Quien tiene una idea de Dios como un ser indiferente, frío, anciano hosco, lejano allá arriba, amenazador, vengativo, no tiene la menor idea de lo que Dios es. Quien nos ha presentado al Dios verdadero es Jesús, el mismo Hijo de Dios: Dios Padre, cercano, lleno de ternura y misericordia infinita.Domingo 6º de Pascua - B / 17-5-2009
Por el P. Jesús Álvarez, ssp.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - Como el Padre me amó, así también los amo yo a ustedes: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre. Ámense los unos a los otros: esto es lo que les mando.
Jn. 15, 9-17
Quien tiene una idea de Dios como un ser indiferente, frío, anciano hosco, lejano allá arriba, amenazador, vengativo, no tiene la menor idea de lo que Dios es. Quien nos ha presentado al Dios verdadero es Jesús, el mismo Hijo de Dios: Dios Padre, cercano, lleno de ternura y misericordia infinita.
En Dios-Amor tienen su fuente todas las verdaderas alegrías y placeres de que es capaz la persona humana y los mismos ángeles. “Les he dicho estas cosas, para que mi alegría esté con ustedes y esa alegría sea completa”.
Esta alegría desbordante e inmensa del Dios-Amor-Alegría-Libertad-Gozo, la disfrutan quienes creen en Él como Padre amoroso y le corresponden con amor.
El mundo del lujo, del placer y del poder hacen pasar por amor cualquier cosa, incluido el egoísmo más mezquino. No sospechan lo que es amar y ser amados con el amor verdadero que sólo brota de su fuente: Dios-Padre-Amor.
El amor cristiano es el mismo amor con que el Padre ama a Cristo y con el que Cristo ama al Padre; con ese amor somos amados: “Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes… Ámense unos a otros como yo los amo”.
El amor que Jesús nos tiene a nosotros y al Padre, lo llevó a realizar a la letra su enseñanza: “Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por los que ama”. Ejemplos de este amor se dan día a día, pero no son tema de publicidad rentable como los gestos de amor sin amor, las palabras de amor sin amor, las relaciones de amor sin amor...
A nosotros también el Padre nos eligió para compartir con Cristo ese “amor más grande”, que se hace realidad ofreciendo cada día al Padre, con Jesús y como Jesús, el trabajo, las alegrías, los sufrimientos, la agonía y la muerte por la salvación de los hombres, y en primer lugar por nuestros familiares y personas queridas. Entregar así la vida por amor es la única manera de salvar la vida para siempre: “Quien entrega la vida por mí y por el Evangelio, la salvará; quien quiera salvar la vida (por egoísmo), la perderá”.
Este amor cristiano –imitación del amor de Cristo- nos lleva al éxito pleno de nuestra existencia terrena y es el único “pase” válido para acceder por la muerte a la resurrección y a la gloria eterna.
Amor, libertad, felicidad y sufrimiento son compañeros inseparables en esta vida terrena; pero en la eterna sólo quedarán el amor hecho libertad, felicidad y placer inmenso sin fin. Es el fruto más grande de nuestra vida, fruto eterno.
La gracia más grande después de la vida, es la de entregar la vida por amor a Dios y al prójimo, la mejor manera de salvarla para siempre. Pidamos a diario esa gracia sublime. ¡Felices quienes así lo creen, viven, piden y esperan, pues así les sucederá!
Hechos 10, 25-26. 34-36. 43-48
Cuando Pedro entró a la casa del centurión Cornelio, éste fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: «Levántate, porque yo no soy más que un hombre». Después Pedro agregó: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Todos los profetas dan testimonio de Él, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre». Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra. Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios. Pedro dijo: «¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los que recibieron el Espíritu Santo como nosotros?» Y ordenó que fueran bautizados en el nombre del Señor Jesucristo.
La mayoría de los judíos creían que Dios era sólo para ellos. Y los apóstoles seguían con esa mentalidad cerrada, a pesar de que conocían a paganos que acogieron la salvación de Jesús: Los reyes magos, Jairo, cuya hija resucitó Jesús, los samaritanos…
Y ahora Pedro constata cómo el Espíritu Santo desciende sobre la familia del pagano Cornelio antes de ser bautizados, y cómo todos acogen la salvación de Jesús.
Dios no se limita a la Iglesia ni a los sacramentos para salvar a los hombres. Pero la Iglesia y sus sacramentos son la plenitud de la salvación, que, una vez conocidos, serán deseados por quienes crean en Cristo, como sucedió con la familia de Cornelio.
No da lo mismo una religión que otra, sino que todos los hijos de Dios son iguales ante la salvación ofrecida por Cristo, pero que muchos no conocen y no la pueden desear. Por eso él mismo ordena: “Vayan y evangelicen a todos los pueblos”, lo que equivale a: “llévenles la plenitud de la salvación”. Él mismo afirmó: “Tengo otras ovejas que no son de este corral”.
Son multitud los paganos y miembros de otras religiones que creen en Dios y “lo adoran en espíritu y en verdad”. Dios ha escrito su Palabra en sus corazones, y ellos la cumplen haciendo el bien, obrando la verdad, la justicia, la paz, la libertad, defendiendo la dignidad de la persona... Y están abiertos a la plenitud de la salvación de Cristo, si hay quiénes se la lleven por la evangelización.
1Juan 4, 7-10
Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
“Dios es amor”. Esa es la mejor y más breve definición de Dios. El amor es comunicación, experiencia de entrega mutua. El amor es el valor esencial de la fe cristiana. Pero nadie sabe lo que es el amor hasta que ama; y nadie puede conocer a Dios sin experiencia de amor, porque “Dios es Amor” y fuente de todo amor
Sólo se conoce Dios mediante el “conocimiento amoroso, agradecido”, el trato filial, confiado. Este conocimiento es un don que no pueden dar los libros: hay que pedirlo y acogerlo. Los libros, la catequesis, la predicación, sólo pueden favorecer el amor, pero no darlo.
El amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo, puesto que si amamos a Dios amaremos lo que él ama. El Padre nos ama como hijos, con el mismo amor con que ama a su Hijo Jesús, al que nos entregó por amor para darnos la vida eterna. El gesto más genuino de amor es la gratitud permanente por sus inmensos beneficios. Por la gratitud amamos a Dios.
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En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - Como el Padre me amó, así también los amo yo a ustedes: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre. Ámense los unos a los otros: esto es lo que les mando.
Jn. 15, 9-17
Quien tiene una idea de Dios como un ser indiferente, frío, anciano hosco, lejano allá arriba, amenazador, vengativo, no tiene la menor idea de lo que Dios es. Quien nos ha presentado al Dios verdadero es Jesús, el mismo Hijo de Dios: Dios Padre, cercano, lleno de ternura y misericordia infinita.
En Dios-Amor tienen su fuente todas las verdaderas alegrías y placeres de que es capaz la persona humana y los mismos ángeles. “Les he dicho estas cosas, para que mi alegría esté con ustedes y esa alegría sea completa”.
Esta alegría desbordante e inmensa del Dios-Amor-Alegría-Libertad-Gozo, la disfrutan quienes creen en Él como Padre amoroso y le corresponden con amor.
El mundo del lujo, del placer y del poder hacen pasar por amor cualquier cosa, incluido el egoísmo más mezquino. No sospechan lo que es amar y ser amados con el amor verdadero que sólo brota de su fuente: Dios-Padre-Amor.
El amor cristiano es el mismo amor con que el Padre ama a Cristo y con el que Cristo ama al Padre; con ese amor somos amados: “Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes… Ámense unos a otros como yo los amo”.
El amor que Jesús nos tiene a nosotros y al Padre, lo llevó a realizar a la letra su enseñanza: “Nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por los que ama”. Ejemplos de este amor se dan día a día, pero no son tema de publicidad rentable como los gestos de amor sin amor, las palabras de amor sin amor, las relaciones de amor sin amor...
A nosotros también el Padre nos eligió para compartir con Cristo ese “amor más grande”, que se hace realidad ofreciendo cada día al Padre, con Jesús y como Jesús, el trabajo, las alegrías, los sufrimientos, la agonía y la muerte por la salvación de los hombres, y en primer lugar por nuestros familiares y personas queridas. Entregar así la vida por amor es la única manera de salvar la vida para siempre: “Quien entrega la vida por mí y por el Evangelio, la salvará; quien quiera salvar la vida (por egoísmo), la perderá”.
Este amor cristiano –imitación del amor de Cristo- nos lleva al éxito pleno de nuestra existencia terrena y es el único “pase” válido para acceder por la muerte a la resurrección y a la gloria eterna.
Amor, libertad, felicidad y sufrimiento son compañeros inseparables en esta vida terrena; pero en la eterna sólo quedarán el amor hecho libertad, felicidad y placer inmenso sin fin. Es el fruto más grande de nuestra vida, fruto eterno.
La gracia más grande después de la vida, es la de entregar la vida por amor a Dios y al prójimo, la mejor manera de salvarla para siempre. Pidamos a diario esa gracia sublime. ¡Felices quienes así lo creen, viven, piden y esperan, pues así les sucederá!
Hechos 10, 25-26. 34-36. 43-48
Cuando Pedro entró a la casa del centurión Cornelio, éste fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: «Levántate, porque yo no soy más que un hombre». Después Pedro agregó: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Todos los profetas dan testimonio de Él, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre». Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra. Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios. Pedro dijo: «¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los que recibieron el Espíritu Santo como nosotros?» Y ordenó que fueran bautizados en el nombre del Señor Jesucristo.
La mayoría de los judíos creían que Dios era sólo para ellos. Y los apóstoles seguían con esa mentalidad cerrada, a pesar de que conocían a paganos que acogieron la salvación de Jesús: Los reyes magos, Jairo, cuya hija resucitó Jesús, los samaritanos…
Y ahora Pedro constata cómo el Espíritu Santo desciende sobre la familia del pagano Cornelio antes de ser bautizados, y cómo todos acogen la salvación de Jesús.
Dios no se limita a la Iglesia ni a los sacramentos para salvar a los hombres. Pero la Iglesia y sus sacramentos son la plenitud de la salvación, que, una vez conocidos, serán deseados por quienes crean en Cristo, como sucedió con la familia de Cornelio.
No da lo mismo una religión que otra, sino que todos los hijos de Dios son iguales ante la salvación ofrecida por Cristo, pero que muchos no conocen y no la pueden desear. Por eso él mismo ordena: “Vayan y evangelicen a todos los pueblos”, lo que equivale a: “llévenles la plenitud de la salvación”. Él mismo afirmó: “Tengo otras ovejas que no son de este corral”.
Son multitud los paganos y miembros de otras religiones que creen en Dios y “lo adoran en espíritu y en verdad”. Dios ha escrito su Palabra en sus corazones, y ellos la cumplen haciendo el bien, obrando la verdad, la justicia, la paz, la libertad, defendiendo la dignidad de la persona... Y están abiertos a la plenitud de la salvación de Cristo, si hay quiénes se la lleven por la evangelización.
1Juan 4, 7-10
Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
“Dios es amor”. Esa es la mejor y más breve definición de Dios. El amor es comunicación, experiencia de entrega mutua. El amor es el valor esencial de la fe cristiana. Pero nadie sabe lo que es el amor hasta que ama; y nadie puede conocer a Dios sin experiencia de amor, porque “Dios es Amor” y fuente de todo amor
Sólo se conoce Dios mediante el “conocimiento amoroso, agradecido”, el trato filial, confiado. Este conocimiento es un don que no pueden dar los libros: hay que pedirlo y acogerlo. Los libros, la catequesis, la predicación, sólo pueden favorecer el amor, pero no darlo.
El amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo, puesto que si amamos a Dios amaremos lo que él ama. El Padre nos ama como hijos, con el mismo amor con que ama a su Hijo Jesús, al que nos entregó por amor para darnos la vida eterna. El gesto más genuino de amor es la gratitud permanente por sus inmensos beneficios. Por la gratitud amamos a Dios.
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