jueves, 21 de septiembre de 2000

ACERBA ANIMI (29 DE SEPTIEMBRE DE 1932)


ACERBA ANIMI

ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XI

SOBRE LA PERSECUCIÓN DE LA IGLESIA EN MÉXICO

A NUESTROS VENERABLES HERMANOS DE MÉXICO,

LOS ARZOBISPOS, OBISPOS Y ORDINARIOS

EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA.

Salud, Venerables Hermanos y Bendición Apostólica.

La preocupación y el dolor que sentimos ante la triste situación actual de la sociedad humana en general no disminuyen en modo alguno Nuestra especial solicitud por Nuestros amados hijos de la nación mexicana y por vosotros, Venerables Hermanos, que son los más merecedores de Nuestra paternal consideración porque vosotros durante tanto tiempo habéis sido acosados ​​por graves persecuciones.

2. Desde el comienzo de Nuestro Pontificado, siguiendo el ejemplo de Nuestro Venerable Predecesor, nos esforzamos con todas nuestras fuerzas para evitar la aplicación de aquellos estatutos constitucionales que la Santa Sede se había visto obligada en varias ocasiones a condenar como gravemente despectivos para los más elementales e inalienables derechos de la Iglesia y de los fieles. Con esta intención, dispusimos que Nuestro Representante establezca su residencia en su República.

3. Pero mientras que otros gobiernos en los últimos tiempos se han mostrado ansiosos por renovar acuerdos con la Santa Sede, el de México frustró todo intento de llegar a un entendimiento. Por el contrario, rompió inesperadamente las promesas que nos hizo poco antes por escrito, desterrando repetidamente a Nuestros Representantes y mostrando así su animosidad contra la Iglesia. Así, se dio una aplicación más rigurosa al artículo 130 de la Constitución, contra el cual, debido a su extrema hostilidad hacia la Iglesia, como puede verse en Nuestra encíclica Iniquis afflictisque del 18 de noviembre de 1926, la Santa Sede tuvo que protestar de la manera más solemne. Luego se dictaron fuertes penas contra los transgresores de este artículo deplorable; y, como una nueva afrenta a la Jerarquía de la Iglesia, se dispuso que cada Estado de la Confederación debería determinar el número de sacerdotes facultados para ejercer el ministerio sagrado, en público o en privado.

4. En vista de estos injustos e intolerantes mandamientos que habrían sometido a la Iglesia en México al despotismo del Estado y del Gobierno hostil a la religión católica, vosotros determinaron, Venerables Hermanos, suspender el culto público, y al mismo tiempo llamasteis a los fieles a protestar eficazmente contra el injusto procedimiento del Gobierno. Por vuestra firmeza apostólica, fuisteis casi todos desterrados de la República, y desde la tierra de vuestro destierro debisteis presenciar las luchas y el martirio de vuestros sacerdotes y de vuestro rebaño; mientras que aquellos pocos entre vosotros que casi por milagro pudisteis permanecer escondidos en vuestras propias diócesis, habéis logrado animar efectivamente a los fieles con el espléndido ejemplo de vuestro propio espíritu intrépido. De estos acontecimientos aprovechamos para hablar en solemnes alocuciones, Iniquis aflictisque, y nos reconfortó la admiración del mundo por el valor mostrado por el clero al administrar los Sacramentos a los fieles, en medio de mil peligros y a riesgo de sus vidas, y por el heroísmo similar de muchos de los fieles, que a costa de sufrimientos inauditos y enormes sacrificios, prestó valiente ayuda a sus sacerdotes.

5. Mientras tanto, no dejamos de alentar con palabra y consejo la legítima resistencia cristiana de los sacerdotes y fieles, exhortándolos a aplacar con penitencia y oración a la Justicia de Dios, para que en su misericordiosa Providencia acorte el tiempo de la prueba. Al mismo tiempo, invitamos a Nuestros hijos en todo el mundo a unir sus oraciones a las nuestras a favor de sus hermanos en México; y maravillosos fueron el ardor y la sinceridad con que respondieron a Nuestro llamado. Tampoco descuidamos recurrir, además de los medios humanos a Nuestra disposición, para ayudar a Nuestros amados hijos. Al mismo tiempo que dirigimos Nuestro llamamiento al mundo católico para que preste ayuda, y una generosa limosna, a sus hermanos mexicanos perseguidos, exhortamos a los Gobiernos con los que tenemos relaciones diplomáticas a que tomen en consideración la anormal y penosa condición de tantos fieles.

6. Ante la firme y generosa resistencia de los oprimidos, el Gobierno comenzó a dar indicaciones de diversas maneras de que no sería reacio a llegar a un acuerdo, aunque sólo fuera para poner fin a una situación que no podía convertir en su propio beneficio. Entonces, aunque enseñados por dolorosas experiencias a confiar poco en tales promesas, nos sentimos obligados a preguntarnos si era para el bien de las almas prolongar la suspensión del culto público. Esa suspensión había sido, en efecto, una protesta eficaz contra la interferencia arbitraria del Gobierno; sin embargo, su continuación podría haber perjudicado gravemente el orden civil y religioso. De mayor peso aún era la consideración de que esta suspensión, según graves informes que recibimos de diversas e intachables fuentes, producía graves perjuicios a los fieles. Como éstos se veían privados de los auxilios espirituales necesarios para la vida cristiana, y no pocas veces se veían obligados a omitir sus deberes religiosos, corrían el riesgo de quedar primero apartados y luego enteramente separados del sacerdocio, y en consecuencia de las fuentes mismas de la vida sobrenatural. A esto hay que añadir el hecho de que la ausencia prolongada de casi todos los obispos de sus diócesis no podía dejar de provocar una relajación de la disciplina eclesiástica, especialmente en tiempos de tan gran tribulación para la Iglesia mexicana, cuando el clero y el pueblo tenían especial necesidad de la guía de aquellos "que el Espíritu Santo ha puesto para gobernar la Iglesia de Dios".

7. Cuando, por lo tanto, en 1929 el Magistrado Supremo de México declaró públicamente que el Gobierno, al aplicar las leyes en cuestión, no tenía intención de destruir la "identidad de la Iglesia" o de ignorar la Jerarquía Eclesiástica, lo pensamos mejor, sin otra intención que el bien de las almas, aprovechar la ocasión, que parecía ofrecer la posibilidad de que se reconocieran debidamente los derechos de la Jerarquía. Viendo, pues, alguna esperanza de remediar males mayores, y juzgando que los principales motivos que habían inducido al Episcopado a suspender el culto público ya no existían, Nos preguntamos si no era conveniente ordenar su reanudación. En esto ciertamente no hubo intención de aceptar las regulaciones mexicanas de culto, ni de retirar Nuestras protestas contra estas regulaciones, mucho menos de dejar de combatirlos. Se trataba simplemente de abandonar, ante las nuevas declaraciones del Gobierno, uno de los métodos de resistencia, antes de que pudiera perjudicar a los fieles, y de recurrir en su lugar a otros que se juzgaran más oportunos.

8. Lamentablemente, como todos sabéis, Nuestros deseos y anhelos no fueron seguidos por la paz y el arreglo favorable que esperábamos. Por el contrario, los obispos, sacerdotes y católicos fieles continuaron siendo sancionados y encarcelados, contrariamente al espíritu en el que el modus vivendi había sido establecido. Para nuestra gran angustia vimos que no sólo no todos los obispos no fueron retirados del exilio, sino que otros fueron expulsados ​​sin siquiera una apariencia de legalidad. En varias diócesis no se restauraron iglesias ni seminarios, residencias de obispos ni otros edificios sagrados; a pesar de las promesas explícitas, los sacerdotes y laicos que habían defendido firmemente la fe fueron abandonados a la cruel venganza de sus adversarios. Además, tan pronto como se revocó la suspensión del culto público, se notó un aumento de la violencia en la campaña de la prensa contra el clero, la Iglesia y Dios mismo; y es bien sabido que la Santa Sede tuvo que condenar una de estas publicaciones, que en su sacrílega inmoralidad y reconocida finalidad de propaganda antirreligiosa y calumniosa había sobrepasado todos los límites.

9. Añádase a esto que no sólo la instrucción religiosa está prohibida en las escuelas primarias, sino que no pocas veces se intenta inducir a quienes tienen el deber de educar a las generaciones futuras, a convertirse en proveedores de enseñanzas irreligiosas e inmorales, obligando así a los padres a hacen grandes sacrificios para salvaguardar la inocencia de sus hijos.  Bendecimos de todo corazón a estos padres cristianos y a todos los buenos maestros que les ayudan, y os exhortamos, Venerables Hermanos, al clero secular y regular, y a todos los fieles, a la necesidad de prestar la máxima atención a la cuestión de la educación y de la formación de la juventud, especialmente entre las clases más pobres, ya que están más expuestas a la propaganda atea, masónica y comunista, persuadiéndoos de que vuestro país será tal como lo construyáis en los niños.

10. Se ha hecho un esfuerzo por golpear a la Iglesia en un lugar aún más vital; es decir, en la existencia del clero y la jerarquía católica, tratando de eliminarlo gradualmente de la República. Así, la Constitución mexicana, como lo hemos deplorado varias veces, al tiempo que proclama la libertad de pensamiento y de conciencia, prescribe con la más evidente contradicción que cada Estado de la República Federal debe determinar el número de sacerdotes a los que se permite el ejercicio del sagrado ministerio, no solo en iglesias públicas, sino incluso en viviendas privadas. Esta enormidad se ve agravada aún más por la forma en que se aplica la ley. La Constitución establece que se debe determinar el número de sacerdotes, pero ordena que esta determinación corresponda a las necesidades religiosas de los fieles y de la localidad. Ahora en el Estado de Michoacán se asignaba un sacerdote por cada 33.000 fieles, en el Estado de Chiapas uno por cada 60.000, mientras que en el Estado de Veracruz solo se asignaba un sacerdote para ejercer el sagrado ministerio por cada 100.000 habitantes. Todos pueden ver si es posible con tales restricciones administrar los Sacramentos a tantas personas, dispersas en su mayor parte en un vasto territorio. De hecho, los perseguidores, como si se arrepintieran de haber sido demasiado liberales e indulgentes, han impuesto más limitaciones. Algunos gobernadores cerraron seminarios, confiscaron canonarias y determinaron los edificios sagrados y el territorio al que se restringiría el ministerio del sacerdote aprobado.

11. La manifestación más clara de la voluntad de destruir la propia Iglesia Católica es, sin embargo, la declaración explícita, publicada en algunos Estados, de que la Autoridad civil, al conceder la licencia para el ministerio sacerdotal, no reconoce ninguna Jerarquía; por el contrario, excluye positivamente de la posibilidad de ejercer el sagrado ministerio a todos los de rango jerárquico, es decir, a todos los obispos e incluso a los que han ocupado el cargo de Delegados Apostólicos.

12. Hemos querido exponer brevemente los puntos más sobresalientes de la penosa situación de la Iglesia en México, para que todos los amantes del orden y de la paz entre las naciones, al ver que una persecución tan inaudita no difiere mucho, sobre todo en algunos Estados, de la que hace estragos dentro de las infelices fronteras de Rusia, conciban de esta inicua similitud de propósitos un nuevo ardor para atajar el torrente que está subvirtiendo todo el orden social. Al mismo tiempo es Nuestra intención daros una nueva prueba, Venerables Hermanos, y a todos Nuestros amados hijos de México, de la paternal solicitud con que os seguimos en vuestra tribulación: la misma que inspiró las instrucciones que os dimos el pasado mes de enero por medio de Nuestro Amado Hijo el Cardenal Secretario de Estado, y que os fue comunicada por Nuestro Delegado Apostólico. En las cuestiones estrictamente religiosas, es sin duda Nuestro deber y Nuestro derecho establecer las razones y las normas que todos los que se glorían en nombre de los católicos tienen la obligación de obedecer. A este respecto, queremos recordar que, al dictar estas instrucciones, hemos tenido en cuenta todos los informes y consejos que Nos han llegado, tanto de la Jerarquía como de los fieles. Decimos todos, incluso los que parecían aconsejar la vuelta a una línea de conducta más severa, con la suspensión total del culto público en toda la República, como en 1926.

13. En cuanto a la conducta a seguir, dado que el número de sacerdotes no está igualmente limitado en todos los Estados, ni los derechos de la Jerarquía eclesiástica en todas partes igualmente ignorados, es evidente que, según la diferente aplicación de los decretos infelices, diferentes asimismo debe ser la conducta de la Iglesia y de los católicos. Aquí parece justo rendir un especial homenaje de elogio a aquellos obispos mexicanos que, según los consejos recibidos, han interpretado sabiamente las instrucciones que les hemos inculcado una y otra vez. A esto queremos llamar la atención; pues si algunas personas, impulsadas más por el celo de la defensa de la propia fe que por la prudencia tan necesaria en situaciones delicadas, pueden haber imaginado, por diversa conducta en diversas circunstancias, juicios contradictorios por parte de los obispos, que ahora estén seguros de que tal acusación es completamente infundada. Sin embargo, dado que cualquier restricción al número de sacerdotes es una grave violación de los derechos divinos, será necesario que los obispos, el clero y los laicos católicos continúen protestando con todas sus energías contra tal violación, utilizando todos los medios legítimos. Porque incluso si estas protestas no tienen efecto sobre los que gobiernan el país, serán efectivas para persuadir a los fieles, especialmente a los incultos, de que con tal acción el Estado ataca la libertad de la Iglesia, libertad a la que la Iglesia nunca puede renunciar, no importa cuál sea la violencia de los perseguidores, que el clero y los laicos católicos continúen protestando con todas sus energías contra tal violación, utilizando todos los medios legítimos. 

14. Y por tanto, así como hemos leído con satisfacción las protestas realizadas recientemente por los obispos y sacerdotes de la diócesis que son víctimas de las deplorables medidas del Gobierno, así unimos Nuestras protestas a las vuestras ante el mundo entero, y en una de manera especial ante los Gobernantes de las Naciones, para hacerles comprender que la persecución de México, además de un ultraje contra Dios, contra su Iglesia y contra la conciencia de un pueblo católico, es también un incentivo para la subversión del orden social, que es el objetivo de aquellas organizaciones que profesan negar a Dios.

15. Mientras tanto, para remediar en cierta medida las calamitosas condiciones que afligen a la Iglesia en México, debemos aprovechar los medios que aún tenemos a mano, para que, mediante el mantenimiento del culto divino en la medida de lo posible en todo lugar, la luz de la fe y el fuego sagrado de la caridad no se apaguen entre esas poblaciones desdichadas. Ciertamente, son inicuas las leyes impías, como ya hemos dicho, y condenadas por Dios por todo lo que derogan inicua e impíamente los derechos de Dios y de la Iglesia en el gobierno de las almas. Sin embargo, sería un temor vano e infundado pensar que uno está cooperando con estas inicuas ordenanzas legislativas que lo oprimen, si pidiera al Gobierno que impone estas cosas permiso para llevar a cabo el culto público, y por lo tanto, sostener que es su deber abstenerse absolutamente de hacer tal petición. Una opinión y una conducta tan erróneas podrían conducir a una suspensión total del culto público y, sin duda, infligirían un grave daño a todo el rebaño de fieles.

16. Es bueno observar que aprobar una ley tan inicua, o brindarle espontáneamente una cooperación verdadera y adecuada, es indudablemente ilícito y sacrílego, pero absolutamente diferente es el caso de quien se somete a tan injustas reglamentaciones únicamente contra su voluntad y bajo protesta, y que además hace todo lo que puede para atenuar los efectos desastrosos de la perniciosa ley. De hecho, el sacerdote se ve obligado a pedir ese permiso sin el cual le sería imposible ejercer su sagrado ministerio por el bien de las almas; es una imposición a la que se ve obligado a someterse para evitar un mal mayor. Su comportamiento, en consecuencia, no es muy diferente al de quien, habiendo sido despojado de sus pertenencias, se ve obligado a pedir a su injusto saqueador al menos el uso de ellas.

17. En verdad, el peligro de la cooperación formal, o de cualquier aprobación de la presente ley, en la medida de lo necesario, es eliminado por las protestas enérgicamente expresadas por esta Sede Apostólica, por todo el Episcopado y el pueblo de México. A estos se suman las precauciones del propio sacerdote, quien, aunque ya designado al sagrado ministerio por su propio Obispo, está obligado a solicitar al Gobierno la posibilidad de realizar el Servicio Divino; y, lejos de aprobar la ley que injustamente impone tal petición, se somete a ella materialmente, como dice el dicho, y sólo para remover un obstáculo al ejercicio del sagrado ministerio: un obstáculo que conduciría, como hemos dicho , a un cese total de la adoración, y por lo tanto, a un daño sumamente grande a innumerables almas. De la misma manera, los fieles y los ministros sagrados de la Iglesia primitiva, según cuenta la historia, buscaban permiso, incluso mediante regalos, para visitar y consolar a los mártires detenidos en la cárcel y administrarles los Sacramentos; sin embargo, seguramente nadie podría haber pensado que al hacerlo aprobaron o justificaron de alguna manera la conducta de los perseguidores.

18. Tal es la doctrina segura y certera de la Iglesia. Sin embargo, si vuestra puesta en práctica causara escándalo a algunos fieles, será vuestro deber, Venerables Hermanos, iluminarlos cuidadosa y exactamente. Si, después de haber realizado este oficio de explicación y persuasión, de acuerdo con estas Nuestras instrucciones, alguien se aferra obstinadamente a su propia opinión falsa, hacedle saber que difícilmente podrá escapar del reproche de la desobediencia y la obstinación.

19. Continuad todos, pues, en esa unidad de propósito y obediencia que hemos alabado en el clero, en otra ocasión, extensamente y con viva satisfacción. Y, dejando a un lado todas las incertidumbres y temores fácilmente comprensibles en los primeros momentos de la persecución, que los sacerdotes, con su probado espíritu de abnegación, hagáis cada vez más intenso su sagrado ministerio, particularmente entre los jóvenes y la gente común, esforzándose por llevar a cabo una obra de persuasión y de caridad, especialmente entre los enemigos de la Iglesia, que la combaten porque no la conocen.

20. Y aquí recomendamos nuevamente un punto que tenemos muy en el corazón, a saber, la necesidad de instituir y promover cada vez más la Acción Católica, según las instrucciones comunicadas a Nuestro mandato por Nuestro Delegado Apostólico. Sin duda, se trata de una empresa difícil en sus primeras etapas, y especialmente en las circunstancias actuales, una empresa lenta a veces en producir los efectos deseados, pero necesaria y mucho más eficaz que cualquier otro medio, como lo demuestra abundantemente la experiencia de todas las naciones que ha sido probado en el crisol de la persecución religiosa.

21. A Nuestros amados hijos mexicanos os recomendamos de todo corazón la más estrecha unión con la Iglesia y la Jerarquía, manifestándola por su docilidad a sus enseñanzas y orientaciones. No descuidéis el recurso de los Sacramentos, fuente de gracia y fuerza; instruid en las verdades de la religión; implorad misericordia de Dios para vuestra desdichada nación, y haced que sea un deber y un honor cooperar con el apostolado del sacerdocio en las filas de la Acción Católica.

22. Deseamos rendir un homenaje especial de alabanza a aquellos miembros del clero, secular y regular, y del laicado católico, que, movidos por un celo ardiente por la religión y manteniéndose en la obediencia más cercana a esta Sede Apostólica, han escrito gloriosas páginas de la historia reciente de la Iglesia en México. Al mismo tiempo, os exhortamos fervientemente en el Señor a seguir defendiendo los sagrados derechos de la Iglesia con esa generosa abnegación de la que habéis dado tan espléndido ejemplo, siempre siguiendo las normas establecidas por esta Sede Apostólica.

23. No podemos concluir sin dirigirnos de manera muy especial a vosotros, Venerables Hermanos, que sois los fieles intérpretes de Nuestro pensamiento. Deseamos deciros que nos sentimos mucho más unidos a vosotros, en proporción a las dificultades con las que os encontráis en vuestro ministerio apostólico. Estamos seguros de que, estando tan cerca del corazón del Vicario de Cristo, sacaréis consuelo y fuerza de este conocimiento para perseverar en la santa y ardua empresa de llevar a la salvación al rebaño que os ha sido confiado. Y para que la gracia de Dios os ayude siempre y Su Misericordia os apoye, con todo afecto paternal, os impartimos a vosotros y a Nuestros amados hijos tan probados, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Dedicación de San Miguel Arcángel, el veintinueve de septiembre del año 1932, undécimo de Nuestro Pontificado.

PÍO XI


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