domingo, 2 de julio de 2000

FIRMISSIMAM CONSTANTIAM (28 DE MARZO DE 1937)


ENCÍCLICA DEL PAPA PIO XI

FIRMISSIMAM CONSTANTIAM

SOBRE LA SITUACIÓN RELIGIOSA EN MÉXICO

A LOS VENERABLES HERMANOS

ARZOBISPOS, OBISPOS Y OTROS ORDINARIOS DE MÉXICO

EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA.

Venerables hermanos, salud y bendición apostólica.

Es bien conocida por Nosotros, Venerables Hermanos, y es un gran motivo de consuelo para Nuestro corazón paterno, su constancia, la de sus sacerdotes y de la gran parte de los fieles mexicanos, en profesar ardientemente la Fe Católica y en oponerse a la imposiciones de quienes, ignorando la excelencia divina de la religión de Jesucristo y conociéndola sólo por las calumnias de sus enemigos, se engañan a sí mismos de que no pueden realizar reformas para el bien del pueblo sino combatiendo la religión de las grandes mayorías. Lamentablemente, los enemigos de Dios y de Cristo han logrado vencer a muchas almas tibias y tímidas que, aunque adoran a Dios en la intimidad de sus conciencias, sin embargo, ya sea por respeto humano o por temor a los males terrenales, se hacen, al menos materialmente, cooperadores de la descristianización de un pueblo que debe a la religión sus mayores glorias.

2. Frente a estas apostasías y debilidades que nos afligen profundamente, nos parece tanto más digna de alabanza y meritoria la resistencia al mal, la práctica de la vida cristiana y la profesión franca de fe por parte de los más numerosos Fieles a quienes vosotros, Venerables Hermanos, y con vosotros, vuestro clero, iluminen y guíen con fuerza pastoral no menos que con el espléndido ejemplo de vuestra vida. Esto Nos consuela en medio de Nuestro dolor y engendra en Nosotros la esperanza de mejores días para la Iglesia mexicana, que, animada por tanto heroísmo y sostenida por las oraciones y sacrificios de tantas almas elegidas, no puede perecer, es más, debe florecer de nuevo más vigorosa y lozana.

3. Y precisamente para reavivar vuestra confianza en la Ayuda Divina, y animaros a continuar en la práctica de una ferviente vida cristiana, os dirigimos esta carta, y aprovechamos esta ocasión para recordarles cómo, bajo el difícil presente en estas circunstancias, los medios más eficaces para una restauración cristiana son -y también entre vosotros- ante todo la santidad de los sacerdotes, y en segundo lugar la correcta formación de los laicos para que sean capaces de cooperar fructíferamente en el Apostolado de la Iglesia. Jerarquía, mucho más necesaria en México tanto por la inmensidad del territorio como por otras circunstancias conocidas por todos.

4. Nuestro pensamiento, por tanto, se fija en primer lugar en los que deben ser la luz que ilumina, la sal que conserva, la buena levadura que penetra en toda la masa de los Fieles: nos referimos a vuestros sacerdotes. En verdad, sabemos con cuánta tenacidad y a costa de cuántos sacrificios os preocupáis por la selección y el aumento de las vocaciones sacerdotales, en medio de todo tipo de dificultades, bien persuadidos como estáis para dar la solución a un problema vital, verdaderamente el más vital de todos los problemas relacionados con el futuro de la Iglesia. En vista de la casi absoluta imposibilidad de tener en vuestro propio país seminarios bien ordenados y tranquilos, habéis encontrado en esta ciudad un amplio y gracioso refugio en el 
Colegio Pio Latino Americano, que ha formado y sigue formando en ciencia y virtud a tantos sacerdotes dignos y que, por su preciosa labor, Nos es particularmente querido. Pero como en muchos casos ha sido imposible enviar a vuestros estudiantes a Roma, habéis trabajado solícitamente para encontrar un asilo en la hospitalidad de una gran nación vecina.

5. Al felicitarlos por esta encomiable iniciativa que ya se está convirtiendo en una consoladora realidad, expresamos nuevamente Nuestro agradecimiento a todos aquellos que tan generosamente os han brindado hospitalidad y asistencia. Y con paternal instinto os recordamos de nuevo en esta ocasión Nuestro preciso deseo de que hagáis conocer y explicar convenientemente, no sólo a los clérigos, sino a todos vuestros sacerdotes, Nuestra Encíclica Ad Catholici Sacerdotii, que explica de la manera más grave Nuestro pensamiento al respecto. 

6. Los sacerdotes mexicanos así formados según el Corazón de Jesucristo sentirán que en las condiciones actuales de su país (de las que hablamos en Nuestra Carta Apostólica Paterna Sane Solicitudo del 2 de febrero de 1926) - que son tan similares a las de los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los Apóstoles pedían la colaboración de los laicos, sería muy difícil reconquistar para Cristo tantas almas descarriadas sin la asistencia providencial que los laicos dan a través de la Acción Católica. Más aún porque, a veces, la gracia prepara entre ellos almas generosas dispuestas a desarrollar la actividad más fructífera si encuentran un clero erudito y santo, capaz de comprenderlos y guiarlos.

7. Por tanto, a los sacerdotes mexicanos, que han dedicado su vida al servicio de Jesucristo, de la Iglesia y de las almas, a ellos dirigimos Nuestro primer y más caluroso llamamiento, que secunden generosamente Nuestra y vuestra solicitud por el progreso de la Acción Católica, dedicándole sus mejores esfuerzos y la más oportuna diligencia. Los métodos de una eficaz colaboración de los laicos con su acción no faltarán nunca si los sacerdotes se dedican con esmerada atención a cultivar el pueblo cristiano mediante una sabia dirección espiritual y una cuidadosa instrucción religiosa, no diluida en vanos discursos, sino alimentados con sana doctrina extraída de la Sagrada Escritura y llena de unción y fuerza.

8. Es cierto que no todos comprenden plenamente la necesidad de este santo apostolado de los laicos, aunque desde Nuestra primera encíclica, Ubi Arcano Dei, declaramos que esto pertenece indiscutiblemente a la pastoral y a la vida cristiana. Pero como, como ya lo hemos señalado, nos dirigimos a los pastores que deben recuperar un rebaño penosamente probado y en cierta medida disperso, hoy más que nunca les recomendamos que hagan uso de esos laicos a quienes, como piedras vivas San Pedro, de la Santa Casa de Dios, les atribuye una profunda dignidad que los hace, en cierto modo, partícipes de un sacerdocio santo y regio (1 Pedro 2, 9).

De hecho, todo cristiano consciente de su dignidad y responsabilidad como hijo de la Iglesia y miembro del Cuerpo Místico de Cristo - Multi Unum Corpus Sumus in Christo Singuli Autem Alter Alterius Membra (Entonces, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo), y cada uno se integra unos a otros) (Romanos xii. 5) - no puede menos que reconocer que entre los miembros de este cuerpo debe existir una comunicación recíproca de vida y una solidaridad de intereses. De ahí el deber de cada uno en el orden de la vida y el aumento de todo el organismo en aedificationem Corporis Chrisn: de ahí la eficaz contribución de cada miembro a la glorificación de la Cabeza y de Su Cuerpo Místico (Efesios 4 : 12-16).

De estos principios claros y sencillos, ¡qué deducciones consoladoras, qué directrices luminosas surgen para muchas almas aún inciertas y tímidas, pero deseosas de orientar su ardor! ¡Qué incitaciones para contribuir a la difusión del Reino de Cristo y a la salvación de las almas!

9. Sin embargo, es evidente que el apostolado así entendido no proviene de un impulso puramente natural de acción, sino que es fruto de una sólida formación interior: es la expansión necesaria de un amor intenso a Jesucristo y a las almas redimidas por Su Preciosa Sangre, que se acciona estudiando para imitar Su vida de oración, de sacrificio, de celo inextinguible. Esta imitación de Cristo suscitará múltiples formas de apostolado en todos los campos, allí donde las almas estén en peligro o los derechos del Divino Rey comprometidos; se extenderá a todas las obras del apostolado, que de alguna manera entren en la misión divina de la Iglesia y, en consecuencia, penetrarán no solo en el alma de cada individuo, sino también en el santuario de la familia, la escuela e incluso la 
vida pública.

10. Pero la magnitud del trabajo no debe hacer que os preocupéis más que por el número de colaboradores que por la calidad. Siguiendo el ejemplo del Divino Maestro, que quiso preceder los pocos años de su obra apostólica con una larga preparación, y se limitó a formar en el Colegio Apostólico no muchos sino instrumentos selectos para la futura conquista del mundo, así también vosotros, Venerables Hermanos, debéis preocuparos ante todo por la formación sobrenatural de vuestros directores y propagandistas, sin preocuparos demasiado ni entristecer porque al principio no formáis sino un pusillus grex (Lc xii. 32).

11. Y como sabemos que ya estáis trabajando en esta dirección, os expresamos nuestra satisfacción de que ya hayáis seleccionado escrupulosamente y cuidadosamente formado a buenos colaboradores, que con palabra y ejemplo traerán el fervor de la vida cristiana y el apostolado cristiano en las diócesis y parroquias. Esta, vuestra obra, seguramente logrará ser sólida y profunda, reacia a la publicidad, al tumulto, a las formas ruidosas, trabajando en silencio, incluso sin frutos muy aparentes o inmediatos; a la manera de la semilla, que, en el aparente reposo bajo la tierra, prepara la nueva planta vigorosa.

12. Por otra parte, la formación espiritual y la vida interior fomentada en estos, vuestros colaboradores, los pondrá en guardia ante peligros y posibles desvíos. Teniendo en cuenta el fin último de la Acción Católica, que es la santificación de las almas, según el precepto evangélico: Mirad primero el Reino de Dios (Lc xii.31), no correréis el riesgo de sacrificar principios por 
fines secundarios, y nunca se olvidará ese fin supremo al que deben subordinarse incluso las obras sociales y económicas y las empresas caritativas.

Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó esto con el ejemplo; porque cuando en la inefable ternura de Su Divino Corazón que le hace exclamar: Tengo compasión de la multitud... Y si los envío en ayuno a su hogar, se desmayarán en el camino (Marcos viii. 2 a 3). Él curó las enfermedades del cuerpo y vino en ayuda de las necesidades temporales. Él tuvo el fin supremo de Su vida siempre a la vista, es decir, la gloria de su Padre y la salvación eterna de las almas.

13. Las llamadas obras sociales, mientras tanto, no deben escapar a las actividades de la Acción Católica, en la medida en que tienen como objetivo poner en práctica los principios de justicia y caridad, y en cuanto son medios de acercamiento a las multitudes; ya que a menudo no se llega a las almas excepto mediante el alivio de las miserias corporales y las necesidades económicas. Y esto Nosotros, como Nuestro predecesor de bendita memoria, León XIII, lo recomendó varias veces. Pero también es cierto que, si la Acción Católica tiene el deber de preparar hombres aptos para dirigir tales obras y de señalar los principios que deben guiarlos, con normas y orientaciones extraídas de las fuentes genuinas de Nuestras Encíclicas, no debe sin embargo, asumir la responsabilidad en aquella parte puramente técnica, financiera, económica, que está fuera de su competencia y fuera de su objeto.

14. Frente a las frecuentes acusaciones que se hacen contra la Iglesia, de que es indiferente a los problemas sociales, o incapaz de resolverlos, no desistáis de proclamar que sólo la enseñanza y la obra de la Iglesia, asistida como está por su Divino Fundador, puede proporcionar un remedio para los muy graves males que agobian a la humanidad. Os toca a vosotros entonces (como ya habéis demostrado vuestra voluntad) sacar de estos fecundos principios las ciertas normas para resolver las graves cuestiones sociales con las que hoy lucha vuestro país, que son, por ejemplo, el problema agrario, el reducción de los latifundios, la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias.

15. Así, salvando la esencia de los derechos primarios y fundamentales, como el derecho de propiedad, recordemos que en ocasiones el bien común impone restricciones a tales derechos como recurso más frecuente que en el pasado a las aplicaciones de la justicia social. Como protección a la dignidad del ser humano, en ocasiones puede ser necesario denunciar y culpar audazmente a las condiciones de vida injustas e indignas; Al mismo tiempo, sin embargo, hay que tener cuidado de no legitimar la violencia con el pretexto de remediar los males de la gente, o admitir y favorecer los cambios rápidos y violentos de las condiciones temporales de la sociedad que pueden conducir a efectos que son más dañinos que el mal mismo que se pretende corregir.

16. Esta intervención en la cuestión social les llevará igualmente a ocuparse de la suerte de tantos trabajadores pobres que con demasiada facilidad se convierten en presa de la propaganda descristianizante, con el espejismo de las ventajas económicas que se les presenta como recompensa por su apostasía de Dios y de Su Iglesia. Si realmente amas al trabajador (y debéis amarlo porque sus condiciones de vida se acercan más a las del Divino Maestro), debéis ayudarlo material y religiosamente. Materialmente, realizar a su favor la práctica no sólo de la justicia conmutativa sino también de la justicia social, es decir, todas aquellas disposiciones que pretenden aliviar la condición del proletario; y luego, religiosamente, devolverle las comodidades religiosas sin las cuales luchará en un materialismo que lo brutaliza y degrada.

17. No menos grave y no menos urgente es otro deber: el de la asistencia religiosa y económica de los campesinos, y en general de esa no pequeña porción de vuestros hijos que forman la población, mayoritariamente agrícola, de los indios. Hay millones de almas, también ellas redimidas por Cristo, confiadas por Él a vuestro cuidado y por las cuales algún día se os pedirá que rindáis cuentas; hay millones de hombres individuales a menudo en condiciones de vida tan tristes y miserables que ni siquiera tienen ese mínimo de bienestar indispensable para proteger su dignidad misma como hombres. Os exhortamos, Venerables Hermanos, en el seno de la caridad de Cristo a tener un cuidado particular por estos pequeños, a animar a vuestro clero a dedicarse con cada vez mayor celo a su ayuda, y a interesar a toda la Acción Católica Mexicana en esta obra de redención moral y material.

18. Tampoco podemos dejar de mencionar un deber que en estos últimos tiempos está cobrando cada vez más importancia: la asistencia a los mexicanos que han emigrado a otros países, quienes, arrancados de su país y de sus tradiciones, más fácilmente se convierten en presas de la propaganda 
insidiosa de los emisarios que buscan inducirlos a apostatar de su Fe. Un arreglo con sus celosos cohermanos de los Estados Unidos de América traerá un cuidado más diligente y organizado por parte del clero local y asegurará a los emigrantes mexicanos aquellas provisiones sociales y económicas que están tan bien desarrolladas en la Iglesia en los Estados Unidos.

19. Si la Acción Católica no puede descuidar a las clases más humildes y necesitadas, de los trabajadores, de los campesinos, de los emigrantes, tiene en otros campos deberes no menos graves e ineludibles; entre otras cosas debe ocuparse solícitamente de los estudiantes que algún día tendrán, como profesionales y mujeres, una gran influencia en la sociedad y quizás ocuparán cargos públicos. A la práctica de la religión cristiana, a la formación del carácter y la conciencia cristiana, que son elementos fundamentales para todos los Fieles, hay que asociar una especial y correcta educación y preparación intelectual, sustentada en la filosofía cristiana, es decir, aquella filosofía que fue verdaderamente llamada filosofía perenne. Pues hoy día -dada la tendencia cada vez más generalizada de la vida moderna hacia las exterioridades, la repugnancia y la dificultad para la reflexión y el recogimiento, y la propensión, en la misma vida espiritual, a dejarse guiar por el sentimiento más bien que por la razón- se hace mucho más necesaria que en otros tiempos una instrucción religiosa sólida y esmerada.

20. Deseamos ardientemente que lleven a cabo entre vosotros, al menos en la medida de lo posible y adaptando la instrucción a las condiciones particulares, a las necesidades y posibilidades de su país, lo que la Acción Católica está haciendo tan bien en otros países para la formación cultural. y asegurar que la instrucción religiosa tenga una primacía intelectual entre los estudiantes y los católicos educados.

21. Los estudiantes universitarios que participan activamente en la Acción Católica nos brindan una gran esperanza de un futuro mejor para México, y no dudamos que cumplirán Nuestras esperanzas. Es evidente que forman parte, y una parte importante, de esta Acción Católica tan cercana a Nuestro corazón, sean cuales sean las formas de su organización, ya que éstas dependen en gran parte de las condiciones y circunstancias locales que varían de una región a otra. Estos universitarios no sólo albergan, como hemos dicho, las más válidas esperanzas de un mañana mejor, sino que también hoy pueden prestar un servicio eficaz a la Iglesia y al país, tanto por el apostolado que desarrollan entre sus compañeros como por el dotar a las distintas ramas y organizaciones de la Acción Católica de directores capaces e ilustrados.

22. Las especiales condiciones de vuestro país nos obligan a recordar el cuidado necesario, obligatorio, ineludible, de los niños, cuya inocencia está atrapada, cuya educación y formación cristiana está tan duramente probada. Se imponen dos graves preceptos a todos los católicos mexicanos: el negativo, es decir, mantener a los niños lo más alejados posible de la escuela impía y corrupta; el otro positivo, para darles una instrucción religiosa completa y precisa y la asistencia necesaria para mantener su vida espiritual. En cuanto al primer punto, grave y delicado, recientemente aprovechamos para manifestar Nuestros pensamientos. En cuanto a la instrucción religiosa, aunque sabemos con cuánta insistencia vosotros la habéis recomendado a vuestros sacerdotes y a vuestros Fieles, os repetimos, siendo éste en la actualidad uno de los más importantes y capitales problemas para la Iglesia mejicana, es necesario que lo que tan laudablemente se practica en algunas diócesis se extienda a todas las demás, de manera que los sacerdotes y miembros de la Acción Católica se apliquen con todo ardor, y sin aterrarse de ningún sacrificio, a conservar para Dios y para la Iglesia estos pequeñuelos, por los cuales el Divino Salvador mostró predilección tan grande.

23. El futuro de estas jóvenes generaciones (lo repetimos con toda la angustia de Nuestro corazón paterno) despierta en Nosotros la más urgente solicitud y la más viva ansiedad. Sabemos a cuántos peligros están expuestos los niños y jóvenes, hoy más que nunca, en todas partes, pero particularmente en México, donde una prensa inmoral y antirreligiosa implanta en sus corazones las semillas de la apostasía de Jesucristo. Para remediar tan grave mal y defender a su juventud de estos peligros, es necesario que se tomen todos los medios legales y se pongan en marcha todas las formas de organización, como por ejemplo, las Ligas de Padres de Familia y los comités de moralidad y vigilancia de publicaciones y censura del cine.

24. En cuanto a la defensa individual de la niñez y la juventud, sabemos, por los informes que nos llegan de todo el mundo, que la actividad en las filas de la Acción Católica constituye la mejor protección contra las estratagemas del mal, el campo de entrenamiento más eficaz en el cristianismo. Estos jóvenes, embelesados ​​por la belleza del ideal cristiano, sostenidos por la Divina Ayuda asegurada por la oración y los sacramentos, se dedicarán con ardor y alegría a la conquista de las almas de sus compañeros, recogiendo consoladoras cosechas de bien.

25. En esto tenemos otra prueba de que, ante los graves problemas de México, no se debe decir que la Acción Católica ocupa un lugar secundario. Si alguna vez esta institución, que es educadora de conciencias y formadora de cualidades morales, se dejara de lado en favor de otra obra extrínseca de cualquier especie, aunque se tratara de defender las libertades religiosas y civiles necesarias, sería un lamentable error; porque la salvación de México, como de toda la sociedad humana, radica sobre todo en la eterna e inmutable doctrina evangélica y en la práctica sincera de la moral cristiana.

26. Por lo demás, una vez establecida esta gradación de valores y actividades, hay que admitir que para que la vida cristiana se desarrolle debe recurrir a medios externos y sensibles; que la Iglesia, siendo una sociedad de hombres, no puede existir ni desarrollarse si no goza de libertad de acción, y que sus miembros tienen derecho a encontrar en la sociedad civil la posibilidad de vivir según los dictados de su conciencia. En consecuencia, es bastante natural que cuando se atacan las libertades religiosas y civiles más elementales, los ciudadanos católicos no se resignen pasivamente a renunciar a esas libertades. No obstante, la reivindicación de estos derechos y libertades puede ser, según las circunstancias, más o menos oportuna, más o menos enérgica.

27. Más de una vez habéis recordado a vuestros fieles que la Iglesia protege la paz y el orden, incluso a costa de graves sacrificios, y que condena toda insurrección injusta o violencia contra los poderes constituidos. Por otro lado, entre vosotros también se ha dicho que, siempre que estos poderes se levantan contra la justicia y la verdad hasta destruir los mismos fundamentos de la autoridad, no se ve cómo se condenará a esos ciudadanos que se unieron para defenderse y la nación, por medios lícitos y convenientes, contra quienes hacen uso del poder público para arruinarla.

28. Si la solución práctica depende de circunstancias concretas, debemos, sin embargo, por Nuestra parte recordaros algunos principios generales, siempre a tener en cuenta, y son:

1) Que estas reivindicaciones tienen razón de medio o de fin relativo, no de fin último y absoluto;

2) Que, en su razón de medio, deben ser acciones lícitas y no intrínsecamente malas;

3) Que, si han de ser medios proporcionales al fin, deberán utilizarse únicamente en la medida en que sirvan para obtener o hacer posible, total o parcialmente, el fin, y de tal manera que no causen a la comunidad mayores daños que los que pretenden reparar;

4) Que el uso de tales medios y el ejercicio de los derechos cívicos y políticos en toda su amplitud, incluyendo también los problemas de orden puramente material y técnico o de defensa violenta, no es manera alguna de la incumbencia del clero ni de la Acción Católica como tales instituciones; aunque también, por otra parte, a uno y a otra pertenece el preparar a los católicos para hacer uso de sus derechos y defenderlos con todos los medios legítimos, según lo exige el bien común.

5) El clero y la Acción Católica, estando, por su misión de paz y amor, consagrados a unir a todos los hombres en el vinculo pacis (Efesios 4,3 ), deben contribuir a la prosperidad de la nación, favoreciendo especialmente la unión de aquellas iniciativas sociales que no se oponen al dogma ni a las leyes de la moral cristiana.

Además, esta misma actividad civil de los católicos mexicanos, realizada con tan noble y elevado espíritu, obtendrá resultados tanto más eficaces cuanto más los mismos católicos tengan la visión sobrenatural de la vida, esa educación religiosa y moral y aquel ardiente celo por la difusión del Reino de Nuestro Señor Jesucristo que la Acción Católica pretende dar.

29. En presencia de una feliz coalición de conciencias que no pretenden renunciar a la libertad reivindicada para ellos por Cristo (Gálatas 4, 31), ¿qué poder o fuerza humana podría unirlos al pecado? ¿Qué peligros, qué persecuciones, qué pruebas podrían separar a las almas así templadas por la caridad de Cristo? (Romanos VIII, 35)

30. Esta recta formación del perfecto cristiano y ciudadano, en la que lo sobrenatural ennoblece y exalta todos los talentos y acciones, contiene también, como es natural, el cumplimiento de los deberes civiles y sociales. Frente a los adversarios de la Iglesia, San Agustín proclamó en alabanza de su fe: Dadme tales padres de familia, tales hijos, tales amos, tales súbditos, tales maridos, tales esposas, tales hombres de gobierno, tales ciudadanos, como aquellos que las formas de la Doctrina Cristiana, y si no puedes darlas, confiesa que esta Doctrina Cristiana, si se practica, es la salvación del Estado (Epístola cxxxviii. 2).

31. Así, el católico se cuidará de no descuidar su derecho al voto cuando el bien de la Iglesia o del país lo requiera. Así se evitará el peligro de ver a los católicos, en el ejercicio de sus actividades civiles y políticas, organizándose en grupos particulares, a veces en disputa entre sí o también en contra de las instrucciones de las autoridades eclesiásticas. Eso aumentaría la confusión y dispersaría las fuerzas, en detrimento total tanto del desarrollo de la Acción Católica como de la causa misma que quieren defender.

32. Ya hemos mencionado actividades que, si bien no se oponen, ciertamente quedan fuera del ámbito de la Acción Católica, como las de un partido político o las puramente económicas y sociales. Pero existen muchas otras actividades benéficas, como las Ligas de Padres de Familia, para la defensa de la libertad escolar y la instrucción religiosa, la Unión de Ciudadanos para la defensa de la familia y la santidad del matrimonio, y de la moral pública, que pueden reorganizarse en torno al núcleo central de la Acción Católica. De hecho, no se sujeta rígidamente a planos fijos, sino que coordina, como si se tratara de un centro radial de luz y calor, otras iniciativas e instituciones auxiliares; que, gozando siempre de una justa autonomía y de una adecuada libertad de acción necesaria para el cumplimiento de sus fines específicos, sienten la necesidad de seguir las reglas generales y las comunes normas programáticas de la Acción Católica.

33. Eso vale sobre todo para vuestra nación, que es tan extensa, donde la variedad de las necesidades y de las condiciones locales pueden exigir que, aunque sobre la base de principios comunes, se empleen métodos diferentes de organización y se den también soluciones prácticas, diversas entre sí, pero igualmente rectas y aptas para resolver un mismo problema.

34. Os corresponderá a vosotros, Venerables Hermanos, puestos por el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia de Dios, dar la decisión práctica final en estos casos, a los que los Fieles darán su obediencia y fidelidad según vuestras instrucciones. Y esto está muy cerca de Nuestro corazón, porque la recta intención y la obediencia son siempre y en todas partes las condiciones indispensables para atraer las bendiciones divinas sobre el ministerio pastoral y sobre la Acción Católica y para determinar esa unidad de dirección y esa fusión de energías que son presupuesto indispensable para la fecundidad del apostolado. Con todo Nuestro espíritu, por lo tanto, conjuramos a los buenos católicos mexicanos a valorar la Obediencia y la Disciplina. "Obedece a tus prelados y sométete a ellos. Porque ellos miran como para rendir cuentas de tus almas" (Hebreos xiii. 17). El que obedece de mala gana y solo por la fuerza, desahogando su resentimiento interior en amargas críticas a sus superiores y compañeros de trabajo, de todo aquello que no es conforme a su propia manera de ver las cosas, ahuyenta las bendiciones divinas, destruye la fuerza de la disciplina y destruye donde debería construir.

35. Junto a la obediencia y la disciplina, nos complace recordar aquellos otros deberes de caridad universal que nos sugiere san Pablo en ese mismo capítulo iv de la Carta a los Efesios, que ya hemos citado y que debería ser la norma fundamental de todos los que trabajamos en la Acción Católica: “Yo, por tanto, prisionero en el Señor, os suplico que caminéis dignamente... con toda humildad y apacibilidad, con paciencia, apoyándose unos a otros en la caridad, cuidando de mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, un solo cuerpo y un solo Espíritu” (Efesios 4: 1 al 4).

36. A nuestros queridísimos hijos mexicanos, que forman parte de los cuidados y de las afectuosas solicitudes de Nuestro Pontificado, renovamos el llamado a la unidad, a la caridad, a la paz, en la labor apostólica de la Acción Católica, que debe devolver Cristo a México y restaurar allí la paz y también la prosperidad temporal.

37. Depositamos Nuestros deseos y Nuestras oraciones a los pies de vuestra Patrona celestial, invocada bajo el título de Nuestra Señora de Guadalupe, quien, en su santuario, aún suscita el amor y la veneración de todo mexicano.

38. A ella, que bajo este título es venerada y bendecida también en esta ciudad donde Nosotros mismos hemos erigido una parroquia dedicada en su honor, le pedimos sinceramente que escuche Nuestras oraciones y las vuestras por el próspero futuro de México, por el Paz de Cristo en el Reino de Cristo. Con estos deseos y con estos sentimientos, os impartimos con todo nuestro corazón a vosotros, a vuestros sacerdotes, a la Acción Católica Mexicana, a todos los hijos amados de México, a toda la noble nación mexicana, una Bendición Apostólica muy especial.

39. Que esta, Nuestra carta, sea prenda de resurrección espiritual para vuestro país, como hemos querido fecharla en la Fiesta de la Resurrección como auspicio paterno que, habiendo estado participando tan vivamente en los sufrimientos de Cristo, de modo que vosotros también podáis ser partícipes de Su resurrección.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Resurrección, el 28 de marzo de 1937, decimoquinto año de Nuestro Pontificado.

PÍO XI



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