«Recordando que el tiempo es superior al espacio…» (AL, 3):
Así comienza Bergoglio su falsa exhortación, llena de errores y de un lenguaje ambiguo propio de su modernismo.
Comienza con algo que nadie comprende, sólo los que lo siguen ciegamente: su tesis kantiana del tiempo y del espacio.
Para Bergoglio, el tiempo del pasado, el del presente y el del futuro deben unirse en un mismo espacio, en una misma situación de vida, en una comunidad eclesial. Y, por eso, hay que recoger todos los datos, todas las vivencias de los hombres, todas sus culturas, todas las maneras de ver la vida, y formar una doctrina que se pueda vivir por todos los hombres en este espacio de vida eclesial.
Y, por eso, lo primero que hace este hereje es dar un repaso a la Sagrada Escritura en donde se habla del matrimonio, de las familias, para sacar una conclusión que se ajuste a su tesis kantiana:
«En este breve recorrido podemos comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje…» (AL, 22).
Es aquí donde quiere llegar: nada de teologías, nada de ideas abstractas, todo es la praxis.
La Palabra de Dios no enseña ni guía al hombre: «no es una secuencia de tesis abstractas», sino que es una praxis: «una compañera de viaje».
Dios que camina con el hombre. Es el hombre el que hace el camino. Ya no es Cristo el Camino de la Iglesia, un Camino en la Verdad Única y Absoluta.
Para Bergoglio, se viaja en el tiempo, no en el espacio. La fe es un recordar el tiempo pasado, tomar esas ideas y actualizarlas al tiempo presente, para que se obren en el espacio concreto (matrimonio, familia, comunidad, parroquia, asociación, sociedad…) en que vive el hombre.
Bergoglio sólo está exponiendo su fe fundante que ya desarrolló en su otra fábula “lumen fidei”.
Y, por lo tanto, si en el tiempo pasado, los hombres entendieron la Palabra de Dios de una manera acorde a su vida humana o eclesial (a su espacio cultural, social, eclesial), ahora, en este tiempo hay que entenderla de otra manera, ya que el tiempo es superior al espacio. El tiempo es el que va cambiando, el que impone una reforma del espacio; el espacio, las familias, la Iglesia, las sociedades, son siempre las mismas, estructuras que no cambian pero sí que admiten reformas en cada tiempo.
De esta manera, Bergoglio enfrenta la Palabra de Dios, el Magisterio de la Iglesia, la teología católica con la pastoral, diciendo que el matrimonio nadie lo ha sabido explicar hasta que Él ha llegado a la Iglesia para exponer su inmoralismo universal:
«… hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario» (AL, 36).
El matrimonio de la Sagrada Familia es demasiado abstracto: la pureza, cumplir con los mandamientos divinos, usar la gracia del Sacramento, son construcciones artificiosas que no resuelven las situaciones concretas de las familias.
Todos los matrimonios santos, a lo largo de toda la historia eclesial, no son ejemplo para la Iglesia, porque se han construido en algo abstracto, en una doctrina inmutable que no sirve, en este tiempo actual, para los demás.
En otras palabras, para Bergoglio el matrimonio ideal es el de los cónyuges que se pelean, que son infieles a la gracia, que usan los anticonceptivos, que se divorcian, que no comulgan con una doctrina inmutable, sino cambiante…. Lo demás, es teología abstracta.
Y hay que resolverles la vida, hay que dar un espacio eclesial, social, cultural, a este “matrimonio ideal”.
El matrimonio ideal, el católico, es aquel en que los dos cónyuges están unidos a Cristo: viven y se esfuerzan por realizar la gracia del Sacramento, que han recibido en su matrimonio.
Pero esto es abstracto para la mente del usurpador. El matrimonio como lo instituyó Cristo es un insulto para la mente de Bergoglio.
Él está en su tesis kantiana: «no hemos despertado la confianza en la gracia».
La gracia, para Bergoglio, es algo inmerecido, gratis, a la cual todos pueden acceder sin ningún obstáculo. Por eso,
«Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio» (AL, 297).
«Id malditos de mi Padre al fuego eterno…»: Jesús, para Bergoglio, no era consecuente con su lógica. Jesús dijo eso en un tiempo concreto, pero que ya no sirve para este tiempo actual.
No se puede hablar, ahora, de condenación para siempre, ni de infierno, ni de pecados que sacan de la comunión de la Iglesia.
No se puede seguir a San Pablo que enseña inspirado
«… que no os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con éstos, ni comer» (1 Cor 5, 11).
Bergoglio dice: «hay que integrar a todos… No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación que se encuentren» (AL, 297).
De estas palabras, se deduce que los Obispos no se van a reunir en un Concilio para excomulgar a Bergoglio como hereje, porque ya no existe el pecado de herejía, ni de apostasía de la fe, ni el de cisma, que saca automáticamente de la Iglesia al que lo comete.
Ahora, se trata de hacer una iglesia para todos los herejes, ateos, homosexuales, divorciados, cismáticos, etc…
Dice Bergoglio: «hay que integrar a todos».
Dice San Pablo: «no os mezcléis… Dios juzgará a los de fuera; vosotros extirpad el mal de entre vosotros mismos».
Los Obispos deben extirpar el mal de Bergoglio, pero no lo van a hacer, porque ya no creen ni en Cristo ni en la Iglesia. Ya nadie defiende la doctrina inmutable de Cristo. Ahora, todos defienden su parcela, sus intereses privados en la Iglesia.
¿Quién tiene razón? ¿Quién acierta? ¿Quién está haciendo la Iglesia de Cristo? ¿San Pablo o Bergoglio?
¿Hay obligación en conciencia de seguir la verdad revelada, la que enseña Dios a través de San Pablo, o hay que seguir el invento de un hombre que se ha creído Dios en la Iglesia?
Es claro que no se debe nada a Bergoglio: ni respeto ni obediencia. Y que, para ser de Cristo y pertenecer a la Iglesia de Cristo, hay que atacar a Bergoglio y estar en comunión con el Papa Benedicto XVI, dos cosas que muchos católicos, entre ellos los tradicionalistas, no acaban de entender.
¿Por qué hay que integrar a todos? Es sencillo: Bergoglio nos recuerda su propia herejía.
“A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio” (AL, 303).
Gran error doctrinal, moral y pastoral: la conciencia de las personas integrada en la praxis. En otras palabras, la moral autónoma kantiana.
La práctica de la Iglesia, la norma de moralidad, no está en la conciencia de ninguna persona, sino sólo en la Ley de Dios y en el magisterio de la Iglesia. Toda persona tiene obligación de aceptar esta ley divina y de someterse a la enseñanza de la Iglesia en cuestiones morales.
Cuando la conciencia de cada uno decide la moralidad, entonces el bien y el mal sólo está en la propia persona. No hay que buscarlo ni en Dios ni en el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia. Esa conciencia personal es el camino para todo, ya no es la fe la guía de la persona.
Y, por eso, este hombre continúa en su tesis kantiana:
«Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas» (AL, 298).
«Situaciones muy diferentes… consolidada por el tiempo»: el tiempo está por encima del espacio familiar. Hay nuevos hijos, hay un nuevo amor mutuo entre los cónyuges… no se puede estar pensando en la culpa del pecado. No hay que encerrar esa vida en afirmaciones rígidas, en una doctrina inmutable, en el pecado de fornicación o de adulterio….Sino que hay que dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral.
En otras palabras:
Si la gente quiere fornicar, adulterar, y ser un homosexual, que lo haga con la bendición de los pastores. Y como los pastores ya lo hacen, pues ellos también son apoyados en este documento.
Los pecadores públicos se convierten en católicos que pueden participar en todo lo que hasta ahora han sido excluidos por la Iglesia. Se hace a los Obispos jueces, los cuales en animada charla con esos pecadores, disciernen la manera de que participen en todos los Sacramentos.
La unión civil estable hay que aceptarla como camino para poder recibir el Sacramento de la Eucaristía. Los homosexuales ya pueden seguir en sus vidas y pronto tendrán su matrimonio aprobado por la Iglesia. Al cura violador de niños hay que acogerlo e integrarlo en la comunidad también. Y a aquellos sacerdotes que se quieran casar, que lo hagan sin problemas.
Esta idea Bergoglio la fundamenta en su pecado de apostasía:
«… ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante» (AL, 301).
En este párrafo, Bergoglio falsea la doctrina de Santo Tomás de Aquino al decir lo contrario de lo que dice.
Santo Tomás enseña que el que tiene la gracia puede experimentar dificultad en el obrar con las virtudes, ya adquiridas ya infusas. Y quien pierde la gracia por el pecado mortal, pierde también las virtudes morales infusas.
Bergoglio dice que los que viven en situación de pecado mortal, irregular, están en gracia y, por lo tanto, hay que aplicar a su situación irregular lo que dice Santo Tomás. Y, por eso,
«… un juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona involucrada» (AL, 302).
Es decir, no se puede juzgar a los divorciados vueltos a casar sobre su situación concreta porque cometan personalmente el pecado de adulterio o de fornicación. Ellos, según Bergoglio, están en la gracia santificante, tienen las virtudes morales infusas, y, por lo tanto,
«Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano» (AL, 304).
Es mezquino.
Toda la apostasía de Bergoglio está en negar el pecado mortal actual y pretender resolver una situación particular sin la gracia de Dios, apoyado sólo en el mismo pecado de la persona, como si ese pecado fuera un bien, un valor, un camino que debe seguir recorriendo esa persona, pese a que la ley de Dios o el magisterio le obligue a lo contrario.
Y, por eso,
«… un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas» (AL, 305).
Es repetir, con otras palabras, lo que ya dijo al principio:
La Palabra de Dios no es una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje.
El pastor debe acompañar, no juzgar a la persona porque incumpla una ley moral. La norma de la moralidad sólo está en la conciencia de la persona, en su mente. Y es ella, junto al pastor, la que va a decidir su vida.
«Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios» (AL, 305).
El adulterio da gloria a Dios, así como la fornicación, la homosexualidad, etc… Esta es la idea de Bergoglio, apoyándose en Santo Tomás de Aquino.
El pobre necio delira en colores. Bergoglio ha quedado “colocado” bajo los efectos de su propia droga kantiana. Y ha sacado un documento que es su alucinación, que revela su estado de locura permanente. Una locura diabólica.
Bergoglio, en este panfleto, se pone por encima de Dios y crucifica a Cristo y a Su Iglesia.
Pero, muchos católicos lo van a seguir y van a continuar llamando papa a un auténtico perverso.
Muy pocos tradicionalistas reconocen lo que es Bergoglio: un falso papa. Lo tienen como su papa, aunque vean sus herejías, y las resistan. Pero siguen comulgando con él, lo siguen teniendo como su papa. Y esto es monstruoso en un católico tradicionalista.
O se está con el verdadero Papa, Benedicto XVI, o se está con el falso. O se obra el magisterio de la Iglesia en lo concerniente a los herejes o se obra el nuevo magisterio que enseña Bergoglio. Pero no se pueden estar en los dos bandos. O con Cristo o contra Cristo.
Muy pocos católicos reconocen esto: la nueva iglesia que es ya visible en Roma y en las parroquias de todo el mundo. Y se rasgan las vestiduras por este panfleto, pero seguirán esperando en Bergoglio como su papa.
Seguirán esperando que Bergoglio renuncie para que venga otro y resuelva esta situación.
Ya no ven lo que significa este documento para la Iglesia. No ven lo que hay detrás de todo esto. No disciernen los Signos de los Tiempos. Y seguirán en lo de siempre, sin salir de esa falsa iglesia que hay en Roma.
No entienden que la Iglesia verdadera ya está en el desierto. Y que hay que ir al desierto, llevando la Iglesia en el corazón, sin hacer caso a lo que diga Bergoglio porque no es el Papa que guía la Iglesia Católica.
Bergoglio es un usurpador. Todo cuanto dice y obra a cabo carece de validez divina. Bergoglio no tiene el Primado de Jurisdicción, el Poder de Dios, en la Iglesia. Y, por eso, todo lo obra con un poder humano, el propio de la masonería.
Desde hace tres años, todo es inválido: sus nombramientos, sus homilías, sus escritos, sus reformas, sus proclamaciones, su falso año de la falsa misericordia, etc… No vale para nada, ni para los fieles, ni para la Jerarquía.
Ningún Obispo tiene que obedecer a Bergoglio; ningún sacerdote tiene que obedecer a Su Obispo; y los fieles no tienen que dejarse manejar, engañar, por la Jerarquía.
A Bergoglio le queda poco tiempo. Lo van a hacer renunciar. Y morirá muy pronto. Pero lo que él ha levantado, la nueva iglesia, va a seguir hasta la perfección de la maldad en el anticristo, que ya emerge.
Salgan de la nueva iglesia comandada por un loco, Bergoglio. Y estén en comunión con el único Papa de la Iglesia Católica, Benedicto XVI.
Y ya que conocen cuál es el pensamiento de Bergoglio, no estén detrás de él: no les importe lo que diga u obre ese infeliz. Porque la Iglesia ya no está en Roma, sino en cada corazón que permanece fiel a la Palabra de Dios y al magisterio auténtico e infalible de la Iglesia.
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