Publicamos el testimonio de una de las víctimas de abuso en Chile, en este caso, del obispo Francisco Cox.
Cuando llegó a la diócesis de Chillán, en el centro de Chile, en 1974, el obispo Francisco Cox contaba con una camioneta azul. A los niños les encantaba viajar en ella y acompañaban al obispo cuando iba a los pueblos vecinos a celebrar misa los fines de semana.
A él también “le encantaba”, según se dice, pero por diferentes motivos. Según las personas que participaban en esos paseos, hacía que los niños le dieran abrazos que duraban demasiado y los besaba en la boca cada vez que podía. Cuando estaba solo con ellos, al parecer también disfrutaba de tenerlos sentados en su regazo, abrazándolos por detrás y frotándose contra ellos.
Como dijo hoy uno de esos niños, 40 años después de haber sido abusado: “Me sentaba sobre sus piernas. Estaba temblando. Podía sentir su erección, cómo frotaba mi trasero contra su pene. Cuando terminaba, respiraba con dificultad. Estaba nervioso”.
Abel Soto está a punto de cumplir 50 años. Cuando conoció a Cox, era monaguillo en la parroquia de San Bernardo en Chillán Viejo, en las afueras de Chillán. Cuando el obispo llegó por primera vez a la parroquia, “le encantó que lleváramos sotana y estola blanca encima”.
A partir de ese momento, Cox recogía a “Abelito” y a otros niños para llevarlos a pasear en la parte trasera de la camioneta azul. Durante los cinco años que duró el abuso, “aunque nunca me violó, hay que decirlo”, a Soto “lo tocaba, lo acariciaba, sufría besos interminables y luego lo sentaba en su regazo”.
Soto no se lo contó con nadie.
Al principio, sobre todo, no se dio cuenta de lo que estaba pasando: “Vengo de una familia con muchos problemas. Mi padre era alcohólico. Crecí viéndolo golpear a mi madre y abusar de mi hermana”.
Mirando hacia atrás, con la sabiduría de un hombre que hoy es padre de dos mujeres jóvenes, le dijo a Crux que entiende que su “necesidad” de estar con Cox era “una forma de escapar del infierno que tenía en casa, pero también lo veía como algo normal, porque vi que eso sucedía en casa”.
Soto tenía “siete u ocho años” cuando comenzaron los abusos, dijo, y continuaron hasta que Cox fue convocado a Roma en 1981 para ser secretario del Pontificio Consejo para la Familia. En 1985 regresó a Chile como obispo coadjutor de La Serena, y ayudó a organizar la visita de Juan Pablo II al país en 1987.
La visita le dio la oportunidad de forjar una estrecha relación de trabajo con el representante papal en el país en aquel momento: el arzobispo italiano Angelo Sodano, hoy cardenal, que ejercería como Secretario de Estado del Vaticano durante los últimos años del “pontificado” de Juan Pablo II.
Atando cabos, muchos señalan desde hace tiempo a Sodano como artífice de la actual crisis de la Iglesia chilena, ya que dio forma al nombramiento de muchos de los actuales obispos que en mayo dimitieron en masa. Desde 2005 es el decano del Colegio Cardenalicio.
Una vez en La Serena, Cox continuó con sus abusos. En el caso de Soto, el obispo le ayudó a encontrar alojamiento y le pagó la matrícula para que pudiera ir a la universidad. Sin embargo, a mitad de camino, dijo que no podía soportar más los abusos.
“Me agarraba el pene en público, por ejemplo, delante del arzobispo Bernardino Piñera Carvallo”, cuenta Soto. A sus 103 años, Piñera es el obispo católico vivo de más edad. Se jubiló en 1990, cuando fue sustituido por Cox.
Según Soto, el arzobispo retirado encubrió a Cox: “Permitió que las cosas siguieran como estaban, no hizo nada cuando Cox nos besaba o nos tocaba”.
El sobreviviente vivió en la casa del arzobispo en 1989, y en 1990, en una habitación pagada por Cox en La Serena. Pero los abusos, dijo, lo hicieron volver a su casa en Chillán.
Soto guardó silencio y reconoce que hasta ahora “no hizo nada para llevar a Cox ante la justicia”. Incluso siguió siendo un miembro activo de la Iglesia, ayudando en su parroquia.
En enero de este año, escuchó a Bergoglio decir que las denuncias de los sobrevivientes que acusaban al obispo Juan Barros de haber encubierto a su mentor, el ex sacerdote Fernando Karadima, eran “calumnias”.
Diez días después de regresar de ese viaje, Bergoglio dio un giro de 180 grados a la situación. Envió a dos “investigadores” a “investigar el caso Barros”, reconoció públicamente que “había sido mal informado” y que “había cometido graves errores”, y después destapó la cruda verdad: los abusos de Karadima, apartado del sacerdocio a finales de septiembre, y el posterior encubrimiento, eran sólo la punta del iceberg.
Hoy hay 211 sacerdotes investigados por las autoridades civiles chilenas por acusaciones creíbles de abusos, y ocho obispos han sido citados a declarar por encubrimiento o por haber abusado sexualmente ellos mismos de menores y jóvenes adultos.
El 16 de agosto, Soto acudió a la fiscalía de Rancagua, donde se gestionan la mayoría de las investigaciones civiles contra la Iglesia Católica, y prestó declaración. Es uno de los cuatro que se han presentado recientemente, lo que complica aún más el caso de Cox.
En una carta, entregada en mano a los enviados papales que investigaron el caso Barros en junio, detallaba los abusos que sufrió.
“Sigo esperando una respuesta. De nadie”, dijo.
¿Dónde está ahora Cox?
El último destino oficial de Cox fue La Serena. Dimitió en abril de 1997, a la edad de 60 años, 15 años antes de que un obispo tenga que presentar su renuncia. La explicación que se dio fue que Cox tenía “problemas de salud mental”.
Sin embargo, para entonces, los rumores sobre sus abusos empezaban a salir a la luz.
Con la ayuda del entonces obispo Francisco Javier Errázuriz, Cox se trasladó a Santiago, y luego a Colombia durante un tiempo, donde trabajó en el CELAM, la Conferencia de Obispos Católicos de América Latina. Ambos tienen en común su pertenencia al Instituto de los Padres de Schönstatt, nacido en Alemania.
En 1998, Errázuriz se convirtió en arzobispo de Santiago, y más tarde fue nombrado cardenal. Las víctimas de varios sacerdotes -y ex sacerdotes- lo acusan de encubrimiento.
Durante varios años, Cox pasó completamente desapercibido, pero se sabe que desde Colombia volvió a Roma y que tuvo un papel en la preparación de la transmisión televisiva del Gran Jubileo del año 2000. Después de esto, regresó a Chile.
En 2002, los rumores sobre los abusos de Cox llegaron a las portadas de los periódicos locales, y Errázuriz se ve obligado a reconocer que había sido apartado del ministerio por “conducta inapropiada”. Ese mismo año, Cox emitió un comunicado pidiendo perdón “por este lado oscuro que se opone al Evangelio”.
Entre medias, Soto intentó hacerlo público escribiendo una carta al diario chileno El Mercurio. El superviviente afirma que recibió una respuesta de uno de los editores, diciendo que los dueños del periódico eran buenos amigos del arzobispo caído en desgracia y estaban demasiado conmocionados por la terrible experiencia como para publicar la carta.
“No se me ocurrió ir a otro sitio porque hace 15 años nadie habría hecho caso de un abuso que había ocurrido 20 años antes”, dijo Soto.
Ante la solicitud de comentarios de Crux, el padre Juan Pablo Catoggio, superior general de los Padres de Schoenstatt, dijo que desde su período en La Serena, “el instituto sabía de situaciones de abuso cometidas por Francisco José Cox”.
“Gracias a la información que recibimos posteriormente sobre prevención de abusos y acompañamiento a las víctimas, constatamos que en ese momento no respondimos como la situación lo requería”, dijo Catoggio en un comunicado firmado el 5 de octubre.
También dijo que la Congregación para los Obispos del Vaticano, que -como en el caso del ex cardenal estadounidense Theodore McCarrick- permitió el avance de Cox y después no respondió con prontitud a las acusaciones, “debería evaluar su modo de proceder en aquel momento”.
A petición de la Congregación para los Obispos, dijo Catoggio, Cox vive en la casa central de Schönstatt, en Alemania, desde 2002. El prelado abusador tiene ahora 85 años y su salud es “precaria”, con signos “de demencia senil”.
A finales de 2017, Schönstatt recibió “una denuncia formal” por un hecho ocurrido en Alemania en 2004, dijo Catoggio, y siguió los procedimientos de la conferencia episcopal alemana y de la Conferencia de Órdenes Religiosas: toda la información recibida fue enviada a la Fiscalía Federal alemana y a la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, que actualmente está revisando el caso de Cox.
“Deploramos todo acto de abuso, lamentamos el sufrimiento de las víctimas y apoyamos plenamente que la justicia civil y los tribunales eclesiásticos esclarezcan los hechos, para que se conozca la verdad y se haga justicia”, afirmó Catoggio, añadiendo que quieren cooperar tanto con las autoridades civiles como eclesiásticas.
“Creemos que el camino de conversión al que nos invita el 'papa Francisco' de acompañar con gestos, acciones concretas y transparencia es la única manera de reparar el daño causado”, afirmó.
Entrevistado por 24 Horas, medio chileno, en el lugar donde reside en Alemania, Cox dijo que las acusaciones que enfrenta tanto en Chile como en Alemania “no son mi problema en este momento”.
Actualización: Francisco José Cox Huneeus falleció el 12 de agosto de 2020.
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