Por el P. Javier Olivera Ravasi
El marxismo, la ideología marxista, una ideología es un sistema cerrado, un sistema irracional, maniqueo, que no admite grises sino sólo blancos o negros, cuando nace con su fundador Karl Marx (1818-1883) plantea que el motor de la historia es la dialéctica, es decir, permanentemente generar crisis, problemas porque a través de la violencia, surgiría lo mejor.
El planteo de Marx y sus seguidores es que todo lo que viene después es mejor que lo que estaba antes y como el motor del progreso es este choque, esta dialéctica, cuando no existe este problema en la sociedad, hay que generarlo.
En el tiempo de Marx fue la dialéctica entre el trabajador y el patrón; posteriormente, cuando vieron que eso ya no funcionaba del todo, comenzaron a crearse distintas y nuevas dialécticas. A partir del siglo XX comenzaron a crearse, por ejemplo, las dialécticas de hijos contra padres, de estudiantes contra profesores (movimiento estudiantil, movimiento hippie, el mayo francés) y ahora el marxismo cultural que ha trocado, que ha cambiado pero sigue con la dialéctica, está intentando crear una dialéctica entre hombres y mujeres, esta es la nueva dialéctica, es decir, intentan tocar quizás lo más sagrado que existe a nivel humano que es justamente la mujer. ¿Por qué digo quizás lo más sagrado que haya a nivel humano? Porque solamente a la mujer Dios le dio esa potencia, esa capacidad, de ser co-creadora junto con El. No es el hombre el que lleva en su seno nueve meses a un niño, es la mujer.
Y es por eso que cuando empieza esta historia con el pecado original, leemos:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: éste te aplastará la cabeza, y tú le aplastarás el calcañar.” (Gen 3, 15)
Hay una enemistad permanente entre el demonio y la mujer, desde el principio de los tiempos, desde el principio de la historia del pecado. Es por esto que como San Pablo dice: como por una mujer vino el pecado, era necesario que por una mujer viniera la redención, la Santísima Virgen.
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: éste te aplastará la cabeza, y tú le aplastarás el calcañar.” (Gen 3, 15)
Hay una enemistad permanente entre el demonio y la mujer, desde el principio de los tiempos, desde el principio de la historia del pecado. Es por esto que como San Pablo dice: como por una mujer vino el pecado, era necesario que por una mujer viniera la redención, la Santísima Virgen.
La mujer fue la primera que pecó, entonces es la primera en haber sido redimida en María Santísima, fue por una mujer por quien llegó la redención. Y quizás son las mujeres en el Evangelio las que han sacado las frases más hermosas acerca de Nuestro Señor Jesucristo.
Dijo una mujer “¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que Tú mamaste!” (Lucas 11,27), no un hombre. Dijo una mujer “Sí, Señor, pero los perritos también comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños”(Mateo 15, 27). Y dijo también otra mujer “Señor, dame esa agua, para que no tenga más sed, ni tenga más que venir a sacar agua” (Jn 4, 15).
Y fueron las mujeres las que principalmente estuvieron en la Cruz. De los doce apóstoles uno se había suicidado, Judas, el más joven; el más puro, san Juan, sólo estaba mirando desde lejos, y el resto eran mujeres y fueron mujeres también las testigos de la resurrección.
Es por eso que el demonio intenta luchar contra este bastión que es la mujer. La caricatura que nos quiere imponer es la de una mujer independiente, ¿Pero independiente de qué? En primer lugar, independiente incluso de la propia naturaleza femenina, basta con esto para ver este movimiento que se viene gestando año tras año en nuestro país que viene ya como importado donde la principal consigna es una mujer emancipada, emancipación significa esterilidad, significa aborto, significa abandonar la familia, es decir, se es más libre cuanto menos hijos se tiene, justamente es lo contrario lo que Dios nos pide: “Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; y dominad sobre los peces del mar y las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gen 1, 27).
Antiguamente en la historia de Roma, en el derecho romano, era el papá, era el varón, el que colocaba unas estatuitas, quizás sobre la chimenea, de los antepasados, iba al foro y de allí traía el fuego sagrado para alimentar las pequeñas velas que se hacían con aceite para iluminar a los antepasados. Era el padre, en el derecho romano, el que alimentaba el fuego. Esto lo explica muy hermosamente un autor francés Fustel de Coulanges en su libro “La ciudad antigua”, muy recomendable. Era el padre el encargado de alimentar el fuego.
Pero cuando Dios irrumpe agresivamente en nuestra historia, año 0 de nuestra era, Dios se hace hombre y de allí en adelante va a tener el misterioso y fundamental papel de mantener y avivar la fe no el hombre sino la mujer.
Fue quizás ella la que nos enseñó quizás a balbucear la primer Ave Maria, fue ella la que nos llevaba a la Santa Misa los domingos, fue por ella, por la mujer, por la que quizás muchos de nosotros conservamos la fe.
Hoy a la mujer se la quiere cosificar, se la quiere dialectizar, se la quiere aprovechar justamente para que sea como un motor, un nuevo motor de la historia, que va hacia el declive, hacia una catástrofe. Todo lo contrario nos dice el Señor: “Una mujer fuerte, ¿quién podrá hallarla? Mucho mayor que de perlas es su precio” (Prov 31, 10) “Engañosa es la belleza, y un soplo la hermosura. La mujer que teme a Yahvé, ésa es digna de alabanza” (Prov 31,30).
Ese es el gran tesoro que tiene la Iglesia y no es solamente una adulación, es una realidad. Hay que saber discernir los signos de los tiempos, se ataca a la familia, y si bien la cabeza de la familia es el hombre, el corazón es la mujer y sabemos que puede estar muerta la cabeza pero si el corazón todavía late es porque el cuerpo está vivo.
Por eso vosotros maridos, vivid con ellas sabiamente dando honor a la mujer como un vaso frágil, defendiéndola como un ser casi extraordinario. Eva ha sido madre de los vivientes y en Eva, hoy la mujer sigue siendo atacada y tentada. El tentador sabe que aunque pecadora desde el principio, ha sido redimida enormemente y siendo casi una especie de co-creadora con El. Dicen que Dios tiene nombre de varón pero corazón de mujer. Lo mismo la Iglesia y la Virgen Santísima. Sepamos cuidar, discernir y pensar porque hay muchos conceptos que a fuerza de golpear, y golpear, y golpetear, se nos pueden ir metiendo.
Pero cuando Dios irrumpe agresivamente en nuestra historia, año 0 de nuestra era, Dios se hace hombre y de allí en adelante va a tener el misterioso y fundamental papel de mantener y avivar la fe no el hombre sino la mujer.
Fue quizás ella la que nos enseñó quizás a balbucear la primer Ave Maria, fue ella la que nos llevaba a la Santa Misa los domingos, fue por ella, por la mujer, por la que quizás muchos de nosotros conservamos la fe.
Hoy a la mujer se la quiere cosificar, se la quiere dialectizar, se la quiere aprovechar justamente para que sea como un motor, un nuevo motor de la historia, que va hacia el declive, hacia una catástrofe. Todo lo contrario nos dice el Señor: “Una mujer fuerte, ¿quién podrá hallarla? Mucho mayor que de perlas es su precio” (Prov 31, 10) “Engañosa es la belleza, y un soplo la hermosura. La mujer que teme a Yahvé, ésa es digna de alabanza” (Prov 31,30).
Ese es el gran tesoro que tiene la Iglesia y no es solamente una adulación, es una realidad. Hay que saber discernir los signos de los tiempos, se ataca a la familia, y si bien la cabeza de la familia es el hombre, el corazón es la mujer y sabemos que puede estar muerta la cabeza pero si el corazón todavía late es porque el cuerpo está vivo.
Por eso vosotros maridos, vivid con ellas sabiamente dando honor a la mujer como un vaso frágil, defendiéndola como un ser casi extraordinario. Eva ha sido madre de los vivientes y en Eva, hoy la mujer sigue siendo atacada y tentada. El tentador sabe que aunque pecadora desde el principio, ha sido redimida enormemente y siendo casi una especie de co-creadora con El. Dicen que Dios tiene nombre de varón pero corazón de mujer. Lo mismo la Iglesia y la Virgen Santísima. Sepamos cuidar, discernir y pensar porque hay muchos conceptos que a fuerza de golpear, y golpear, y golpetear, se nos pueden ir metiendo.
Pidamos mucho a Dios por las mujeres, para que sean santas realmente y para que ellas nos ayuden a mantener el fuego sagrado que les ha sido encomendado.
¡Ave María Purísima!
¡Ave María Purísima!
N.R.:Las ilustraciones no corresponden a la publicación original
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