sábado, 2 de diciembre de 2000

CUM HOC SIT (4 DE AGOSTO DE 1880)


BREVE

CUM HOC SIT

Proclamación de Santo Tomás de Aquino 

como Patrono de las Escuelas Católicas

Es una práctica fundada en la naturaleza y aprobada por la Iglesia Católica, buscar el patrocinio de hombres celebrados por la santidad, y los ejemplos de aquellos que se han superado o alcanzado la perfección en alguna forma, para imitarlos. Es por esto que un gran número de Órdenes Religiosas, Facultades, Sociedades Literarias, desde hace mucho tiempo han querido elegir, con la aprobación de la Santa Sede, como maestro y patrón a Santo Tomás de Aquino, quien siempre brilló como el sol en doctrina y virtud.

Ahora, en nuestros tiempos, habiéndose incrementado por doquier el estudio de su doctrina, han surgido muchas peticiones para que se le asigne como patrono, por autoridad de esta Sede Apostólica, a todos los Colegios, Academias y Escuelas del mundo católico. Varios obispos han hecho saber que este era su deseo, y han enviado cartas privadas o conjuntas en este sentido; los miembros de muchas Academias y Sociedades Científicas han reclamado el mismo favor con humildes y fervientes súplicas.

Se había creído necesario posponer la satisfacción del ardor de estos deseos y de estas oraciones, para que el tiempo aumentara su número; pero la conveniencia de esta declaración apareció a raíz de la publicación hecha el año pasado, en este día, de nuestra Carta Encíclica sobre la Restauración en las escuelas católicas de filosofía cristiana según el espíritu del doctor angélico Santo Tomás de Aquino. En efecto, los obispos, las Academias, los decanos de las Facultades y los estudiosos de todos los puntos de la tierra, declararon, de un solo corazón y como una sola voz, que serían dóciles con nuestras prescripciones; que incluso deseaban, en la enseñanza de la filosofía y de la teología, seguir enteramente las huellas de Santo Tomás; afirman, en efecto, que están, como nosotros, convencidos de que la doctrina tomista posee, con eminente superioridad, una fuerza y ​​una singular virtud para curar los males que aquejan a nuestro tiempo.

Nosotros, pues, que desde hace tiempo y con fervor deseamos ver florecer todas las escuelas bajo el cuidado y patrocinio de tan excelso maestro, dada la formal y contundente constancia del anhelo universal, juzgamos llegado el momento de añadir este nuevo alabanza a la gloria inmortal de Tomás de Aquino.

Ahora bien, aquí está el principal y el resumen de los motivos que nos determinan: es que Santo Tomás es el modelo más perfecto que, en las diversas ramas de las ciencias, los católicos pueden proponerse. En él están, en efecto, todas las luces del corazón y de la mente que imponen justamente la imitación; una doctrina muy fecunda, muy pura, perfectamente ordenada; reverencia por la fe y acuerdo admirable con las verdades divinamente reveladas; la integridad de la vida y el esplendor de las virtudes más altas.

Su doctrina es tan vasta que contiene, como un mar, toda la sabiduría que brota de los antiguos. Todo lo dicho en verdad, todo lo sabiamente discutido por los filósofos paganos, por los Padres y Doctores de la Iglesia, por los hombres superiores que florecieron antes que él, no sólo lo ha conocido plenamente, sino que lo ha aumentado, completado, clasificado, haciéndolo con tal perspicacia de especie, con tal perfección de método y tal propiedad de términos, que parece haber dejado a los que querían seguirle sólo la facultad de imitarle, privándoles de la posibilidad de igualarlo.

Y aún queda esto de considerable importancia: es que su doctrina, al estar formada y, por así decirlo, armada con principios de una gran amplitud de aplicación, responde a las necesidades, no sólo de una época, sino de todos los tiempos, y que es muy adecuado para superar errores recurrentes. Apoyándose en su propia fuerza y ​​valor, permanece invencible y causa un profundo temor a sus adversarios.

No debemos menos apreciar, especialmente a juicio de los cristianos, la perfecta concordancia entre la razón y la fe. En efecto, el santo Doctor demuestra con pruebas que las verdades del orden natural no pueden estar en desacuerdo con las verdades que se creen, sobre la palabra de Dios: que, por tanto, seguir y practicar la fe cristiana, no es una humillación y despreciable servidumbre de la razón, sino una noble obediencia que sustenta la mente y la eleva a mayores alturas; finalmente, que la razón y la fe proceden ambas de Dios, no para que estén en disputa, sino para que, unidas por un lazo de amistad, se protejan mutuamente.

Ahora bien, en todos los escritos del Beato Tomás vemos el modelo de esta unión y de este admirable acuerdo. Pues vemos que a veces domina y brilla la razón que, precedida por la fe, alcanza el objeto de su investigación de la naturaleza; a veces la fe, que se explica y defiende con la ayuda de la razón, de tal modo, sin embargo, que cada una de ellas conserva intactas su fuerza y ​​su dignidad; finalmente, cuando el tema lo exige, los dos marchan juntos como aliados contra los enemigos de ambos. Pero, si siempre fue muy importante que existiera el acuerdo entre la razón y la fe, fue mucho más importante aún desde el siglo XVI; pues, en ese momento, comenzaron a sembrarse las semillas de una libertad más allá de todos los límites y de todas las reglas, lo que hace que la razón humana repudie abiertamente la autoridad divina y exija a la filosofía armas para socavar y combatir las verdades religiosas.

Finalmente, el Doctor Angélico, si es grande en doctrina, no lo es menos en virtud y santidad. Ahora bien, la virtud es la mejor preparación para el ejercicio de las facultades de la mente y la adquisición de la ciencia; los que la descuidan se imaginan falsamente que han adquirido una ciencia sólida y fecunda, porque la ciencia no entrará en un alma mala, y no morará en un cuerpo sujeto al pecado (Sg, I, 4). Esta preparación del alma, que procede de la virtud, existía en Tomás de Aquino en grado, no sólo excelente y eminente, sino de tal modo que merecía ser señalada divinamente con un signo luminoso. En efecto, como había salido victorioso de una fortísima tentación de placer, el castísimo adolescente obtuvo de Dios, como premio a su valentía, llevar alrededor de su cintura un cinturón misterioso y al mismo tiempo sentir completamente extinguido el fuego de la concupiscencia. A partir de entonces, vivió como si estuviera exento de todo contagio corporal, que pudiera compararse a los espíritus evangélicos, no menos por la inocencia que por el genio.

Por estas razones, juzgamos al Doctor Angélico digno en todos los aspectos de ser elegido como patrón de los estudios, y, al pronunciar este juicio con alegría, actuamos pensando que el patrocinio de este hombre muy grande y muy santo será muy poderoso para la restauración de los estudios filosóficos y teológicos, en gran beneficio de la sociedad. Pues, tan pronto como las escuelas católicas se hayan puesto bajo la dirección y tutela del Doctor Angélico, fácilmente veremos florecer la verdadera ciencia, extraída de ciertos principios y desarrollándose en un orden racional. Las doctrinas puras producirán moral pura, sea en la vida privada o en la vida pública, y la buena moral redundará en la salvación de los pueblos, el orden, el apaciguamiento y la tranquilidad general. Los que se dedican a las ciencias sagradas, tan violentamente atacada en nuestros días, sacarán de las obras de Santo Tomás los medios para demostrar ampliamente los fundamentos de la ley cristiana, para persuadir las verdades sobrenaturales, y para defender victoriosamente nuestra Santísima Religión contra los ataques criminales de sus enemigos. Todas las ciencias humanas comprenderán que no serán impedidas ni retardadas en su progreso por esta razón; sino, por el contrario, estimulado y agrandado; en cuanto a la razón, volverá a la gracia con la fe, habiendo desaparecido las causas del desacuerdo, y la tomará como guía en la búsqueda de la verdad. Finalmente, todos los hombres ávidos de aprender, formados por los ejemplos y preceptos de tan gran maestro, se acostumbrarán a prepararse bien para el estudio con integridad moral; y no seguirán esa ciencia que, separada de la caridad,del Padre de las Luces y del Maestro de las Ciencias, conduce también a él.

Nos hemos complacido en preguntar también la opinión de la Sagrada Congregación de Ritos, y habiendo estado su opinión unánime en pleno acuerdo con Nuestros deseos, en virtud de Nuestra autoridad suprema, para la gloria de Dios Todopoderoso y el honor del Doctor Angélico, para el crecimiento de las ciencias y la utilidad común de la sociedad humana, 

Declaramos a Santo Tomás, Doctor Angélico, Patrono de las Universidades, Academias, Facultades, Escuelas Católicas, y queremos que sea, como tal, sostenido, venerado y honrado por todos; se entiende, sin embargo, que nada cambia para el futuro en los honores y rangos dados a los santos que las Academias o Facultades hayan elegido como patrones particulares.

Dado en Roma, cerca de San Pedro, bajo el anillo del pescador, el 4 de agosto de 1880, año tercero de nuestro pontificado.

Cardenal Théodore Mertel



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