Lo más significativo ha sido el suceso principal de la Peregrinación Pontificia. Algo que remonta a los tiempos más gloriosos de las Cruzadas. Después de siglos el vicario de Cristo ha celebrado el sacrificio de la santa Misa en Jerusalén; al aire libre y fuera de los muros de la Ciudad Vieja.
Por el Dr. Juan E. Olmedo Alba Posse
Fanatismo
Entre las perplejidades suscitadas por la peregrinación de Benedicto XVI a Tierra Santa –tan preocupante para muchos católicos- ha sobresalido la respuesta brutal del fanatismo a sus múltiples deferencias. Un conjunto de inventivas e invectivas, que recuerda el “Caso Williamson” y de rebote apoya la justa réplica a las mentiras impuestas por el Pensamiento Único. No bastaron a los extremistas los muy esforzados gestos de acercamiento pontificio, sino al contrario todo les pareció mezquino, insustancial y elusivo.
Si habló primero de 6 millones de muertos, les parece ofensivo que luego mencionara solamente “millones de muertos” sin anteponer el dígito 6. Ni que tampoco llorara a mares por el “Holocausto”, tirándose al suelo en el museo epónimo. Como se ve, lo único que pudiera satisfacer la inquina, sería que el Sumo Pontífice pidiese perdón en nombre de la Santa Iglesia por su culpabilidad (sic) en el supuesto Holocausto, infame acusación de uno de los más importantes funcionarios de Israel.
Llovieron también las insolencias, por boca del rabino Meir Lau; que rechazó un día la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Y del rabino Rabinovitz, quien ya prohibió al gentil cardenal Schöenborn y su comitiva acercarse al Muro de los Lamentos, por llevar la cruz del pectoral. En fin, todo lo que surge de las crónicas es un gran fracaso de la peregrinación católica.
Cruzada especial
Pintadas así las cosas, con los detalles que regodean a la prensa anticatólica, esto confirmaría los peores vaticinios sobre el viaje papal. No obstante, si se observa bien, hay aspectos sustanciales que hoy permiten una valoración diferente. Por de pronto el Sumo Pontífice ha puesto las cosas en su lugar, fustigando enérgicamente los atropellos israelíes como nunca se ha oído de la diplomacia vaticana. No ha faltado nada: desde el dolor por “la discriminación, la violencia y la injusticia” reinante en Jerusalén, hasta la explícita referencia al éxodo de miles de cristianos, el reconocimiento de la “martirizada” Gaza y la fuerte condena al muro colosal construido por Israel para recluir a los palestinos.
Pero lo más significativo ha sido el suceso principal de la Peregrinación Pontificia. Algo que remonta a los tiempos más gloriosos de las Cruzadas. Después de siglos el vicario de Cristo ha celebrado el sacrificio de la santa Misa en Jerusalén; al aire libre y fuera de los muros de la Ciudad Vieja.
Un simbolismo, o mejor dicho una reiteración sublime del Sacrificio Redentor, que invita a piadosas reflexiones. Aunque quizás en los episodios previos de este periplo, poca o ninguna referencia explícita se hiciera sobre N.S. Jesucristo, en esta sagrada ocasión el mismo Cristo se hizo presente. Realmente están ocurriendo ante nuestros sorprendidos ojos cosas extraordinarias, propias de tiempos especiales.
Frente a lo cual, resta meditar que pese a los malos tragos el saldo ha sido estupendo; reafirmándose aquello que Dios suele escribir derecho sobre líneas torcidas.
Realmente para exclamar ¡Viva el Papa!
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