Muchas personas
le aconsejaban que abortara, pero ella se mantuvo firme en su decisión de
proteger esa nueva vida. Fue así que nació su hijo Antonio, quien descubrió su
vocación sacerdotal y llegó a ser el mayor orgullo de su madre.
Por
el Pbro. José Martínez Colín
Decía
un pensador que las obras malas son producto de una libertad mal utilizada,
pero lo meritorio es nuestra respuesta ante ese mal. Hay personas muy valiosas
que han sabido superar una adversidad. Un testimonio impactante es el del padre
Antonio Vélez, sacerdote colombiano. Debido a que en su país la Corte determinó
como “no punibles” los abortos por violación, el padre Antonio decidió dar a
conocer su historia.
Era
el año 1968 cuando su madre, entonces soltera y de 27 años, llegaba a Medellín
para cursar la carrera de medicina. Era una mujer bonita, humilde y tal vez un
poco ingenua. Trabajaba duro en una empresa para costearse los estudios.
Desgraciadamente un día aceptó la invitación a una fiesta que le hicieron sus
jefes y compañeros de oficina. Fue una decisión con consecuencias horrorosas:
era una trampa. En la supuesta fiesta la drogaron sin su voluntad y se la
llevaron a un sitio apartado donde la violaron varios hombres. Como
consecuencia quedó embarazada.
No
obstante su gran tragedia y los sucesos indignantes, quiso ser fiel a sus
convicciones y religiosidad, y decidió que naciera su hijo. Muchas personas le
aconsejaban que abortara, pero ella se mantuvo firme en su decisión de proteger
esa nueva vida. Fue así que nació su hijo Antonio, quien descubrió su vocación
sacerdotal y llegó a ser el mayor orgullo de su madre.
Hoy
el padre Antonio tiene a su cargo dos parroquias y su labor religiosa es muy
valorada por sus superiores. Un periodista le preguntó por qué su madre no quiso
abortar, a lo que contestó: “Mi madre era una mujer de mucha fe, muy
practicante y muy santa. Ella decía que, pese a las circunstancias terribles,
llevaba en su seno el milagro de una nueva vida… que debía encontrar su
sentido… Y que, tarde o temprano, sería su bastón. De hecho, los tres años que
vivió conmigo a raíz de una larga enfermedad hasta su muerte, en 2009, fueron
para ella los años más bellos de su vida”.
Al
enterarse de su origen, siendo un niño de 10 años, Antonio se rebeló contra su
madre y contra Dios. Iba a la iglesia a reclamarle y a gritarle a Dios por qué
a él le había sucedido. Un sacerdote lo oyó y le dijo: «No tienes que preguntar
“por qué”, sino “para qué”. Dios te está llamando para cosas grandes, pues Dios
escribe derecho sobre renglones torcidos»”. Esa charla lo cambió. Empezó a
valorarse. Tuvo una novia, pero sintió el llamado y decidió dejarla para entrar
al seminario: por fin “comprendí que Dios había querido que mi mamá no abortara
porque confiaba en mí y anhelaba que, aunque fuese fruto de un pecado muy
grave, sea su instrumento para llegar a tantas partes con su luz, su gracia y
su amor”.
¿Y
no puede llegar a ser una carga terrible para la madre?, le preguntaron. El
padre Antonio argumentó: “Para mi madre fue su máximo orgullo haber defendido
la vida. Y su máxima satisfacción y alegría fue haber visto en mí a un hombre
de bien para la sociedad. Ella pensaba acerca de cuántos hombre y mujeres de
bien se priva a la sociedad por el aborto”.
Por
último le pidieron unas palabras a una mujer que padeciera algo semejante. “Le
diría que Dios es el dueño de la vida y que a ella la hizo instrumento de vida.
Que la culpa la tiene el violador, no el niño que lleva en su seno. Creo que la
decisión de abortar se acabará cuando pensemos que toda vida es un regalo de
Dios, más allá de cómo fue concebida…”.
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