Temas desafiantes que, en el “año de la misericordia”, el obispo de Orán, Argelia, Jean-Paul Vesco, aborda con franqueza, consciente de lo que prescribe la doctrina, pero también de la “nueva actitud” de “acogida” y “apertura” a la que insta el “papa” Francisco.
Dominico de vocación, monseñor Vesco ha publicado hace unos meses un libro: Ogni amore vero è indissolubile (Todo amor verdadero es indisoluble), (Queriniana, pg.109, euro 119) que ha causado no pocas sorpresas, por su original planteamiento del problema del amor indisoluble en relación con los divorciados vueltos a casar. Ahora amplía la reflexión a las uniones entre personas del mismo sexo.
- Iglesia y homosexualidad. ¿Cuál debe ser la actitud correcta?
- Para la Iglesia no se trata de “conceder derechos”. La Iglesia debe abrir los brazos y acoger a las personas incondicionalmente. Cuando un chico, en una familia, revela su homosexualidad, la cuestión para los padres, para los abuelos, no es si esta elección es buena o mala, si hay que estar a favor o en contra. La cuestión sigue siendo amar a su hijo o a su nieto tal como son, no juzgarlos. Y así ofrecer tesoros de inteligencia y comprensión. Sueño con que pueda ser así en la Iglesia, que es una familia de la que nadie debe sentirse excluido.
- Para la moral católica, el ejercicio de la sexualidad entre homosexuales sigue siendo, como afirma el Catecismo, un “desorden objetivo”. ¿Cree que habría que reformular esta postura?
- Objetivamente, las relaciones sexuales se rigen por la complementariedad de los cuerpos y los corazones, masculino y femenino. En esta complementariedad nace y se desarrolla el niño. La formulación del Catecismo, ciertamente difícil de aceptar, no dice otra cosa. Pero ¿puede esto, desde un punto de vista subjetivo, ser un obstáculo para una vida afectiva exigente y fiel, en la que se pueda captar ese amor hermoso y auténtico con el que todos sueñan? La comparación con la realidad demuestra que eso existe, y que es posible.
- ¿Cree que es correcto abrir la adopción a las parejas del mismo sexo?
- Este es el punto crítico. Por supuesto que una relación homosexual no puede implicar procreación. Eso es un hecho. También está claro que una pareja del mismo sexo puede ofrecer el amor suficiente para aliviar a un niño adoptado, los ejemplos están ahí para demostrarlo, todos conocemos ciertamente casos. Pero ante un niño deseado y previsto en adopción por parejas del mismo sexo, hay que decir que no. Todas las confusiones y todas las manipulaciones relativas a la procreación se concentran en este paso. Y esto pone en tela de juicio el futuro de la humanidad.
- ¿Cómo entender el amor homosexual? Alguien ha sugerido que también existe un significado de indisolubilidad para estos vínculos. ¿Es posible formular esta hipótesis?
- Entendamos la relación entre indisolubilidad y matrimonio. La indisolubilidad se ha cargado tanto de peso teológico que olvidamos su significado original. Su primer significado es que un amor humano, en el que uno se compromete verdaderamente con todo su ser, crea un vínculo definitivo que no se disuelve en la separación. Un amor así marca toda nuestra vida. Por eso el amor es algo “peligroso”, y por eso una persona debe tener cuidado con lo que hace con su cuerpo y con su corazón. En la teología católica, no es el sacramento lo que hace indisoluble el matrimonio, sino el amor que los cónyuges se prometen. El sacramento da una fuerza particular a la indisolubilidad, que ya está presente, y la consagra. El sacramento del matrimonio y la indisolubilidad tienen, pues, un vínculo causal recíproco, pero son realidades de orden distinto.
- Entonces, ¿no se puede hablar de amor homosexual indisoluble?
- Es posible tomar en serio una relación homosexual estable y fiel, afirmando al mismo tiempo que es de naturaleza distinta al matrimonio sacramental entre un hombre y una mujer, naturalmente orientado a la procreación. Pero esto no excluye que una relación homosexual pueda tener características de indisolubilidad.
- ¿No es ésta una conclusión teológicamente arriesgada?
- Negarse a admitir que dos personas homosexuales puedan unir sus vidas de manera indisoluble, significa ofrecer a estas personas sólo la opción entre relaciones sin futuro o la castidad entendida como abstinencia de relaciones sexuales. Esta abstinencia, para algunos, puede entenderse ciertamente como una vocación. Pero si la Iglesia sólo tiene la abstinencia sexual para proponer como modelo virtuoso a los homosexuales, existe un fuerte riesgo de que se salve la doctrina pero que las 99 ovejas del rebaño queden abandonadas a sí mismas, sin pastor que les lleve su olor.
- ¿Qué propone entonces?
- Entonces me pregunto: ¿no tienen derecho los homosexuales al desafío de la castidad conyugal entendida como donación de sí a otro en fidelidad? Es una pregunta seria.
- ¿Cree que la pastoral está preparada para asumir este reto?
- La aceptación de las personas homosexuales es un desafío que llama a la puerta de todas las Iglesias del mundo, en todos los continentes. Y es una lástima que no se haya podido abordar la cuestión con serenidad en el Sínodo sobre la Familia. Puede que aún no fuera el momento oportuno, pero sin duda lo es, y de manera muy urgente, para las sociedades civiles.
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