martes, 5 de diciembre de 2000

SUMMORUM PONTIFICUM (25 DE JULIO DE 1922)


CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA

SUMMORUM PONTIFICUM

San Ignacio de Loyola es declarado

Patrono Celestial de los Ejercicios Espirituales

Desde tiempos inmemoriales, los Sumos Pontífices han prestado el mayor interés a las prácticas particularmente adecuadas para el desarrollo de la piedad y la perfección de la vida cristiana, recomendándolas con su supremo elogio y alentándolas con apremiantes exhortaciones. Ahora bien, entre estos diversos complementos de la religión, un lugar de honor lo ocupan los Ejercicios Espirituales que San Ignacio, bajo el impulso del Espíritu divino, introdujo en la Iglesia. Sin duda, gracias a la misericordiosa bondad de Dios, nunca han faltado hombres que, profundamente imbuidos de las verdades celestiales, hayan sabido proponerlas con fruto a las meditaciones de los fieles. Sin embargo, Ignacio fue el primero que, en un opúsculo compuesto por un hombre que entonces no tenía cultura literaria y que él mismo tituló Ejercicios Espirituales, se comprometió a enseñar un método, una dirección especial para hacer retiros espirituales, tan maravillosamente adecuados para facilitar a los fieles la detestación de sus pecados y una santa organización de su vida según el modelo de la de Nuestro Señor Jesucristo.

Tal ha sido la virtud de este método ignaciano, que la soberana utilidad de los Ejercicios, como afirmó nuestro ilustre predecesor León XIII, ha sido demostrada "por la experiencia de tres siglos ya... y por el testimonio de todos los hombres que, durante ese mismo tiempo, han brillado por su conocimiento ascético o por la santidad de sus vidas".

Además de tantas personas tan famosas por su santidad y de los mismos miembros de la familia ignaciana, que han declarado elocuentemente que sacaban la razón de su virtud de esta fuente, nos complace citar estas dos luces de la Iglesia tomadas del clero secular, San Francisco de Sales y San Carlos Borromeo. Francisco de Sales, de hecho, para prepararse dignamente para su consagración episcopal, practicó cuidadosamente los Ejercicios Ignacianos, en el curso de los cuales estableció el tipo de vida que siempre mantuvo después, de acuerdo con los principios para la reforma de la vida establecidos en el opúsculo de San Ignacio.

Por su parte, Carlos Borromeo, como ha demostrado Nuestro predecesor de feliz memoria, Pío X, y como Nosotros mismos hemos constatado por documentos históricos publicados antes de Nuestro Pontificado, después de haber probado en sí mismo la virtud de los Ejercicios que le habían impulsado a una vida más perfecta, propagó su uso entre el clero y el pueblo. En cuanto a los santos hombres y mujeres formados en la disciplina religiosa, basta nombrar a modo de ejemplo a aquella eminente maestra de la vida contemplativa, Santa Teresa, y al hijo del Seráfico Patriarca, Leonardo de Puerto Mauricio, que tenía en tan alta estima la obra de San Ignacio, que declaraba seguir enteramente su método para llevar las almas a Dios.

También los Romanos Pontífices, después de haber aprobado solemnemente este pequeño pero "admirable libro" desde su primera edición, habiéndolo elogiado altamente y apoyado con la autoridad apostólica, no han cesado desde entonces de recomendar su uso, ya sea colmándolo de preciosas indulgencias, ya sea honrándolo con nuevos y repetidos elogios.

Nosotros, por lo tanto, convencidos de que los males de nuestro tiempo deben su origen en su mayor parte al hecho de que ya no hay nadie que reflexione en su corazón; convencidos de que los Ejercicios Espirituales, practicados según la disciplina de San Ignacio, son el medio más poderoso para superar las formidables dificultades en medio de las cuales se debate actualmente la sociedad humana en muchos lugares; habiendo constatado que hoy, como en el pasado, la rica cosecha de virtudes está madurando en los santos retiros, tanto entre las familias religiosas y los sacerdotes seculares como entre los laicos, y -algo particularmente notable en nuestro tiempo- entre los propios trabajadores. Es Nuestro mayor deseo ver que la práctica de estos ejercicios espirituales se difunde cada día más, y que se multiplican y prosperan por todas partes estas piadosas moradas en las que uno se retira, ya sea durante todo un mes, ya sea durante ocho días, o incluso durante unos pocos días solamente, si eso es todo lo posible, para entregarse a una especie de gimnasia de la vida cristiana.

Al mismo tiempo que Nuestro amor al rebaño del Señor Nos hace dirigir esta oración a Dios, deseando satisfacer los deseos y las urgentes peticiones de casi todos los obispos del mundo, de ambos ritos, queriendo también, con ocasión de las solemnidades del tercer centenario de la canonización de San Ignacio y del cuarto de la composición de este libro de oro, dar testimonio inequívoco de Nuestra gratitud al santo patriarca, siguiendo el ejemplo de Nuestros predecesores que asignaron patronos tutelares a diversos Institutos, siendo éste el único que ha podido hacerlo, dar testimonio inequívoco de Nuestra gratitud al santo patriarca, siguiendo el ejemplo de Nuestros Predecesores que asignaron a varios Institutos patronos tutelares, éste a uno, aquél a otro, habiendo tomado el consejo de Nuestros Venerables Hermanos los Cardenales encargados de la Sagrada Congregación de Ritos, de acuerdo con el ejemplo de Nuestros Predecesores. Congregación de Ritos, en virtud de Nuestra autoridad apostólica, declaramos, establecemos y proclamamos a San Ignacio de Loyola como celestial patrono de todos los Ejercicios Espirituales y, en consecuencia, de todos los Institutos, asociaciones y grupos de todo tipo que ponen su acción y su celo a disposición de los que hacen los Ejercicios Espirituales

Asimismo, declaramos que confirmamos la presente Carta, y que deseamos que tenga ahora y siempre toda su fuerza y eficacia, y que pueda entrar en vigor y obtener su pleno y completo efecto, a pesar de cualquier disposición en contrario.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en el año del Señor de 1922, el 25 de julio del primer año de Nuestro Pontificado.


Card. Antonio Vico
Obispo de Porto y Santa Rufina
Prefecto de la Congregacion de Ritos Sagrados

Card. Ottavio Cagiano,
Canciller de la Santa Iglesia Romana


Raphael Virili, Protonotario Apostólico

Leopold Capitani, subst. reg. por deleg. espec.


Fuente: Actes de S. S. Pio XI, Maison de la Bonne Presse, París-8, 1940

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