martes, 24 de octubre de 2000

PASTORALIS VIGILANTIAE (25 DE JUNIO DE 1891)


ENCÍCLICA 

PASTORALIS VIGILANTIAE

DEL PAPA LEÓN XIII

SOBRE LA UNIÓN RELIGIOSA

A Nuestros Amados Hijos, José Sebastián, S.R.E. Cardenal Netto, Patriarca de Lisboa, Américo S.R.E. Cardenal Dos Santos Silva, Obispo de Oporto; y a Nuestros Venerables Hermanos Antonio, Arzobispo de Braga, y a los demás Arzobispos y Obispos de Portugal.

Amados Hijos, Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica.

El noble Congreso celebrado últimamente en Braga, cuya noticia nos ha sido transmitida a su término por una carta muy grata de los presentes, ha dado una prueba más de la vigilancia pastoral con que dedicáis vuestros esfuerzos a la conservación y fortalecimiento de la religión. Al leer esa carta nos alegramos tanto del celo solícito del Obispo de la diócesis donde se recibió el Congreso -uno que fue el principal fundador del movimiento, y lo presidió hasta el éxito- como de la piedad y energía de los Obispos que estaban asociados con él o que habían enviado dignos representantes al Congreso, y de la notable reunión de hombres elegidos cuidadosamente entre el clero y los laicos, preeminentes en erudición, virtud y autoridad. Ese Congreso fue para Nosotros más gratificante por la admirable unanimidad de principios en la determinación de las decisiones que más poderosamente trabajarían para la prosperidad de la Iglesia y el progreso de la catolicidad. Tampoco ocultamos que, además de las resoluciones que fueron oportunamente aprobadas por unanimidad, por ser particularmente apropiadas al tiempo y al lugar, nos reconfortaron las proposiciones que expresaban el devoto sentimiento y celo de los miembros hacia la Sede Apostólica, en el sentido de que se rindiera siempre el debido honor a su dignidad, y que no se le arrebatara ningún título de su majestad o de sus derechos.

2. En efecto, tenemos la esperanza de que las resoluciones que se acordaron en ese Congreso, siempre que se observen con cuidado y perseverancia, darán lugar a una abundante cosecha de frutos; pero nos vemos obligados a observar que todavía queda un rico campo que exige vuestro trabajo y vuestra industria. Por lo cual, aunque hace poco os dirigimos una carta sobre la posición católica y sus necesidades en Portugal, y sobre el curso que debe seguirse para su más conveniente realización, sin embargo, nos vemos inducidos a añadir a esa carta algunas palabras que consideramos oportuno comunicaros, no sea que, ya que se ha presentado una ocasión para escribiros, parezcamos faltar a nuestro deber.

3. Debéis ser conscientes, Amados Hijos, Venerables Hermanos, de la verdad que se apreció perfectamente en el Congreso de Braga, de que la fe misma está entre muchos en peligro, y de que hay que hacer todos los esfuerzos para que, por ignorancia o indiferencia, no caiga y se aleje de las almas, sino que arraigue profundamente en los corazones y produzca en las buenas obras y en la práctica de la virtud una alegre y abundante dulzura de frutos perfectos. Hay que luchar contra las tentativas de los enemigos de la verdad, para que no se extienda más y más la mala mancha que cae de su mal ejemplo y de su enseñanza ampliamente difundida. Hay que curar muchas heridas que el trabajo deshonesto de esos hombres y la infelicidad de los tiempos han causado en los rebaños confiados a vuestro cuidado, hay que levantar muchas ruinas, hay que oprimir todavía las almas de los fieles con muchas dificultades, que, aunque sea imposible destruirlas, pueden al menos aliviarse.

4. Estas necesidades, que, como hemos dicho, exigen vuestro cuidado y vuestra diligencia, serán atendidas más plena y convenientemente si día a día se refuerza la concordia entre los Obispos y si su labor se hace más cooperativa en la atención de las necesidades del clero y de los laicos, para aconsejar y tomar las decisiones que parezcan más acordes con el bien común, tanto para las necesidades particulares de las diócesis separadas, como para las que se extienden más allá y se elevan más alto, con las que se asocia la prosperidad y el bien de todo el pueblo. La conveniencia de un vínculo de unión más estricto entre los Obispos no escapó a la prudencia de los reunidos en Braga. Por lo tanto, las resoluciones de ese gran Congreso fueron las más gratificantes para Nosotros, que recomendamos la fundación de tal vínculo, a través del cual los fieles buscan beneficios más amplios y duraderos de aquellos gobernantes que son sus directores y sus guías.

5. Ahora bien, para lograr esta unión permanente y perfecta nada es más eficaz que la costumbre ya practicada en otros países, de que además de los Congresos a los que asisten los laicos (como el Congreso de Braga) haya cada año reuniones especiales de los Obispos, costumbre que vosotros tenéis en el corazón, y que Nosotros deseamos mucho ver introducida entre vosotros, ya que los beneficios que se derivan por su medio para la religión se hacen evidentes por el testimonio múltiple y constante de la experiencia. Porque de la costumbre de tales Congresos se deriva primero, como hemos dicho, una notable unanimidad y compactación de fuerzas, que por sí misma es potente para llevar a buen término los grandes designios; además, los corazones de los Obispos se mueven más vivamente a la acción, se confirma la confianza, y las mentes se iluminan con el consejo común y la luz de la sabiduría que brilla de unos a otros. Además de esto, por medio de estas Conferencias, se prepara de alguna manera el camino tanto para los Sínodos diocesanos como para los provinciales, y para la reunión del Concilio Nacional, por cuya celebración nos alegramos de saber que estáis ansiosos, ya que Nuestra larga experiencia de las ventajas que se obtienen de ella lo aprueba firmemente, y las prescripciones de los sagrados cánones lo recomiendan de manera marcada. Además, de los congresos anuales de los obispos, de los que hablamos, se deriva también este gran beneficio, que los laicos, movidos a un mayor celo por nuevos impulsos, se resuelven a caminar por las sendas que se les han fijado, a celebrar ellos mismos reuniones, a unirse en consejo, y por una unión de fuerzas a esforzarse por la causa común de la religión, y en obediencia a sus pastores a cumplir celosamente aquellos deberes que aceptan de sus enseñanzas y exhortaciones. Tampoco en vuestras asambleas anuales encontraréis que os falten asuntos a los que dedicar vuestro celo y vuestra energía. Pues más allá de los asuntos particulares de cada diócesis, que pueden ser más fácilmente promovidos bajo la luz de una experiencia compartida, la ordenación de aquellas obras que son más eficaces para despertar el celo del sacerdocio que ya trabaja en la viña del Señor, y para la educación de los estudiantes que un día deberán brillar en la casa de Dios con la luz de una sólida sabiduría, con el mérito de un verdadero espíritu eclesiástico, con toda virtud sacerdotal, esto ofrecerá un amplio campo de trabajo a vuestra prudencia y a vuestras deliberaciones comunes. Otro asunto que requerirá vuestra paternal vigilancia será la diligente investigación de los medios para llenar mejor la mente del pueblo con los rudimentos de la fe, para dirigir su moral, para hacer circular los escritos que siembran la semilla de la verdadera fe y hacen la virtud, para poner en marcha obras que derramen los beneficios de la caridad y para asegurar que las ya fundadas sean confirmadas con nueva fuerza. Por último, un tema muy importante de vuestros debates consistirá en la oportunidad que se os ofrece de fundar y afiliar sociedades religiosas en Portugal, cuyos intereses nos alegramos de ver que todos los reunidos en Braga tenían muy presentes. Pues estas congregaciones no sólo contribuyen como fuerzas auxiliares al clero que sigue en vuestras diócesis al sagrado ejército de Cristo, sino que también -esto es de importancia crucial- suministrarán hombres apostólicos para la obra de las santas misiones en los países sometidos al dominio de Portugal en tierras de ultramar. El cumplimiento de esta función redundará tanto en la prosperidad del reino de Cristo en la tierra, como en la gloria y el honor del nombre portugués. En verdad, vuestros gobernantes y vuestros antepasados han obtenido una gloria inmortal al llevar a las vastas regiones por ellos descubiertas la luz de la verdad evangélica, junto con una civilización superior, bajo el favor y la asistencia de la Sede Apostólica. Pero para que la fuerza y la gloria de estos nobles comienzos permanezcan todavía y no pierdan nunca esa antigua estabilidad y esplendor, es necesario que sean sostenidos por el cuidado y el apoyo inquebrantables de hombres eminentes, que llenos del Espíritu Divino y siempre vigilantes contra los ataques hostiles de los herejes, dediquen todo su celo, toda su energía, para que los beneficios que han salido de Portugal hacia estos países, lejos de decaer, florezcan con la infusión de una nueva fuerza. Será deber de tales hombres hacer que los que ya creen en Dios sean aumentados en la fe; que aquellos cuya fe es fuerte practiquen los ideales de la vida honorable, del culto religioso, de la diligencia en el cumplimiento del deber; por último, que los que aún yacen en las tinieblas sean llevados al conocimiento del verdadero Dios y a la luz del Evangelio.

6. Ahora bien, las asociaciones religiosas cuyos miembros, a juicio de los hombres prudentes (de lo que da fe la experiencia de todos los tiempos) han cumplido este ministerio de salvación no menos gustosamente que laboriosamente, podrán suministrar muchos hombres que ardan con santo celo. Porque la regla y la disciplina de las sociedades a las que pertenecen, así como la virtud de cada uno entrenada en el ejercicio constante, es lo más probable para producir hombres eficientes antes que todos los demás para una obra como ésta.

7. Estamos convencidos de que el Gobierno portugués, escuchando favorablemente vuestros consejos, y juzgando en su más alto valor aquellos beneficios que están por encima de todos los demás, abolirá por sí mismo todos los obstáculos que bloquean el camino a la libertad de esas sociedades, y prestará su ayuda para promover vuestros esfuerzos que están dirigidos a este fin, para que la religión católica florezca y crezca fuerte con su gloria ancestral, en Portugal y en todas las tierras sometidas a su dominio.

8. Estamos más fácilmente persuadidos de esto, ya que nadie puede ignorar, puesto que es plenamente conocido por vosotros, cuáles son Nuestros deseos y oraciones en este asunto. Además, si bien se relacionan con el bien de la religión, no menos obran para la sólida prosperidad de la nación portuguesa. Porque este don, esta posesión, fue concedida a la Iglesia por su Divino Fundador, para que fuera en la sociedad común de los hombres un vínculo de paz y el guardián de la salvación. Por lo tanto, la Iglesia no debilita el poder de los que gobiernan el Estado, sino que lo apoya y fortalece, al conferir a las leyes que surgen de este poder la sanción de la religión, al considerar entre las obligaciones impuestas a la humanidad por Dios la debida reverencia a la autoridad, al advertir a los ciudadanos que se abstengan de la sedición y de toda perturbación en el Estado, al enseñar a todos a practicar la virtud, y a cumplir concienzudamente los deberes que pertenecen a su condición en la vida. Por lo tanto, la Iglesia es el pináculo de la moralidad, y mediante su saludable disciplina forma a los ciudadanos para que sean rectos, honorables, patrióticos, fieles y muy firmes en el deber, para que sean hombres que, en definitiva, constituyan un fundamento inamovible en el orden público del Estado, y que le den una fuerza inconquistable para la realización de todo ideal noble y elevado. Por lo tanto, es muy ventajoso para el Estado dejar a la Iglesia la libertad de acción que exige por derecho, y preparar un camino amistoso en el que pueda tocar tierras lejanas con sus poderes benéficos, y emplear todos los dones de su dotación para el bien común.

9. Ahora bien, aunque esta doctrina es aplicable a todas las naciones, afecta especialmente a los portugueses, entre los cuales la influencia de la religión católica en la formación del carácter y la disposición de los hombres, en el fomento de los estudios de las ciencias, las letras y las artes, en el encendido del alma a todas las virtudes cívicas y militares, ha sido tan grande, de modo que parece como la madre y la enfermera dada desde lo alto para dar a luz y formar toda la gentileza, la dignidad y la gloria que brillan en esa raza.

10. Sobre este tema hemos tratado más ampliamente en la carta encíclica grabada que os dirigimos recientemente; lo que es importante recordar en este momento es que el poder de la religión no debe sufrir ningún oscurecimiento, porque aquellas doctrinas que la Iglesia, bajo Dios, enseña, no están restringidas por límites de tiempo y lugar, sino que están ligadas a la salvación y al consuelo de todos los pueblos. Esta es la razón por la que esos altos beneficios y fuertes salvaguardias, que ella trajo en tiempos pasados a vuestra noble nación, todavía está dispuesta a traer para el avance de vuestra prosperidad y vuestra fama. Y particularmente en este tiempo infeliz, cuando la debilidad del espíritu abunda tanto que los más altos principios de los que dependen el orden y la tranquilidad de la sociedad humana son atacados audazmente, es más, son llevados a tambalearse, nadie puede ignorar cuán necesaria es la observancia de la religión y de esos santos consejos y enseñanzas que la religión impone.

11. Es el acuerdo unánime de todos los hombres de principios y honorables, que no hay remedio más eficaz y potente contra los males por los que nuestra época está oprimida, y contra los peligros que se avecinan, que la doctrina católica, si se recibe íntegra e incorrupta, y si la humanidad camina en esa forma de vida que su práctica exige.

12. Por lo tanto, no dudamos, Amados Hijos, Venerables Hermanos, que, con vuestro conocido celo pastoral, os apresuraréis con fuerza y constancia de espíritu a poner vuestras manos en la obra que os hemos encomendado. De este modo, será un gran elogio y una justa felicitación que en vuestros trabajos hayáis podido merecer muy noblemente a la religión que defendéis tan bien, y a vuestra patria y a vuestra raza, para la que vosotros, no menos que Nosotros, deseamos vivamente una tranquilidad ininterrumpida y un arrendamiento de perfecta prosperidad.

13. Mientras tanto, rogando a Dios que os colme de sus buenos dones y favorezca vuestros designios, os concedemos amorosamente en el Señor la bendición apostólica, en testimonio de nuestro afecto paternal, a vos y al clero y a los fieles que os han sido confiados.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 25 de junio de 1891, en el año 14 de Nuestro Pontificado.

LEÓN XIII


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