PAPA GREGORIO IX (1227-1241)
Debe guardarse la terminología y tradición teológicas
De la carta Ab Aegiptis a los teólogos parisienses, (7 de julio de 1228)
442. Tocados de dolor de corazón íntimamente (Gen. 6,6), nos sentimos llenos de la amargura del ajenjo (cf. Thren.3,15) porque, según se ha comunicado a nuestros oídos, algunos entre vosotros, hinchados como un odre por el espíritu de vanidad, pugnan por traspasar con profana vanidad los términos puestos por los Padres (Prov. 22:28), inclinando la inteligencia de la página celeste, limitada en sus términos por los estudios ciertos de las exposiciones de los Santos Padres, que es no solo temerario, sino profano traspasar, a la doctrina filosófica de las cosas naturales, para ostentación de ciencia, no para provecho alguno de los oyentes, de suerte que más parecen theofantos, que no teodidactos o teólogos. Pues siendo su deber exponer la teología según las aprobadas tradiciones de los Santos y destruir, no por armas carnales, sino poderosas en Dios, toda altura que se levante contra la ciencia de Dios y reducir cautivo todo entendimiento en obsequio de Cristo (2 Cor. 10,4 s); ellos, llevados de doctrinas varias y peregrinas (Heb. 13:9), reducen la cabeza a la cola (Deut. 28:13 y 44) y obligan a la reina a servir a su esclava, el documento celeste a los terrenos, atribuyendo lo que es de la gracia a la naturaleza. A la verdad, insistiendo más de lo debido en la ciencia de la naturaleza, vueltos a los elementos del mundo, débiles y pobres, a los que, siendo niños, sirvieron, y hechos otra vez esclavos suyos (Gal. 4:9), como flacos en Cristo, se alimentan de leche, no de manjar sólido (Hebr. 5: 12 s), y no parece hayan afirmado su corazón en la gracia (Hebr. 13,9); por ello, "despojados de lo gratuito y heridos en lo natural" , no traen a su memoria lo del Apóstol, que creemos han leído a menudo: Evita las profanas novedades de palabras y las opiniones de la ciencia de falso nombre, que por apetecerla algunos han caído de la fe (1 Tim. 6:20 s). ¡Oh necios y tardos de corazón en todas las cosas que han dicho los asertores de la gracia de Dios, es decir, los Profetas, los Evangelistas y los Apóstoles (Lc. 24:25), cuando la naturaleza no puede por sí misma nada en orden a la salvación, si no es ayudada de la gracia! (v. 105 y 138). Digan estos presumidores que, abrazando la doctrina de las cosas naturales, ofrecen a sus oyentes hojarasca de palabras y no frutos; ellos, cuyas mentes, como si se alimentaran de bellotas, permanecen vacías y vanas, y cuya alma no puede deleitarse en manjares suculentos (Is. 55:2), pues andando sedienta y árida, no se abreva en las aguas de Siloé que corren en silencio (Is. 8:6), sino de las que sacan de los torrentes filosóficos, de los que se dice que cuanto más se beben, más sed producen, pues no dan saciedad, sino más bien ansiedad y trabajo; ¿no es así que al doblar con forzadas o más bien torcidas exposiciones las palabras divinamente inspiradas según el sentido de la doctrina de filósofos que desconocen a Dios, colocan el arca de la alianza junto a Dagón (1 Reg. 5:2) y ponen para ser adorada en el templo de Dios la estatua de Antíoco? Y al empeñarse en asentar la fe más de lo debido sobre la razón natural, ¿no es cierto que la hacen hasta cierto punto inútil y vana? Porque "no tiene mérito de fe, a la que la humana razón le ofrece experimento". Cree desde luego la naturaleza entendida; pero la fe, por virtud propia, comprende con gratuita inteligencia lo creído y, audaz y denodada, penetra donde no puede alcanzar el entendimiento natural. Digan esos seguidores de las cosas naturales, ante cuyos ojos parece haber sido proscrita la gracia, si es obra de la naturaleza o de la gracia que el Verbo que en el principio estaba en Dios, se haya hecho carne y habitado entre nosotros (Ioh. 1). Lejos de nosotros, por lo demás, que la más hermosa de las mujeres (Cant. 5:9), untada de estibio los ojos por los presuntuosos (4 Reg. 9:80), se tiña con colores adulterinos, y la que por su esposo fue rodeada de toda suerte de vistosos vestidos (Ps. 44:10) y, adornada con collares (Is. 61:10), marcha espléndida como una reina, con mal cocidas fajas de filósofos se vista de sórdido ropaje. Lejos de nosotros que las vacas feas y consumidas de puro magras, que no dan señal alguna de hartura, devoren a las hermosas y consuman a las gordas (Gen. 41:18 ss).
443. A fin, pues, de que esta doctrina temeraria y perversa no se infiltre como una gangrena (2 Tim. 2:17) y envenene a muchos y tenga Raquel que llorar a sus hijos perdidos (Ier. 31:15), por autoridad de las presentes letras os mandamos y os imponemos riguroso precepto de que, renunciando totalmente a la antedicha locura, enseñéis la pureza teológica sin fermento de ciencia mundana, no adulterando la palabra de Dios (2 Cor. 2:17) con las invenciones de los filósofos, no sea que parezca que, contra el precepto del Señor, queréis plantar un bosque junto al altar de Dios y fermentar con mezcla de miel un sacrificio que ha de ofrecerse en los ázimos de la sinceridad y la verdad (1 Cor. 5:8); antes bien, conteniéndoos en los términos señalados por los Padres, cebad las mentes de vuestro oyentes con el fruto de la celeste palabra, a fin de que, apartando el follaje de las palabras, saquen de las fuentes del Salvador (Is. 12:2) aguas limpias y puras, que solamente atiendan a firmar la fe e informar las costumbres, y con ellas reconfortados se deleiten en internos manjares suculentos.
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