PÍO XII
DISCURSO A LAS MADRES DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA
26 DE OCTUBRE DE 1941
Nuestra mirada se transporta a los confines de Italia y del Mundo, abrazando a todos los queridos niños, flores de la Humanidad y alegrías de sus madres. El Papa XI, en su encíclica Divini illius Magistri (1929), trató en profundidad la educación cristiana de la juventud. Después de haber determinado el papel que tienen la Iglesia, la Familia y el Estado, constata con dolor cómo, con demasiada frecuencia, los padres están poco o nada preparados para su papel de educadores; Conspiró con los pastores de almas “para hacer todo lo posible para que los padres conozcan bien, no sólo en general, sino también en detalle, sus deberes respecto a la educación religiosa, moral y cívica de sus hijos, y también los métodos más adecuados para lograr dicha educación, además del buen ejemplo de su propia vida”.
En las madres de familia -y también en las personas que las ayudan- vemos a las primeras y más íntimas educadoras de las almas de los pequeños que deben ser educados en la piedad y en la virtud.
No nos detendremos aquí en recordar la grandeza y la necesidad de esta obra de educación en el hogar ni la obligación de una madre de no descuidarla, de no hacerla a medias, de no dedicarse a ella con negligencia. Hablando a nuestras queridas hijas, sabemos bien que en esta obligación ellas ven el primero de sus deberes de madres cristianas y una función en la que nadie podría sustituirlas. Pero no basta tener la conciencia y la voluntad de llevar a cabo este deber; Tienes que asegurarte de llevarlo bien.
Necesidad de una preparación seria para el difícil trabajo de la educación
Pío XI ya deploraba: “Cuando a nadie se le ocurriría hacerse, sin preparación, mecánico o ingeniero, médico o abogado, pues bien, cada día numerosos jóvenes se casan y se unen sin haber pensado ni un solo momento en los arduos deberes que les esperan en la educación de sus hijos”. San Gregorio Magno no llega a llamar a todo gobierno de las almas ars artium, el arte de las artes; Es un arte laborioso formar las almas de los pequeños, almas nuevas, flexibles y por lo tanto, fáciles de deformar siguiendo una impresión imprudente o una incitación engañosa, almas entre las más difíciles y delicadas de conducir, almas sobre las que una influencia desastrosa o una negligencia culpable son capaces de imprimir huellas indelebles y perversas. Felices aquellos hijos que encuentran en su Madre un segundo ángel custodio junto a su cuna para inspirarles el bien y mostrarles el camino… Sólo podemos exhortarlas a desarrollar cada vez más las hermosas instituciones que, como la Semana de la Madre, se comprometen en formar educadores conscientes de la grandeza de su misión y llenos de reserva frente al mal, celosos del bien. ¡Es en este sentimiento de mujer y madre donde encontramos toda la dignidad y veneración de la fiel compañera del Hombre, que es el centro, el apoyo y el faro del hogar familiar!
Acción educativa de la madre durante la infancia
Luz oportuna que irradiáis desde vuestra Unión de Acción Católica a través del Apostolado de la Cuna y de la Madre de los pequeños, que os preocupáis de formar y ayudar a las jóvenes esposas incluso antes del nacimiento de sus hijos y luego durante la primera infancia. A imitación de los ángeles, os convertís en las guardianas de la madre y del niño que lleva en su seno, y cuando el bebé nace, os acercáis a la cuna donde hace sus ruiditos y asistís a la madre que, desde su pecho y sus sonrisas, nutre el cuerpo y el alma de este pequeño ángel del Cielo. (Nota: Ángeles: Pío XIII se dirige evidentemente aquí a las madres de los niños bautizados inmediatamente después del nacimiento o, como máximo, al día siguiente, como es una obligación gravísima de los padres y como ha hecho siempre la Iglesia. Dios confió a la mujer la misión sagrada y dolorosa, pero también fuente de pura alegría, de la maternidad (cf. Juan XVI, 21). La madre, más que cualquier otra persona, es la encargada de la educación inicial del niño durante los primeros meses y años. No hablaremos de los legados secretos transmitidos por los padres a sus hijos, que tienen una influencia tan considerable en la formación de su carácter: legados que a veces denuncian la vida rebelde de padres tan responsables que hacen quizás muy difícil para sus descendientes la práctica de una verdadera vida de piedad. Padres y madres, preparad desde antes del nacimiento del niño la pureza del ambiente familiar en el que sus ojos y su alma se abrirán a la luz y a la vida. Vosotras, oh madres, porque sois más sensibles, debéis, durante la infancia de vuestros hijos, seguirlos en cada momento con vuestra mirada atenta, velando por el desarrollo y la salud de su pequeño cuerpo, que es carne de vuestra carne y fruto de vuestro seno materno. Pensad que estos pequeños, hechos hijos de Dios por el bautismo, son los predilectos de Cristo y que sus ángeles ven el rostro del Padre celestial (Mt 18,10): también vosotros, velando por estos pequeños, fortaleciéndolos, educándolos, debéis ser otros ángeles que, con vuestro cuidado y ejerciendo vuestra vigilancia, tengan siempre la mirada elevada hacia el Cielo. Desde la cuna, debéis comenzar su educación, no sólo física sino espiritual; Porque si no los educamos, ellos se educarán solos, para bien o para mal. Muchos de los comportamientos que observamos en la adolescencia y la adultez tienen su origen en patrones de crecimiento temprano en la infancia; los hábitos adquiridos a una edad muy temprana quizá más tarde se conviertan en un severo obstáculo para la vida espiritual del alma. Pondréis, pues, toda vuestra atención en que los cuidados que prestéis a vuestros hijos sean conformes a las exigencias de una higiene perfecta, a fin de preparar y fortalecer en ellos, para el momento en que despierte el uso de su razón, facultades corporales y órganos sanos, robustos y sin desviaciones; Por eso es deseable que la madre amamante ella misma a su bebé. ¿Quién puede comprender las misteriosas influencias que ejerce sobre esta pequeña criatura la nodriza de quien depende enteramente su desarrollo?
¿No habéis observado nunca esos ojitos abiertos e interrogadores, siempre en movimiento, deslizándose sobre mil objetos, siguiendo un movimiento o un gesto, manifestando ya alegría y dolor, cólera y terquedad, signos de las pequeñas pasiones que anidan en el corazón humano, antes de que los pequeños labios hayan aprendido a articular una palabra? No os sorprendáis. No nacemos con conocimientos innatos ni con recuerdos de un pasado ya vivido. El espíritu de un niño pequeño es una página en la que nada está escrito: allí estarán grabadas las imágenes y los pensamientos de las cosas que encuentra de hora en hora, desde la cuna hasta la tumba, sus ojos y otros sentidos, externos e internos, que le transmiten la vida del mundo. Un instinto irresistible hacia la Verdad y el Bien conduce al “alma simple que nada sabe” hacia las cosas sensibles; Toda esta sensibilidad, todas estas sensaciones, a través de las cuales la inteligencia y la voluntad se manifiestan y despiertan, necesitan una educación, una dirección vigilante para evitar que se distorsione el despertar y el funcionamiento regular de tan nobles facultades espirituales. A partir de ese momento, el pequeño, bajo una mirada tierna, bajo una palabra imperativa, deberá aprender a no ceder a todas sus impresiones, a discernir con el desarrollo de su razón y a dominar la motilidad de sus sensaciones, para comenzar, bajo la dirección y las advertencias de su madre, la obra de su educación.
Estudiad al niño en su corta edad. Si lo conocéis bien, lo educaréis bien; no tomaréis su naturaleza de manera equivocada o torcida; Podréis comprenderlo y ceder, pero no de forma inadecuada: ¡no todos los niños están dotados de buen carácter!
Educación de la inteligencia
Educad la inteligencia de vuestros pequeños. No les deis ideas falsas ni razones falsas de las cosas; no respondáis a sus preguntas con trivialidades o afirmaciones falsas a las que sus mentes rara vez ceden; pero aprovechad estas preguntas para orientar, con paciencia y amor, su espíritu que no desea nada más que abrirse a la Verdad y aprender a conquistarla por la vía todavía inocente de las primeras reflexiones. ¿Quién puede decir todo lo que tantas mentes humanas deben a estas preguntas y consultas lejanas y confiadas de la infancia, intercambiadas en el seno del hogar?
Educación del carácter
Educar el carácter; mitigar o corregir sus defectos; crecer y cultivar buenas cualidades y unirlas a esta firmeza que es el preludio de resoluciones sólidas a lo largo de la vida. Los hijos, sintiendo sobre ellos, a medida que empiezan a pensar y a querer, una buena voluntad paterna y materna, ignorante de la violencia y de la cólera, constante y fuerte, libre de debilidad o de inconsistencia, aprenderán pronto a ver en ella a la intérprete de una voluntad superior, la de Dios, y así arraigarán en su alma estos primeros y poderosos hábitos morales que forman y sostienen un carácter, dispuesto a dominarse frente a los inconvenientes y a la adversidad, a no retroceder ni ante la lucha ni ante el sacrificio, imbuido de un profundo sentido del deber cristiano.
Educación del corazón
¡Qué depravaciones preparan con demasiada frecuencia en el corazón de los niños las bienaventuradas admiraciones y alabanzas, las solicitudes imprudentes, las condescendencias de unos padres cegados por un amor mal comprendido, que acostumbran a estos pequeños corazones inconstantes a ver todo gravitar a su alrededor, sometiéndose a sus voluntades y caprichos, y arraigando así en ellos el germen de un egoísmo desenfrenado, del que los padres serán las primeras víctimas!
¡Cuántas capacidades de cariño, de bondad, de devoción o de obediencia duermen en el corazón del pequeño! Vosotras, oh madres, las despertaréis, las cultivaréis, las dirigiréis, las elevaréis hacia quienes deben santificarlas: Jesús y María. La Madre Celestial abrirá este corazón a la piedad, le enseñará a ofrecer al divino Amigo de los pequeños, con la oración, sus sacrificios y sus victorias llenas de candor y de inocencia, a sentir también compasión por los pobres y los miserables.
La educación de la voluntad durante la adolescencia
Pero llegará el día en que el corazón de este niño sentirá el despertar de impulsos e inclinaciones que perturbarán el hermoso cielo de la primera edad. En esta prueba, acordaos, oh madres, que educar el corazón significa educar la voluntad, para que se oponga a las asechanzas del Mal y a los engaños de las pasiones; en este paso hacia la pureza consciente y victoriosa de la adolescencia, vuestro papel es capital. Debéis preparar a vuestros hijos e hijas para atravesar con valentía este período de crisis y de transformación física, como quien pasa entre serpientes, sin perder nada de la alegría de la inocencia, pero manteniendo ese instinto natural del pudor... freno a las pasiones demasiado propensas a desbordarse y perderse. Evitaréis que este sentimiento de pudor, hermano del sentimiento religioso, en su modestia espontánea, hoy poco considerada, sea arrebatado a vuestros hijos por el vestido, la manera de vestir, una familiaridad mal entendida, espectáculos y representaciones inmorales; Al contrario, los haréis cada vez más delicados y vigilantes, sinceros y puros. Mantendréis los ojos abiertos sobre sus actividades: prohibirás que el candor de sus almas se manche y se corrompa por el contacto con compañeros corruptos y corruptores; Inspiraréis en ellos una alta estima y un celoso amor por la castidad, mostrándoles la protección maternal de la Virgen Inmaculada como su fiel guardiana. Finalmente, con vuestra perspicacia de madres y de educadoras, gracias a la confiada apertura de corazón que habéis sabido infundir en vuestros hijos e hijas, no dejaréis de buscar y descubrir la ocasión y el momento en que ciertas preguntas secretas habrán producido particulares perturbaciones en sus sentidos. Entonces os pertenecerá a vosotras, a vosotras con vuestras hijas, al papa con vuestros hijos (Nota: aunque hoy los dos juntos o complementándose) levantar delicadamente el velo de la verdad, dar una respuesta prudente, justa y cristiana a sus preguntas y a sus preocupaciones. Las revelaciones sobre las leyes misteriosas y admirables de la vida, recibidas de vuestros labios de padres católicos en el tiempo oportuno, en la medida que se requiere y con las precauciones requeridas, serán escuchadas con respeto y reconocimiento; Iluminarán las almas de los adolescentes con mucho menos peligro que si lo aprendieran a través de encuentros sucios, de conversaciones clandestinas, en la escuela, por compañeros de clase, a través de lecturas hechas a escondidas y tanto más peligrosas y perniciosas cuanto que el secreto inflama aún más la imaginación y los sentidos. Vuestras palabras, si son dichas en el momento oportuno y con prudencia, se convertirán en una salvaguardia en medio de las tentaciones de la actual corrupción universal. “Una flecha prevista llega más lentamente”.
La poderosa ayuda de la religión
Pero... en esta obra de educación cristiana no basta la formación de la familia, por sabia y profunda que sea: es necesario completarla y perfeccionarla con la ayuda poderosa de la Religión. Debéis haceros colaboradores del sacerdote, cuya paternidad y autoridad espiritual sobre vuestros hijos está a vuestro lado para enseñar los primeros rudimentos de la piedad y del catecismo, fundamento de toda educación sólida y del que conviene que vosotros, primeros maestros de vuestros hijos, tengáis un conocimiento suficiente y seguro. ¿Cómo podríais enseñar lo que no sabéis? Enseñadles a amar a Dios, a Jesucristo, a nuestra Madre Iglesia y a los pastores. Amad el Catecismo y haced que lo amen vuestros pequeños: es el gran libro del amor y del temor de Dios, de la sabiduría cristiana y de la vida eterna.
Vuestros colaboradores en la educación de vuestros hijos
En vuestra labor educativa sentiréis la necesidad de acudir a los demás; elegidlos católicos como vosotros, y con todo el cuidado que merece el tesoro que les confiáis, es decir, la Fe, la modestia y la piedad de vuestros hijos. Pero cuando los hayáis elegido, no penséis que por ello estáis libres de vigilancia; Deben colaborar contigo. Que estos maestros sean los educadores eminentes que deseáis; pero muy poco podrán hacer por la educación de vuestros hijos si no compagináis vuestra acción con la de ellos. ¿Qué ganaréis si vuestras acciones, en lugar de ayudar y fortalecer el trabajo de estos maestros, se alzaran para contradecirlo? ¿Y si vuestras debilidades, vuestros a priori, por un amor que sólo será mezquino egoísmo, destruyen en el seno familiar lo que se ha hecho bien en la escuela, en el catecismo, en las asociaciones católicas para formar el carácter y guiar la piedad de vuestros hijos?
¡Pero es tan difícil educar a los niños de hoy! ¡Con este hijo, con esta hija, no hay nada que hacer, no se puede conseguir nada! – Es cierto, a los 12 o 15 años muchos niños y niñas son ingobernables. ¿Pero por qué? Porque cuando yo tenía 2 ó 3 años todo estaba concedido y permitido… Hay, es cierto, temperamentos ingratos y rebeldes; Pero ¿qué niño, cerrado, testarudo, insensible, deja, a causa de sus defectos, de ser vuestro hijo? ¿Lo amaríais menos que a sus hermanos si fuese enfermo o torcido? Dios también os lo ha confiado; No dejéis que se convierta en la oveja negra de la familia. Nadie es tan duro que no pueda ser ablandado con cuidado, paciencia, cariño; Es muy raro que, en terreno tan rocoso, consigáis hacer crecer alguna flor de sumisión y de virtud, siempre que no corráis el riesgo de desanimar en esa pequeña alma orgullosa, con severidades parciales e irrazonables, la profundidad de la buena voluntad oculta. Destruiríais toda la educación de vuestros hijos si descubrieran en ti –y Dios sabe que tienes ojos para hacerlo– predilecciones por hermanos o hermanas, preferencias en favores, antipatías hacia unos o hacia otros; …es necesario que sientan, que vean en vuestra considerada severidad como en vuestras caricias, un amor igual que no hace distinciones entre ellos, salvo para corregir el mal y promover el bien; ¿No lo habéis recibido todos igualmente de Dios?
Educadores junto a madres cristianas
Oh madres de familia… con vosotras, hoy vemos a nuestro alrededor una corona de monjas, maestras… guardianas, asistentes que consagran sus esfuerzos y su trabajo a la educación y reeducación de la infancia; No son madres por naturaleza, por sangre, sino por impulso de amor. Sí, también vosotras que trabajáis como educadoras junto a las madres, sois madres porque tenéis un corazón de madre en el que late la llama de la caridad que el Espíritu Santo ha infundido en vuestros corazones. En esta caridad…encontraréis luz, ayuda y un programa…; de retoños… esperanzas de los padres y de la Iglesia, formáis una familia más grande de 20, 100, miles y miles de hijos de los cuales educáis más profunda y noblemente la inteligencia, el carácter y el corazón, criándolos en este ambiente espiritual y moral donde, con la alegría de la inocencia, brillan la fe en Dios y el respeto a las cosas santas, la piedad filial hacia los padres y el patriotismo… Educadoras como madres, hermanas de una maternidad espiritual que coronan de lirios…
Conclusión
¡Qué misión incomparable, sembrada de obstáculos y dificultades…! ¡Qué gran es una Madre en el hogar familiar, aquella que está destinada por Dios a ser, junto a la cuna, nodriza y educadora de sus pequeños! Maravillaos de su actividad, que muchos estarían tentados a considerar insuficiente, si la gracia divina omnipotente no estuviera a su lado para iluminarla, dirigirla y sostenerla en las preocupaciones y trabajos de cada día; Si, para colaborar con ella en la formación de estas almas, no hubiera inspirado y llamado a su lado a otros educadores cuyos corazones y obras rivalizan con ella en el amor maternal.