Por Betina Riva (@betsriva)
Esta nota es personal y nace de un enojo particular así que pido disculpas por adelantado al amable lector que desprevenido llega aquí. Mi ira se dispara por la incapacidad de muchas autodenominadas “feministas”, e incluso algunos varones que reclaman para sí ser considerados como tales, de aceptar las decisiones que las mujeres tomamos sobre nuestros cuerpos. También se enojan fuertemente con las decisiones políticas, ideológicas y hasta teóricas que tomamos y que no responde a su propia mirada del mundo.
El lema “mi cuerpo, mi decisión”, que en principio debería ser considerado como uno que incluye tanto a las féminas como a los hombres, se asocia casi exclusivamente con el derecho al aborto seguro y gratuito. Independientemente de la posición que uno sostenga sobre ese tema, si lo analizamos (es una frase cortita que no requiere demasiado esfuerzo) deberíamos entender que es bastante más amplio que eso. “Mi cuerpo es mío” reza otro lema, asociado a la misma cuestión polémica. Y sin embargo… muchos de sus proponentes parecen olvidar esta cuestión cuando quien está enfrente decide o propone algo que no les gusta.
Veamos, si vamos a defender que el cuerpo de cada uno es propio, tenemos que aceptar que cada quien es libre de decidir si: lo vende, lo alquila, lo arrienda, lo cede, lo mutila… sí, incluso la decisión más extrema sobre el cuerpo debe ser respetada si la persona toma una decisión libre y consciente de los riesgos. Ahí es, quizás, donde la cuestión se pone espinosa. Muchas personas sostienen distintos límites sobre a la libre disposición del cuerpo: hay quienes no aceptan el suicidio como decisión y creen que el estado debe intervenir para evitarlo, quienes creen que la subrogación de vientre no debe permitirse, quienes están en contra de la venta abierta de órganos (donde vendedor y comprador acuerdan un precio), muchas otras no aceptan el ejercicio libre de la prostitución.
No es mi intención discutir aquí los límites morales de las personas sobre estas cuestiones polémicas, pero sí me fastidia la hipocresía de quienes sostienen los lemas anteriormente citados pero se horrorizan o pretenden prohibir actividades que están directamente vinculados al derecho a disponer de uno mismo.
Es tu cuerpo pero no se te ocurra prostituirte (y por favor, no seamos ingenuos, la trata es muy diferente del ejercicio libre del comercio sexual). En este caso tu cuerpo aparentemente deja de ser tuyo y tu decisión libre, por lo que allí corren presurosas las feministas abolicionistas para “rescatarte”, sostener que en verdad tendrías que recurrir a otros oficios (poco o peor remunerados pero socialmente más aceptables); que tu decisión debe estar condicionada por tu historia familiar o porque, como sos pobre, “no tenés la capacidad” para darte cuenta de que hay “mejores” alternativas (claro que estas dos últimas cuestiones bien pueden combinarse).
Muchas feministas niegan cualquier voz a las prostitutas si no coinciden con su mirada simplificadora. También se dedican a “bombardear” los encuentros donde mujeres que ejercen el comercio sexual deciden contar experiencias que no pasen por el horror y el trauma. Por cierto, estas feministas además niegan la existencia de hombres que se prostituyen y de clientes mujeres. Todo lo que pueden ver, con sus lindas anteojeras ideológicas, es al “heteropatriarcado” que usa a las mujeres para su satisfacción sexual.
Estas mismas mujeres abolicionistas (aunque no es patrimonio exclusivo, los hombres también sostienen estas posiciones más o menos públicamente) se niegan a reconocerlas como trabajadoras, negando así la posibilidad de acceder a derechos básicos, que además les darían cierta protección, por ejemplo, contra excesos y violencias policiales. Por no mencionar la posibilidad jubilarse el día de mañana, habiendo hecho los aportes correspondientes.
El otro gran tema, muy en boga estos días es el alquiler de vientres, cada vez más famosos nos muestran a sus hijos conseguidos por este medio. Personalmente, no me importan las razones detrás de esta decisión absolutamente personal, sino las reacciones de ciertas feministas que encuentran en esta posibilidad “un sistema de explotación de mujeres pobres por los ricos”. Es interesante que no encuentro estas mismas discusiones en la donación de esperma. Claro que este tema tiene otras aristas polémicas a considerar, pero nos iríamos de tema.
¿Es posible que sea un mecanismo donde personas más favorecidas obtienen lo que desean pagándole a personas que tienen menos recursos? Sería tonto negarlo. Pero no veo muchas prácticas que sean muy diferentes. En general alguien compra y alguien vende. ¿Podemos discutir el aspecto moral? Desde luego. ¿Es lícito o correcto que lo prohibamos porque no nos gusta, o por ciertas sensibilidades sociales mal entendidas? En mi opinión, no, no lo es. Precisamente porque creo que el cuerpo de cada quien le pertenece y hace con él lo que gusta.
Y hablando de sexo y de embarazos no nos olvidemos del otro gran tema en boga: el parto domiciliario contra el institucionalizado y la cesárea. Aparentemente, sostienen muchas feministas -pero aquí no sólo ellas, justo es decirlo- debemos volver a la naturaleza, sufrir el parto (después se quejan de la religión y hacen profesión de ateísmo olvidando aquel castigo bíblico del “parirás con dolor”) y realizar prácticas antihigiénicas en relación a la sangre y la placenta… prácticamente un llamado a la edad de piedra. Por cierto, también se olvidan el fenomenal negocio de ciertas parteras (“doulas”) y de otros profesionales que ofrecen este servicio, sin ningún resguardo por la vida de la parturienta o del futuro nacido.
Nadie puede negar que existen médicos que han olvidado el juramento Hipocrático especialmente la parte de “no dañar”, pero un mal profesional, incluso cien malos profesionales, no anulan no sólo a los buenos sino lo que la medicina nos permite: llegar relativamente sanos a una edad avanzada. La violencia obstétrica existe, pero eso no quiere decir que poner en riesgo la salud de la mujer que pare y la del futuro bebé sea correcto bajo ningún punto de vista.
Algo similar ocurre con la vacunación. Niños que mueren por enfermedades que habían sido prácticamente erradicadas por capricho de quienes debían cuidarlos y velar por ellos, o que corren el riesgo de quedar discapacitados en distintos grados. Víctimas silenciosas de un maltrato que no pueden denunciar. Víctimas a las que se les niega el derecho a la salud. Pero eso sí, padres y madres “new age”, adultos encaprichados en ser adolescentes eternos, muy contentos predicándonos la importancia de que la naturaleza haga su trabajo, que no nos dejemos “engañar” por los “falsos estudios” pagados por las farmacéuticas que sólo nos quieren vender sus productos antinaturales.
Quizás deberían recordar que la Naturaleza es una fuerza a la que nada le importamos… que de hecho propende a nuestra destrucción como sabiamente sostenía el divino Marqués.
Pobres de nosotras mujeres occidentales que no aceptamos los cantos de sirena del feminismo terceraolista, pobres de nosotras que nos atrevemos a retrucar “quién sos vos, mujer, para decirme a mí lo que tengo que hacer con mi cuerpo”, pobres de nosotras que hacemos públicos nuestros sentimientos y pensamientos, pobres de nosotras que exigimos que “mi cuerpo, mi decisión” sea algo más que una consigna vacía en relación a un único tema.
Restaurarg.blogspot.com.ar
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