sábado, 5 de abril de 2025

ÚLTIMA HORA: EL EX “CARDENAL” THEODORE MCCARRICK MURIO A LOS 94 AÑOS

Theodore McCarrick, el ex “cardenal” y “arzobispo” de Washington, declarado culpable en una investigación del Vaticano por abuso sexual de menores y adultos, murió a los 94 años.

Por Jonah McKeown para CNA


Una portavoz de la Arquidiócesis de Washington compartió el viernes con CNA un comunicado en el que el cardenal Robert McElroy confirmó el fallecimiento de McCarrick. McCarrick, quien, según informes, padecía demencia, residía en un centro en la zona rural de Misuri.

“Hoy me enteré del fallecimiento de Theodore McCarrick, exarzobispo de Washington. En este momento, me preocupa especialmente la situación de quienes él perjudicó durante su ministerio sacerdotal. A pesar de su dolor constante, oremos con firmeza por ellos y por todas las víctimas de abuso sexual”, dijo McElroy.

McCarrick, nacido en Nueva York, fue ordenado “sacerdote” en 1958 y ascendió en la Iglesia estadounidense a lo largo de mediados y finales del siglo XX. Durante su mandato episcopal, fue “obispo auxiliar” de Nueva York, y posteriormente dirigió la Diócesis de Metuchen, Nueva Jersey; la Arquidiócesis de Newark, Nueva Jersey; y posteriormente la de Washington, D. C.

Fue un participante destacado en el desarrollo de la Carta de Dallas de 2002 y las Normas Esenciales de la USCCB, que establecieron procedimientos para manejar las acusaciones de abuso sexual contra sacerdotes.

En 2018, los informes de abuso, preparación y acoso por parte de McCarrick a seminaristas irrumpieron en la escena pública en medio de un ajuste de cuentas a nivel nacional sobre el abuso sexual clerical.

Una investigación del Vaticano en 2019 declaró a McCarrick culpable de numerosos casos de abuso sexual, y Francisco lo declaró laico en febrero de ese año. Al año siguiente, el Vaticano publicó un extenso informe sobre McCarrick que examinaba en detalle el conocimiento institucional y la toma de decisiones respecto al ex “cardenal” y cómo continuó siendo ascendido a pesar de los rumores de mala conducta.

Además de las investigaciones del Vaticano, McCarrick enfrentó numerosos cargos penales. Sin embargo, un juez de distrito del estado de Massachusetts dictaminó en 2023 que McCarrick no era competente para ser juzgado por los cargos de abuso sexual que se le imputaban.

Un caso penal contra McCarrick en Wisconsin fue suspendido en enero de 2024 después de que un psicólogo contratado por el tribunal determinara que McCarrick no era competente para ser juzgado.

“CARDENAL” DOLAN: ¡EL NUEVO PACTO DE CRISTO EXISTE JUNTO CON EL ANTIGUO PACTO JUDÍO!

Dolan es un personaje divertido. Ahora ha declarado públicamente que existen dos pactos entre Dios y la humanidad: uno entre Dios y los judíos, y otro entre Dios y los cristianos.


El “cardenal” Timothy Dolan es un personaje divertido. No solo ha interpretado el rol de “arzobispo católico” de Nueva York desde 2009, sino que también ha declarado públicamente que existen dos pactos entre Dios y la humanidad: uno entre Dios y los judíos, y otro entre Dios y los cristianos.

En un artículo publicado el 12 de marzo en The Free Press, el “cardenal” Dolan afirmó con toda seriedad:

La postura de la Iglesia sobre el antisemitismo es inequívoca. Nuestro Salvador fue un judío fiel asesinado por los ocupantes romanos de Judea. Murió por los pecados de toda la humanidad. Según nuestra fe, Jesús estableció una Nueva Alianza que coexiste con la Antigua Alianza entre Dios y el pueblo judío. Como solía decir el Papa San Juan Pablo II: “La alianza de Dios con los judíos es inquebrantable”.

(Timothy Dolan, “The Evils of Antisemitism”The Free Press, 12 de marzo de 2025; cursiva agregada.)

Ahora bien, esto es un desastre teológico tal que Dolan debe haber tenido mucho coraje —los judíos dirían chutzpah— para publicarlo bajo su nombre real.

En este párrafo citado se hacen varias afirmaciones y conviene explicarlas por separado para minimizar la confusión:
● La Iglesia católica se opone al antisemitismo

● Cristo fue ejecutado por los romanos

● Cristo murió por todos, no sólo por algunos

● Cristo estableció un Nuevo Pacto para existir junto con el Antiguo Pacto, que es el pacto inquebrantable de los judíos.
Esto es una mezcolanza de medias verdades, irrelevancias y mentiras descaradas. Responderemos a cada una de ellas.

Antes de hacerlo, sin embargo, tengamos presente que en el mundo del Novus Ordo, Dolan no es considerado un progresista en lo que se refiere a doctrina.

Ahora sigamos adelante y echemos un vistazo crítico a las afirmaciones de Dolan.

Dolan: La Iglesia católica se opone al antisemitismo

La palabra “antisemitismo” (y sus diversos derivados) aparece hasta nueve veces en el breve artículo de Dolan; y parece definirla como “odio contra los judíos”. Me parece justo.

De hecho, odiar a los judíos es incorrecto. Es un gran mal porque odiar al prójimo en general es un gran mal, independientemente de si un individuo es judío, protestante, musulmán, agnóstico o zoroastriano.

Jesús le respondió: “El primer mandamiento de todos es: Escucha, Israel: el Señor tu Dios es el único Dios. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos 12:29-31).

“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:43-45).

“Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Juan 3:23).

“No debáis a nadie nada, sino amaros unos a otros. Porque el que ama al prójimo ha cumplido la ley” (Romanos 13:8).

Obviamente, el odio se opone directamente a la caridad y, por lo tanto, odiar a cualquiera es incorrecto. Entonces, la verdadera pregunta no es si odiar a los judíos es incorrecto, sino qué constituye dicho odio y qué no.

Es cierto que la Iglesia Católica condena el antisemitismo, siempre que el término se entienda correctamente. En 1928, el Papa Pío XI emitió un decreto suprimiendo la asociación Amici Israel, en el que declaró:

…la Iglesia Católica siempre ha estado acostumbrada a orar por el pueblo judío, depositario de las promesas divinas hasta la llegada de Jesucristo, a pesar de su ceguera posterior, o mejor dicho, a causa de esta misma ceguera. Movida por esa caridad, la Sede Apostólica ha protegido a este mismo pueblo de malos tratos injustos, y así como censura todo odio y enemistad entre las personas, condena por completo y con la mayor intensidad posible el odio contra el pueblo que una vez fue elegido por Dios, es decir, el odio que ahora se conoce comúnmente como “antisemitismo”.

(Papa Pío XI, Decreto del Santo Oficio Cum Supremae, 25 de marzo de 1928; subrayado añadido.)

El Sumo Pontífice no solo condena aquí el antisemitismo, sino que también condena la idea de la doble alianza de Dolan, al dejar claro que los judíos ya no son el Pueblo Elegido de Dios en la Nueva Dispensación. Esto se debe a que, mientras que en la Antigua Alianza la descendencia de Abraham se entendía únicamente en un sentido carnal-biológico, en la Nueva Alianza este sentido carnal dio paso a su verdadero sentido, es decir, que son hijos de Abraham todos aquellos que tienen la fe de Abraham (en el Mesías), independientemente de si son o no sus descendientes biológicos. Por eso San Pablo pudo escribir a los gentiles romanos que “Abraham... es el padre de todos nosotros” (Rom 4,16).

Los siguientes pasajes dejan claro que ésta es una verdad revelada del Evangelio, enseñada por Nuestro Señor Jesucristo y también por San Pablo:

Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. (Juan 3:6)

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que os he hablado son espíritu y vida. (Juan 6:64)

Respondieron y le dijeron: “Abraham es nuestro padre”. Jesús les dijo: “Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero ahora procuráis matarme, a un hombre que os ha dicho la verdad, la cual he oído de Dios. Abraham no hizo esto. Abraham, vuestro padre, se regocijó de ver mi día; lo vio y se alegró. Entonces los judíos le dijeron: ‘Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?’. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:39-40,56-58).

“Como está escrito: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, pues, que los que son de fe, ésos son hijos de Abraham. Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer. Porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, entonces sois linaje de Abraham, herederos según la promesa” (Gálatas 3:6-7,26-29).

“Vimos que la fe de Abraham le fue contada como virtud. ¿Y en qué estado de cosas se hizo ese cálculo? ¿Estaba circuncidado o incircunciso en ese momento? Incircunciso, aún no circuncidado. La circuncisión solo le fue dada como señal; como sello de la justificación que recibió por su fe mientras aún era incircunciso. Y, por lo tanto, él es el padre de todos aquellos que, aún incircuncisos, tienen la fe que también les será contada como virtud. Mientras tanto, él es el padre de los circuncidados, siempre que no se limiten a adoptar la circuncisión, sino que sigan los pasos de la fe que él, nuestro padre Abraham, tenía antes de que comenzara la circuncisión. No fue por la obediencia a la ley, sino por la fe que los justificó, que a Abraham y a su posteridad se les prometió la herencia del mundo. Si solo quienes obedecen la ley reciben la herencia, entonces su fe estaba mal fundada y la promesa ha sido anulada. (El efecto de la ley es solo atraer el desagrado de Dios sobre nosotros; solo donde hay una ley es posible la transgresión). La herencia, entonces, debe venir por la fe (y, por lo tanto, por don gratuito); así, la promesa se cumple para toda la posteridad de Abraham, no solo para la posteridad que guarda la ley, sino también para la que imita su fe. Todos somos hijos de Abraham; y así se escribió de él: ‘Te he puesto por padre de muchas naciones’. Somos sus hijos ante los ojos de Dios, en quien puso su fe, quien puede resucitar a los muertos y enviar su llamado a lo que no tiene existencia, como si ya existiera” (Romanos 4:9-17; traducción de Mons. Ronald Knox).

Esto no es terriblemente difícil de entender, aunque algunos puedan negarlo por malicia, por ignorancia o incluso por respeto humano, o quizás “por miedo a los judíos” (Jn 7,13).

Así pues, queda claro que el verdadero Pueblo Elegido no son aquellos con un vínculo carnal particular, como ocurría en la Antigua Alianza, sino quienes creen en el Mesías y son miembros de su religión. Esto no es excluyente, sino inclusivo, porque todos están llamados a seguir a este Mesías, todos son exhortados a unirse al verdadero Pueblo Elegido de la Nueva Alianza, la Iglesia Católica; y, por lo tanto, cualquiera puede ahora formar parte del Pueblo Elegido de Dios si está dispuesto (véase Mt 22:1-14).

Sí, los judíos de la Antigua Alianza eran los depositarios de las Promesas de Dios, y en ese sentido eran Su Pueblo Elegido: “porque la salvación viene de los judíos” (Jn 4:22). Pero ahora que estas Promesas se han cumplido, quienes creen en ellas y se aferran a su cumplimiento son Su Pueblo Elegido, y ciertamente no quienes las repudian y las niegan.

Dolan: El Señor Jesús fue asesinado por los romanos

En cuanto al hecho histórico de quién ejecutó a Jesús de Nazaret, sí, fueron los soldados romanos quienes llevaron a cabo directamente la crucifixión de Cristo. Sin embargo, como señala astutamente Thomas Mirus en su respuesta a Dolan (en inglés aquí): “Resumir el evento como 'un judío fiel asesinado por los ocupantes romanos de Judea' da la impresión de que Jesús fue asesinado porque los romanos eran antisemitas”.

Los romanos no tenían ningún interés en ver a Cristo condenado a muerte: “Pilato respondió: ¿Soy yo judío? Tu nación y los principales sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” (Jn 18,35). Nuestro Señor fue crucificado por los soldados romanos solo por orden de los judíos. Eso no absuelve a los romanos de toda culpa, por supuesto, pero tampoco a los judíos. Al contrario, como nuestro Bendito Redentor le dijo a Poncio Pilato: “…el que me ha entregado a ti, mayor pecado tiene” (Jn 19,11).

San Pedro y San Pablo fueron claros en su predicación sobre la responsabilidad de los judíos por la muerte de Cristo. El Papa San Pedro dijo a los judíos en Jerusalén: “Varones israelitas, escuchen estas palabras: Jesús de Nazaret… a quien ustedes, por manos de inicuos, crucificaron y mataron (Hechos 2:22-23); y también: “Mas al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos” (Hechos 3:15). Asimismo, San Pablo habló a los tesalonicenses de “los judíos, que mataron al Señor Jesús y a los profetas, y nos han perseguido a nosotros, y no agradan a Dios, y son adversarios de todos los hombres” (1 Tesalonicenses 2:14-15).

La acusación de deicidio (matar a Dios) es eminentemente aplicable a los judíos, no a los judíos considerados como raza o etnia, sino como religión, que por ello se volvieron apóstatas. De hecho, es precisamente el rechazo oficial de Cristo lo que convirtió el judaísmo de la Antigua Alianza en el judaísmo apóstata que perdura hasta nuestros días: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn 1:11). Por lo tanto, se deduce que todos aquellos que se alinean espiritualmente con este judaísmo apóstata (y ahora talmúdico) son, con razón, declarados culpables de deicidio.

Obviamente, espiritualmente hablando, todos los pecadores han clavado a Cristo en la cruz y, trágicamente, con frecuencia lo volvemos a hacer (cf. Heb 6,6). Al mismo tiempo, Nuestro Señor también enfatizó: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que la doy de mí mismo, y tengo poder para darla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn 10,17-18). El hecho de que tanto judíos como gentiles contribuyeran históricamente a la Pasión y Muerte de Cristo subraya que, en efecto, “todos pecaron” (Rom 5,12) y todos necesitan redención, tanto judíos como gentiles.

Todos somos culpables de la muerte de Cristo, y todos somos redimidos por ella. Sin embargo, no todos se salvarán, sino solo quienes crean en Cristo, se unan a su Iglesia y perseveren en la fe, la esperanza y la caridad hasta el fin, para morir en gracia santificante (cf. Mt 24:13; Mc 16:16; Lc 13:23-30; Jn 3:3-5,14-18; Rm 8:24; Rm 11:22; 1 Tm 3:15; Heb 11:6; 2 Jn 1:9).

Dolan: Cristo murió por todos

Es un dogma de la fe católica que Jesucristo murió para redimir a todas las personas sin excepción, no solo a los elegidos, no solo a quienes se unirían a su Iglesia, no solo a judíos ni solo a gentiles: “Porque la caridad de Cristo nos apremia, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que también los que viven, ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15).

Sin embargo, esta verdad de que Cristo murió por todos refuta la absurda doctrina de Dolan sobre el Antiguo Pacto, aún vigente, pues si el Antiguo Pacto pudiera salvar a los judíos sin el Nuevo Pacto, Cristo no habría tenido que morir por todos, pues los judíos ya contaban con su propio pacto, con sus sacrificios y rituales expiatorios. Pero, por supuesto, la realidad es que los sacrificios de los judíos eran solo una prefiguración del verdadero sacrificio de Cristo en la cruz: “Porque es imposible que con la sangre de bueyes y de machos cabríos se quite el pecado” (Hebreos 10:4).

De hecho, debemos señalar que, si bien el Evangelio es para todos sin excepción, la predicación pública de Nuestro Señor se limitó principalmente a los judíos: “Él, respondiendo, dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). En los Evangelios se registran muy pocos casos en los que Nuestro Señor interactuó con no judíos. Esto se debe a que los judíos, no los gentiles, habían sido principalmente preparados por Dios para recibir al Salvador, y la instrucción de los gentiles quedaría en manos de los apóstoles y sus sucesores, especialmente de San Pablo: “Por lo cual soy constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles” (2 Tim 1,11).

Dolan: Cristo estableció un Nuevo Pacto junto con el inquebrantable Antiguo Pacto de los judíos

El “cardenal” Dolan no define qué quiere decir con “Antiguo Pacto”, lo cual es lamentable, ya que el término puede tener múltiples significados, ya que existen más de un pacto en la historia del Antiguo Testamento. Además del pacto que Dios hizo con Abraham, también existe el pacto que Dios hizo con Moisés y el pueblo de Israel en el Monte Sinaí, así como el pacto que Dios hizo con el rey David, por ejemplo.

La alianza que Dios hizo con Abraham se cumple en la Iglesia católica; la alianza que Dios hizo con David se cumple en el reinado perpetuo y universal de Jesucristo Rey; y la alianza que Dios hizo con Moisés e Israel es superada y cumplida por la Nueva Alianza de Jesucristo, de la cual no fue más que una preparación y una prefiguración.

Cualquiera que sea el pacto del Antiguo Testamento que se considere, siempre apunta al Nuevo y Eterno Pacto de Jesucristo, el santo Evangelio y la Iglesia Católica Romana, como su máximo cumplimiento y realidad.

¿Qué fuentes cita Dolan para respaldar su doctrina del doble pacto? Solo una: el “papa” Juan Pablo II (r. 1978-2005) . Y eso es lógico, ya que obviamente no se encuentra en ninguna fuente magisterial anterior al Vaticano II, ni en la Sagrada Escritura ni en la Sagrada Tradición. En otras palabras: es una invención, una herejía, una falsa creencia que socava el verdadero Evangelio de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien dijo a los judíos: “Por eso os digo que el reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos. Y el que caiga sobre esta piedra, será quebrantado; pero sobre quien ella caiga, lo desmenuzará” (Mt 21,43-44).

Ya antes del ministerio público de Cristo, encontramos esta verdad profetizada en las palabras de santo Simeón en la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén: “Y los bendijo Simeón, y dijo a María, su madre: He aquí, este niño está puesto para caída y resurrección de muchos en Israel, y para señal de contradicción” (Lc 2,34).

El significado de esta profecía lo explica de forma hermosa el padre Cornelius à Lapide (1567-1637) en su Gran Comentario, de la siguiente manera:

Cristo fue colocado en la nueva Iglesia, la cristiana, como fundamento y piedra angular, para que sobre él edificara a todos los que creían en él, y con ellos edificara el edificio espiritual de la Iglesia, como lo había prometido antiguamente a Adán, Abraham, Moisés y los demás patriarcas y profetas. Dios hizo esto directamente con la intención de atraer a todos los israelitas, es decir, los judíos, a la fe de Cristo, para poder incorporarlos a su Iglesia y salvarlos; pero previó que una gran parte de ellos, debido a su maldad, hablarían contra Cristo cuando viniera, y lo atacarían como una piedra de tropiezo, y que así serían quebrantados y caerían en la ruina tanto temporal como eterna. Sin embargo, Él no quiso cambiar, por cuenta de ellos, Su resolución de enviar y colocar a Cristo [como piedra fundamental], sino que permitió esta rebelión y hablar en contra de Él por parte de los judíos para que pudiera ser la ocasión para que San Pablo y los Apóstoles transfirieran la predicación del evangelio de aquellos que se resistieron a él a los gentiles; y que así, en lugar de unos pocos judíos, innumerables naciones pudieran creer en Cristo, ser edificadas en Él en la Iglesia y ser salvadas, como Pablo enseña extensamente en Romanos 11. Tal fue el diseño de Dios, por el cual puso a Cristo como la piedra angular de la Iglesia, para ser indirectamente para la caída, pero directamente para la resurrección de muchos en Israel. Por caída se entiende la destrucción de los judíos que se rebelaron contra Cristo; Por la resurrección, la salvación de quienes creen en Él: pues quienes se rebelaron contra Cristo cayeron de la fe a la infidelidad, de la obediencia a la rebelión, del conocimiento de Dios y de las Sagradas Escrituras a la ceguera y la terquedad, de la esperanza de salvación a la desesperación y la reprobación, del cielo al infierno; pero quienes creen en Cristo han resucitado por su gracia de los pecados en los que yacían postrados a una nueva vida de virtud y gracia, esperando la esperanza de gloria. Esta es la interpretación de San Agustín, Beda, Teofilacto, Eutimio, Toleto y otros, passim; de hecho, así la interpretan Cristo mismo, Pedro y Pablo en los pasajes citados anteriormente.

(El Gran Comentario de Cornelio à Lapide: El Santo Evangelio según San Lucas [Fitzwilliam, NH: Loreto Publications, 2008], pág. 279; cursiva dada. Edición en inglés disponible aquí).

Ésta es, entonces, la verdadera comprensión católica de este asunto, no las tonterías que dice Timothy Dolan, que no se remontan más allá del concilio Vaticano II (1962-65).

Antes de terminar este post, debemos ver dos citas más del artículo de Dolan, en las que sólo empeora las cosas:

Espero que este mensaje sea suficientemente claro: el antisemitismo es un pecado grave, obra del mismísimo Satanás. El diablo pretende dividir al pueblo de Dios, hacer que se teman y, finalmente, se odien. Al rechazar las mentiras y las promesas vacías de Satanás, como cristianos estamos llamados a hacer en esta Cuaresma, en las semanas previas a la Pascua —y mientras nuestros vecinos judíos se preparan para la Pascua judía—, renunciamos a sus planes de dividir a los hijos de Abraham entre sí.

Estas palabras contienen dos errores flagrantes: (a) que los seguidores del judaísmo apóstata son el pueblo de Dios, y (b) que son hijos de Abraham. Aunque algunos —no todos (cf. Ap 2:9)— de los judíos actuales son sin duda descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, esto no los convierte en hijos de Abraham en el verdadero sentido de la palabra, ya que solo “los que son de fe, ésos son hijos de Abraham” (Gá 3:7). Por lo tanto, “ya no hay judío ni griego” (Gá 3:28).

Dolan termina con estos pensamientos:

Y para aquellos en las redes sociales que se llaman cristianos pero difunden odio contra los judíos, decimos que se han cegado a los principios fundamentales de la fe que proclaman: que todos somos iguales ante los ojos de Dios, que el cristianismo es un tallo que crece del buen olivo que es la fe judía y que, en palabras del Papa Francisco, "un cristiano no puede ser antisemita.

Aquí encontramos una vez más el error de que los judíos de hoy son los judíos fieles de la Antigua Dispensación. Simplemente no es cierto, por mucho que se repita. Son los judíos apóstatas, cuyo padre espiritual no es Abraham, sino Caifás (cf. Mt 26:63-66; cf. Ap 3:9).

Precisamente porque ya no hay distinción entre gentiles y judíos, los judíos ya no pueden tener su propio pacto con Dios. Dolan habla del “buen olivo, que es la fe judía”, usando una metáfora que se encuentra en Romanos 11. Sin embargo, San Pablo no dice nada sobre la “fe judía”, e incluso si lo hiciera, no podría entenderse en el sentido que le da Dolan, ya que los judíos solo tenían fe antes de la llegada del Mesías. Al rechazar a Cristo, abandonaron esa fe y, en cambio, la reemplazaron con un aferramiento obstinado a una interpretación falsa de las profecías y promesas de la Antigua Dispensación, con consecuencias absolutamente terribles: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése recibiréis” (Jn 5:43).

Así, Romanos 11 no sólo no apoya la posición de Dolan, sino que en realidad la descarta, porque contrasta la fe de los cristianos con la incredulidad de los judíos, por causa de la cual los cristianos ahora son parte del olivo, pero los judíos ya no:

Bien: por su incredulidad fueron desgajados. Pero tú, por la fe, permaneces firme: no te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, teme que no te perdone a ti también. Observa, pues, la bondad y la severidad de Dios: con los que han caído, ciertamente, la severidad; pero contigo, la bondad de Dios, si permaneces en la bondad; de lo contrario, tú también serás desgajado.

(Romanos 11:20-22)

Decídase, entonces, “cardenal” Dolan: O bien Jesucristo estableció el Nuevo Pacto como el verdadero cumplimiento de todos los pactos del Antiguo Testamento, y entonces no puede haber otro; o bien los judíos aún tienen su propio pacto válido con Dios, y el Mesías aún está por venir. Tertium non datur. [No hay una tercera opción].

Elija sabiamente, “eminencia”, porque el verdadero Mesías nos ha puesto a todos en aviso: “El que no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11,23).


Novus Ordo Watch


EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (27)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.

27. El edicto de empadronamiento (134).
Enseñanzas sobre sobre el amor al esposo y la confianza en Dios.
4 de junio de 1944

1 De nuevo veo la casa de Nazaret, la pequeña habitación en que María habitualmente come. Ahora Ella está trabajando en una tela blanca. La deja para ir a encender una lámpara, pues está atardeciendo y no ve ya bien con la luz verdosa que entra por la puerta entornada que da al huerto. Cierra también la puerta.
Observo que su cuerpo está ya muy engrosado, pero sigue viéndosela muy hermosa. Su paso continúa siendo ágil; todos sus movimientos, donosos. No se ve en Ella ninguna de esas sensaciones de peso que se notan en la mujer cuando está próxima a dar a luz a un niño. Sólo en el rostro ha cambiado. Ahora es “la mujer”. Antes, cuando el Anuncio, era una jovencita de carita serena e ingenua (como de niño inocente). Luego, en la casa de Isabel, cuando el nacimiento del Bautista, su rostro se había perfeccionado, adquiriendo una gracia más madura. Ahora es el rostro sereno, pero dulcemente majestuoso, de la mujer que ha alcanzado su plena perfección en la maternidad.
Ya no recuerda a esa “Virgen de la Anunciación” (135). Cuando era niña, yo sí que la veía reflejada en ella. Ahora el rostro es más alargado y delgado; el ojo, más pensativo y grande. En pocas palabras: como es María actualmente en el Cielo. Porque ahora ha asumido el aspecto y la edad del momento en que nació el Salvador.
Tiene la eterna juventud de quien no sólo no ha conocido corrupción de muerte, sino que ni siquiera ha conocido el marchitamiento de los años. El tiempo no ha tocado a esta Reina nuestra y Madre del Señor que ha creado el tiempo. Es verdad que en el suplicio de los días de la Pasión –suplicio que para Ella empezó muchísimo antes, podría decir que desde que Jesús comenzó la evangelización– se la vio envejecida, pero tal envejecimiento era sólo como un velo corrido por el dolor sobre su incorruptible cuerpo. Efectivamente, desde cuando Ella vuelve a ver a Jesús, resucitado, torna a ser la criatura fresca y perfecta de antes del suplicio: como si al besar las santísimas Llagas hubiera bebido un bálsamo de juventud que hubiese cancelado la obra del tiempo y, sobre todo, del dolor. También hace ocho días, cuando he visto la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, veía a María “hermosísima y, en un instante, rejuvenecida”, como escribía; ya antes había escrito: “Parece un ángel azul”. Los ángeles no experimentan la vejez. Poseen eternamente la belleza de la eterna juventud, del eterno presente de Dios que en sí mismos reflejan.
La juventud angélica de María, ángel azul, se completa y alcanza la edad perfecta –que se ha llevado consigo al Cielo y que conservará eternamente en su santo cuerpo glorificado, cuando el Espíritu pone el anillo nupcial a su Esposa y la corona en presencia de todos– ahora, y no ya en el secreto de una habitación ignorada por el mundo, con un arcángel como único testigo.
He querido hacer esta digresión porque la consideraba necesaria. 
Ahora vuelvo a la descripción. María, pues, ahora ya es verdaderamente “mujer”, llena de dignidad y donaire. Incluso su sonrisa se ha transformado, en dulzura y majestad. ¡Qué hermosa está María!

2 Entra José. Da la impresión de que vuelve del pueblo, porque entra por la puerta de la casa y no por la del taller. María levanta la cabeza y le sonríe. También José le sonríe a Ella... no obstante, parece como si lo hiciera forzado, como quien estuviera preocupado. María le observa escrutadora y se levanta para coger el manto que José se está quitando, para doblarlo y colocarlo encima de un arquibanco.
José se sienta al lado de la mesa. Apoya en ella un codo y la cabeza en una mano mientras con la otra, absorto, se peina y despeina alternativamente la barba.
“¿Estás preocupado por algo?” -pregunta María- “¿Te puedo servir de consuelo?”.
“Tú siempre me confortas, María. Pero esta vez es una gran preocupación... por ti”.
“¿Por mí, José? ¿Y qué es, pues?”.
“Han puesto un edicto en la puerta de la sinagoga. Ha sido ordenado el empadronamiento de todos los palestinos. Hay que ir a anotarse al lugar de origen. Nosotros tenemos que ir a Belén...”.

3 “¡Oh!” interrumpe María, llevándose una mano al pecho.
“¿Te preocupa, verdad? Es penoso. Lo sé”.
“No, José, no es eso. Pienso... pienso en las Sagradas Escrituras: Raquel, madre de Benjamín y esposa de Jacob, del cual nacerá la Estrella (136), el Salvador. Raquel, que está sepultada en Belén; de la que se dijo: ‘Y tú, Belén Efratá, eres la más pequeña entre las tierras de Judá, mas de ti saldrá el Dominador’ (137), el Dominador prometido a la estirpe de David; El nacerá allí...”.
“¿Piensas... piensas que ya ha llegado el momento? ¡Oh! ¿Qué podemos hacer?”. José está enormemente preocupado y mira a María con ojos llenos de compasión.
Ella lo percibe, y sonríe. Su sonrisa es más para sí que para él. Es una sonrisa que parece decir: “Es un hombre; justo, pero hombre. Y ve como hombre, piensa como hombre. Sé compasiva con él, alma mía, y guíale a la visión de espíritu”. Y su bondad la impulsa a tranquilizarle. No mintiendo, sino tratando de quitarle la preocupación, le dice: “No sé, José. El momento está muy cercano, pero, ¿no podría el Señor alargarlo para aliviarte esta preocupación? El todo lo puede. No temas”.
“¡Pero el viaje!... Y además, ¡con la cantidad de gente que habrá!... ¿Encontraremos un buen lugar para alojarnos? ¿Nos dará tiempo a volver? Y si ... si eres Madre allí, ¿cómo nos las arreglaremos? No tenemos casa... No conocemos a nadie...”.
“No temas. Todo saldrá bien. Dios provee para que encuentre un amparo el animal que procrea, ¿y piensas que no proveerá para su Mesías? Nosotros confiamos en El, ¿no es verdad? Siempre confiamos en El. Cuanto más fuerte es la prueba, más confiamos. Como dos niños, ponemos nuestra mano en su mano de Padre. El nos guía. Estamos completamente abandonados en El. Mira cómo nos ha conducido hasta aquí con amor. Ni el mejor de los padres podría haberlo hecho con más esmero. Somos sus hijos y sus siervos. Cumplimos su voluntad. Nada malo nos puede suceder. Este edicto también es voluntad suya. ¿Qué es César, sino un instrumento de Dios? Desde que el Padre decidió perdonar al hombre, ha predispuesto los hechos para que su Hijo naciera en Belén. Antes de que ella, la más pequeña de las ciudades de Judá, existiera, ya estaba designada su gloria. Para que esta gloria se cumpla y la palabra de Dios no quede en entredicho –y lo quedaría si el Mesías naciera en otro lugar– he aquí que ha surgido un poderoso, muy lejos de aquí, y nos ha dominado, y ahora quiere saber quiénes son sus súbditos, ahora, en un momento de paz para el mundo... ¡Qué es una pequeña molestia nuestra comparada con la belleza de este momento de paz! Fíjate, José, ¡un tiempo en que no hay odio en el mundo! ¿Existe, acaso, hora más feliz que ésta, para que surja la “Estrella” de luz divina y de influjo redentor? ¡Oh, no tengas miedo, José! Si inseguros son los caminos, si la muchedumbre dificulta la marcha, los ángeles serán nuestra defensa y nuestro parapeto; no de nosotros, sino de su Rey. Si no encontramos un lugar donde ampararnos, sus alas nos harán de tienda. Nada malo nos sucederá, no puede sucedernos: Dios está con nosotros”.

4 José la mira y la escucha extático. Las arrugas de la frente se alisan, la sonrisa vuelve. Se pone en pie, ya sin cansancio y sin pena. Sonríe. “¡Bendita tú, Sol del espíritu mío! ¡Bendita tú, que sabes ver todo a través de la Gracia que te llena! No perdamos tiempo, pues, porque hay que partir lo antes posible y... volver cuanto antes, porque aquí todo está preparado para el... para el...”.
“Para el Hijo nuestro, José. Tal debe ser a los ojos del mundo, recuérdalo. El Padre ha velado de misterio esta venida suya, y nosotros no debemos descorrer el velo. El, Jesús, lo hará, llegada la hora...”.
La belleza del rostro, de la mirada, de la expresión, de la voz de María al decir este “Jesús” no es describible. Es Ya el éxtasis, y con este éxtasis cesa la visión.

“Amar es dar contento a quien se ama más allá de lo que pueden exigir los sentidos o la conveniencia”

5 Dice María:
“No añado mucho, porque mis palabras son ya enseñanza. 
Eso sí, reclamo la atención de las mujeres casadas sobre un punto. Demasiadas uniones se transforman en desuniones por culpa de las mujeres, las cuales no tienen hacia el marido ese amor que es todo (bondad, compasión, consuelo). Sobre el hombre no pesa el sufrimiento físico que oprime a la mujer, pero sí todas las preocupaciones morales: necesidad de trabajo, decisiones que hay que tomar, responsabilidades ante el poder establecido y ante la propia familia... ¡Oh, cuántas cosas pesan sobre el hombre, y cuánta necesidad tiene también él de consuelo! Pues bien, es tal el egoísmo, que la mujer le añade al marido cansado, desilusionado, abrumado, preocupado, el peso de inútiles quejas, e incluso a veces injustas. Y todo porque es egoísta; no ama.
Amar no significa satisfacer los propios sentidos o la propia conveniencia. Amar es satisfacer a la persona amada, por encima de los sentidos y conveniencias, ofreciéndole a su espíritu esa ayuda que necesita para poder tener siempre abiertas las alas en el cielo de la esperanza y de la paz.

6 Hay otro punto en el que querría que centrarais vuestra atención. Ya he hablado de ello; no obstante, insisto. Se trata de la confianza en Dios.
La confianza compendia las virtudes teologales. Si uno tiene confianza, es señal de que tiene fe; si tiene confianza, es señal de que espera y de que ama. Cuando uno ama, espera y cree en una persona, tiene confianza. Si no, no. Dios merece esta confianza nuestra. Si se la damos a veces a pobres hombres capaces de cometer faltas, ¿por qué negársela a Dios, que no comete falta alguna?
La confianza es también humildad. El soberbio dice: “Voy a actuar por mí mismo. No me fío de éste, que es un incapaz, un embustero y un avasallador”. El humilde dice: “Me fío. ¿Por qué no me voy a fiar? ¿Por qué debo pensar que yo soy mejor que él?”. Y así, con mayor razón, de Dios dice: “¿Por qué voy a tener que desconfiar de Aquel que es bueno? ¿Por qué voy a tener que pensar que me basto por mí mismo?”. Dios se dona al humilde, del soberbio se retira.
La confianza es, además, obediencia; y Dios ama al obediente. La obediencia es signo de que nos reconocemos hijos suyos, de que le reconocemos como Padre; y un padre, cuando es verdadero padre, no puede hacer otra cosa sino amar. Dios es para nosotros Padre verdadero y perfecto.

7 Hay un tercer punto que quiero que meditéis. Se funda también en la confianza. Ningún hecho puede acaecer si Dios no lo permite. Por lo cual, ya tengas poder, ya seas súbdito, será porque Dios lo ha permitido. Preocúpate, pues, ¡Oh tú que tienes poder!, de no hacer de este poder tuyo tu mal. En cualquier caso sería “tu mal”, aunque en principio pareciese que lo fuera de otros. En efecto, Dios permite, pero no sin medida; y, si sobrepasas el punto señalado, asesta el golpe y te hace pedazos. Preocúpate, pues, tú que eres súbdito, de hacer de esta condición tuya una calamita para atraer hacia ti la celeste protección. No maldigas nunca. Deja que Dios se ocupe de ello. A El, Señor de todos, le corresponde bendecir o maldecir a los seres que ha creado.
Ve en paz”.



El Poema del Hombre-Dios (25)


Notas:

134) Cfr. Lc. 2, 1–5.

135) de Florencia que usted tanto aprecia, padre.

136) Cfr. Núm. 24, 17; Gén. 35, 18–20; 48, 7.

137) Cfr. Miq. 5, 2.


EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (25)

Que el Espíritu Santo une íntimamente nuestro corazón al Corazón de Jesús

Por Monseñor de Segur (1888)


En el misterio de la gracia, Jesucristo, Rey de la Gloria, se digna unirse interior y espiritualmente a nosotros para comunicarnos su vida divina, sus virtudes y su santidad. La gracia es un misterio todo de amor; y como el amor tiende siempre a unir, es un misterio de unión.

Jesús, que nos ama, nos une a sí, no con unión material, grosera e imperfecta, sino toda celestial, espiritual y divina; y esta unión la verifica por el Espíritu Santo y en el Espíritu Santo. Por parte de su divino Padre, nos da por pura gracia, por pura bondad, ese Espíritu adorable que es el Amor y la Unión en persona. Es muy natural que la unión junte: de manera que la primera cosa que hace en nosotros el Espíritu Santo, cuando se nos da en el Bautismo, es unirnos a Jesús, y por Jesús a Dios Padre. Esta unión de la gracia es una unión toda de amor, pues nace del amor de Dios y de Jesús; la verifica el amor mismo, que es el Espíritu Santo, y tiende soberanamente a hacernos amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas a Aquel que se digna amarnos tanto.

Esta unión es espiritual, interior, santificante, sobrenatural, celestial, deificante; es la vida de nuestra alma, el germen del cielo y el principio de la vida eterna.

Nuestro corazón se encuentra así unido por el Espíritu Santo, Espíritu de amor, al Sagrado Corazón de Jesús, que desea verle semejante a sí, es decir, todo celestial, todo divino. ¡Misterio de hermosura! ¡Mi corazón se ve unido al corazón de su Dios; desde este mundo se ve atraído, arraigado, fijo en el cielo en el Sagrado Corazón de Jesús, que le comunicará amorosamente la vida de la gracia, como prenda de la vida gloriosa que le prepara en el Paraíso! ¡Qué perpetuas adoraciones no debo yo a este divino Corazón que vive y palpita en el mío! ¡con qué amor no debo agradecer este tesoro de amor!

Mi corazón está unido al Corazón de Jesús como los sarmientos de la viña están unidos a la vid. Gracias a esta unión, la savia de la vid pasa a los sarmientos, les vivifica y comunica sus propiedades.

Separado de la vid, el sarmiento muere, no puede dar fruto. Unido a la vid, florece, se cubre de espeso follaje, y produce bellos y deliciosos racimos que el sol dora y hace madurar. El Corazón de Jesús es la vid, y mi pobre corazón el sarmiento. La savia del Corazón de Jesús es el Espíritu Santo, el Espíritu de gracia y de amor. Del Corazón de Jesús pasa este divino Espíritu a mi corazón, y difunde en todas las potencias de mi alma las mismas disposiciones, los mismos sentimientos que llenan el Corazón de mi divino Maestro. Me comunica su luz, su fuerza, su bondad, su humildad, su dulzura, su paciencia, su pureza, su caridad adorable, su desprendimiento, su amor al sufrimiento, su perfecta santidad. Fecundiza mi corazón; le hace producir mil odorantes flores de buenos pensamientos, de piadosos afectos, de santos deseos; le hace producir frutos abundantes, es decir, toda suerte de buenas obras, de preciosos sacrificios, que el Sol de la Iglesia, el Santísimo Sacramento del altar, dora y hace madurar maravillosamente. El misterio de la gracia es, en efecto, inseparable del misterio de la Eucaristía; la vida es inseparable del Pan de vida; el amor llama al Pan de amor. La Comunión hace madurar y consuma los frutos de gracia.

En el fondo de mi corazón debo, pues, buscar el vuestro adorable para unirme a él en el amor, ¡oh mi Salvador Jesucristo! Allí encuentro el reino de Dios, vuestro reino, y a Vos mismo, que reináis en mí en vuestro Espíritu. ¡Oh! ¡qué tesoro! Este es el tesoro de la parábola del Evangelio. Para adquirirlo, para conservarlo venderé todo cuanto poseo, y compraré el campo en que está oculto. Este campo es vuestra gracia; es vuestro dulce y santo amor.

¡Oh Corazón de Jesús! Corazón adorable y adorado, quiero permanecer en Vos todos los días de mi vida y hasta en la vida eterna, en donde me hará entrar vuestra misericordia, no obstante mi indignidad.

¡Bendito sea Jesús de mi corazón! 

¡Bendito sea el Corazón de mi Jesús!

5 DE ABRIL: SAN VICENTE FERRER


5 de Abril: San Vicente Ferrer

(🕆 1419)

El gloriosísimo y apostólico varón San Vicente Ferrer, nació en la ciudad de Valencia, de la noble familia de los Ferrer, y fue hermano de Bonifacio Ferrer, gran jurista y después Prior General de la Cartuja.

Desde su niñez juntaba el santo a otros muchachos y les decía:

- Oídme, niños, y juzgad si soy buen predicador

Y haciendo la señal de la cruz, refería algunas razones de las que había oído a los Predicadores en Valencia, imitando la voz y los movimientos de ellos tan vivamente, que dejaba admirados a los que le oían.

Llegando a la edad de dieciocho años tomó el hábito del glorioso Santo Domingo, y llegó a ser un perfecto retrato de la vida religiosa.

Hizo sus estudios en los conventos de Barcelona y Lérida, y en esta universidad le graduaron como Maestro en Teología, para dar principio a su carrera apostólica.

Era muy agraciado y de gentil disposición, y habiéndosele aficionado y queriendo traerle a mal algunas mujeres, él las ganaba para Cristo.

En el espacio de dieciocho años solo dejó de predicar quince días, y siempre fue estupendo el fruto de sus sermones, no solo en España, sino también en Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Piamonte, Lombardía y buena parte de Italia; y predicando en su lengua valenciana en estas naciones le entendían como si predicara en la lengua de aquellos países, algo que es un don raro y apostólico.

Solamente en España, convirtió más de veinticinco mil judíos y dieciocho mil moros.

Muchos pecadores convertidos y otra gente sin número le seguían de pueblo en pueblo, y eran tantos, que hubo una vez que se hallaban ochenta mil, y hacían procesiones muy devotas y solemnes, disciplinándose terriblemente y derramando mucha sangre en memoria de la Pasión del Señor y en satisfacción de sus pecados, y eran tantos los disciplinantes, que había tiendas de disciplinas como si fuera feria de azotes.

Los milagros que obró el Señor a través de San Vicente fueron tantos, que solo de los cuatro procesos que se hicieron en Aviñón, Tolosa, Nantes y Nápoles, se obtuvieron, sin los demás, ochocientos sesenta.

En España hasta los mismos reyes de Aragón salían a recibirle, lo llamó el emperador Sigismundo, rey de Inglaterra, y hasta el rey de Granada, siendo moro, y todos le miraban como hombre más divino que humano.

A la muerte de Martín de Aragón fue elegido para las Cortes de Aragón, Valencia y Cataluña, y declaró por Rey al infante de Castilla Don Juan el primero.

Finalmente, habiendo este predicador divino abierto el cielo a innumerables almas, dio su espíritu al que para tanta gloria suya le había criado.

Murió a la edad de setenta y cinco años en la ciudad de Nantes, acudiendo tanta gente a reverenciarlo, que por espacio de tres días no se pudo sepultar.



viernes, 4 de abril de 2025

¿SIGUE SIENDO FUNDAMENTAL LA FAMILIA?

Al parecer, el pensamiento público y la vida social cotidiana han tomado un rumbo equivocado. Por el bien común, deberíamos hacer lo posible por encontrar una dirección mejor.

Por James Kalb


La subsidiariedad proviene de la idea de que el orden social comienza con la familia, y de ahí procede a comunidades cada vez más amplias y, en última instancia, al mundo entero.

Este punto de vista hace de la familia la institución social fundamental. Eso significa que no es sólo un contrato privado o una cuestión de prescripción legal o social. Es algo más profundamente arraigado en la naturaleza humana: una unión duradera de hombre y mujer que es complementaria y está orientada a traer nueva vida al mundo.

La familia es una institución natural y necesaria. Ello se debe a que el hombre y la mujer se atraen mutuamente, y su unión crea bebés. Padres e hijos se sienten unidos, y los niños necesitan muchos años para crecer. Tiene que haber alguna forma de cuidar de ellos de manera cooperativa, y la familia formada por la madre, el padre y sus hijos lo proporciona de una manera que prácticamente crece por sí misma.

Resulta especialmente adecuado porque el hombre es a la vez individual y social. Necesita vínculos personales estrechos con otras personas que le proporcionen cariño y seguridad. También necesita un entorno que conozca entre personas a las que afecte y que quieran contar con él. Así aprende a actuar social y eficazmente. La familia le da todo eso y así le educa en humanidad.

La vida familiar tradicional es, pues, el marco normal para padres e hijos. Hay, por supuesto, casos excepcionales. A veces se rompe el vínculo entre padres e hijos y, por lo general, los niños crecen de alguna manera, pero corren el riesgo de sufrir daños psicológicos y sociales. Normalmente, esa situación tampoco es buena para los padres. Por lo tanto, las situaciones excepcionales -independientemente de los devotos esfuerzos que hagan algunas personas para suavizar sus efectos- no cambian la regla.

Esta visión de la familia y la sociedad parece de sentido común, y es históricamente dominante, pero la mayoría de la gente hoy en día no cree en ella. Al menos no explícitamente. Las personas educadas y con éxito son especialmente propensas a rechazarla en teoría. Aun así, suelen vivir de acuerdo con ella en la práctica: no llegan a tener éxito por ser estúpidos en sus propios asuntos.

Por el contrario, la tendencia entre estas personas es considerar al Estado como la institución social fundamental. Aquí utilizo “el Estado” en un sentido amplio para referirme a la organización formal general de la sociedad, supervisada por la autoridad pública para promover objetivos como la seguridad, la equidad, etcétera. Por lo tanto, incluiría a las empresas privadas y a las organizaciones sin ánimo de lucro en la medida en que se integren en la red reguladora y se conviertan así en organismos estatales.

Se considera racional confiar en esa estructura, porque se piensa que está supervisada, guiada y, en gran medida, prescrita por la autoridad pública de acuerdo con el interés público y la mejor experiencia. Las estructuras como la familia y las comunidades locales, culturales y religiosas no están reguladas ni supervisadas, por lo que se consideran actividades privadas en las que la gente hace lo que quiere.

La mayoría de la gente está apegada a estos últimos sistemas, por lo que se aceptan hasta cierto punto. Pero la tendencia oficial es marginarlos todo lo posible. Al fin y al cabo, en la medida en que afectan a algo, es probable que se cuelen tendencias no supervisadas y probablemente perjudiciales y discriminatorias.

Las autoridades intentan así “deconstruirlos”. Se les tolera, mientras no estén bien definidos -mientras no “pongan barreras”-, pero no se confía en ellos. Con la familia, por ejemplo, lo vemos de mil maneras. Oímos, por ejemplo, que “hemos llegado a reconocer que hay muchas formas diferentes de familia”, es decir, que la familia no debe entenderse como algo muy definido.

Pero si no es nada definido, ¿por qué alguien confiaría en ella o la consideraría una parte importante del orden social?

Por eso, por ejemplo, una ama de casa no se considera alguien responsable de aspectos básicos de una institución social fundamental, que, como tal, recibe autoridad dentro de la institución, apoyo y respeto en todas partes. Por el contrario, se la considera una “desertora social”, una “pérdida para la economía productiva” y alguien que presta servicios personales, domésticos y de cuidado de niños no remunerados, muy probablemente “por servilismo”.

Los ejemplos podrían multiplicarse, en la educación, el periodismo, la cultura, la religión, la política de bienestar, la ley antidiscriminación y todos los aspectos de la vida pública. Sea cual sea la palabrería, las voces autorizadas rechazan un papel social serio para cualquier cosa que no sea lo que he llamado el “Estado”.

Muchos católicos siguen su ejemplo: El catolicismo de la “justicia social” es el catolicismo que acepta al Estado como la institución social fundamental y ajusta los principios morales católicos en consecuencia. Así, las “cuestiones pélvicas” se convierten en asuntos privados sin interés social, y Musk y Trump irán al infierno por desfinanciar las obras corporales de misericordia, que ahora se consideran básicamente una función estatal.

Esta “nueva visión”, a pesar de su aceptación en el debate público y la política, tiene consecuencias sorprendentemente malas.

Debilita y desacredita los lazos familiares y otros vínculos tradicionales informales, de modo que todos los aspectos de la vida de las personas dependen de las posibilidades del mercado, junto con burócratas sin rostro y un complejo incomprensible de normas a menudo intrusivas.

Como resultado, se sienten inseguros, aislados, impotentes y resentidos, propensos en la vida privada a diversas adicciones y en la vida pública a la desconfianza, los odios irracionales y el pensamiento conspirativo. Se vuelven susceptibles a la manipulación y son presa fácil de demagogos y tiranos.

Vemos estas cosas a nuestro alrededor, y el ideal de la sociedad administrada contribuye a ellas.

Pero si “justicia social” significa eso, ¿cómo es la justicia social? ¿Y por qué esperar que las relaciones sociales administradas funcionen mejor que la vida económica administrada?

Al parecer, el pensamiento público y la vida social cotidiana han tomado un rumbo equivocado. Por el bien común, deberíamos hacer lo posible por encontrar una dirección mejor.

Pero, ¿cuál camino tomar?

El liberalismo, el progresismo y el libertarismo están agotados. Sean cuales sean los problemas que pretendían solucionar en un principio, se han convertido en el problema, porque se niegan por principio a reconocer las instituciones tradicionales, naturales e informales como la familia, la religión y la comunidad cultural como instituciones reales con su propio estatus y autoridad.

Entonces, ¿qué hacer?

Los conservadores dicen: “Estabilicemos lo que tenemos”. La estabilidad es buena, y esos esfuerzos merecen la pena. Pero lo que tenemos está completamente radicalizado, así que es una lucha perdida.

Otros, que podrían llamarse reconstruccionistas, quieren construir un orden que encarne los bienes del pasado, pero sin prestar especial atención a cómo se hizo entonces.

Sin embargo, ¿es eso posible? La experiencia no lo sugiere: no se puede construir un orden social.

Por eso muchos conservadores jóvenes dicen: “Insistamos en lo que tuvimos”. Es un buen grito de guerra. Pero lo que necesitamos -el reconocimiento de lo trascendente y la aceptación de los efectos omnipresentes de la naturaleza y la historia- no puede forzarse.

No se puede planificar ni imponer un futuro mejor. Joseph de Maistre, aunque a menudo considerado un reaccionario violento, resumió la cuestión: “lo que se necesita no es una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de una revolución”. Y Cristo lo expresó al nivel más profundo posible: “El reino de Dios no viene con observación”.

Lo que se necesita es una reorientación fundamental: un mundo más impregnado de humildad y amor a lo más elevado. No hay una receta específica para llegar a ello, pero parece que el amor a la tradición tendrá que desempeñar un papel. Ayuda a la gente a recuperar los bienes perdidos mediante la reorientación de la atención y el resurgimiento de formas antiguas que otros han encontrado práctica y simbólicamente sostenibles.

Y encarna el reconocimiento de que la religión está en el centro de nuestros problemas sociales y políticos.

Ese enfoque no cambiará el mundo mañana. Los métodos antiguos decayeron no sólo por una mala forma de pensar, sino también por los cambios en la vida práctica, principalmente la industrialización y la creciente dependencia de la tecnología. No es probable que estas cosas desaparezcan.

Aun así, un giro hacia la tradición puede proporcionar un punto de enfoque concreto para los intentos de pasar de las ortodoxias actuales a algo mejor. Y puede ayudar a construir y amueblar un bote salvavidas para muchas personas. En la medida en que la vida secular siga declinando, ese bote salvavidas se verá cada vez mejor, y empezará a influir en la vida en otros lugares.

¿No es así, después de todo, como creció originalmente la Barca de Pedro?

7 ARGUMENTOS PROABORTO QUE TAMBIÉN FUNCIONAN PARA EL DIVORCIO

Tanto el aborto como el divorcio son contrarios a la ley de vida y el amor establecida por Cristo, y sus justificaciones son inquietantemente similares.

Por Leila Miller


Cuando comencé a escribir sobre el tema del divorcio hace unos años, y específicamente sobre sus efectos traumáticos en los niños, me di cuenta de algo que no esperaba: los argumentos a favor del divorcio son los mismos que los argumentos a favor del aborto.

Ahora bien, no estoy equiparando la destrucción y muerte de un bebé (aborto) con la destrucción y muerte de una familia (divorcio), pero ambos son males morales que trastocan los cimientos más básicos de la sociedad humana, creados por Dios en el Jardín del Edén: la vida y el matrimonio. Tanto el aborto como el divorcio son contrarios a la ley de vida y el amor establecida por Cristo, y sus justificaciones son inquietantemente similares.

1. Casos difíciles. Siempre que se presentan argumentos contra el aborto o el divorcio, se apela inmediatamente a los “casos difíciles”. En el caso del aborto, la respuesta reflexiva es: “¿Qué pasa con la violación, el incesto o la vida de la madre?”. La contraparte para el divorcio es: “¿Qué pasa con el abuso?”. La Iglesia, y la razón por sí sola, ofrecen excelentes respuestas; sin embargo, quienes plantean la pregunta generalmente intentan silenciar el debate sobre estos temas para promover el statu quo.

2. Libertad. Una vez escuché a una abortista explicar que sentía que les estaba “devolviendo la libertad” a las mujeres al matar a sus hijos no nacidos. “Les devuelvo la vida” -dijo sin ironía. El divorcio también se presenta como “libertad” para el cónyuge que sufre, quien también se describe como “la recuperación de su vida”.

3. Una experiencia única. Abortar a tu propio hijo es naturalmente repulsivo, pero puede hacerse más llevadero si se presenta como “algo único”. El aborto es duro, según la teoría, “pero una vez superado, estarás bien. Simplemente supéralo y saldrás del otro lado, aliviada y feliz. El dolor será un recuerdo lejano y no habrá efectos adversos a largo plazo”. El mismo argumento engañoso se utiliza para el divorcio.

4. Seguir adelante, volver a intentarlo, segundas oportunidades. Ya lo has oído: “este bebé no estaba destinado a ser. Este bebé tenía demasiados problemas. Este bebé llegó en el momento equivocado. Eras demasiado joven, inmadura, estabas mal informada, enferma, pobre o ignorante cuando comenzó este embarazo, y, por desgracia, tiene que terminar. ¡Pero hay una próxima vez! Puedes seguir adelante, volver a intentarlo, tener una segunda oportunidad cuando seas mayor, madura, sabia, sana, estable o con más conocimiento”. Lo mismo con este matrimonio: “termina este que tiene tantos problemas. Sigue adelante e inténtalo de nuevo con esa próxima oportunidad para que todo salga bien”.

5. Mereces ser feliz. Dios no querría que sufrieras. Cuando un embarazo no es deseado o un matrimonio es miserable, el sufrimiento es intenso. La perspectiva de muchos años oscuros por delante parece una cruz demasiado difícil de soportar, especialmente en una cultura donde el sufrimiento debe evitarse a toda costa. “Está bien abortar (o divorciarse) porque mereces ser feliz. Dios no querría que sufrieras”. La tentación de despojarnos de nuestras cruces y buscar la felicidad temporal en lugar de la santidad es una trampa tan antigua como el primer susurro de la serpiente a Eva.

6. Todos estarán mejor. “El aborto será lo mejor para ti -dicen- mejor para tu pareja, tus padres, los hijos que ya tienes, e incluso mejor para el bebé fallecido” (¡ahorrándole a ese niño una vida de sufrimiento y angustia!). “El divorcio -nos dicen- también es lo mejor para ti, tu familia y amigos, y especialmente para los niños. Los hijos de hogares desestructurados están mucho mejor y les va de maravilla”, a pesar de la evidencia empírica y las ciencias sociales que demuestran lo contrario.

7. De todas formas, no es un bebé (ni un matrimonio válido). Así como quienes promueven el aborto suelen afirmar que el bebé no es realmente un bebé, los católicos que justifican el divorcio suelen afirmar que el matrimonio no es realmente un matrimonio. “No es un bebé”. “No es un matrimonio válido”. Psicológicamente, estas palabras allanan el camino (y la conciencia) para que el aborto o el divorcio sigan adelante. Después de todo, ¿cuál es el problema moral si no se destruye nada real ni valioso?

¿Por qué es importante entender que los argumentos a favor del aborto y del divorcio son esencialmente idénticos? Porque los católicos —y en realidad todos los demás— necesitan una llamada de atención. Suelo decir que los católicos están en contra del divorcio en teoría, pero no en la práctica, y eso es inaceptable. Debemos comprometernos plenamente con la ley moral de Dios y luchar por la verdad en todo momento. Espero que cuando nos encontremos, o que otros usen estos argumentos seductores y peligrosos para justificar el divorcio, nos demos cuenta, tomemos nota de la mentira y cambiemos de rumbo. De hecho, busquemos nuevas frases y palabras para contrarrestar las falsas narrativas mencionadas.

Porque, al fin y al cabo, no podemos afirmar que los “casos difíciles” justifiquen matar a un bebé o arruinar un matrimonio. No podemos pretender que la “libertad” personal prevalezca sobre el servicio y el deber. No podemos engañarnos pensando que el pecado grave es algo que se hace una sola vez, sin consecuencias ni efectos temporales. No podemos despreciar la primera oportunidad de Dios porque creemos que la “segunda oportunidad” será más de nuestro agrado. No podemos afirmar que nos deshacemos de nuestras cruces porque Cristo no podría estar pidiéndonos que lo sigamos en el sufrimiento. No podemos engañarnos pensando que nuestros actos no dejarán generaciones de personas destrozadas a su paso. Y no podemos negar con indiferencia la humanidad biológica de los no nacidos, ni podemos rechazar nuestra obligación católica de presuponer la validez de todo matrimonio.

Debemos oponernos a la muerte del matrimonio con la misma firmeza con la que nos oponemos a la muerte de los no nacidos. Que nuestras palabras sean de ayuda, sanación y verdad, ya sea que nos encontremos con una mujer que esté considerando un aborto o con una pareja que esté considerando el divorcio. La Iglesia es nuestra madre y puede guiarnos con gracia en nuestras difíciles dificultades. Los cristianos somos receptores y heraldos de la redención, no excusas para la destrucción.

LA EXTREMAUNCIÓN DEVALUADA COMO UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Como siempre, en la reforma litúrgica, el aspecto del “regreso a las fuentes” de los ritos se combinó con la devaluación de su significado. 

Por al Abad Claude Barthe


La profunda transformación del significado del Sacramento de la Extremaunción, extrema unctio en el ritual tridentino, que pasó a ser el Sacramento de la Unción de los Enfermos, unctio infirmorum en el novus ordo de 1972, debido a la reforma litúrgica del Vaticano II, no provocó grandes discusiones ni polémicas. Por otra parte, ha interesado mucho a los historiadores/sociólogos, o al menos a dos de ellos: François-André Isambert [1] , que habló de la “muerte de la extremaunción”, y Guillaume Cuchet [2]. Este último señaló: “Entre los siete Sacramentos católicos, la Extremaunción es un Sacramento 'pequeño' debido a su lugar en la teología sacramental y la enseñanza de los seminarios, donde generalmente aparecía como apéndice del curso sobre la Penitencia. […] Es sin duda el que, con el Vaticano II, ha experimentado la reforma más radical: ha cambiado su 'nombre', su 'materia', su 'forma', su 'sujeto' (para usar el vocabulario técnico de la teología sacramental), pero también su lugar en la serie de 'últimos Sacramentos' y, finalmente, en gran medida, su significado. Puede decirse que fue reinventado adecuadamente por la reforma conciliar sin que (hecho que vale la pena destacar) esta reinvención diera lugar a controversias comparables a las generadas por la reforma de la Misa, de la Comunión solemne, o incluso del Bautismo y el Matrimonio, que ya eran menos controvertidas” [3].

Extremaunción

Los manuales de teología tradicional y los catecismos explicaban que este Sacramento es “la última unción realizada al enfermo en peligro y en los últimos momentos de su vida”, que “borra los últimos restos del pecado perdonado por la penitencia” [4].

Este Sacramento está vinculado al pasaje de la Epístola de Santiago 5, 14-15: “¿Está enfermo alguno de vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, y que oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo restaurará, y si ha cometido pecados, le serán perdonados”. Texto que el Concilio de Trento comentó diciendo que el efecto del sacramento “es, por lo tanto, la gracia del Espíritu Santo, cuya unción borra los pecados si aún quedan por expiar, y también los restos del pecado; Alivia el alma del enfermo y la fortalece, suscitando en él una gran confianza en la misericordia divina. Por ella, el enfermo, aliviado, soporta más fácilmente los sufrimientos y dolores de la enfermedad, resiste más fácilmente a las tentaciones traicioneras del demonio que quiere morderle el talón, y a veces, si conviene a la salvación del alma, incluso recobra la salud del cuerpo” ( Dz 1696).

Se trata en principio de un Sacramento “de vivos”, en el sentido de que debe recibirse en estado de gracia y ser precedido, cuando es posible, por la confesión. Se pretende pues borrar las penas debidas a los pecados ya perdonados, o incluso a los mismos pecados mortales cuando el moribundo ya no tiene fuerza para confesarlos pero está animado por una contrición al menos imperfecta. Los predicadores y catequistas insistían también en que las familias y el entorno de los enfermos debían llamar al sacerdote con suficiente antelación, sin esperar a que perdieran el conocimiento al final.


La materia del Sacramento Tradicional es una serie de unciones realizadas con aceite de oliva bendecido por el obispo (si es necesario por el sacerdote), llamado Oleo de los Enfermos, uno de los tres Santos Oleos bendecidos el Jueves Santo (Santo Crisma, Oleo de los Catecúmenos y Oleo de los Enfermos). 

La forma, en la Iglesia latina, es la oración que el sacerdote hace al aplicar las unciones: “Por esta Santa Unción, que el Señor, en su gran bondad, te perdone todo el mal que has cometido a través de la vista [oído, olfato, gusto, habla, tacto, andar]. Amén”.

El sujeto del Sacramento es todo bautizado adulto, normalmente en estado de gracia, que se encuentra gravemente enfermo hasta el punto de parecer haber llegado al final de su vida, por lo que este Sacramento “es llamado también Sacramento de los Moribundos, Sacramentum Exeutium”, dice el Concilio de Trento ( Dz 1698).

El Concilio de Trento especificó que el Sacramento se aplicaba præsertim, especialmente a los moribundos. La doctrina teológica concluía que la enfermedad debía ser, en cualquier caso, muy grave hasta el punto de poner en peligro la vida, lo cual fue sancionado por el Código de Derecho Canónico de 1917 en su canon 940 § 1: “La Extremaunción solo puede administrarse a los fieles que, después de haber tenido uso de razón, se encuentran en peligro de muerte por enfermedad o vejez”. Lo cual explicaba que la Extremaunción no podía repetirse durante la misma enfermedad (§ 2). En caso de duda, debía administrarse condicionalmente (canon 941).

El ritual romano preveía que se administrara en orden el Sacramento de la Confesión, el de la Comunión con la fórmula del viático (“Recibe, hermano - hermana -, el viático del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, que te guarda del mal enemigo y te conduce a la vida eterna. Amén”), y finalmente el Sacramento de la Extremaunción. Después de lo cual, la magnífica ceremonia de la recomendación del alma podría comenzar: “Deja este mundo, alma cristiana; en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó; en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que sufrió por ti; en el nombre del Espíritu Santo que se ha entregado a ti; en el nombre de los Ángeles y Arcángeles; etc.” Y luego: “Te encomiendo a Dios Todopoderoso, mi querido hermano, y te pongo en las manos de Aquel de quien eres criatura, para que cuando hayas sufrido la sentencia de muerte pronunciada contra todos los hombres, puedas regresar a tu Creador que te formó de la tierra. Así pues, cuando tu alma parta de este mundo, que los gloriosos coros de ángeles vengan a tu encuentro”. Y de nuevo: “Recibe, Señor, a tu siervo —tu sierva— en el lugar de salvación que espera de tu misericordia. Amén”.

La reforma conciliar

Una tesis del abad Antoine Chavasse, defendida en 1938, cuyo primer volumen se publicó en 1942 (el segundo, que contiene las notas, no se publicó), Étude sur l’onction des infirmes dans l’Église latine du IIIe au XIe siècle: Du IIIe siècle à la réforme carolingienne (Estudio sobre la unción de los enfermos en la Iglesia latina del siglo III al XI : Del siglo III a la reforma carolingia) [5], explicaba sabiamente que fue en la época carolingia cuando el Sacramento, de rito de curación de los enfermos que era ante todo, como atestiguan las oraciones conservadas en el ritual tridentino [6], se convirtió en un sustituto o un complemento de la penitencia aplicada a los moribundos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en aquella época cualquier enfermedad grave podía fácilmente resultar mortal.

Bernard Botte

Una de las intervenciones importantes para incidir en el sentido de este Sacramento a modo de retorno a las fuentes a partir de las tesis de Antoine Chavasse fue la del benedictino belga Bernard Botte, una de las grandes figuras del Movimiento Litúrgico, en un artículo en La Maison-Dieu sobre “La Unción de los Enfermos” [7]. Pidió que se abandone el nombre de “Extremaunción” en favor de “Unción de los Enfermos”, que se confiera a los enfermos y no a los moribundos, citando el ejemplo de las Iglesias orientales. Pidió cambiar el orden en que se administran los Sacramentos: Confesión, Unción de los Enfermos y Comunión, en forma de viático si se consideraba que sería el último. El viático es, según él, el verdadero Sacramento del camino hacia la eternidad.

La constitución conciliar sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, promulgada en 1963, en sus núms. 73-75, consagró la inflexión pedida por Bernard Botte. Indicó que el término “Unción de los Enfermos” era preferible al de “Extremaunción”, que el Sacramento no era sólo el de los que habían llegado al final de su vida sino que se refería a los fieles “que comienzan, incipit, a estar en peligro de muerte”; que la Unción se colocaba ahora entre la confesión y la recepción del viático.

El Ordo Sacram Unctionis Infirmorum “Sobre el Sacramento de la Unción de los Enfermos” fue promulgado el 7 de diciembre de 1972. En cuanto a los sujetos del Sacramento, Pablo VI, en la constitución apostólica de promulgación, especificó, refiriéndose al Sacrosanctum Concilium, que se trataba de “personas peligrosamente enfermas”. El ritual mismo modificó, según las indicaciones del concilio, el orden de los Sacramentos administrados, el viático, cuando se administra, después de la Unción.

Además, Pablo VI decidió modificar la materia y la forma del Sacramento:
● La materia fue modificada con el tiempo por el hecho de que se podía bendecir un aceite vegetal distinto del de oliva (normalmente bendecido por el sacerdote antes de aplicarlo). Lo mismo podía decirse de los demás óleos sagrados, en particular del santo crisma, material de la confirmación, que no podía ser aceite de oliva. La razón aducida fue que, en algunas regiones o a veces, el aceite de oliva era difícil de encontrar. Esto contradecía una costumbre inmemorial y las razones expuestas en la Suma Teológica, IIIa q 72, a 2, ad 3, sobre el santo crisma de la confirmación: “Las propiedades del aceite con el que se designa al Espíritu Santo se encuentran más en el aceite de oliva que en cualquier otro; así, la aceituna, siempre con hojas verdes, simboliza mejor el vigor y la misericordia del Espíritu Santo. Este aceite se llama propiamente óleum [de olivo] y se usa principalmente dondequiera que se pueda obtener. Cualquier otro líquido se llama aceite solo por analogía; generalmente solo se usa para reemplazar al aceite de oliva en países donde no está disponible. Por eso es el único aceite usado para este propósito y en los demás sacramentos”. Además, solo se realizaban unciones en la cabeza y las manos, lo que eliminaba el simbolismo de recordar los pecados cometidos por los sentidos y la actividad corporal.

● La forma se volvió única, a pesar de haber dos unciones: “Por esta santa unción, que el Señor, en su gran bondad, te consuele con la gracia del Espíritu Santo. Amén. Así, habiéndote librado de todos tus pecados, te salve y te levante. Amén”. En lugar de: “Por esta santa unción, que el Señor, en su gran bondad, te perdone todo el mal que has cometido a través de la vista [oído, olfato, gusto, habla, tacto, andar]. Amén”. El motivo del cambio fue una mejor adecuación a las palabras de Santiago. La modificación esencial es que se solicita (más bien se anota: habiéndote liberado) que el sujeto sea liberado (liberatum) del pecado en lugar de ser absuelto (indulgencia o indulgeo, remitir los pecados en latín cristiano), sin duda para marcar mejor la diferencia con la Penitencia, pero con este cambio de la ofensa del pecado a Dios a la alienación de la libertad humana por el pecado.
En cuanto a las oraciones de recomendación del alma, si bien en algunos casos se inspiraban en las oraciones tradicionales, ya no contenían las alusiones al diablo y al infierno“Que no sepas nada del horror de la oscuridad, del crepitar de las llamas, de la atrocidad de la tortura. ¡Que el vil Satanás y su escolta huyan ante ti! Al acercarte en compañía de ángeles, que el miedo lo invada y desaparezca en el terrible abismo de la noche eterna. Que Dios se levante y sus enemigos se dispersen; que los que lo odian huyan de su presencia. Como el humo se disipa, así ellos se disipan; como la cera se derrite ante el fuego, que los pecadores perezcan ante el rostro de Dios, y que los justos festejen y se regocijen en la presencia de Dios. Que el desorden y la vergüenza arrasen con todas las legiones del infierno, y que los siervos de Satanás no tengan la audacia de bloquear tu camino”.

Satanás, señala Guillaume Cuchet, es “el gran reprimido de la reforma conciliar”, desaparecido del Bautismo con los Exorcismos, “como si el diablo, al mismo tiempo que le retiraban discretamente su reino (el infierno), hubiera sido así víctima de una operación de desmitologización progresiva que no decía su nombre” [8].

Una “celebración comunitaria” para personas mayores


Pastoralmente, la Unción individual de los Enfermos, al estilo antiguo, se ha vuelto poco común, ya sea porque las familias ya no llaman al sacerdote a la cabecera del moribundo o porque el mismo sacerdote se niega a administrar el Sacramento a personas en coma.

Pero es sobre todo la multiplicación de las “ceremonias comunitarias” de Unción de los Enfermos, en los lugares de peregrinación, en Lourdes sobre todo, a veces anualmente en las parroquias, en las casas de ancianos, lo que ha marcado la desaparición de lo que representaba en el pasado la extremaunción. La Unción de los Enfermos se ha convertido en una fiesta para los ancianos. De ser un rito que acompañaba a los moribundos para ayudarlos a salvarse, el Sacramento se ha convertido en gran medida en un medio de consuelo espiritual.

Como siempre, en la reforma litúrgica, el aspecto del “regreso a las fuentes” de los ritos se combinó con la devaluación de su significado. Porque la transformación de este Sacramento ha acompañado una desdramatización general de la muerte, medicalizada, localizada en el hospital. “El nuevo ritual de la Unción de los Enfermos se inscribe en el movimiento que tiende a desritualizar, incluso a desacralizar la muerte como cambio esencial, escribe François-André Isambert [9]. La muerte  se ha convertido en un tabú en las sociedades occidentales. Podríamos decir, citando por última vez a Guillaume Cuchet, que la minimización de la muerte cristiana y el silencio sobre sus últimos fines son la versión católica de este nuevo tabú, pues la Iglesia ha roto con su antiguo discurso sobre la muerte porque sus contemporáneos ya no lo soportaban, o porque hacía tiempo que había dejado de tener sentido para ellos” [10].

¿No fue, sin embargo, una última caridad la que se hizo al moribundo al oír pronunciar estas palabras de recomendación de su alma: “Deja este mundo, alma cristiana; en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó; en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que sufrió por ti; en el nombre del Espíritu Santo que se te ha dado”?

Abad Claude Barthe

Notas:

[1] François-André Isambert, “Les transformations du rituel catholique des mourants”, dans Archives de sciences sociales des religions, dossier 'La sociologie de la mort” (Transformaciones del ritual católico de los moribundos, en Archivos de ciencias sociales de las religiones, expediente 'La sociología de la muerte'), vol. 39, 1975, págs. 89-100.

[2] Guillaume Cuchet, De l’’extrême-onction’ au ‘sacrement des malades: fin de vie, réforme liturgique conciliaire et transformations rituelles dans la seconde moitié du XXe siècle (De la “extremaunción” al “sacramento de los enfermos”: fin de la vida, reforma litúrgica conciliar y transformaciones rituales en la segunda mitad del siglo XX) , Revue d'histoire de l'Église de France, enero-junio de 2020, pp. 117-139.

[3] De l’’extrême-onction’ au ‘sacrement des malades’  (De la ‘extremaunción’ al ‘sacramento de los enfermos’), loc. cit., pág. 118.

[4] Auguste-Alexis Goupil, Les Sacrements (Los Sacramentos), Librairie Goupil, t. 3, 1937, pág. 78.

[5]  Librairie du Sacré-Cœur (Librería Sagrado Corazón), Lyon.

[6] Traducidos en el Rituale parvum ad usum diœcesium gallicæ linguæ (Tours, 1956), tuvieron y tienen la inmensa ventaja pastoral de hacer comprender a los enfermos graves que la extremaunción es lo opuesto a la condena a muerte.

[7] Octubre de 1948, págs. 91-107.

[8] De l’’extrême-onction’ au ‘sacrement des malades’ (De la ‘extremaunción’ al ‘sacramento de los enfermos’), loc. cit., pág. 132.

[9] Les transformations du rituel catholique des mourants (Las transformaciones del ritual católico de los moribundos), loc. cit. , pag. 100.

[10] De l’’extrême-onction’ au ‘sacrement des malades’ (De la ‘extremaunción’ al ‘sacramento de los enfermos’), loc. cit., pág. 138.