domingo, 22 de julio de 2001

PÍO XII: DISCURSO A LAS MADRES DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA (26 DE OCTUBRE DE 1941)


PÍO XII 

DISCURSO A LAS MADRES DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA 

26 DE OCTUBRE DE 1941

Nuestra mirada se transporta a los confines de Italia y del Mundo, abrazando a todos los queridos niños, flores de la Humanidad y alegrías de sus madres. El Papa XI, en su encíclica Divini illius Magistri (1929), trató en profundidad la educación cristiana de la juventud. Después de haber determinado el papel que tienen la Iglesia, la Familia y el Estado, constata con dolor cómo, con demasiada frecuencia, los padres están poco o nada preparados para su papel de educadores; Conspiró con los pastores de almas “para hacer todo lo posible para que los padres conozcan bien, no sólo en general, sino también en detalle, sus deberes respecto a la educación religiosa, moral y cívica de sus hijos, y también los métodos más adecuados para lograr dicha educación, además del buen ejemplo de su propia vida”.

En las madres de familia -y también en las personas que las ayudan- vemos a las primeras y más íntimas educadoras de las almas de los pequeños que deben ser educados en la piedad y en la virtud.

No nos detendremos aquí en recordar la grandeza y la necesidad de esta obra de educación en el hogar ni la obligación de una madre de no descuidarla, de no hacerla a medias, de no dedicarse a ella con negligencia. Hablando a nuestras queridas hijas, sabemos bien que en esta obligación ellas ven el primero de sus deberes de madres cristianas y una función en la que nadie podría sustituirlas. Pero no basta tener la conciencia y la voluntad de llevar a cabo este deber; Tienes que asegurarte de llevarlo bien.

Necesidad de una preparación seria para el difícil trabajo de la educación

Pío XI ya deploraba: “Cuando a nadie se le ocurriría hacerse, sin preparación, mecánico o ingeniero, médico o abogado, pues bien, cada día numerosos jóvenes se casan y se unen sin haber pensado ni un solo momento en los arduos deberes que les esperan en la educación de sus hijos”. San Gregorio Magno no llega a llamar a todo gobierno de las almas ars artium, el arte de las artes; Es un arte laborioso formar las almas de los pequeños, almas nuevas, flexibles y por lo tanto, fáciles de deformar siguiendo una impresión imprudente o una incitación engañosa, almas entre las más difíciles y delicadas de conducir, almas sobre las que una influencia desastrosa o una negligencia culpable son capaces de imprimir huellas indelebles y perversas. Felices aquellos hijos que encuentran en su Madre un segundo ángel custodio junto a su cuna para inspirarles el bien y mostrarles el camino… Sólo podemos exhortarlas a desarrollar cada vez más las hermosas instituciones que, como la Semana de la Madre, se comprometen en formar educadores conscientes de la grandeza de su misión y llenos de reserva frente al mal, celosos del bien. ¡Es en este sentimiento de mujer y madre donde encontramos toda la dignidad y veneración de la fiel compañera del Hombre, que es el centro, el apoyo y el faro del hogar familiar!

Acción educativa de la madre durante la infancia

Luz oportuna que irradiáis desde vuestra Unión de Acción Católica a través del Apostolado de la Cuna y de la Madre de los pequeños, que os preocupáis de formar y ayudar a las jóvenes esposas incluso antes del nacimiento de sus hijos y luego durante la primera infancia. A imitación de los ángeles, os convertís en las guardianas de la madre y del niño que lleva en su seno, y cuando el bebé nace, os acercáis a la cuna donde hace sus ruiditos y asistís a la madre que, desde su pecho y sus sonrisas, nutre el cuerpo y el alma de este pequeño ángel del Cielo. (Nota: Ángeles: Pío XIII se dirige evidentemente aquí a las madres de los niños bautizados inmediatamente después del nacimiento o, como máximo, al día siguiente, como es una obligación gravísima de los padres y como ha hecho siempre la Iglesia. Dios confió a la mujer la misión sagrada y dolorosa, pero también fuente de pura alegría, de la maternidad (cf. Juan XVI, 21). La madre, más que cualquier otra persona, es la encargada de la educación inicial del niño durante los primeros meses y años. No hablaremos de los legados secretos transmitidos por los padres a sus hijos, que tienen una influencia tan considerable en la formación de su carácter: legados que a veces denuncian la vida rebelde de padres tan responsables que hacen quizás muy difícil para sus descendientes la práctica de una verdadera vida de piedad. Padres y madres, preparad desde antes del nacimiento del niño la pureza del ambiente familiar en el que sus ojos y su alma se abrirán a la luz y a la vida. Vosotras, oh madres, porque sois más sensibles, debéis, durante la infancia de vuestros hijos, seguirlos en cada momento con vuestra mirada atenta, velando por el desarrollo y la salud de su pequeño cuerpo, que es carne de vuestra carne y fruto de vuestro seno materno. Pensad que estos pequeños, hechos hijos de Dios por el bautismo, son los predilectos de Cristo y que sus ángeles ven el rostro del Padre celestial (Mt 18,10): también vosotros, velando por estos pequeños, fortaleciéndolos, educándolos, debéis ser otros ángeles que, con vuestro cuidado y ejerciendo vuestra vigilancia, tengan siempre la mirada elevada hacia el Cielo. Desde la cuna, debéis comenzar su educación, no sólo física sino espiritual; Porque si no los educamos, ellos se educarán solos, para bien o para mal. Muchos de los comportamientos que observamos en la adolescencia y la adultez tienen su origen en patrones de crecimiento temprano en la infancia; los hábitos adquiridos a una edad muy temprana quizá más tarde se conviertan en un severo obstáculo para la vida espiritual del alma. Pondréis, pues, toda vuestra atención en que los cuidados que prestéis a vuestros hijos sean conformes a las exigencias de una higiene perfecta, a fin de preparar y fortalecer en ellos, para el momento en que despierte el uso de su razón, facultades corporales y órganos sanos, robustos y sin desviaciones; Por eso es deseable que la madre amamante ella misma a su bebé. ¿Quién puede comprender las misteriosas influencias que ejerce sobre esta pequeña criatura la nodriza de quien depende enteramente su desarrollo?

¿No habéis observado nunca esos ojitos abiertos e interrogadores, siempre en movimiento, deslizándose sobre mil objetos, siguiendo un movimiento o un gesto, manifestando ya alegría y dolor, cólera y terquedad, signos de las pequeñas pasiones que anidan en el corazón humano, antes de que los pequeños labios hayan aprendido a articular una palabra? No os sorprendáis. No nacemos con conocimientos innatos ni con recuerdos de un pasado ya vivido. El espíritu de un niño pequeño es una página en la que nada está escrito: allí estarán grabadas las imágenes y los pensamientos de las cosas que encuentra de hora en hora, desde la cuna hasta la tumba, sus ojos y otros sentidos, externos e internos, que le transmiten la vida del mundo. Un instinto irresistible hacia la Verdad y el Bien conduce al “alma simple que nada sabe” hacia las cosas sensibles; Toda esta sensibilidad, todas estas sensaciones, a través de las cuales la inteligencia y la voluntad se manifiestan y despiertan, necesitan una educación, una dirección vigilante para evitar que se distorsione el despertar y el funcionamiento regular de tan nobles facultades espirituales. A partir de ese momento, el pequeño, bajo una mirada tierna, bajo una palabra imperativa, deberá aprender a no ceder a todas sus impresiones, a discernir con el desarrollo de su razón y a dominar la motilidad de sus sensaciones, para comenzar, bajo la dirección y las advertencias de su madre, la obra de su educación.

Estudiad al niño en su corta edad. Si lo conocéis bien, lo educaréis bien; no tomaréis su naturaleza de manera equivocada o torcida; Podréis comprenderlo y ceder, pero no de forma inadecuada: ¡no todos los niños están dotados de buen carácter!

Educación de la inteligencia

Educad la inteligencia de vuestros pequeños. No les deis ideas falsas ni razones falsas de las cosas; no respondáis a sus preguntas con trivialidades o afirmaciones falsas a las que sus mentes rara vez ceden; pero aprovechad estas preguntas para orientar, con paciencia y amor, su espíritu que no desea nada más que abrirse a la Verdad y aprender a conquistarla por la vía todavía inocente de las primeras reflexiones. ¿Quién puede decir todo lo que tantas mentes humanas deben a estas preguntas y consultas lejanas y confiadas de la infancia, intercambiadas en el seno del hogar?

Educación del carácter

Educar el carácter; mitigar o corregir sus defectos; crecer y cultivar buenas cualidades y unirlas a esta firmeza que es el preludio de resoluciones sólidas a lo largo de la vida. Los hijos, sintiendo sobre ellos, a medida que empiezan a pensar y a querer, una buena voluntad paterna y materna, ignorante de la violencia y de la cólera, constante y fuerte, libre de debilidad o de inconsistencia, aprenderán pronto a ver en ella a la intérprete de una voluntad superior, la de Dios, y así arraigarán en su alma estos primeros y poderosos hábitos morales que forman y sostienen un carácter, dispuesto a dominarse frente a los inconvenientes y a la adversidad, a no retroceder ni ante la lucha ni ante el sacrificio, imbuido de un profundo sentido del deber cristiano.

Educación del corazón

¡Qué depravaciones preparan con demasiada frecuencia en el corazón de los niños las bienaventuradas admiraciones y alabanzas, las solicitudes imprudentes, las condescendencias de unos padres cegados por un amor mal comprendido, que acostumbran a estos pequeños corazones inconstantes a ver todo gravitar a su alrededor, sometiéndose a sus voluntades y caprichos, y arraigando así en ellos el germen de un egoísmo desenfrenado, del que los padres serán las primeras víctimas!

¡Cuántas capacidades de cariño, de bondad, de devoción o de obediencia duermen en el corazón del pequeño! Vosotras, oh madres, las despertaréis, las cultivaréis, las dirigiréis, las elevaréis hacia quienes deben santificarlas: Jesús y María. La Madre Celestial abrirá este corazón a la piedad, le enseñará a ofrecer al divino Amigo de los pequeños, con la oración, sus sacrificios y sus victorias llenas de candor y de inocencia, a sentir también compasión por los pobres y los miserables.

La educación de la voluntad durante la adolescencia

Pero llegará el día en que el corazón de este niño sentirá el despertar de impulsos e inclinaciones que perturbarán el hermoso cielo de la primera edad. En esta prueba, acordaos, oh madres, que educar el corazón significa educar la voluntad, para que se oponga a las asechanzas del Mal y a los engaños de las pasiones; en este paso hacia la pureza consciente y victoriosa de la adolescencia, vuestro papel es capital. Debéis preparar a vuestros hijos e hijas para atravesar con valentía este período de crisis y de transformación física, como quien pasa entre serpientes, sin perder nada de la alegría de la inocencia, pero manteniendo ese instinto natural del pudor... freno a las pasiones demasiado propensas a desbordarse y perderse. Evitaréis que este sentimiento de pudor, hermano del sentimiento religioso, en su modestia espontánea, hoy poco considerada, sea arrebatado a vuestros hijos por el vestido, la manera de vestir, una familiaridad mal entendida, espectáculos y representaciones inmorales; Al contrario, los haréis cada vez más delicados y vigilantes, sinceros y puros. Mantendréis los ojos abiertos sobre sus actividades: prohibirás que el candor de sus almas se manche y se corrompa por el contacto con compañeros corruptos y corruptores; Inspiraréis en ellos una alta estima y un celoso amor por la castidad, mostrándoles la protección maternal de la Virgen Inmaculada como su fiel guardiana. Finalmente, con vuestra perspicacia de madres y de educadoras, gracias a la confiada apertura de corazón que habéis sabido infundir en vuestros hijos e hijas, no dejaréis de buscar y descubrir la ocasión y el momento en que ciertas preguntas secretas habrán producido particulares perturbaciones en sus sentidos. Entonces os pertenecerá a vosotras, a vosotras con vuestras hijas, al papa con vuestros hijos (Nota: aunque hoy los dos juntos o complementándose) levantar delicadamente el velo de la verdad, dar una respuesta prudente, justa y cristiana a sus preguntas y a sus preocupaciones. Las revelaciones sobre las leyes misteriosas y admirables de la vida, recibidas de vuestros labios de padres católicos en el tiempo oportuno, en la medida que se requiere y con las precauciones requeridas, serán escuchadas con respeto y reconocimiento; Iluminarán las almas de los adolescentes con mucho menos peligro que si lo aprendieran a través de encuentros sucios, de conversaciones clandestinas, en la escuela, por compañeros de clase, a través de lecturas hechas a escondidas y tanto más peligrosas y perniciosas cuanto que el secreto inflama aún más la imaginación y los sentidos. Vuestras palabras, si son dichas en el momento oportuno y con prudencia, se convertirán en una salvaguardia en medio de las tentaciones de la actual corrupción universal. “Una flecha prevista llega más lentamente”.

La poderosa ayuda de la religión

Pero... en esta obra de educación cristiana no basta la formación de la familia, por sabia y profunda que sea: es necesario completarla y perfeccionarla con la ayuda poderosa de la Religión. Debéis haceros colaboradores del sacerdote, cuya paternidad y autoridad espiritual sobre vuestros hijos está a vuestro lado para enseñar los primeros rudimentos de la piedad y del catecismo, fundamento de toda educación sólida y del que conviene que vosotros, primeros maestros de vuestros hijos, tengáis un conocimiento suficiente y seguro. ¿Cómo podríais enseñar lo que no sabéis? Enseñadles a amar a Dios, a Jesucristo, a nuestra Madre Iglesia y a los pastores. Amad el Catecismo y haced que lo amen vuestros pequeños: es el gran libro del amor y del temor de Dios, de la sabiduría cristiana y de la vida eterna.

Vuestros colaboradores en la educación de vuestros hijos

En vuestra labor educativa sentiréis la necesidad de acudir a los demás; elegidlos católicos como vosotros, y con todo el cuidado que merece el tesoro que les confiáis, es decir, la Fe, la modestia y la piedad de vuestros hijos. Pero cuando los hayáis elegido, no penséis que por ello estáis libres de vigilancia; Deben colaborar contigo. Que estos maestros sean los educadores eminentes que deseáis; pero muy poco podrán hacer por la educación de vuestros hijos si no compagináis vuestra acción con la de ellos. ¿Qué ganaréis si vuestras acciones, en lugar de ayudar y fortalecer el trabajo de estos maestros, se alzaran para contradecirlo? ¿Y si vuestras debilidades, vuestros a priori, por un amor que sólo será mezquino egoísmo, destruyen en el seno familiar lo que se ha hecho bien en la escuela, en el catecismo, en las asociaciones católicas para formar el carácter y guiar la piedad de vuestros hijos?

¡Pero es tan difícil educar a los niños de hoy! ¡Con este hijo, con esta hija, no hay nada que hacer, no se puede conseguir nada! – Es cierto, a los 12 o 15 años muchos niños y niñas son ingobernables. ¿Pero por qué? Porque cuando yo tenía 2 ó 3 años todo estaba concedido y permitido… Hay, es cierto, temperamentos ingratos y rebeldes; Pero ¿qué niño, cerrado, testarudo, insensible, deja, a causa de sus defectos, de ser vuestro hijo? ¿Lo amaríais menos que a sus hermanos si fuese enfermo o torcido? Dios también os lo ha confiado; No dejéis que se convierta en la oveja negra de la familia. Nadie es tan duro que no pueda ser ablandado con cuidado, paciencia, cariño; Es muy raro que, en terreno tan rocoso, consigáis hacer crecer alguna flor de sumisión y de virtud, siempre que no corráis el riesgo de desanimar en esa pequeña alma orgullosa, con severidades parciales e irrazonables, la profundidad de la buena voluntad oculta. Destruiríais toda la educación de vuestros hijos si descubrieran en ti –y Dios sabe que tienes ojos para hacerlo– predilecciones por hermanos o hermanas, preferencias en favores, antipatías hacia unos o hacia otros; …es necesario que sientan, que vean en vuestra considerada severidad como en vuestras caricias, un amor igual que no hace distinciones entre ellos, salvo para corregir el mal y promover el bien; ¿No lo habéis recibido todos igualmente de Dios?

Educadores junto a madres cristianas

Oh madres de familia… con vosotras, hoy vemos a nuestro alrededor una corona de monjas, maestras… guardianas, asistentes que consagran sus esfuerzos y su trabajo a la educación y reeducación de la infancia; No son madres por naturaleza, por sangre, sino por impulso de amor. Sí, también vosotras que trabajáis como educadoras junto a las madres, sois madres porque tenéis un corazón de madre en el que late la llama de la caridad que el Espíritu Santo ha infundido en vuestros corazones. En esta caridad…encontraréis luz, ayuda y un programa…; de retoños… esperanzas de los padres y de la Iglesia, formáis una familia más grande de 20, 100, miles y miles de hijos de los cuales educáis más profunda y noblemente la inteligencia, el carácter y el corazón, criándolos en este ambiente espiritual y moral donde, con la alegría de la inocencia, brillan la fe en Dios y el respeto a las cosas santas, la piedad filial hacia los padres y el patriotismo… Educadoras como madres, hermanas de una maternidad espiritual que coronan de lirios…

Conclusión

¡Qué misión incomparable, sembrada de obstáculos y dificultades…! ¡Qué gran es una Madre en el hogar familiar, aquella que está destinada por Dios a ser, junto a la cuna, nodriza y educadora de sus pequeños! Maravillaos de su actividad, que muchos estarían tentados a considerar insuficiente, si la gracia divina omnipotente no estuviera a su lado para iluminarla, dirigirla y sostenerla en las preocupaciones y trabajos de cada día; Si, para colaborar con ella en la formación de estas almas, no hubiera inspirado y llamado a su lado a otros educadores cuyos corazones y obras rivalizan con ella en el amor maternal.


sábado, 21 de julio de 2001

IL TEMPIO MASSIMO (2 DE JULIO DE 1962)


CARTA

IL TEMPIO MASSIMO*

DEL SANTO PADRE

JUAN XXIII

A LAS RELIGIOSAS DE TODO EL MUNDO

El Templo Máximo de la cristiandad se prepara a acoger a los padres del Concilio Ecuménico Vaticano II. El 11 de octubre comenzará la solemne celebración, en la que convergen la esperanza y oraciones de todos los católicos; podemos decir la esperanza de todos los hombres de buena voluntad. Es ésta una hora solemne para la historia de la Iglesia; se trata de reavivar su esfuerzo, siempre activo, de la renovación espiritual, y de dar un nuevo impulso a las obras e instituciones de su vida milenaria.

El clero recita ya, en unión con Nos, el Breviario de todos los días por el feliz éxito del Concilio Ecuménico [1]. Los seglares, invitados en numerosas ocasiones a ofrecer por tal fin oraciones y sacrificios —especialmente los niños, los enfermos y los ancianos— corresponden con generosa prontitud. Todos quieren prestar su colaboración para que el Concilio se transforme en “un nuevo Pentecostés” [2].

Es natural que en este clima de intensa preparación deban distinguirse los que han hecho a Dios ofrendo total de sí mismos, y se han familiarizado con el ejercicio de la oración y de la caridad más ferviente.

Queridas hijas. La Iglesia os ha recogido bajo su manto protector, ha aprobado vuestras Constituciones, ha defendido vuestros derechos, se ha beneficiado y se beneficia de vuestros trabajos. Merecéis que se os aplique, en expresión de gratitud por cuanto habéis hecho hasta ahora, y como augurio feliz para el porvenir, las palabras del Apóstol San Pablo. “Pedimos por vosotros al Señor para que os conceda espíritu de sabiduría y revelación, y con pleno conocimiento de él, iluminados los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál sea la esperanza de vuestra vocación, cuáles las riquezas de la gloria que os reserva su herencia entre los santos” (Ef 1, 15-18).

Meditad esta carta; y en la palabra del humilde Vicario de Cristo, escuchad cuanto el Maestro Divino quiere decir a cada una de vosotras. La preparación conciliar exige que las almas consagradas a Dios, según las formas aprobadas por la legislación canónica, se dediquen con renovado fervor a las tareas de su vocación. De esta manera, a su tiempo, la respuesta a las disposiciones del Concilio será pronta y generosa, preparada por un esfuerzo más intenso de santificación personal.

A fin de conseguir que la vida consagrada a Dios corresponda cada vez mejor a los deseos de Corazón Divino, es necesario que sea en realidad: 1. Vida de oración; 2. Vida de ejemplo; 3. Vida de apostolado.

I. VIDA DE ORACIÓN

Nos dirigimos de una manera especial a las monjas y hermanas de vida contemplativa y penitente.

El 2 de febrero de 1961, festividad de la Presentación de Jesús en el Templo, al enviar el regalo de los cirios recibidos en aquel día, dijimos: “El que lo enviemos a las casas religiosas de más rígida mortificación y penitencia, supone, una vez más, la primacía de los deberes del culto y total consagración a la vida de oración por encima de cualquier otra forma de apostolado; y al mismo tiempo subraya la grandeza y la necesidad de las vocaciones a este género de vida” (Alocución en la fiesta de la Purificación de la Virgen, 2 de febrero de 1961). La Iglesia alentará siempre a sus hijas, que para seguir de la manera más perfecta el llamamiento de su Divino Maestro, se entregan a la vida contemplativa.

Esto corresponde a una verdad universalmente válida, aun para las religiosas especialmente dedicadas a la vida activa; que sólo la vida interior es el fundamento y el alma de todo apostolado Meditad en esta verdad todas vosotras, queridas hijas, justamente llamadas “quasi aper argumentosae” (como activas abejas) por vuestro continuo ejercicio de las catorce obras de misericordia, en comunidad fraternal con las demás hermanas. También vosotras, que estáis consagradas a Dios en los Institutos seculares, debéis sacar de la oración toda la eficacia de vuestras empresas.

La vida de entrega al Señor tiene dificultades y sacrificios como cualquier otra forma de convivencia. Solamente la oración obtiene el don de la perseverancia. Las obras de bien a que os dedicáis no están siempre coronadas por el éxito, os aguardan desilusiones, incomprensiones, ingratitudes. Sin el auxilio de la oración no podréis gobernaros en el áspero camino. Y no olvidéis que un dinamismo mal entendido podría haceros caer en “la herejía de la acción”, condenada por Nuestros Predecesores. Superando este peligro, podéis creer que seréis verdaderamente colaboradoras en la salvación de las almas, y añadiréis méritos a vuestra corona.

Todas vosotras, tanto las dedicadas a la vida contemplativa, como las de vida activa, comprendéis esta expresión: “Vida de oración”. No es una repetición mecánica de fórmulas, sino el medio insustituible, que permite entrar en comunicación con el Señor, comprender mejor la dignidad de hijas de Dios, de esposas del Espíritu Santo, el “dulcis hospes animae” (el dulce huésped del alma) que habla al que sabe escuchar en el recogimiento.

Vuestra oración se ha de alimentar en las fuentes de un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, especialmente del Nuevo Testamento y luego en la Liturgia y en la enseñanza de la Iglesia en toda su plenitud. La Santa Misa debe ser el centro de la jornada, de tal forma que todos vuestros actos sean de preparación o de acción de gracias; que la Sagrada Comunión sea el alimento cotidiano que os nutra, conforte y robustezca. De esta forma no correréis el peligro —como sucedió a las vírgenes necias de la parábola— de olvidar el aceite de las lámparas, y os encontraréis siempre dispuestas a todo: a la gloria y al desprecio, a la salud y a la enfermedad, a continuar en el trabajo o a morir: “Ya viene el esposo, salid a su encuentro” (Mt 25, 6).

Es oportuno aquí recordar, una vez más, las tres devociones que consideramos fundamentales aun para los simples fieles del laicado: “Para ilustrar y alentar la adoración a Cristo no hay nada mejor que meditar y orar a la triple luz de su Nombre, de su Sangre y de su Corazón” [3].

El Nombre, la Sangre y el Corazón de Cristo. He ahí el alimento sustancial de una vida sólida de piedad.

Nomen Iesu! En realidad “nil canitur suavius, nil auditur iucundius, nil cogitatur dulcius, quam Iesus Dei Filius: no hay canto más suave, no se puede escuchar nada más agradable, ni pensar en nada más dulce que en Cristo Hijo de Dios” [4].

Cor Iesu! Pío XII, de v. m., en la encíclica Haurietis aquas del 15 de mayo de 1956, que recomendamos meditar atentamente, habla en estos términos: “Si debidamente se pesan los argumentos en que apoya el culto tributado al Corazón traspasado de Cristo, a todo el mundo aparecerá claro, que no se trata de una práctica cualquiera de piedad que sea lícito posponer y tener el menor aprecio que a otras, sino de una forma de culto sumamente idónea para alcanzar la perfección cristiana” [5].

Sanguis Christi! “Es la nota más alta del sacrificio redentor de Cristo que se renueva mística y realmente en la Santa Misa y da sentido y orientación a la vida cristiana” [6].

II. VIDA DE EJEMPLO

Palabras de Cristo: “Os he dado ejemplo para qui también vosotros lo hagáis como yo” (Jn 13, 15). A las almas deseosas de seguir fielmente los pasos de Cristo se les ofrece la práctica de los consejos evangélicos que es “el camino real de la santificación cristiana” [7].

1. Pobreza evangélica

Cristo nació en un establo; durante la vida pública no tuvo donde reclinar su cabeza por la noche (Mt 8, 20), y murió sobre la Cruz desnuda. Esta es la primera condición que él pone a quien le quiere seguir: “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19, 21).

Vosotras habéis sido arrastradas por el ejemplo y las enseñanzas del Divino Maestro, y habéis ofrecido todo a él: “laetus obtuli universa” (alegre le ofrecí todo) (2 Par 29, 17). A la luz de la imitación de Cristo pobre, el voto adquiere pleno valor; nos hace contentarnos día a día con lo indispensable; nos hace dar a los pobres y a las obras buenas lo superfluo según la obediencia; y para las incógnitas del mañana, para la enfermedad, la vejez, nos confía, sin excluir las previsiones prudentes, a los cuidados de la Divina Providencia.

El abandono de los bienes de la tierra exige la atención general, demostrando a todos que la pobreza no es tacañería ni avaricia; y hace pensar más seriamente en la sentencia divina “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si luego pierde su alma?” (Mt 16, 26).

Vivid íntegramente el voto o la promesa que os asemeja a Aquel, que, siendo rico, se hizo pobre, para que nosotros nos hiciéramos ricos con su pobreza (cd. 2 Cor 8, 9).

No faltan en este punto las tentaciones, como el andar tras las pequeñas comodidades, la santificación en la comida, el uso de los bienes. La pobreza, como ya sabéis, tiene sus espinas, que es necesario amar para que se conviertan en rosas de cielo.

Otras veces, la necesidad de legítimas modernizaciones puede terminar en la ostentación de construcciones y mobiliario, que a veces han suscitado comentarios poco favorables, aunque tales novedades no alcancen a los modestos alojamientos de las hermanas. Vosotras Nos comprendéis, queridas hijas: no queremos decir que cuanto es indispensable a la salud física y a la recreación sana y oportuna vaya en contra del voto de pobreza. Pero deseamos confiaros que la mirada del Divino Maestro jamás se entristezca por la avidez de comodidad que podría influir negativamente en la vida interior de las personas consagradas a Dios cuando viven en un ambiente alejado de las auras de austeridad. Tened siempre la pobreza como un gran honor

Queremos dirigir una palabra de aliento, especialmente a las monjas de clausura, para las que hermana pobreza resulta con frecuencia “hermana indigencia”. Cristo, el Hijo de Dios hecho pobre, vendrá a consolaros. Entretanto, en su nombre, Nos mismo extendemos por vosotras la mano a vuestras hermanas, que se encuentran en condiciones económicas más firmes, y a los generosos bienhechores: alentamos también las empresas realizadas en este sentido que la Federación de Monasterios de Clausura, en la Congregación de religiosos, recordando a todos la promesa divina: “Bienaventurados los pobres, porque es vuestra el reino de los cielos” (Lc 6, 20).

2. Castidad angélica

Se lee en el Evangelio cuanto Cristo sufrió; las injurias que le hicieron. Pero desde Belén al Calvario, el esplendor que irradia su divina pureza es cada vez más extenso, y arrebata a las multitudes. Tan grande era la austeridad y el encanto de su comportamiento.

Que sea así también entre vosotras, queridas hijas. Benditas sean las delicadezas, las mortificaciones, las renuncias, con las que procuráis hacer más resplandeciente esta virtud, sobre la que Pío XII ha escrito una memorable encíclica [8]. Vivid las enseñanzas, que vuestra conducta demuestre a todos que la castidad es no solamente una virtud posible, sino una virtud social, que se defiende magníficamente con la oración, la vigilancia y la mortificación de los sentidos.

Que vuestro ejemplo enseñe que el corazón no lo tenéis encerrado en el egoísmo estéril, sino que ha escogido la condición indispensable para abrirse solícito a las necesidades del prójimo. A este fin cultivad las reglas de la cortesía —lo repetimos—, cultivadlas y aplicadlas; sin prestar oídos a quien quieren introducir en vuestra vida un comportamiento menos acorde con el debido recogimiento.

En las obras de apostolado, despreciad la teoría de quien quisiera que no se hablase más, o poco, de modestia, y de pudor, para introducir en los método de educación, criterios y orientaciones contrarios las enseñanzas de los Libros Sagrados y de la Tradición Católica.

Si el materialismo teórico o simplemente práctico amenaza de una parte, y el hedonismo y la corrupción quieren, por otro lado, romper todos los diques, Nuestro ánimo se serena al contemplar las escuadras angélicas, que han ofrecido al Señor su castidad, y que con la oración y el sacrificio, obtienen los prodigios de la Divina Misericordia para los descarriados y la propiciación del perdón por los pecados de los individuo, y de los pueblos.

3. Espíritu de obediencia

El Apóstol San Pablo desarrolla el concepto de la humillación de Cristo que se hizo obediente hasta muerte de cruz (Ef 2, 8). Vosotras, para mejor seguir al Divino Maestro, os habéis unido a El con el voto o con la promesa de obediencia.

Esta continua inmolación del propio yo, esta negación de sí mismo, puede costar mucho, pero es también verdad que aquí está la victoria (cf. Pr 21, 28), porque de esta crucifixión espiritual se siguen gracias celestiales para vosotras y para la humanidad.

La enseñanza de la Iglesia es clara y precisa sobre los inalienables derechos de la persona humana. Las dotes peculiares de cada hombre deben poder desarrollarse debidamente, de tal manera, que cada uno corresponda a los dones recibidos por Dios. Todo esto es claro. Pero si del respeto a la persona se pasa a la exaltación de la personalidad y a la afirmación del personalismo, resultan graves peligros Que sean preciosas indicaciones también para vosotras las palabras de Pío XII en la exhortación Menti Nostrae: “En una época como la nuestra en que está gravemente quebrantado el principio de autoridad, es absolutamente necesario que el sacerdote, afianzado en los principios de la fe, considere y acepte la autoridad no sólo como salvaguarda del orden, social y religioso, sino también como fundamento de su misma santificación personal” [9].

El coloquio, en este punto, continúa con quienes tienen tareas de dirección y responsabilidad.

Pedid la más generosa obediencia a las Reglas; y también tened comprensión con las hermanas; favoreced en cada una el desarrollo de las aptitudes naturales. Es oficio de los superiores hacer amable la obediencia, no obtener solamente un obsequio exterior, y mucho menos el imponer cargas insoportables.

Queridas hijas. Os exhortamos a todas a vivir en el espíritu de esta virtud, que se alimenta de una humildad profunda, de un absoluto desinterés, de un completo abandono. Hecha la obediencia programa de toda una vida se comprenden las palabras de Santa Catalina de Sena: “¡Qué dulce y gloriosa es esta virtud, en la que se encuentran todas las otras virtudes! ¡Oh, obediencia que navega sin fatiga y sin peligro, llega al puerto de salvación! Tú te igualas con el Verbo Unigénito…; tú subes en al navecilla de la Santísima Cruz, contribuyendo a sostenerse, para que no falte a la obediencia del Verbo ni se aparte de su doctrina… Eres grande con gran perseverancia, y tan grande que llegas desde el cielo a la tierra, porque contigo se abre el cielo” [10].

III. VIDA DE APOSTOLADO

San Pablo enseña que el misterio revelado por Dios es el plan dispuesto desde toda la eternidad en Cristo, a realizarse en El en la plenitud de los tiempos; y es “poner bajo un solo jefe, Cristo, a todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef 9, 10).

Ningún alma que se consagre al Señor está dispensada de la sublime tarea de continuar la misión salvadora del Redentor Divino.

La Iglesia espera mucho de las almas que viven en el silencio del claustro. Ellas, como Moisés, tienen los brazos alzados en oración, conscientes de que con esta actitud orante obtienen la victoria. Y es tan grande la importancia de la contribución de los religiosas de vida contemplativa al apostolado que Pío XI quiso como copatrona de las Misiones —émula por tanto de San Francisco Javier—, no a una religiosa de vida activa, sino a una carmelita, Santa Teresita del Niño Jesús.

Sí, debéis estar espiritualmente presentes en todas las necesidades de la Iglesia militante. Que ninguna desgracia, ningún luto o calamidad os resulte ajeno; que ningún descubrimiento científico, congreso de cultura, reuniones sociales y políticas, os haga pensar: “son cosas que no nos atañen”. Que la Iglesia militante os sienta presentes en todas partes donde se requiera vuestra contribución espiritual por el bien de las almas y también en pro del verdadero progreso humano y de la paz universal. Que obtengan vuestros sufragios las almas del purgatorio, para que se les acelere el momento de su visión beatífica. Unidas al coro de los ángeles y de los santos, continuad repitiendo el eterno aleluya a la Augusta Trinidad.

Cuantas se dedican a la vida activa recuerden que no sólo con la oración, sino también con las obras, se logra que la nueva orientación de la sociedad se nutra del Evangelio; y para que todo sea para gloria de Dios y salvación de las almas.

Y puesto que en el campo escolar, caritativo, asistencial, no se pueden utilizar personas que no estén preparadas para las crecientes exigencias, que las modernas reglamentaciones imponen, esforzaos, por la obediencia, en realizar los estudios y en obtener los diplomas necesarios para salvar todas las dificultades. De esta forma, aparte de la imprescindible y probada capacidad, será mejor apreciado vuestro espíritu de entrega, de paciencia y de sacrificio.

Además, se prevén mayores exigencias en los nuevos países, que han entrado en la comunidad de Naciones libres. Sin disminuir en el afecto por la propia patria, el mundo entero, más aún que en el pasado, es la patria común. Ya son numerosas las hermanas que han escuchado esta invitación. El campo es inmenso, Inútil lamentar que los hijos de este mundo lleguen antes que los Apóstoles de Cristo. Las lamentaciones no resuelven nada, es preciso moverse, prevenir, confiar.

En esta tarea ni siquiera las hermanas dedicadas a la contemplación quedan excluidas. En algunas regiones del África y del Extremo Oriente las poblaciones son mayormente atraídas a la vida contemplativa, que está más de acuerdo con el desarrollo de su civilización. Algunos grupos sociales lamentan que la vida dinámica de los misioneros tenga menos relación con su modo de concebir la religión y de adherirse al cristianismo.

Ved, queridas hijas, cuántos son los motivos que Nos hacen alentar las reuniones entre las superioras generales, inspirados por la Sagrada Congregación de Religiosos, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. De esta forma podréis poneros mejor al día en las condiciones modernas, aprovechar las comunes experiencias, alentaros con el pensamiento de que la Iglesia posee un ejército valeroso de almas capaces de afrontar cualquier obstáculo.

Las almas consagradas en los nuevos Institutos seculares sepan que también su obra es apreciada y alentada a que contribuya a la penetración del Evangelio en todas las Manifestaciones del mundo moderno.

En los puestos de las más distintas responsabilidades, a que algunas pueden llegar, conviene que se hagan apreciar por su competencia, laboriosidad, sentido de responsabilidad, y en conjunto, por las virtudes que sublima la gracia, impidiendo así que prevalezca el que se apoya casi exclusivamente en la habilidad humana y en el poder de los medios económicos, científicos y técnicos. “Nos autem in Domine Dei nostri fortes sumus” (Nosotros somos fuertes en el nombre de nuestro Dios) (Sal 18, 8).

Invitamos a todas vosotras, almas consagradas al Señor en la vida contemplativa o en la vida activa , a uniros en fraterna caridad. El Espíritu de Pentecostés aletee sobre vuestras selectas Familias, las reúna en la fusión de almas, que presentaba el Cenáculo, donde con la Madre de Dios y los Apóstoles, estaban presentes algunas piadosas mujeres (cf. Hch 1, 14).

CONCLUSIÓN

Estos son Nuestros votos, Nuestras oraciones, Nuestras esperanzas. La Iglesia en las vísperas del Concilio Vaticano II ha convocado a todos los fieles, proponiendo a cada uno su acto de presencia, de testimonio, de aliento.

Sed vosotras, queridas hijas, las primeras en cultivar el santo entusiasmo. La “Imitación de Cristo” tiene sobre este punto una sentencia apropiada: “Nos conviene renovar todos los días nuestros buenos propósitos, y ejercitar el fervor, como si nos acabásemos de convertir, y decir: Ayúdame, Señor, en los buenos propósitos y en tu santo servicio; y haz que hoy comience perfectamente, porque cuanto he hecho hasta aquí no vale nada” [11].

Que os encienda en nuevo fervor la Madre de Dios y nuestra. Confiad en esta Madre celestial; que también San José os sea familiar, él que también es Patrono del Concilio Vaticano II; pedid además a los Santos y Santas, que son honrados con especial honor en vuestras instituciones, para que unan su eficaz intercesión para obtener que “la santa Iglesia, reunida en unánime e intensa oración en torno a María, Madre de Cristo, y guiada por Pedro, extienda el Reino del divino Salvador, que es reino de verdad, de justicia de amor y de paz” [12].

La generosa Bendición Apostólica que concedemos a todas las comunidades religiosas y a todas las almas consagradas a Dios, en particular, quiere ser prenda de los favores celestiales y aliento para una vida y una buena labor “in Ecclesia et in Christo Iesu”(Ef 3, 21).

Palacio Apostólico Vaticano, 2 de julio de 1962 cuarto año de Nuestro Pontificado.

JUAN PP. XXIII


Notas:

* AAS 54 (1962) 508; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 927-938.

[1] Exhort. Apo. Sacrae laudis, 6 de enero de 1962; AAS 54 (1962) p. 66

[2] Oración por el Concilio Ecuménico; cf. AAS 51 (1959) p. 832

[3] Discurso de clausura del Sínodo Romano, 31 de enero de 1960; AAS 52 (1960) 285-296 .

[4] Himno de Vísperas de la fiesta del Nombre de Jesús.

[5] Encíclica Haurietis aquas, 15 de mayo de 1956; AAS 48 (1956) 346.

[6] Discurso a la Familia religiosa de la Preciosísima Sangre, 2 de junio de 1962.

[7] Encíclica Sacerdotii Nostri primordia; AAS 51 (1959) 745-579.

[8] Encíclica Sacra Virginitas; AAS 46 (1954) 161.

[9] Exhortación Menti Nostrae, 23 de septiembre de 1950; AAS 42 (1950) 657.

[10] Diálogo, c. 155.

[11] I, 19, 1.

[12] Oración por el Concilio Ecuménico; cf. AAS 51 (1959) p. 832.


viernes, 20 de julio de 2001

SACRAE LAUDIS (6 DE ENERO DE 1962)


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA *

SACRAE LAUDIS

DE SU SANTIDAD

JUAN XXIII

SOBRE EL REZO

CON ESPECIAL PIEDAD

DEL OFICIO DIVINO

POR EL FELIZ ÉXITO

DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II

AL CLERO UNIVERSAL

EN PAZ Y COMUNIÓN

CON LA SEDE APOSTÓLICA

Venerables hermanos y queridos hijos:

El coro de alabanzas y acción de gracias que se eleva hacia desde todas las parles, del mundo católico por el Concilio Ecuménico Vaticano II, es natural que no sólo continúe, sino que eleve vibraciones de un fervor cada vez más intenso de vida cristiana.

Por tanto, el eco de la general, satisfacción, que llega hasta aquí junto a la tumba de San Pedro, centro de la unidad de la Iglesia, nos invita a buscar medios más oportunos para unir más estrechamente todas las almas en la preparación para el gran acontecimiento.

Este tanto más corresponderá perfectamente a su finalidad y a la expectación universal cuanto más comporte además de un nuevo vigor en la fe católica y una actualización de la legislación de la Iglesia de conformidad con las circunstancias de hoy, un esfuerzo lectivo, decidido y armónico de santificación general.

La primera fuerza de cooperación para el acontecimiento que esperamos es la oración. Ante todo la oración sacerdotal, que eleva el tono y el fervor espiritual de todo el pueblo cristiano.

Por esto, desde el lunes 12 de septiembre de 1960, festividad litúrgica dedicada al santo nombre de María, en un encuentro amable y fortuito en el campo de los alumnos del Seminario Romano —tan querido por los recuerdos de nuestra vida de seminaristas— tomamos la determinación de dar una consigna a estos queridos jóvenes para una oración universal, que todos los días uniese en comunión perfecta a los alumnos del santuario, para prepararse con una vida de piedad intensamente piadosa al gran acontecimiento del Concilio, para que corresponda a las esperanzas de toda la catolicidad y del mundo entero.

Aquella consigna fue acogida con general complacencia: desde la pequeña colina de la Sabina venció todas las distancias, llegó a los jóvenes seminaristas de todas las lenguas, de todas las naciones, encendiendo en sus corazones el fuego sagrado; animados por ella a la preparación más intensa al querido y santo gozo de su próximo sacerdocio; ellos, con su reciente sacerdocio serán los primeros en aplicar las sabias ordenanzas del futuro Concilio.

¡Oh, juventud bendita y perenne, que, bajo los auspicios del nombre santo de María, y como guiada por Ella, prepara las brillantes escuadras para el fructífero apostolado de la Iglesia del futuro!

La reciente festividad de Navidad nos acercó, en aquellas santas jornadas, además de a María, a su esposo, el querido San José, viajando el uno y el otro por el camino de Belén, hacia el cumplimiento del gran misterio del Verbum caro factum est et habitavit in nobis (Jn 1, 14). ¿Qué más digno para el sacerdote que familiarizarse con San José, “a quien se le concedió no sólo ver a Dios y oírle, sino llevarlo, abrazarlo, vestirlo y protegerlo?”. (Misal romano, preparación para la misa.) Por esta razón, con ocasión de su fiesta del 19 de marzo del año pasado, quisimos también confiarle a él la inefable tarea de patrono del Concilio, pues ya fue nombrado patrono de la Iglesia universal con ocasión del I Concilio Vaticano, el 18 de diciembre de 1889.

Pensemos ahora en la Epifanía del Señor.

Junto a Jesús, en Belén, la escena de los Magos. ¡Qué espectáculo! Procedentes de Oriente, avisados y, para su grandísimo gozo, guiados por una estrella prodigiosa, el evangelista San Mateo nos los describe con una deliciosa sencillez de palabras y de colores. Apenas llegados, se postran en adoración ante el Niño: Jesús, para expresarle sus sentimientos, y ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra (Mt 2, 1, 12).

Bajo la figura de estos inesperados visitantes de alto rango social, como son los Magos, flor selecta de dignidad personal, de inteligencia abierta e inquieta, en ejercicio de funciones representativas sagradas y distinguidas, se ofrece bella y espontáneamente a nuestro espíritu contemplar el espectáculo encantador de todo el grupo de los sacerdotes católicos—obispos, prelados, sacerdotes del clero secular y regular—, movidos por la misma estrella para ofrecer su homenaje al mismo Cristo, siempre vivo por todos los siglos en el centro de su Iglesia gloriosa e inmortal.

El Concilio Ecuménico, mejor que una nueva y grandiosa Pentecostés, ¿no se diría que quiere ser una verdadera y nueva epifanía, una de tantas, pero una de las más solemnes manifestaciones que han aparecido y aparecen en el curso de la Historia?

El acto de aquellos tres singulares y afortunados personajes, de adorar en mística oración y de ofrecer los preciosos dones de su tierra en nombre de todo el mundo al Salvador recién nacido, es bien significativo.

Venerables hermanos y queridos hijos: permitidnos decir que es de allí precisamente de donde nos viene la inspiración de sugerir a todos vosotros, sacerdotes de la Iglesia católica, la repetición del doble gesto de adoración y ofrecimiento durante todos los días de este año, que ahora comienza, de preparación espiritual más intensa, y de celebración del Concilio.

Por esto hemos pensado llamar la atención del clero católico, que es lo mismo que decir de todos los pertenecientes al orden sacerdotal de todos los países, de todos los ritos, de todas las lenguas, para la tarea que evidentemente les compete: la más ferviente oración por el Concilio.

Y puesto que junto al sacrificio de la misa diaria que sobrepasa toda forma de súplica litúrgica, no hay nada más precioso para un sacerdote que la recitación de las alabanzas divinas o del Breviario, juzgamos oportuno señalar a todos los ungidos del Señor, que están obligados a la recitación de esta plegaria, como singular forma de devoción para la preparación del Concilio, un intenso cuidado y preocupación en la recitación del oficio divino diario, bajo las bóvedas, grandiosas o modestas de templos o capillas, o reunidos en coro —que es la forma de súplica más perfecta— o cada uno en privado, pero siempre como sacrificium laudis en nombre de la Iglesia universal.

¿Por qué no agruparnos todos, venerables hermanos y queridos hijos, en este nuevo año de gracia, para implorar viva y eficazmente el buen éxito del gran acontecimiento, en el cual esperan ansiosamente todas las almas cristianas? Todos, decimos, desde el joven subdiácono que pocos días ha empezó a gustar el fervor y la ternura de la recitación del oficio divino y encuentra motivo de incomparable y fervoroso gozo, hasta el venerable anciano que reposa dulcemente en esta oración como degustación anticipada de las celestiales armonías que le esperan en la Iglesia de los santos.

Pues, el sacerdote no es solamente “dispensador de los misterios de Dios”, como en la santa misa (Cor 4, 1), sino también mediador entre Dios y los hombres. Es como Cristo mismo, y a imagen suya ex hominibus asumptus, pro hominibus constituitur in iis, quae sunt ad Deum (Hebreos, 5, 1; Cf., 8, 6; 9, 15; 12, 24; 1 Tim, 2, 5). Como admirablemente explica San Juan Crisóstomo: “El sacerdote está entre Dios y los hombres, nos trae los bienes que fluyen de Él y le lleva nuestras plegarias”. (Homilía 5 sobre Isaías, PG, LVI, Col. 131.)

Esta nuestra referencia al oficio divino como característica forma, como elevadísima oración sacerdotal para obtener las gracias y dones que todo el mundo espera del próximo Concilio, nos conduce admirablemente a las notas con que Cristo ha querido dotar a su Iglesia, por las cuales ella es y permanece después de veinte siglos de su fundación, una, santa, católica y apostólica, siempre brillante y vigorosa, y vivamente deseosa de que se le 'unan a gozar estos mismos beneficios, las diversas confesiones cristianas que a lo largo de la Historia han vivido y viven aún separadas de ella.

Pues el Breviario diario del sacerdote, aún recitado según la diversidad de ritos, de lenguas, de diócesis, de familias numerosas, es siempre el gran poema divino ofrecido como canto de la Humanidad redimida por Cristo, Verbo del Padre encarnado de Spiritu Sancto ex Maria Virgine y hecho hombre, crucificado y resucitado.

El devoto deslizarse de las páginas de este poema es alegría para la inteligencia: Gaudium de veritate; magisterio diario de vida: Magisterium vitae consuelo para las dificultades y obstáculos de los avatares humanos y de las tentaciones; y también confirmada certeza del gozo futuro.

Gran alegría es para todo sacerdote sentirse, recitando el oficio divino dulcemente elevado por esta atmósfera de catolicidad, de universalidad que respiran sus páginas, donde todo brilla y todo canta. Pues con los salmos—que son un verdadero placer, un sabio consejo y un suave descanso del espíritu—se mezclan pasajes de otros libros del Antiguo Testamento, y, también, la fértil doctrina de los cuatro evangelios, la incomparable sublimidad de las “Cartas Paulinas” y de otros escritos del Nuevo Testamento. Todo esto está contenido en el Breviario, fuente inexhausta e inagotable de luz y de gracia. Es una realidad nuestro Concilio Ecuménico Vaticano II —por medio del preciado y tenaz trabajo de las diversas comisiones preparatorias—, está ya alcanzando elementos substanciosos de purísima doctrina y de sabias ordenanzas de la disciplina eclesiástica, la clara y estudiada correspondencia con las modernas y explicables exigencias de los tiempos y de los países. Bien se puede decir, por tanto, que nos sentimos en el comienzo de una época nueva, fundada en la fidelidad al patrimonio antiguo, que se abre a las maravillas de un verdadero progreso espiritual, y esto sólo por Cristo, Rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos, puede traer dignidad, prosperidad y bendición.

Venerables hermanos y queridos hijos: llevando a término esta confiada invitación al fervor religioso de toda alma sacerdotal, que viva en cualquier parte del mundo, y para que la contribución de todo y cada uno sea en beneficio del feliz éxito del Concilio Ecuménico Vaticano II, volvemos la vista enternecidamente para contemplar de nuevo el episodio de la adoración de los Magos. El misterio de la festividad de hoy, la Epifanía, deseamos considerarlo no solamente en el gesto de fe y de amor de aquellos dignísimos representantes de todas las naciones de la tierra, sino especialmente en el ofrecimiento de sus dones.

Son preciosos en sí mismos, pero más preciosos por su significación: el oro, la caridad; el incienso, la oración; la mirra, la mortificación.

El rezo devoto del breviario sacerdotal para alcanzar gracias para el Concilio no podría expresarse mejor que por este triple homenaje. Considerad bien esto. En el oficio divino todo nos recuerda y nos invita a contemplar, a ejercitar la caridad, perfume de místico incienso, continua fragancia de plegaria. Las buenas obras, después, del misterio sacerdotal, tal vez difícil, sacrificado y penoso, ¡qué mirra selecta! También esta In odorem savitatis.

Confiamos en que todos los sacerdotes de todo el mundo reciban gustosos nuestra paternal invitación a cooperar de esta manera al éxito del gran Concilio, en el que vivamente esperan todas las almas del mundo.

También esto deseamos decirlo para aliento común. En esta piadosa manifestación de fervor sacerdotal, el humilde pastor de la Iglesia universal desea sentirse unido con todos sus sacerdotes, esparcidos por la tierra y el mar. Las primeras horas de la mañana el Papa las dedica a la recitación tranquila del Breviario, que entendido, como Manuductio de oración por las variedad de sus expresiones, puede llamarse con razón el Breviario de la Iglesia universal.

Nos place terminar esta exhortación con un trozo de ese maravilloso libro de consuelo, el "Apocalipsis", que puede servir de substancioso alimento para la meditación, especialmente de los sacerdotes. En él se describe como una verdadera liturgia que se desarrolla en el cielo: “Y vino otro ángel y se detuvo junto al altar, teniendo un incensario de oro, y le fueron dados muchos perfumes, para que hiciese su ofrenda con las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que está en presencia del trono. Y subió uno de los perfumes con las oraciones de los santos de mano del ángel en el acatamiento de Dios. Y tocó el ángel el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra. (Ap 8, 3-5; Cf., 5, 8.) Es sugestiva esta imagen de la influencia que la oración de los santos, de la Iglesia, por la bondad y misericordia de Dios, tiene sobre el curso de los acontecimientos y de la historia humana.

La confianza en esta sobrenatural eficacia de la oración de la Iglesia, y de manera especial del oficio divino, nos ha hecho pedir con esta exhortación a todos los que participan, por misión oficialmente recibida de la Iglesia, que lo ofrezcan particularmente por el feliz resultado del Concilio, para que, buscando los rasgos de la juventud más fervorosa de la Iglesia, brille más intensamente el resplandor de su faz. “De esta manera se dará al mundo un admirable espectáculo de verdad, de unidad, de caridad; y aquellos que están separados de esta sede apostólica encontrarán una amable invitación a aproximarse y llegar a la unidad, que Cristo imploró con ferviente oración” (Enc. Ad Petri Cathedram).

Venerables hermanos y queridos hijos: os hemos hablado con este corazón que desea estar cerca de vosotros todos los días, os encontréis donde os encontréis, esparcidos por el mundo. Permitidnos ahora el gozo de encontrarnos siempre próximos a vosotros, en un palpitar acorde de fe, de piedad, de caridad universal, mientras alimentamos dulces esperanzas de que vosotros, lo mismo que Nos, queréis que el Concilio sea familiar a nuestras oraciones, lo mismo, durante los meses de la preparación que en las jornadas de sus solemne celebración.

Y para que esta unión de corazones encuentre su expresión también en una fórmula común de oración, os sugerimos esta invocación para antes de la recitación del Breviario:
Acceptum tibi sit, Domine Deus, sacrificium laudis, quod divinae maiestati tuae offero pro felici exitu Concili Oecumenici Vaticani Secundi, et praesta, ut quod simul cum Pontifice nostro Joanne suppliciter a te petimus, per misericordiam tuam efficaciter consequamur. Amen.
Además de esta oración permítasenos añadir también un pensamiento que nos parece será objeto de útil meditación para los sacerdotes.

Es doctrina común y estimada en la Iglesia el que a un ángel del Señor se le encomienda la custodia de cada bautizado. Confiemos a nuestro ángel custodio la tarea especial de una más atenta vigilancia en torno nuestro, durante la recitación del oficio divino diario, para que esta tarea cumplida digne, attente, et devote sea agradable a Dios, nos consiga méritos y edifique a las almas.

Finalmente, con la confianza de que vosotros, venerables hermanos y queridos hijos, recibiréis gustosos nuestra exhortación, imploramos para vosotros del Dios Omnipotente la abundancia de las gracias divinas, en previsión de las cuales, y como prenda de nuestra benevolencia, os impartimos a lodos paternalmente la bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 6 de enero de 1962, fiesta de la Epifanía, cuarto año de nuestro Pontificado.

JUAN PP. XXIII


* AAS 54 (1962) p. 66; Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp.877-885.


jueves, 19 de julio de 2001

EVANGELICA TESTIFICATIO (29 DE JUNIO DE 1971)


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

EVANGELICA TESTIFICATIO

PABLO VI

SOBRE LA RENOVACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA

SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE CONCILIO

1. El testimonio evangélico de la vida religiosa manifiesta claramente a los ojos de los hombres la supremacía del amor de Dios con tal fuerza, que debemos dar gracias por ello al Espíritu Santo. Con toda sencillez, como ya lo hizo nuestro venerado predecesor Juan XXIII en vísperas del Concilio[1], quisiéramos deciros qué esperanza suscita en nosotros, como también en todos los Pastores y fieles de la Iglesia, la generosidad espiritual de aquellos —hombres y mujeres— que han consagrado la propia vida al Señor en el espíritu y en la práctica de los consejos evangélicos. Deseamos asimismo ayudaros a continuar vuestro camino de seguidores de Cristo siendo fieles a las enseñanzas conciliares.

El Concilio

2. Con ello, nos proponemos dar una respuesta a la inquietud, a la incertidumbre y a la inestabilidad que se manifiesta en algunos, y alentar igualmente a aquellos que buscan la verdadera renovación de la vida religiosa. La audacia de algunas transformaciones arbitrarias, una exagerada desconfianza en el pasado, aun cuando ofrece un testimonio de la sabiduría y del vigor de las tradiciones eclesiales, una, mentalidad demasiado preocupada por conformarse precipitadamente a las profundas transformaciones que agitan nuestro tiempo, han podido inducir a algunos a considerar caducas las formas especificas de la vida religiosa. ¿No se ha llegado incluso a hacer abusivamente apelación al Concilio para ponerla en discusión, hasta en sus mismos principios? Y sin embargo es bien sabido, que el Concilio ha reconocido a "este don especial" un puesto escogido en la vida de la Iglesia, porque permite a quienes lo han recibido conformarse más profundamente "a aquel genero de vida virginal y pobre que Cristo escogió para sí y que la Virgen, su Madre, abrazó"[2]. El Concilio le ha indicado también el camino para su renovación según el Evangelio"[3].

La tradición de la Iglesia

3. La tradición de la Iglesia —¿es necesario recordarlo?— nos ofrece desde los orígenes este testimonio privilegiado de una búsqueda constante de Dios, de un amor único e indiviso por Cristo, de una dedicación absoluta al crecimiento de su Reino. Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia entera correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder en penetración, la "sal" de la fe de disolverse en un mundo de secularización.

Desde los primeros siglos, el Espíritu Santo, junto a la heroica confesión de los mártires, ha suscitado la maravillosa firmeza de los discípulos y de las vírgenes, de los eremitas y de los anacoretas. La vida religiosa, estaba ya germinando y advirtió progresivamente la necesidad creciente de desarrollarse. y de articularse en formas diversas de vida comunitaria o solitaria para responder a la invitación insistente de Cristo: "No hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por el Reino de Dios, que no lo recobre multiplicado en el tiempo presente y en el siglo venidero la vida eterna"[4].

¿Quién se atrevería a sostener qué tal llamada no tiene va hoy día el mismo valor y vigor; que la Iglesia podría prescindir de estos testimonios excepcionales de la trascendencia del amor de Cristo, o que el mundo podría dejar indemnemente apagar estas luces, las cuales anuncian el reino de Dios con una libertad que no conoce obstáculos y que es vivida continuamente por millares de sus hijos e hijas?

Estima y afecto

4. Amadísimos hijos. e hijas, que mediante la práctica de los consejos evangélicos habéis querido seguir más fielmente a Cristo e imitarlo más fielmente, dedicando toda vuestra vida a Dios con una consagración particular, que se arraiga en la consagración bautismal, y la expresa con mayor plenitud: ¡Oh, si pudieseis comprender toda la estima y todo el afecto que nosotros os reservamos en el nombre de Cristo Jesús! Os encomendamos a nuestros queridísimos hermanos en el Episcopado, los cuales junto con los presbíteros, sus colaboradores en el sacerdocio, sienten la responsabilidad frente a la vida religiosa. Y pedimos a todos los seglares, a quienes "de manera propia, aunque no exclusiva, competen los compromisos y las actividades temporales" [5], que sepan comprender cuán precioso estímulo suponéis vosotros para ellos en la búsqueda de la santidad, a la cual están llamados ellos también por su bautismo en Cristo, para gloria del Padre [6].

Renovación

5. Ciertamente, no pocos elementos exteriores, recomendados por los fundadores de Ordenes o de Congregaciones religiosas, aparecen hoy día superados. Algunas sobrecargas o rigorismos, que se han ido acumulando a lo largo de los siglos, tienen necesidad de ser aligerados. Deben llevarse a efecto adaptaciones y también pueden buscarse e instituirse nuevas formas con la aprobación de la Iglesia. Este es precisamente el objetivo al cual desde hace algunos años, se está dedicando generosamente la mayor parte de los institutos religiosos experimentando, a veces con demasiada audacia, nuevos tipos de constituciones y de reglas. Lo sabemos muy bien y seguimos con atención este esfuerzo de renovación, querido por el Concilio [7].

Discernimientos necesarios

6. En el ámbito mismo de este proceso dinámico, en que el espíritu del mundo corre constantemente el riesgo de mezclarse con la acción del Espíritu Santo, ¿cómo ayudaros a realizar los necesarios discernimientos? ¿Cómo salvaguardar o alcanzar lo esencial? ¿Cómo beneficiarse de la experiencia del pasado y de la reflexión presente, para reforzar esta forma de vida evangélica? De acuerdo con la responsabilidad peculiar que el Señor nos ha confiado en su Iglesia —la de "confirmar a nuestros hermanos"[8]—, nosotros quisiéramos por nuestra parte estimularos a proceder con mayor seguridad y con una más gozosa confianza a lo largo del camino que habéis escogido. En la "búsqueda de la caridad perfecta" [9] que guía vuestra existencia, ¿qué otra actitud cabria en vosotros si no la de una disponibilidad total al Espíritu Santo que, actuando en la Iglesia, os llama a la libertad de hijos de Dios? [10]

LA VIDA RELIGIOSA

Las enseñanzas del Concilio

7. Queridos hijos e hijas: con una libre respuesta a la llamada del Espíritu Santo, habéis decidido seguir a Cristo consagrándoos totalmente a El. Los consejos evangélicos de castidad ofrecida con voto a Dios, de pobreza y de obediencia son ya la ley de vuestra existencia. "La autoridad de la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo —como nos lo recuerda el Concilio— se ha preocupado de interpretarlos, de regular su práctica, e incluso de fijar formas estables de vivirlos" [11]. De este modo reconoce y da carácter de autenticidad al estado de vida constituido por la profesión de los consejos evangélicos: "Mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, el cristiano hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas. Por el bautismo ha muerto al pecado y está consagrado a Dios; sin embargo para obtener de la gracia bautismal frutos más copiosos, por la profesión de los consejos evangélicos trata de liberarse de los impedimentos que podrían apartarle, del fervor de la caridad y de la perfección, del culto divino, y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. Esta consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos mas firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a la Iglesia, su esposa" [12].

Estas enseñanzas del Concilio ponen bien en claro la grandeza de esta donación, decidida por vosotros libremente, a imagen de aquella hecha por Cristo a su Iglesia y, como ella, total e irreversible. Precisamente pensando en el Reino de los Cielos, vosotros habéis hecho voto a Cristo, con generosidad y sin reservas, de estas fuerzas de amor, de esta necesidad de poseer y de está libertad para regular la propia vida, cosas todas ellas, tan preciosas para el hombre. Tal es vuestra consagración que se realiza en la Iglesia mediante su ministerio, ya sea el de sus representantes, los cuales, reciben la profesión religiosa, ya sea el de la comunidad cristiana, cuyo amor reconoce, recibe, sostiene y circunda a aquellos que en su seno hacen donación de sí mismos como signo viviente "que puede y debe impulsar eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana, ...y manifestarse ante todos los creyentes que los bienes, celestiales se hallan ya presentes en este mundo" [13].

I. FORMAS DE LA VIDA RELIGIOSA

Vida contemplativa

8. Algunos de vosotros habéis sido llamados a la vida denominada "contemplativa". Una atracción irresistible os arrastra hacia el Señor. Asidos fuertemente por Dios os abandonáis a su acción soberana que os levanta hacia El y os transforma en El, mientras os prepara para la contemplación eterna, que constituye nuestra común vocación. ¿Cómo podríais avanzar a lo largo de esté camino y ser fieles a la gracia que os anima, si no respondierais con todo vuestro ser, por medio de un dinamismo cuyo impulso es el amor, a esta llamada que os orienta de manera permanente hacia Dios? Considerad pues cualquier otra actividad, a la que no obstante debéis atender —relaciones con los hermanos, trabajo desinteresado o remunerado, necesario descanso—, como un testimonio, ofrecido al Señor, de vuestra intima, comunión con El para que os conceda aquella pureza de intención unificante, tan necesaria para encontrarlo en el momento mismo de la oración. De este modo contribuiréis a la extensión del Reino de Dios, con el testimonio de vuestra vida y con "una misteriosa fecundidad apostólica" [14].

Vida apostólica

9. Otros están consagrados al apostolado en aquella que es una misión esencial: el anuncio de la Palabra de Dios a aquellos que El pone en su camino para conducirlos a la fe. Tal gracia requiere una profunda unión con el Señor, la cual os consentirá transmitir el mensaje que el mundo puede entender. ¡Cuán necesario es pues que toda vuestra existencia os haga participar en su pasión, en su muerte y en su gloria![15].

Contemplación y apostolado

10. Cuando vuestra vocación os destina a otras funciones al servicio de los hombres, vida pastoral, misionera, enseñanza, obras de caridad, etc. ¿no será ante todo la intensidad de vuestra adhesión al Señor lo que las hará fecundas. Justamente según la medida de esta unión "en el secreto" [16]. Si quieren seguir siendo fieles a las enseñanzas del Concilio, "los miembros de todo Instituto, buscando a Dios ante todo, ¿no deben unir la contemplación, mediante la cual se adhieren a El con el corazón y el espíritu, y el amor apostólico que se esfuerza por asociarse a la obra de la Redención y por extender el Reino de Dios?" [17].

Carisma de los Fundadores

11. Sólo así podréis despertar de nuevo los corazones a la verdad y al amor divino, según el carisma de vuestros fundadores, suscitados por Dios en su Iglesia. No de otra manera insiste justamente el Concilio sobre la obligación, para religiosos y religiosas de ser fieles al Espíritu de sus fundadores, a sus intenciones evangélicas, al ejemplo de su santidad, poniendo en esto uno de los criterios más seguros para aquello que cada Instituto debería emprender[18]. El carisma de la vida religiosa, en realidad, lejos de ser un impulso nacido "de la carne y de la sangre"[19], u originado por una mentalidad que "se conforma al mundo presente"[20], es el fruto del Espíritu Santo que actúa siempre en la Iglesia.

Formas externas e impulso interior

12. Es precisamente aquí donde encuentra su medio de subsistencia el dinamismo propio de cada familia religiosa, porque si la llamada de Dios se renueva y se diferencia según las circunstancias mutables de lugar y de tiempo, requiere sin embargo constantes orientaciones. El impulso interior, propio de cada una, suscita en el seno de su existencia ciertas opciones fundamentales. La fidelidad a sus exigencias es la piedra de toque de la autenticidad de una vida religiosa. No lo olvidemos: toda institución humana está asediada por la esclerosis y amenazada por el formalismo. La regularidad exterior no bastaría por sí misma para garantizar el valor de una vida y su íntima coherencia. Por tanto es necesario reavivar incesantemente las formas exteriores por medio de este impulso interior, sin el cual quedarían convertidas bien pronto en una excesiva carga. A través de la diversidad de las formas, que dan a cada Instituto su fisonomía propia y tienen su raíz en la plenitud de la gracia de Cristo [21], la regla suprema de la vida religiosa, su norma última, es la de seguir a Cristo según las enseñanzas del Evangelio'. ¿No es quizá esta preocupación lo qué ha suscitado en la Iglesia, a lo largo de los siglos, la exigencia de una vida casta, pobre, obediente?

II.- COMPROMISOS ESENCIALES

Castidad consagrada

13. Sólo el amor de Dios —es necesario repetirlo— llama en forma decisiva a la castidad religiosa. Este amor, por lo demás, exige imperiosamente la caridad fraterna, que el religioso vivirá más profundamente con sus contemporáneos en el corazón, de Cristo. Con esta condición, el don de sí mismos, hecho a Dios y a los demás, será fuente de una paz profunda. Sin despreciar en ningún modo el amor humano y el matrimonio —¿no es él, según la fe, imagen y participación de la unión de amor que une a Cristo y la Iglesia?— [22], la castidad consagrada evoca esta unión de manera, mas inmediata y realiza aquella sublimación hacia la cual debería tender todo amor humano. Así, en el momento mismo en que este último se halla cada vez más amenazado por "un erotismo devastador" [23], ella debe ser, hoy más que nunca, comprendida y vivida con rectitud y generosidad. Siendo decididamente positiva, la castidad atestigua el amor preferencial hacia el Señor y simboliza, de la forma más eminente y absoluta, el misterio de la unión del Cuerpo místico a su Cabeza, de la Esposa a su eterno Esposo. Finalmente, ella alcanza, transforma y penetra en el ser humano hasta lo más intimo, mediante una misteriosa semejanza con Cristo.

Fuente de fecundidad espiritual

14. Por lo tanto os es necesario, queridos hijos e hijas, restituir toda su eficacia a la espiritualidad cristiana de la castidad consagrada. Cuando es realmente vivida, con la mirada puesta en el reino de los cielos, libera el corazón humano y se convierte así "como en un signo y un estímulo de la caridad y una fuente especial de fecundidad espiritual en el mundo"[24]. Aun cuando éste no siempre la reconoce, ella permanece en todo caso místicamente eficaz en medio de él.

Don de Dios

15. Por lo que a nosotros se refiere, nuestra convicción debe permanecer firme y segura: el valor y la fecundidad de la castidad, observada por amor de Dios en el celibato religioso, no encuentran su fundamento último sino en la palabra de Dios, en las enseñanzas de Cristo, en la vida de su Madre virgen, como también en la tradición apostólica, tal como ha sido afirmada incesantemente por la Iglesia. Se trata, efectivamente, de un don precioso que el Padre concede a algunos. Frágil y vulnerable a causa de la debilidad humana, queda expuesto a las contradicciones de la pura razón y en parte incomprensible para aquellos a quienes la luz del Verbo Encarnado no haya revelado de qué manera el "que haya perdido su vida" por El "la encontrará" [25].

Pobreza Consagrada

16. Siendo castos en el seguimiento de Cristo, vosotros queréis también vivir pobres, según su ejemplo, en el uso de los bienes de este mundo necesarios para el sustento cotidiano. Sobre este punto, por lo demás, nuestros contemporáneos os interpelan con particular insistencia. Ciertamente, los Institutos religiosos han de realizar una importante tarea en el marco de las obras de misericordia, de asistencia y de justicia social; y, al llevar a cabo este servicio, deben estar siempre atentos a las exigencias del Evangelio

El grito de los pobres

17. Más acuciante que nunca, vosotros sentís alzarse el "grito de los pobres" [26], desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva. ¿No es quizá para responder al reclamo de estas criaturas privilegiadas de Dios por lo que ha venido Cristo [27], llegando incluso hasta identificarse con ellos? [28]. En un mundo en pleno desarrollo, esta permanencia de masas y de individuos miserables es una llamada insistente a "una conversión de la mentalidad y de los comportamientos" [29], en particular para vosotros que seguís "más de cerca" a Cristo" [30], en su condición terrena de anonadamiento. Esta llamada —no lo ignoramos— resuena en vuestros corazones de una manera tan dramática que, a veces, algunos de vosotros sienten también la tentación de una acción violenta. Siendo discípulos de Cristo, ¿cómo podríais seguir una vida diferente a la suya? Ella no es, como bien sabéis, un movimiento de orden político o temporal, sino una llamada a la conversión de los corazones, a la liberación de todo impedimento temporal, al amor.

Pobreza y justicia

18. Y entonces, ¿cómo encontrará eco en vuestra existencia el grito de los pobres? El debe prohibiros, ante todo, lo que seria un compromiso con cualquier forma de injusticia social. Os obliga, además, a despertar las conciencias frente al drama de la miseria y a las exigencias de justicia social del Evangelio y de la Iglesia. Induce a algunos de vosotros a unirse a los pobres en su condición, a compartir sus ansias punzantes. Invita, por otra parte, a no pocos de vuestros Institutos a cambiar, poniendo algunas obras propias al servicio de los pobres, cosa que, por lo demás, ya muchos han actuado generosamente. Finalmente, os impone un uso de los bienes que se limite a cuanto se requiere para el cumplimiento de las funciones a las cuales estáis llamados. Es necesario que hagáis patente en vuestra vida cotidiana las pruebas, incluso externas, de la autentica pobreza.

Uso de los bienes del mundo


19. En una civilización y en un mundo, cuyo distintivo es un prodigioso movimiento de crecimiento material casi indefinido, ¿qué testimonio ofrecería un religioso que se dejase arrastrar por una búsqueda desenfrenada de las propias comodidades y encontrase normal concederse, sin discernimiento ni discreción, todo lo que le viene propuesto? Mientras para muchos ha aumentado el peligro de verse envueltos por la seductora seguridad del poseer, del saber y del poder, la llamada de Dios os coloca en el vértice de la conciencia cristiana esto es, recordar a las hombres que su progreso verdadero y total consiste en responder a su vocación de "participar, como hijos, a la vida del Dios viviente, Padre de todos los hombres" [31].

Vida de trabajo

20. Vosotros sabéis comprender igualmente el lamento de tantas vidas, arrastradas hacia el torbellino implacable del trabajo para el rendimiento, de la ganancia para el goce, del consumo que, a su vez, obliga a una fatiga a veces inhumana. Un aspecto esencial de vuestra pobreza sea pues el de atestiguar el sentido humano del trabajo, realizado en libertad de espíritu y restituido a su naturaleza de medio de sustentación y de servicio. ¿No ha puesto el Concilio, muy a propósito, el acento sobre vuestra necesaria sumisión a la "ley común del trabajo?" [32]. Ganar vuestra vida y la de vuestros hermanos o vuestras hermanas, ayudar a los pobres con vuestro trabajo: he ahí los deberes que incumben a vosotros. Pero vuestras actividades no pueden derogar la vocación de vuestros diversos Institutos ni comportar habitualmente trabajos tales que sustituyan a sus tareas específicas. Ellas no deberían llevaros, de ninguna manera, hacia la secularización con detrimento de la vida religiosa. Sed pues diligentes con el espíritu que os anima: ¡qué equivocación sería si os sintierais "valorizados" únicamente por la retribución de trabajos profanos!

Participación fraterna

21. La necesidad, hoy tan categórica, de que la participación fraterna debe conservar su valor evangélico. La expresión de la Didaché, "si compartís entre vosotros los bienes eternos, con mayor razón debéis compartir los bienes perecederos"[33]. La pobreza, vivida efectivamente poniendo en común los bienes, comprendido el salario, testimoniará la espiritual comunión que os une; será un reclamo viviente para todos los ricos y aportará también un alivio a vuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados. El legítimo deseo de ejercer una responsabilidad personal no se expresará en el goce de las propias rentas sino en la participación fraterna al bien común. Las formas de la pobreza de cada uno y de cada comunidad dependerán del tipo de Instituto y de la forma de obediencia que allí es practicada: así se realizará, según las particulares vocaciones, el carácter de dependencia, inherente a toda pobreza.

La exigencia evangélica

22. Vosotros dais constancia de ello, queridos hijos e hijas: las necesidades del mundo de hoy, si las sentís en íntima unión con Cristo, hacen más urgente y más profunda vuestra pobreza. Si os es necesario, evidentemente, tener en cuenta el ambiente humano en que vivís para adaptar a él vuestro estilo de vida, vuestra pobreza no podrá ser pura y simplemente una conformidad con las costumbres de tal ambiente. Su valor de testimonio le vendrá de una generosa respuesta a la exigencia evangélica en la fidelidad total a vuestra vocación y no solamente de una preocupación por aparecer pobres, la cual podría quedar demasiado superficial, evitando de todas maneras, formas de vida que denotarían una cierta afectación y vanidad. Aun reconociendo que ciertas situaciones pueden justificar el quitar un tipo de hábito, no podemos silenciar la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración[34] y se distinga, de alguna manera de las formas abiertamente seculares.

Obediencia consagrada

23. ¿No es la misma fidelidad la que inspira vuestra profesión de obediencia, a la luz de la fe y según el dinamismo propio de la caridad de Cristo? En efecto, mediante esta profesión, vosotros realizáis el ofrecimiento total de vuestra voluntad y entráis más decididamente y con más seguridad en su designio de salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo que ha venido a cumplir la voluntad del Padre, en comunión con Aquel que "sufriendo ha aprendido la obediencia" y "se ha hecho siervo de los propios hermanos", vosotros estáis vinculados "más estrechamente al servicio de la Iglesia" y de vuestros hermanos" [35].

Fraternidad evangélica y sacrificio

24. La aspiración evangélica a la fraternidad ha sido puesta muy de relieve por el Concilio: la Iglesia se ha definido como "el Pueblo de Dios", en el cual la jerarquía se pone al servicio de los miembros de Cristo, unidos entre sí por la misma caridad" [36]. Dentro del estado religioso, como en toda la Iglesia, se vive el mismo ministerio pascual de Cristo. El profundo sentido de la obediencia se revela en la plenitud de este misterio de muerte y resurrección, en el que se realiza de manera perfecta el destino sobrenatural, del hombre: es, efectivamente, a través del sacrificio, del sufrimiento y de la muerte como éste llega a la verdadera vida.

Ejercer la autoridad en medio de vuestros hermanos significa, pues, servirlos" [37]según el ejemplo de Aquel que "ha dado su vida para remisión de muchos" [38].

Autoridad y obediencia

25. Por tanto, la autoridad y la obediencia se ejercen al servicio del bien común, como dos aspectos complementarios de la misma participación a la ofrenda de Cristo: para aquellos que están constituidos en autoridad, se trata de servir en los hermanos el designio de amor del Padre, mientras, con la aceptación de sus directrices, los religiosos siguen el ejemplo del Maestro [39] y colaboran a la Obra de la salvación. Así lejos de estar en oposición, autoridad y libertad individual proceden al mismo paso en el cumplimiento de la voluntad de Dios, fraternamente buscada, a través de un confiado diálogo entre el superior y su hermano, cuando se trata de una situación personal, o a través de un acuerdo de carácter general en lo que atañe a la entera comunidad. En esta búsqueda, los religiosos sabrán evitar tanto la excesiva perturbación de los espíritus, como la preocupación por hacer prevalecer por encima del sentido profundo de la vida religiosa el atractivo de las opiniones corrientes. Es un deber de cada uno, pero particularmente de los superiores y de cuantos tienen una responsabilidad entre sus hermanos o sus hermanas, despertar en la comunidad la certeza de la fe que debe guiarlos. La búsqueda tiene como fin profundizar esta certeza y traducirla a la práctica en la vida diaria según las necesidades del momento y no ya ponerlas de algún modo en discusión. Este trabajo de búsqueda común debe, cuando sea el caso, concluirse con las decisiones de los superiores, cuya presencia y reconocimiento son indispensables en toda comunidad

En las necesidades de la vida cotidiana

26. Las modernas condiciones de la existencia influyen naturalmente en vuestro modo de vivir la obediencia. Muchos de vosotros, efectivamente, realizan parte de sus actividades fuera de las casas religiosas y ejercen una función en la cual tienen una especial competencia. Otros se sienten inclinados a colaborar en grupos de trabajo con régimen propio. El riesgo inherente a tales situaciones, ¿no es una invitación a confirmar y a profundizar el sentido de la obediencia? Para que esto sea verdaderamente beneficioso es necesario respetar algunas condiciones. Se debe, ante todo, comprobar si el trabajo asumido está en conformidad con la vocación del Instituto. Conviene también definir claramente los dos ámbitos. Sobre todo, es necesario saber pasar de la actividad externa a las exigencias de la vida común, preocupándose de garantizar toda su eficacia a los elementos de la vida propiamente religiosa. Uno de los deberes principales de los superiores es el de asegurar a sus hermanos y hermanas en religión las condiciones indispensables para su vida espiritual. Ahora bien, ¿cómo podrían cumplirlo sin la confiada colaboración de toda la comunidad?

Libertad y obediencia

27. Añadamos también esto: cuanto más ejerzáis vuestra responsabilidad, tanto más necesario resulta renovar, en su pleno significado, la donación, de vosotros mismos. El Señor impone a cada uno la obligación de "perder la propia vida", si quiere seguirlo [40]. Vosotros observaréis este mandato aceptando las directrices de vuestros superiores como una garantía de vuestra profesión religiosa que es "ofrenda total de vuestra voluntad personal como sacrificio de vosotros mismos a Dios" [41]. La obediencia cristiana es una sumisión incondicional al querer divino. Pero la vuestra, es más rigurosa porque, vosotros la habéis hecho objeto de una dedicación especial y el horizonte de vuestras opciones se ve limitado por vuestros compromisos. Es un acto completo de vuestra libertad que se halla al origen de vuestra condición presente: es deber vuestro hacerlo siempre más vivo, ya sea por vuestra propia iniciativa, ya sea con el asentimiento que prestáis de corazón a loa órdenes de vuestras superiores. Así, el Concilio enumera entre los beneficios del estado religioso "una libertad corroborada por la obediencia" [42], subrayando que tal obediencia "lejos de disminuir la dignidad de la persona humana, la conduce a la madurez, haciendo desarrollar la libertad hijos de Dios" [43].

Conciencia y obediencia

28. Y, sin embargo, ¿no es quizá posible que haya conflictos entre la autoridad del superior y la conciencia del religioso, "ese santuario, en el cual el hombre a solas con Dios y en el cual su voz se hace entender?" [44]. Es necesario repetirlo: la conciencia no es por sí sola el árbitro del valor moral de las acciones que inspira, sino que debe hacer referencia a normas objetivas y, si es necesario, reformarse y rectificarse. Hecha excepción de una orden que fuese manifiestamente contraria a las leyes de Dios o a las constituciones del Instituto, o que implicase un mal grave y cierto —en cuyo caso la obligación de obedecer no existe—, las decisiones del superior se refieren a un campo donde la valoración del bien mejor puede variar según los puntos de vista. Querer concluir, por el hecho de que una orden dada aparezca objetivamente menos buena, que ella es ilegitima y contraria a la conciencia, significaría desconocer, de manera poco real, la oscuridad y la ambigüedad de no pocas realidades humanas. Además, el rehusar la obediencia lleva consigo un daño, a veces grave, para el bien común. Un religioso no debería admitir fácilmente que haya contradicción entre el juicio de su conciencia y el de su superior. Esta situación excepcional comportará alguna vez un auténtico sufrimiento interior, según el ejemplo de Cristo mismo "que aprendió mediante el sufrimiento lo que significa la obediencia" [45].

La Cruz, prueba del más grande amor

29. Todo esto para decir a qué grado de renuncia compromete la práctica de la vida religiosa. Debéis pues experimentar algo del peso que atraía al Señor hacia su cruz, este "bautismo con él que debía ser bautizado", donde se habría encendido aquel fuego que os inflama también a vosotros [46]; algo de aquella "locura" que San Pablo desea para todos nosotros, porque solo ella nos hace sabios [47]. Sea la cruz para vosotros, como lo fue para Cristo, la prueba del amor más grande. ¿No existe quizá una relación misteriosa entre la renuncia y la alegría interior, entre el sacrificio y la amplitud de corazón, entre la disciplina y la libertad espiritual?

III.- ESTILO DE VIDA

Dar testimonio

30. Admitámoslo, hijos e hijas en Cristo: en el momento presente es difícil encontrar un estilo de vida que esté en armonía con estas exigencias. Demasiados estímulos contrarios os impulsan a buscar, ante todo, una acción humanamente eficaz. Pero, ¿no toca a vosotros dar ejemplo de una austeridad gozosa y equilibrada, aceptando las dificultades inherentes al trabajo y a las relaciones sociales y soportando pacientemente las pruebas de la vida con su angustiosa incertidumbre, como renuncias indispensables para la plenitud de la vida cristiana? Los religiosos, en efecto, "tienden a la santidad por el camino más estrecho" [48]. En medio de estas penas, grandes o pequeñas, vuestro fervor interior os hace descubrir la cruz de Cristo y os ayuda a aceptarlas con fe y amor.

Según el ejemplo de Cristo

31. Con esta condición vosotros daréis el testimonio que el Pueblo de Dios espera: si sois hombres y mujeres capaces de aceptar la incógnita de la pobreza, de ser atraídos por la sencillez y la humildad, amantes de la paz, libres de compromisos, espontáneos y tenaces, dulces y fuertes en la certeza de la fe, esta gracia os será dada por Jesucristo en proporción a la donación completa que hagáis de vosotros mismos, sin pretender retirarla jamás. La historia reciente de tantos religiosos y religiosas que han sufrido generosamente por Cristo en diversos países es una prueba elocuente de ello. A la vez que les expresamos nuestra admiración, los presentamos a la admiración de todos.

Fortalecer el hombre interior

32. En este camino, una preciosa ayuda os la ofrecen las formas de vida que ha impulsado a adoptar la experiencia, fiel a los carismas de los diversos Institutos, y de los cuales ella ha cambiado la síntesis, proponiendo además continuamente nuevas transformaciones. Aunque las modalidades sean diversas, estos medios están siempre ordenados a la formación del hombre interior. Y ha de ser el empeño por fortalecerlo el que os ayude a reconocer, en el ámbito de tan diversos estímulos, las formas de vida más adecuadas. Un excesivo deseo de flexibilidad y de espontaneidad creativas pueden, en efecto, llevar a tachar de rigidez aquel mínimo de regularidad en las costumbres, que exigen ordinariamente la vida de comunidad y la maduración de las personas. Impulsos desordenados, al reclamo de la caridad fraterna o de lo que se considera moción del Espíritu, incluso pueden llevar a la ruina las mismas instituciones.

Importancia del medio ambiente

33. No se debería, por tanto menospreciar la importancia del medio ambiente tanto en la orientación habitual de todo el ser, tan complejo y dividido, en la dirección del llamamiento divino, como en la integración espiritual de sus tendencias. ¿No se deja arrastrar frecuentemente el corazón por lo que pasa? Ahora bien, muchos estaréis obligados a conducir vuestra existencia, al menos en parte, en un mundo que tiende a desterrar al hombre de sí mismo y a comprometer, a la vez que su unidad espiritual, su unión con Dios. Es necesario pues que aprendáis a encontrarlo aun en esas condiciones de vida, marcadas por ritmos siempre más acelerados, por el ruido y por los estímulos de las realidades efímeras.

Para fortalecerse en Dios

34. ¿Quién no ve toda la ayuda que os ofrece, para llegar a esa unión, el ambiente fraternal de una existencia regulada, con sus normas de vida libremente aceptadas? Estas aparecen cada día más necesarias a quien "entra en su corazón"[49]en el sentido bíblico de la palabra, que expresa algo de lo más profundo de nuestros sentimientos, de nuestras ideas y de nuestros deseos, y está penetrado por la idea del infinito, del absoluto, de nuestro destino eterno. En la perturbación presente, los religiosos deben dar testimonio de ese hombre, al cual la adhesión vital al propio fin, es decir, al Dios viviente, ha realmente unificado y abierto, mediante la integración de todas sus facultades, la purificación de sus pensamientos, la espiritualización de sus sentidos, la profundidad y la perseverancia de su vida en Dios.

Necesario retiro del mundo

35. En la medida, por tanto, en que vosotros realizáis funciones externas, es necesario que aprendáis a pasar de estas actividades a la vida recogida, en la cual se vuelven a templar vuestras almas. Si realizáis verdaderamente la obra de Dios, notaréis en vosotros mismos la necesidad de momentos de retiro, que, junto con vuestros hermanos y vuestras hermanas de religión, transformaréis en momentos de plenitud. Dadas las excesivas ocupaciones y las tensiones de la vida moderna, conviene dar una particular importancia, junto al ritmo de la plegaria cotidiana, a esos momentos más prolongados de oración, que estén distribuidos a intervalos en los diversos periodos, según las posibilidades y la naturaleza de vuestras vocaciones. Si además, según vuestras constituciones, las casas a que pertenecéis practican ampliamente la hospitalidad fraterna, tocará a vosotros regular la frecuencia y el "estilo", con el fin de evitar cualquier perturbación inútil y facilitar a vuestros huéspedes la unión íntima con Dios.

Iniciación espiritual

36. Este es el sentido de la observancia que señala el ritmo de vuestra vida cotidiana. Lejos de considerarla bajo el aspecto único de obligación de una regla, una conciencia vigilante la juzga por los beneficios que aporta, al asegurar una más grande plenitud espiritual. Es necesario afirmarlo: la observancia religiosa requiere, mucho más que una instrucción racional o una educación de la voluntad, una verdadera iniciación orientada a cristianizar el ser hasta lo más profundo, según las Bienaventuranzas evangélicas.

Doctrina de vida

37. "Una doctrina probada para el logro de la perfección" [50] es considerada por el Concilio como uno de los patrimonios de los Institutos y uno de los beneficios más grandes que ellos os deben garantizar. Y como esta perfección consiste en avanzar siempre en el amor de Dios y de nuestros hermanos, es necesario entender tal "doctrina" de manera bien concreta, es decir como una doctrina de vida, que debe ser efectivamente vivida. Esto quiere decir que los esfuerzos de búsqueda, a los cuales se están dedicando los Institutos, no pueden consistir solamente en la realización de ciertas adaptaciones, determinadas por los cambios del mundo; por el contrarío deben favorecer un nuevo descubrimiento fecundo de los medios indispensables para conducir una existencia toda ella penetrada por el amor de Dios y de los hombres.

Edificación del hombre nuevo

38. Por consiguiente se impone la necesidad, tanto para las comunidades como para las personas que las constituyen, de pasar del estado "psíquico" a un estado verdaderamente "espiritual" [51]. "El hombre nuevo", del cual habla San Pablo, ¿no constituye acaso como la plenitud eclesial de Cristo y, juntamente, la participación de cada cristiano a esta plenitud? Tal orientación hará de las familias religiosas el ambiente vital que desarrollará el germen de vida divina, injertado por el bautismo en cada uno de vosotros y al cual vuestra consagración, íntegramente vivida, consentirá producir sus frutos con la mayor abundancia.

Sencillez acogedora de la vida comunitaria

39. Aun siendo imperfectos, como todo cristiano, os proponéis sin embargo crear un ambiente apto para favorecer el progreso espiritual de cada uno de los miembros. ¿Cómo se puede llegar a esto, si no es ahondando en el Señor vuestras relaciones con vuestros hermanos, aun las más ordinarias? La caridad —no lo olvidemos— debe ser como una activa esperanza de lo que los demás pueden llegar a ser gracias a nuestra ayuda fraterna. El signo de su autenticidad se comprueba por la gozosa sencillez con que todos se esfuerzan por comprender lo que cada uno anhela [52]. Si algunos religiosos dan la impresión de haberse quedado como apagados por su vida comunitaria, la que por el contrario hubiera debido hacerles abrirse, ¿no ocurrirá esto, porque falta en ella esa cordialidad comprensiva que alimenta la esperanza? Es indudable que el espíritu de grupo, las relaciones de amistad, la colaboración fraterna en un mismo apostolado, como también el apoyo mutuo en una comunidad de vida, elegida para servir mejor a Cristo, son otros tantos coeficientes preciosos en este camino cotidiano.

Pequeñas Comunidades

40. Desde este punto de vista, van surgiendo algunas tendencias ordenadas a crear comunidades más reducidas. Una especie de reacción espontánea contra el anonimato de las concentraciones urbanas, la necesidad, de adaptar el edificio de una comunidad al hábitat exiguo de las ciudades modernas y la necesidad misma de estar más próximos, por las condiciones de vida, a una población que ha de ser evangelizada, son motivos que inducen a algunos Institutos a proyectar preferentemente la fundación de comunidades con un reducido número de miembros. Estas pueden favorecer también el desarrollo de relaciones más estrechas entre religiosos y una asunción recíproca y más fraterna de las responsabilidades. Sin embargo, si un determinado esquema puede efectivamente favorecer la creación de un clima espiritual, sería ilusorio creer que ello baste para desarrollarlo. Las comunidades pequeñas, más que ofrecer una forma de vida más fácil, se revelan por el contrario más exigentes para sus miembros.

Grandes Comunidades

41. Por otra parte, sigue siendo verdad que las comunidades numerosas son particularmente convenientes para muchos religiosos. Pueden ser exigidas además por la naturaleza de un servicio caritativo, por determinados trabajos de carácter intelectual o por la actuación de la vida contemplativa o monástica: reine siempre en ellas la unidad perfecta de corazones y de almas, en plena correspondencia con el fin espiritual y sobrenatural al cual tienden. Por lo demás, prescindiendo de sus dimensiones, las comunidades grandes o pequeñas, no podrán ayudar a sus miembros más que permaneciendo constantemente animadas por espíritu evangélico, alimentadas por la oración y generosamente marcadas por la mortificación del hombre viejo, por la necesaria disciplina para la formación del hombre nuevo y por la fecundidad del sacrificio de la Cruz.

IV. RENOVACIÓN Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Deseo de Dios

42. ¿Cómo no vais a desear, queridos religiosos y religiosas, conocer mejor a Aquél que amáis y queréis manifestar a los hombres? ¡Con El os une la oración! Si hubierais perdido el gusto por ésta, sentiríais nuevamente el deseo poniéndoos humildemente a orar. No olvidéis por lo demás el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa.

Oración

43. Descubrimiento de la intimidad divina, exigencia de adoración, necesidad de intercesión: la experiencia de la santidad cristiana nos demuestra la fecundidad de la oración, en la cual Dios se manifiesta al espíritu y al corazón de sus siervos. El Señor nos da este conocimiento de sí mismo en el fuego del amor. Son múltiples los dones del Espíritu, pero ellos nos permiten siempre gustar este conocimiento íntimo y verdadero del Señor, sin el cual no lograríamos ni comprender el valor de la vida cristiana y religiosa, ni poseer la fuerza para progresar en ella con la alegría de una esperanza que no decepciona.

El espíritu de oración penetra la vida fraterna

44. Ciertamente el Espíritu Santo os da también la gracia de descubrir el rostro del Señor en el corazón de los hombres, que El mismo os enseña a amar como hermanos. Y os ayuda a recoger las manifestaciones de su amor en medio de la trama de los acontecimientos. Con la atención humildemente dirigida hacia los hombres y hacia las cosas, el Espíritu de Jesús nos ilumina y nos enriquece con su sabiduría, con tal de que estemos profundamente penetrados por el espíritu de oración.

Necesidad de vida interior

45. ¿No es quizá una de las miserias de nuestro tiempo el desequilibrio "entre las condiciones colectivas de la existencia y las exigencias del pensamiento personal y de la misma contemplación"? [53]. ¡Muchos hombres —y entre ellos muchos jóvenes— han perdido el sentido de su propia vida y están ansiosamente en busca de las dimensiones contemplativas de su ser, sin pensar que Cristo, por medio de su Iglesia, podría dar una respuesta a sus expectativas! Hechos de este tipo os deberían llevar a reflexionar seriamente sobre lo que los hombres tienen derecho a esperar de vosotros, que os habéis comprometido formalmente a vivir al servicio del Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" [54]. Tened pues conciencia de la importancia de la oración en vuestra vida y aprended a dedicaros generosamente a ella: la fidelidad a la oración cotidiana seguirá siendo para cada uno y cada una de vosotros una necesidad fundamental y debe ocupar el primer puesto en vuestras constituciones y en vuestra vida.

Silencio

46. El hombre interior ve en el tiempo de silencio como una exigencia del amor divino, y lo es normalmente necesaria una cierta soledad para sentir a Dios que le "habla al corazón" [55]. Es necesario subrayarlo: un silencio que fuese simplemente ausencia palabras, en el cual no podría templarse el alma, estaría evidentemente privado de todo valor espiritual y podría por el contrario servir de perjuicio a la caridad fraterna si en aquel momento fuese urgente entrar en contacto con los demás. En cambio, la búsqueda de la intimidad con Díos lleva consigo la necesidad verdadera vital de un silencio de todo el ser, ya sea para quienes deben encontrar a Dios incluso en medio del estruendo, ya sea para los contemplativos" [56]. La fe, la esperanza, un amor a Dios dispuesto a acoger los dones del Espíritu, como también un amor fraterno abierto al misterio de los demás, implican como exigencia propia una necesidad de silencio.

Vida litúrgica

47. Finalmente, ¿es necesario recordaros el puesto especialísimo que ocupa en la vida de vuestras comunidades la liturgia de la Iglesia cuyo centro es el sacrificio eucarístico, en el cual la oración interior se une al culto externo? [57]. En el momento de vuestra profesión religiosa habéis sido ofrecidos a Dios por la Iglesia, en íntima unión con el sacrificio eucarístico [58]. Día tras día, este ofrecimiento de vosotros mismos debe convertirse en realidad, concreta y continuamente vivida. La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es la fuente primaria de tal renovación [59]; vuestra voluntad de amar verdaderamente y hasta la donación de la vida se robustezca incesantemente en ella.

La Eucaristía, corazón de la comunidad y fuente de vida

48. Reunidas en su nombre, vuestras comunidades tienen de por sí como centro la Eucaristía "sacramento de amor, signo de unidad, vínculo de caridad" [60]. Es pues normal que ellas se encuentren visiblemente reunidas en torno a un oratorio, donde la presencia de la sagrada Eucaristía expresa y realiza a la vez lo que debe ser la principal misión de toda familia religiosa, como por otra parte, de toda asamblea cristiana. La Eucaristía, gracias a la cual no cesamos de anunciar la muerte y la resurrección del Señor y de prepararnos a su venida gloriosa, trae constantemente a la memoria los sufrimientos físicos y morales que agobiaron a Cristo y que sin embargo habían sido aceptados libremente por El hasta la agonía y la muerte en la cruz. Las pruebas que vais a encontrar, sean para vosotros la ocasión de llevar juntamente con el Señor y ofrecer al Padre tantas desgracias y sufrimientos injustos que afligen a nuestros hermanos y a los cuales sólo el sacrificio de Cristo puede dar, en la fe, un significado.

Fecundidad espiritual para el mundo

49. De esta manera, también el mundo está presente en el centro de vuestra vida de oración y de ofrenda, como el Concilio ha explicado vigorosamente: "Y nadie piense que los religiosos, por su consagración, se hacen extraños a los hombres o inútiles para la sociedad terrena. Porque, si bien en algunos casos no sirven directamente a sus contemporáneos, los tienen sin embargo presentes de manera más intima en las entrañas de Cristo y cooperan espiritualmente con ellos, para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en el Señor y se ordene a El, no sea que trabajen en vano quiénes la edifican" [61].

Participación en la misión de la Iglesia

50. Esta participación en la misión de la Iglesia —insiste el Concilio— no puede lograrse sin una apertura y una colaboración a sus "iniciativas y a los fines que ella persigue en los varios campos, como en el bíblico, litúrgico, dogmático, pastoral, ecuménico, misionero y social" [62]. Preocupados por tomar parte en la pastoral de conjunto, lo haréis ciertamente, siempre "en él respeto del carácter propio de cada Instituto", recordando que la exención atañe sobre todo a su estructura interna que no os dispensa de someteros a la jurisdicción de los obispos responsables "en cuanto lo requieran tanto el cumplimiento del cargo pastoral de estos, como la debida ordenación de la cura de almas" [63].

Por lo demás, ¿no debéis vosotros, más que nadie, recordar sin descanso que la acción de la Iglesia continúa la del Salvador en beneficio de los hombres sólo cuando entra en el dinamismo de Cristo mismo que devuelve todo a su Padre: "Todo es vuestro; pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios"? [64]. La llamada de Dios, en efecto, os orienta, de la manera más directa y más eficaz, en el sentido del Reino eterno. A través de las tensiones espirituales, inevitables en toda vida que sea verdaderamente religiosa, vosotros dais testimonio "en forma luminosa y singular, de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas" [65].

LLAMAMIENTO FINAL

Para una autentica renovación de la vida religiosa

51. Queridos hijos e hijas en Cristo: la vida religiosa, para renovarse, debe adaptar sus formas accidentales a algunos cambios que atañen, con una rapidez y una amplitud crecientes, a las condiciones de toda existencia humana. Pero, ¿cómo llegar a eso manteniendo las "formas estables de vida"[66]reconocidas por la Iglesia, si no mediante una renovación de la auténtica e íntegra vocación de vuestros Institutos? Para un ser que vive, la adaptación a su ambiente no consiste en abandonar su verdadera identidad, sino más bien en robustecerse dentro de la vitalidad que le es propia. La profunda comprensión de las tendencias actuales y de las exigencias del mundo moderno debe hacer que vuestras fuentes broten con renovado vigor y frescura. Tal compromiso es exaltante en proporción a las dificultades.

Necesidad de testimonio evangélico en el mundo de hoy

52. Una pregunta apremiante nos abruma hoy; ¿cómo hacer penetrar el mensaje evangélico en la civilización de masas? ¿Cómo actuar a niveles donde se elabora una nueva cultura, donde se va creando un nuevo tipo de hombre, que cree no tener ya necesidad de redención? Estando todos llamados a la contemplación del misterio de la salvación, os dais cuenta del serio empeño que de tales interrogantes deriva para vuestras existencias y qué estímulo para vuestro celo apostólico.

Queridos religiosos y religiosa: según las modalidades que la llamada de Dios pide a vuestras familias espirituales, vosotros debéis seguir con ojos bien abiertos las necesidades de los hombres, sus problemas, sus búsquedas, testimoniando en medio de ellos, con la oración y con la acción, la eficacia de la Buena Nueva de amor, de justicia y de paz. La aspiración de la humanidad a una vida más fraterna, a nivel de las personas y de las naciones, exige ante todo una transformación de las costumbres, de las mentalidades y de la conciencia. Tal misión, común a todo el Pueblo de Dios, es vuestra por título particular. ¿Cómo cumplirla si falta ese gusto del absoluto, que es el fruto de una cierta experiencia de Dios? Esto equivale a subrayar cómo la autentica renovación de la vida religiosa sea de capital importancia para la renovación misma de la Iglesia y del mundo.

Testimonio viviente del amor del Señor

53. Este mundo, hoy más que nunca, tiene necesidad de ver en vosotros hombres y mujeres que han creído en la Palabra del Señor, en su Resurrección y en la vida eterna hasta el punto de empeñar su vida terrena para dar testimonio de la realidad de este amor que se ofrece a todos los hombres. La Iglesia no ha cesado de ser vivificada en el curso de la historia y de alegrarse por tantos religiosos y religiosas que, en la diversidad de sus vocaciones, fueron testimonios vivientes de un amor sin límites a Jesucristo. Esta gracia, ¿no es para el hombre de hoy como un soplo vivificador venido desde lo infinito, como una liberación de sí mismo en la perspectiva de un gozo eterno y absoluto?

Abiertos a este gozo divino, renovando la afirmación de la realidad de la fe e interpretando cristianamente a su luz las necesidades del mundo, vivís generosamente las exigencias de vuestra vocación. Ha llegado el momento de esperar con la máxima seriedad una rectificación de vuestras conciencias si fuera necesario y también una revisión de toda vuestra vida para una mayor fidelidad.

Llamamiento a todos los Religiosos y Religiosas

54. Contemplándoos con la ternura del Señor cuando llamaba a sus discípulos "pequeña grey" y les anunciaba que su Padre se había complacido en darles el Reino [67] nosotros os suplicamos: conservad la sencillez de los "más pequeños" del Evangelio. Sabed encontrarla en el íntimo y más cordial trato con Cristo o en el contacto directo con vuestros hermanos. Conoceréis entonces "el rebosar de gozo por la acción del Espíritu Santo" que es de aquellos que son introducidos en los secretos del Reino. No busquéis entrar a formar parte de aquellos "sabios y prudentes", cuyo número tiende a multiplicarse, para quienes tales secretos están escondidos [68]. Sed verdaderamente pobres, mansos, hambrientos de santidad, misericordiosos, puros de corazón; sed de aquellos, gracias a los cuales el mundo conocerá la paz de Dios" [69].

Irradiación fecunda de vuestro gozo

55. La alegría de pertenecer a El para siempre es un incomparable fruto del Espíritu Santo que vosotros ya habéis saboreado. Animados por este gozo, que Cristo os conservará en medio de las pruebas, sabed mirar con confianza el porvenir. Este gozo, en la medida en que se irradiará desde vuestras comunidades será para todos la prueba de que el estado de vida escogido por vosotros os ayuda, a través de la triple renuncia de vuestra profesión religiosa, a realizar la máxima expansión de vuestra vida en Cristo. Mirando a vosotros y a vuestras vidas, los jóvenes podrán comprender bien la llamada que Jesús no cesará jamás de hacer resonar en medio de ellos [70]. El Concilio, en efecto, os lo recuerda: "El ejemplo de vuestra vida es la mejor recomendación del Instituto y la más eficaz invitación a abrazar la vida religiosa"[71].

Además, no hay duda de que demostrándoos profunda estima y gran afecto, obispos, sacerdotes, padres y educadores cristianos despertarán en muchos el deseo de caminar en pos de vosotros, respondiendo a la llamada de Cristo que no cesa de resonar en sus discípulos.

Oración y María

55. Que la Madre amadísima del Señor, bajo cuyo ejemplo habéis consagrado a Dios vuestra vida, os alcance, en vuestro camino diario, aquella alegría inalterable que solo Jesús puede dar. Que vuestra vida, siguiendo su ejemplo, logre dar testimonio de "aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, asociados en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" [72]. Hijos e hijas amadísimos: que el gozo del Señor transfigure vuestra vida consagrada y la fecunde su amor. En su nombre, de todo corazón, os bendecimos.

Vaticano, en la Fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de 1971, noveno de nuestro Pontificado.

PAULUS PP. VI


Notas:

[1] Exhortación Il tempio massimo, 2 de julio de1962, AAS 54, 1962, pp. 508-517.

[2] Const. Dogm. Lumen Gentium, cap. VI,46, AAS 57, 1965. p. 52.

[3] Decr. Perfectae caritatis, AAS 58, 1966, pp. 702-713.

[4] Lc 18, 29-30.

[5] Cfr. Const. Past. Gaudium et spes, 43, AAS 58, 1966, p. 1062.

[6] Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium, 5, AAS 57, 1965, pp. 44-49.

[7] Cfr. Motu proprio Ecclesiae Sanctae del 6 de agosto de 1966, en AAS 58, 1966, pp. 757 ss.; Instr. Renovationis causam del 6 de enero de 1969, en AAS 61, 1969, pp. 103 ss.

[8] Lc 22. 32.

[9] Cfr. Decr. Perfectae caritatis. I AAS 58, 1966, p. 702.

[10] Cfr. Gal 5, 13; 2 Cor. 3, 17.

[11] Const. Dogm. Lumen Gentium, 43, AAS 57, 196S p. 49.

[12] Const. Dogm. Lumen Gentium, 44. AAS 57. 1965 p. 50.

[13] Const. Dogm. Lumen Gentium, 44, AAS 57, 1965, pp. 50-51.

[14] Decr. Perfectae caritatis, 7, AAS 58, 1966, p. 705.

[15] Cfr. Fil 3, 10-11.

[16] Cfr. Mt 6. 6.

[17] Cfr. Decr. Perfectae caritatis, 5, AAS 58. 1966, p. 705.

[18] Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium, 45. AAS, 57, 1965, pp. 51-52; Decr. Perfectae caritatis, 2, AAS 58, 1966, p. 703.

[19] Cfr. Jn 1, 73.

[20] Cfr. Rom 12, 2.

[21] Cfr. 1 Cor 12. 12-30.

[22] Cfr. Const. Past. Gaudium et spes, 48, AAS 58, 1966, pp. 1067-1069; cfr. Ef 5, 25 y 32.

[23] Cfr. Discurso a los Grupos “Notre Dame”, 4 de mayo de 1970, AAS 62, 1970, p. 429.

[24] Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium, 42, AAS 57, 1965, p. 48

[25] Cfr. Mt 10, 39; 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; Jn 12, 25.

[26] Cfr. Sal 9, 13; Job 34, 28; Prov 21, 13.

[27] Cfr. Lc 4, 18; 6. 20.

[28] Cfr. Mt 25, 35-40.

[29] Const. Past. Gaudium et spes, 63. AAS 58, 1966, p 1085. .

[30] Cfr. Mt 19, 21; 2Cor 8, 9.

[31] Enc. Populorum Progressio, 21, AAS 59, 1967, p. 268.

[32] Decr. Perfectae caritatis, 13, AAS 58, 1966, p. 708.

[33] Didaché, IV, 8; cfr. Act 4. 32.

[34] Cfr. Decr. Perfectae caritatis. 17, AAS 58, 1966, p. 710

[35] Cfr. Ibid, 14, p. 709; Jn 4, 34; 5, 30; 10, 15-18; Heb 5, 8 ;10, 7; Ps 40 (39), 8-9.

[36] Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium, cap. I-III, AAS 57, 1965, pp. 5-36.

[37] Cfr. Lc 22. 26-27; Jn 13, 14.

[38] Mt 20, 28; Cfr. Fil 2, 8.

[39] Cfr. Lc 2, 51.

[40] Cfr. Lc 9, 23-24.

[41] Decr. Perfectae caritatis, 14, AAS 58, 1966, p. 708.

[42] Const. Dogm. Lumen Gentium, 43, AAS 57, 1965, p. 49

[43] Decr. Perfectae caritatis, 14, AAS 58, 1966, p. 709.

[44] Const. Past. Gaudium et spes, 16, AAS 58, 1966, E 1037.

[45] Heb 5, 8.

[46] Cfr. Lc 12, 49-50

[47] Cfr. 1Cor 3. 18-19.

[48] Cfr. Const. Dogm.Lumen Gentium, 13, AAS, 57, 1965, p. 49.

[49] Cfr. Is 46, 8.

[50] Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium. 43, AAS 57, 196. p. 49,

[51] Cfr. 1Cor 2, 14-157

[52] Cfr. Gal 6, 2.

[53] Const. Past. Gaudium et spes, 8, AAS 58, 1966, p. 1030

[54] Jn 1, 9.

[55] Cfr. Os 2, 14.

[56] Cfr. Instr. Sobre la vida contemplativa Venite seorsum del 15 de agosto de 1969, AAS 61, 1969 pp. 674-690; Mensaje de los religiosos contemplativos al Sínodo de Obispos, del 10 de octubre de 1967, en La Documentation Catholique, 64, París 1967. col. 1907-1910.

[57] Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, AAS 56, 1964, PP. 97-134.

[58] Cfr. Ritual de la Profesión religiosa.

[59] Cfr. Decr. Perfectae caritatis, 15, AAS 58, 1966, p. 709.

[60] Const. Sacrosanctum Concilium. 47, AAS 56. 1964, p. 113.

[61] Const. Dogm. Lumen Gentium, 46, AAS 57, 1965, p. 52.

[62] Decr. Perfectae caritatis, 2. AAS 58. 1966, p. 703.

[63] Cfr. Decr. Christus Dominus, 35. AAS 58, 1966, p. 691.

[64] 1Cor 3. 22-23; cfr. Const. Past. Gaudium et spes, 37, AAS. 58, 1966; p. 1055.

[65] Const. Dogm. Lumen Gentium, 31, AAS 57, 1965, p. 37.

[66] Cfr. Const. Dogm. Lumen Gentium, 43, AAS 57, 1965, p. 49.

[67] Cfr. Lc 12, 32.

[68] Cfr. Lc 10. 21.

[69] Cfr. Mt 5, 3-11.

[70] Mt 19, 11-12; 1Cor 7, 34.

[71] Cfr. Decr. Perfectae caritatis, 24, AAS 58,1966, p. 712.

[72] Const. Dogm. Lumen Gentium, 65, AAS 57, 1965,p 65.