Un equipo internacional, liderado por el Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences, ha estudiado los orígenes filogenéticos de esta motivación que subyace a la acción de castigar al que ha obrado mal.
Por ello, han realizado una serie de experimentos con niños de cuatro a seis años y chimpancés.
Los resultados, publicados en la revista Nature Human Behaviour, demuestran que tanto los chimpancés como los niños de seis años (pero no los menores de esa edad) escogen ver el castigo hacia el actor que ha actuado mal, incluso si esto supone un coste para ellos.
“Las raíces filogenéticas de la motivación por la venganza parecen comunes entre chimpancés y humanos a partir de seis años, ya que ambos están dispuestos a correr costes para continuar viendo cómo se castiga a un actor que previamente les ha retirado un elemento valioso”, señala Sinc Nereida Bueno-Guerra, coautora del estudio e investigadora ahora en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid.
Según los científicos, el origen de los sistemas jurídicos, legales y morales se encuentra en una necesidad de castigo compartida entre ambas especies, que en algún momento de nuestra historia evolutiva se amplió para cubrir las situaciones en que son otros (y no solo nosotros) los afectados por un daño.
“Esta ampliación tal vez se debe a los efectos de una larga historia de educación en valores empáticos y de cooperación”, recalca Bueno-Guerra, que era investigadora en la Universidad de Barcelona mientras se realizó el trabajo.
Sin embargo, a diferencia de los humanos, los chimpancés no comparten la motivación de ver aplicar los castigos cuando ellos no han sido los perjudicados. En este caso, “la motivación de las personas por el castigo merecido incluye las situaciones que sufren terceras personas, lo que lleva a establecer mecanismos sociales como tribunales o declaraciones universales de derechos humanos”, apunta la experta.
Experimentos en busca de venganza
Para llegar a estas conclusiones, el equipo de científicos realizó unos experimentos en los que el sujeto (niño o chimpancé) aprendía que existían un actor prosocial (que le daba juguetes o comida) y otro antisocial (que le quitaba juguetes o comida).
En el caso de los niños, estos actores eran marionetas y en el caso de los chimpancés eran personas (experimentadores).
“Una vez que habían aprendido esto, veían como un tercer sujeto (otra marioneta/otro investigador) entraba en escena y comenzaba a pegar a cada uno de ellos por separado. En el momento de pegarle, en la condición "invisible" la acción podía desaparecer de la vista de los sujetos (en el caso de los niños, las marionetas desaparecían tras un telón tipo teatro, y en el caso de los chimpancés, los experimentadores se desplazaban hacia un sitio de la sala desde la cual el chimpancé no podía seguir viendo la acción) y en la condición "visible" el castigo continuaba sucediendo a la vista de los sujetos”, explica Bueno-Guerra.
Para comprobar si los niños y los chimpancés realmente querían seguir viendo el castigo en la situación “invisible” –aquella en la que la acción desaparecía de su vista–, los científicos les pidieron que depositaran unas monedas en una caja para seguir viéndolo o en otra para dejar el telón caído, sabiendo que en el primer caso las perderían. Los animales tuvieron que abrir una puerta muy pesada que les daba acceso a otra sala.
Así comprobaron que los niños de seis años y los grandes simios eligen seguir viendo el castigo hacia el actor antisocial. Los niños además mostraron una mezcla de expresiones faciales tanto de emociones positivas como negativas (sonreír y fruncir las cejas).
Los menores de seis años comprendían la situación pero tenían dificultades para tomar decisiones al enfrentarse a situaciones morales complejas, seguramente por el entorno o el desarrollo cerebral.
Estos hallazgos brindan una nueva perspectiva sobre la evolución del castigo como una forma de hacer cumplir las normas sociales y garantizar la cooperación.
Econoticias
Según los científicos, el origen de los sistemas jurídicos, legales y morales se encuentra en una necesidad de castigo compartida entre ambas especies, que en algún momento de nuestra historia evolutiva se amplió para cubrir las situaciones en que son otros (y no solo nosotros) los afectados por un daño.
“Esta ampliación tal vez se debe a los efectos de una larga historia de educación en valores empáticos y de cooperación”, recalca Bueno-Guerra, que era investigadora en la Universidad de Barcelona mientras se realizó el trabajo.
Sin embargo, a diferencia de los humanos, los chimpancés no comparten la motivación de ver aplicar los castigos cuando ellos no han sido los perjudicados. En este caso, “la motivación de las personas por el castigo merecido incluye las situaciones que sufren terceras personas, lo que lleva a establecer mecanismos sociales como tribunales o declaraciones universales de derechos humanos”, apunta la experta.
Experimentos en busca de venganza
Para llegar a estas conclusiones, el equipo de científicos realizó unos experimentos en los que el sujeto (niño o chimpancé) aprendía que existían un actor prosocial (que le daba juguetes o comida) y otro antisocial (que le quitaba juguetes o comida).
En el caso de los niños, estos actores eran marionetas y en el caso de los chimpancés eran personas (experimentadores).
“Una vez que habían aprendido esto, veían como un tercer sujeto (otra marioneta/otro investigador) entraba en escena y comenzaba a pegar a cada uno de ellos por separado. En el momento de pegarle, en la condición "invisible" la acción podía desaparecer de la vista de los sujetos (en el caso de los niños, las marionetas desaparecían tras un telón tipo teatro, y en el caso de los chimpancés, los experimentadores se desplazaban hacia un sitio de la sala desde la cual el chimpancé no podía seguir viendo la acción) y en la condición "visible" el castigo continuaba sucediendo a la vista de los sujetos”, explica Bueno-Guerra.
Para comprobar si los niños y los chimpancés realmente querían seguir viendo el castigo en la situación “invisible” –aquella en la que la acción desaparecía de su vista–, los científicos les pidieron que depositaran unas monedas en una caja para seguir viéndolo o en otra para dejar el telón caído, sabiendo que en el primer caso las perderían. Los animales tuvieron que abrir una puerta muy pesada que les daba acceso a otra sala.
Así comprobaron que los niños de seis años y los grandes simios eligen seguir viendo el castigo hacia el actor antisocial. Los niños además mostraron una mezcla de expresiones faciales tanto de emociones positivas como negativas (sonreír y fruncir las cejas).
Los menores de seis años comprendían la situación pero tenían dificultades para tomar decisiones al enfrentarse a situaciones morales complejas, seguramente por el entorno o el desarrollo cerebral.
Estos hallazgos brindan una nueva perspectiva sobre la evolución del castigo como una forma de hacer cumplir las normas sociales y garantizar la cooperación.
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