, aunque haya perdido muchos de sus líderes, miembros y edificios a manos de la nueva religión, que la eclipsa con sus pretensiones, inicialmente menos inverosímiles, de ser la Iglesia Católica.

En resumen, nos encontramos ante dos religiones diferentes, en lugar de dos formas de la misma religión. Por eso el arzobispo Lefebvre escribió en Carta abierta a los católicos Perplejos:

“Dos religiones se enfrentan; nos encontramos en una situación dramática y es imposible evitar una elección […]” (11).

También dijo en 1976:

“¡No pertenecemos a esta nueva religión! ¡No la aceptamos! Pertenecemos a la religión de todos los tiempos; pertenecemos a la Religión Católica. No pertenecemos a esta "religión universal", como la llaman hoy; esa ya no es la Religión Católica. No pertenecemos a esta religión liberal y modernista que tiene su propio culto, sus propios sacerdotes, su propia fe, sus propios catecismos, su propia "Biblia ecuménica". No podemos aceptar estas cosas. Son contrarias a nuestra fe” (12).

Las consecuencias de esto son evidentes.

El concilio Vaticano II es el problema, y ​​su abrogación es una condición previa absolutamente esencial para la resolución de la crisis en la Iglesia.

Lo que significó el Vaticano II para Pablo VI

Este análisis conlleva consecuencias adicionales para quienes participan en la propagación de la nueva religión del Vaticano II.


Ni un verdadero papa, ni un concilio ecuménico confirmado por un verdadero papa, pueden ofrecer, inaugurar, promulgar o imponer una nueva religión. Tal idea es totalmente contraria a la infalibilidad e indefectibilidad de la Iglesia.

Esta conclusión no puede eludirse discutiendo sobre ideas de infalibilidad, “concilios pastorales”, niveles de autoridad o las censuras que deben aplicarse a errores particulares, como si un concilio ecuménico pudiera ofrecer una nueva religión, siempre que no la imponga ni toque el “tercer riel” de la infalibilidad.

El mismo problema se aplica a las leyes universales (incluidas las leyes litúrgicas) aparentemente promulgadas desde el concilio Vaticano II, así como a las canonizaciones. Las canonizaciones son infalibles, y las leyes disciplinarias universales de la Iglesia son infaliblemente seguras, en el sentido de que no pueden contradecir el Evangelio ni la doctrina de la Iglesia, ni desviar a una persona del camino de la salvación.

Si bien un verdadero concilio ecuménico es incapaz de inaugurar una religión nueva de este tipo, un concilio general imperfecto —un concilio de obispos, sin el Romano Pontífice— bien puede caer en errores, herejía o incluso apostasía.

Así pues, la conclusión más sencilla al problema del Vaticano II es que Pablo VI no era el papa en el momento de su confirmación de los documentos problemáticos, que marcan la inauguración de la nueva religión.

(Para el presente argumento, es irrelevante si Pablo VI perdió el cargo o nunca lo ocupó).

Esto es necesariamente así, porque las alternativas son completamente insostenibles. Si Pablo VI fue un verdadero papa cuando confirmó los documentos problemáticos del Vaticano II, entonces:

● La concepción católica tradicional del papado, los concilios ecuménicos y el magisterio era falsa, lo que implicaría que la Iglesia ya se había desviado siglos antes.

● El análisis anterior de la revolución del Vaticano II es incorrecto, pero este análisis no lo es. Ante un hecho, no hay argumento.

Por lo tanto, una vez más, la única solución posible es que Pablo VI no era ni podía haber sido el papa en el momento de confirmar los documentos problemáticos del Vaticano II.

Esta línea argumentativa general, basada en la indefectibilidad de la Iglesia, fue propuesta por el obispo Guérard des Lauriers y descrita como su argumento deductivo. Sin embargo, se distingue de su “Tesis Cassiciacum” y es común a todos aquellos que han sostenido que la Santa Sede atraviesa actualmente un largo período de vacancia (13). También se distingue de los argumentos basados ​​en la cuestión del “Papa hereje”, que son explicaciones secundarias de cómo la Santa Sede queda vacante.

Sin embargo, cabe señalar que la promulgación de una nueva religión incluye y trasciende cualquier acto o delito individual de herejía, así como el concepto de “cisma papal” tal como lo discuten los teólogos.

Una abominación tan monstruosa como esta podría considerarse una especie de “superherejía”, “supercisma” o “superapostasía”, todas ellas totalmente incompatibles con la pertenencia a la Iglesia y la legitimidad del cargo y la autoridad como Papa. Quien cambia la religión católica e impone una nueva no puede ser católico.


Así pues, se llega a la misma conclusión, independientemente de si los errores individuales del Vaticano II deben clasificarse como herejías o con alguna censura teológica menor, así como del nivel de autoridad con el que se propusieron dichos errores.

El deber de profesar la fe y denunciar el error

Estas conclusiones tienen consecuencias para los sucesores de Pablo VI.

El Papa Félix III expresó el principio de que “el silencio implica consentimiento”; en otras palabras, si uno guarda silencio ante un error doctrinal, se presume que lo acepta:

“Un error que no se resiste se aprueba; una verdad que no se defiende se suprime… Quien no se opone a un crimen evidente se expone a la sospecha de complicidad secreta” (14).

No se tiene el deber de denunciar todos los errores y a todas las partes que yerran todo el tiempo, por la misma razón que no se tiene el deber de “profesar la fe” de manera explícita en todo momento.

Sin embargo, la profesión de fe es una obligación estricta para todos los católicos “siempre que su silencio, evasión o manera de actuar implícitamente implique una negación de la fe, desprecio por la religión, ofensa a Dios o escándalo para el prójimo” (15). Este es un principio establecido, expresado por el Derecho Canónico, Santo Tomás de Aquino, santos, doctores, teólogos y moralistas. Además de este principio moral, la profesión pública de la Fe Católica es condición para pertenecer a la Iglesia.

Este deber de denunciar el error y profesar la fe solo aumenta con la altura del (supuesto) rango de uno en la Iglesia.

¿Cuáles son las implicaciones de esto?

El ejercicio tácito del magisterio

El teólogo J.M.A. Vacant, director del Dictionnaire de théologie catholique (Diccionario de Teología Católica), explicó cómo la Iglesia, y cada Romano Pontífice, propone tácitamente la totalidad de la doctrina eclesiástica. Su explicación resulta instructiva para comprender las implicaciones de la religión del concilio Vaticano II para cada uno de los sucesores de Pablo VI.

“El magisterio ordinario de la Iglesia fructifica estos tesoros [de la Fe] y los ofrece a sus hijos. Lo hace no solo cuando interpreta la doctrina contenida en estos monumentos de épocas pasadas, sino también cuando guarda silencio sobre ellos, y así se ejerce de manera tácita.

La Iglesia, en efecto, ha puesto repetidamente estos monumentos [de su magisterio anterior, así como las obras de los Padres, etc.] en manos de los pastores y los fieles como auténticos testimonios de su doctrina. Ahora bien, puesto que la Iglesia es infalible y no puede retractarse de sus decisiones, todos estos documentos se imponen incesantemente a nuestra fe: del mismo modo, una ley aprobada y promulgada por el legislador se impone para siempre a la obediencia de quienes están sujetos a ella. […]

Por lo tanto, la Iglesia nos propone ciertos puntos de su doctrina de manera tácita, precisamente por el hecho de que nos propone otros de manera explícita. Las enseñanzas formales de la Iglesia contienen, si se quiere, una promulgación tácita y nueva de las definiciones y afirmaciones previas que han dado forma a dichas enseñanzas. […]

El magisterio ordinario, por lo tanto, se extiende a toda la doctrina cristiana, expresándola mediante enseñanzas explícitas, entre las que los escritos de los Santos Padres y teólogos desempeñan un papel muy considerable; la manifiesta también mediante enseñanzas implícitas, que resultan principalmente de la disciplina y la liturgia; finalmente, la afirma mediante una proposición tácita de todo lo que se ha creído desde los tiempos de los Apóstoles, y de todo lo que está contenido en la Sagrada Escritura y en los monumentos de la tradición (16).

Si bien Vacant explica claramente el principio y su aplicación, no necesitamos basarnos en su autoridad como teólogo. Tanto el principio como su aplicación, en lo que respecta a la Iglesia, son la aplicación de la razón natural y el sentido común.

Los sucesores de Pablo VI han heredado su legado

Si se entiende que cada papa renueva tácitamente toda la doctrina cristiana, así como el magisterio y los actos autorizados de sus predecesores, ¿qué significa esto para los sucesores de Pablo VI?


Esto significa que todos estos hombres deben ser interpretados como si hubieran propuesto tácitamente el concilio Vaticano II y su legado como su propia doctrina. Cada uno tenía el deber de abrogar el concilio, denunciar su religión y profesar la verdadera fe. Las consecuencias de no cumplir con estos deberes son claras: cada uno ha renovado tácitamente la propuesta del Vaticano II y su nueva religión.

Podríamos comprender mejor esto mediante una analogía con el pecado original y el bautismo. Toda persona nace con la mancha del pecado original, que permanece en su alma hasta que es borrada en las aguas del bautismo. La consecuencia de no ser bautizado correctamente es la persistencia de esa mancha.

Sin embargo, el problema no termina con la mera renovación de los actos de Pablo VI.

● Se interpreta correctamente que Juan Pablo II renovó tácitamente la nueva religión del Vaticano II, y todos los demás actos (aparentemente) autorizados de Pablo VI (incluidos los de las Congregaciones Romanas bajo su mando).

● Benedicto XVI, con razón, se interpreta como si hiciera lo mismo, añadiendo además las acciones de Juan Pablo II.

● Se interpreta correctamente que Francisco hizo lo mismo, con la adición de las acciones de Benedicto XVI.

● Se interpreta correctamente que León XIV hizo lo mismo con la religión del Vaticano II, así como con todos los actos (aparentemente) autorizados desde Pablo VI a Francisco, incluyendo, por ejemplo, la Declaración de Abu Dhabi sobre la Fraternidad Humana, Amoris Laetitia, Fiducia Supplicans, los cambios al llamado Catecismo de la Iglesia Católica, etc.

Además, podríamos considerar la aprobación tácita de actos evidentemente carentes de autoridad (como las vigilias de oración de Asís o los comentarios de Francisco en 2024 en Singapur), que, sin embargo, exigen anatematización y rechazo. El sucesor que no se desvincula de tales abominaciones se asocia con ellas.

Por muy buenas que hayan sido las intenciones de cualquiera de estos hombres, cada sucesor posterior de Pablo VI se interpreta correctamente como un continuador y renovador de todos los actos (aparentemente) autorizados de sus predecesores.

Los deberes impuestos a estos hombres por el concepto de magisterio tácito

Cada uno de estos aspirantes al papado ya tenía la obligación preexistente de distanciarse de la nueva religión y de las desviaciones de sus predecesores. Sin embargo, esta obligación recae especialmente sobre cada uno de los sucesores de Pablo VI, de una manera distinta a la de otros hombres.


Como ya se ha dicho, la gravedad de este deber aumenta con la altura del rango (supuesto) en la Iglesia. Este deber se agudizaba especialmente durante los cónclaves, cuando se enfrentaban a la decisión de asumir o no este legado. Dejando de lado la cuestión de la culpabilidad moral, resulta lógico que no haber hecho nada al ser elegidos equivalga a haber asumido este legado.

No les servirá de nada a estos hombres sugerir que también han renovado tácitamente la verdadera religión y el verdadero magisterio, como si esto pudiera neutralizar o anular su aceptación de la nueva religión. En tal caso, lo que estarían renovando serían dos religiones contradictorias, lo cual es incoherente e incompatible con la profesión de la verdadera religión. Además, contraviene los principios de interpretación establecidos para estos casos.

En otras palabras, a menos que él los repudie, Prevost está asociado con todos los documentos problemáticos del reinado de terror de Francisco, así como con toda la revolución del Vaticano II.

Renovación explícita y reformulación de la nueva religión

Sin embargo, no solo se considera que los sucesores de Pablo VI renovaron tácitamente la propuesta del Vaticano II y su religión: cada uno de ellos afirmó explícitamente este legado, a menudo al comienzo de sus mandatos.

Como se ha señalado, León XIV ya lo ha hecho al referirse “al camino que la Iglesia universal ha seguido durante décadas”, específicamente en la forma en que “el Papa Francisco lo expuso magistral y concretamente en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium”.

Estas palabras no se refieren solo al concilio Vaticano II, sino también al legado que hemos estado analizando. En varias ocasiones, también se ha referido explícitamente a los actos del “magisterio” de Francisco (incluido Amoris Laetitia) (17). Los trató como “autoridades”, e incluso afirmó haber “sentido” que Francisco está en el Cielo. Todo esto también forma parte del legado que él ha aceptado.

Aunque cada uno de los sucesores de Pablo VI haya intentado “matizar” la nueva religión y su legado —ya sea en una dirección wojtyłiana, ratzingeriana, bergogliana o prevosteriana—, cada uno la ha aceptado como herencia de sus predecesores y (hasta Prevost) la ha transmitido a sus sucesores.

El principio en juego es sencillo, aunque las implicaciones sean trascendentales:

No puede haber un nuevo comienzo a menos que el propio Prevost lo inicie. Es imposible que un hombre alcance el papado mientras conserve este legado, lo haga suyo y lo proponga a la Iglesia, ya sea de forma explícita, implícita o tácita.

Por lo tanto, el rechazo del Vaticano II es una condición absolutamente necesaria para el fin de la crisis en la Iglesia y para que un hombre alcance el papado.

Si este rechazo sería suficiente para que un hombre alcanzara el papado —como podrían sugerir los partidarios de la tesis Cassiciacum del obispo Guérard des Lauriers— es otra cuestión. Sin embargo, es una condición absolutamente necesaria, sine qua non.

Conclusión: A quién se aplica y a quién no se aplica este principio

Como se mencionó anteriormente, estos principios no se aplican a todos los hombres de la misma manera.

Las palabras son baratas: no crean la realidad y a menudo pueden oscurecerla.

Las meras declaraciones verbales de aceptación del Vaticano II –o de sus pretendientes papales– no afectan necesariamente, ni por sí mismas, la pertenencia de un hombre a la Iglesia ni su poder para ocupar cargos públicos.

● En algunos casos, está claro que quienes afirman aceptar el Vaticano II, en realidad no hacen nada de eso: sus afirmaciones son meras declaraciones verbales y no aceptan la nueva religión en absoluto.

● En otros casos, no está claro qué significa realmente la afirmación de alguien de aceptar el Vaticano II.

Existen casos en los que resulta evidente que alguien acepta la nueva religión. Si bien en algunos casos es necesario llegar a una conclusión o emitir un juicio (por ejemplo, cuando se trata de hombres que se autoproclaman superiores legítimos, o cuando se trata de dónde debemos asistir a misa, con quién debemos casarnos o a quién debemos nombrar maestros para nuestros hijos), no es necesario hacerlo en todos los casos. Son relativamente pocos los casos que requieren una conclusión o un juicio firme por nuestra parte. Estos argumentos no justifican ni exigen acusar de no católicos a quienes disienten solo por ese hecho.

Sin embargo, las pretensiones al papado hechas por Pablo VI y sus sucesores (incluido León XIV) nos obligan a llegar a una conclusión, debido a nuestra obligación de someternos al Romano Pontífice como cuestión de salvación y como condición para pertenecer a la Iglesia; y no hay ninguna razón para pensar que Pablo VI y sus sucesores (incluido León XIV) se hayan adherido a la religión del Vaticano II de forma meramente verbal; todo lo contrario.

Por eso podemos y debemos concluir…

● Por su evidente aceptación de la nueva religión del Vaticano II, y

● Por su “compromiso total con el camino que la Iglesia universal ha seguido durante décadas” desde su inauguración

… que León XIV no es el Pontífice Romano.
 

Notas:


2) Aparte de la evidente adopción del tono de la nueva religión —por ejemplo, en su primer Urbi et Orbi (que incluye las palabras “queremos ser una Iglesia sinodal”) y en ciertas decisiones tomadas desde su elección—, las siguientes referencias al Vaticano II han aparecido en textos que se le atribuyen:

“Confiando en la ayuda del Todopoderoso, me comprometo a continuar y fortalecer el diálogo y la cooperación de la Iglesia con el pueblo judío en el espíritu de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II”.

Carta al Comité Judío Estadounidense, 8 de mayo de 2025 (para una discusión sobre la autenticidad de esta carta, consulte -en inglés- aquí).

De este modo, el carisma de la escuela, que se abraza con el cuarto voto de la enseñanza, además de ser un servicio a la sociedad y una valiosa obra de caridad, se manifiesta hoy como una de las expresiones más bellas y elocuentes de ese munus sacerdotal, profético y real que todos hemos recibido en el Bautismo, como se destaca en los documentos del Concilio Vaticano II. Así, en vuestras entidades educativas, los hermanos religiosos hacen proféticamente visible, mediante su consagración, el ministerio bautismal que impulsa a todos (cf. Constitución Dogmática Lumen Gentium, 44), cada uno según su estado y deberes, sin distinción, “como miembros vivos, a dedicar todas sus energías al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación” (ivi, 33).

Discurso de León XIV a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, jueves 15 de mayo de 2025.

3) Arzobispo Lefebvre, Dos años después de las Consagraciones.


5) Joseph Ratzinger, Principles of Catholic Theology (Principios de teología católica), pp. 381-2, 391. Ignatius Press, San Francisco CA, 1989.

6) Summa Theologica IIa IIae 81, A1.


8) Ibid., nota 5

9) Van Noort ofrece la siguiente explicación del término “numérico” y su aplicación a los organismos morales en general, y a la Iglesia en particular:

Un organismo moral, a pesar de la constante renovación de su personal, sigue siendo numéricamente el mismo mientras mantenga la misma estructura social y la misma autoridad. Esto se evidencia en el hecho de que corporaciones como General Motors o RCA Victor, o naciones como Estados Unidos, Francia o Suiza, siguen siendo las mismas entidades corporativas o políticas y se presentan ante tribunales nacionales o internacionales como el mismo organismo moral, aun cuando su personal fluctúe considerablemente.

Nótese la expresión “la misma sociedad , numéricamente hablando”. Una mera semejanza específica jamás satisfaría el requisito de la apostolicidad. A modo de ejemplo —aunque sea imposible— imaginemos una iglesia que se pareciera, aunque sea parcialmente, a la Iglesia de Cristo; una iglesia idéntica en todo salvo en lo numérico. Imaginemos ahora que la Iglesia fundada por los Apóstoles ha perecido por completo. Imaginemos —ya sea en el año 600, 1500 o 3000— que todos sus miembros la han abandonado. Imaginemos, además, que de esta sociedad totalmente destruida surge una sociedad nueva y vigorosa que, con el tiempo, se remodela a la perfección para ajustarse al modelo de la antigua, pero ahora desaparecida, estructura apostólica.

“Un proceso así jamás daría como resultado una iglesia genuinamente apostólica, es decir, una sociedad numéricamente idéntica a la que existió bajo el gobierno personal de los Apóstoles. Se crearía una sociedad completamente nueva, copiada meticulosamente de un modelo extinto hace mucho tiempo. Imaginemos, además, que de esta sociedad totalmente destrozada surge una sociedad nueva y vigorosa que, tras un tiempo, se remodela perfectamente para ajustarse a los planos de la antigua estructura apostólica, ahora desaparecida”.

Aunque Van Noort habla de apostolicidad más que de doctrina, su aplicación es clara. Cuando afirma que un cuerpo moral es “numéricamente el mismo cuerpo moral siempre que conserve la misma estructura social y la misma autoridad”, la frase implícita es, por supuesto, “manteniéndose todo lo demás constante”. Que sus palabras sean aplicables a una “iglesia” que ha sufrido una ruptura sustancial en los tres componentes ya mencionados es evidente en sí mismo y se justifica en el desarrollo de este artículo.

Van Noort, Christ’s Church (Iglesia de Cristo), n. 122.

10) Pietro Parente, Modernism (Modernismo), 190-1, en Dictionary of Dogmatic Theology (Diccionario de Teología Dogmática), Bruce Publishing Company, Milwaukee 1951.

11) Pág. 84 de esta edición.

12) Sermón del 29 de junio de 1976, disponible en inglés aquí.


14) Citado por el Papa León XIII en Inimica Vis, n. 7, 1892.

15) Can. 1325 §1 del Código de Derecho Canónico de 1917—citado como testigo representativo, sin importar si el Código de 1917 todavía está vigente.

16) ¿Cuáles son las expresiones implícitas y tácitas del magisterio ordinario?

17) “No se desanimen por las situaciones difíciles que enfrentan. Es cierto que las familias hoy tienen muchos problemas, pero ‘el Evangelio de la familia también alimenta semillas que todavía esperan crecer y sirve de base para cuidar aquellas plantas que se están marchitando y no deben ser descuidadas’”. (Francisco, Amoris Laetitia, 76), mencionado en el discurso de León XIV a los participantes en el Seminario del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 2 de junio de 2025.