Queridos hermanos y hermanas:
Me encuentro con vosotros al final de los trabajos de vuestra Sesión Plenaria. Os saludo a todos cordialmente y agradezco a Monseñor Mueller sus palabras.
Las tareas de la Congregación para la Doctrina de la Fe están vinculadas a la misión del Sucesor de Pedro, de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32). En este sentido, su papel de “promover y proteger la doctrina de la fe y las costumbres en todo el orbe católico” (Constitución Apostólica Pastor Bonus, 48) es un verdadero servicio ofrecido al Magisterio del Papa y de toda la Iglesia. Por eso, el Dicasterio se compromete a que en las palabras y en las prácticas de la Iglesia prevalezca siempre el criterio de la fe. Cuando la fe resplandece en su sencillez y pureza originales, la experiencia eclesial se convierte también en un lugar en el que la vida de Dios emerge con todo su encanto y fructifica. La fe en Jesucristo, en efecto, abre de par en par los corazones a Dios; abre los espacios de la existencia humana a la Verdad, al Bien y a la Belleza que de Él proceden.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia ha existido la tentación de entender la doctrina en un sentido ideológico o de reducirla a un conjunto de teorías abstractas y cristalizadas (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 39-42). En realidad, la doctrina tiene como único fin servir a la vida del Pueblo de Dios y pretende asegurar a nuestra fe un fundamento seguro. Grande, en efecto, es la tentación de apropiarnos de los dones de la salvación que vienen de Dios, de domesticarlos –quizás incluso con buena intención– a las miradas y al espíritu del mundo. Y esta es una tentación que se repite constantemente.
Cuidar de la integridad de la fe es una tarea muy delicada que os ha sido encomendada, siempre en colaboración con los Pastores locales y las Comisiones doctrinales de las Conferencias episcopales. Esto sirve para salvaguardar el derecho de todo el Pueblo de Dios a recibir el depósito de la fe en su pureza y en su totalidad. Vuestro trabajo busca también tener siempre presentes las necesidades de un diálogo constructivo, respetuoso y paciente con los autores. Si la verdad exige fidelidad, ésta crece siempre en la caridad y en la ayuda fraterna a los llamados a madurar y clarificar sus convicciones.
Por lo que respecta, pues, al método de vuestro trabajo, sé que vuestro dicasterio se distingue por las prácticas de la colegialidad y del diálogo. La Iglesia, en efecto, es el lugar de la comunión y, en todos los niveles, todos estamos llamados a cultivar y promover la comunión, cada uno en la responsabilidad que el Señor le ha encomendado. Estoy seguro de que cuanto más la colegialidad sea un rasgo eficaz de nuestro trabajo, tanto más brillará ante el mundo la luz de nuestra fe (cf. Mt 5, 16).
En todo vuestro servicio podéis tener siempre un profundo sentimiento de alegría, la alegría de la fe, que tiene su fuente inagotable en el Señor Jesús. La gracia de ser sus discípulos, de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, nos llena de santa alegría.
En la Sesión Plenaria que acaba de terminar también habéis tratado la relación entre la fe y el Sacramento del Matrimonio. Es una reflexión de gran importancia. Es a raíz de la invitación que ya había formulado Benedicto XVI sobre la necesidad de interrogarse más a fondo sobre la relación entre la fe personal y la celebración del Sacramento del Matrimonio, sobre todo en un contexto cultural cambiante (cf. Discurso a Tribunal de la Rota Romana, 26 de enero de 2013).
En esta ocasión quisiera agradecerles su empeño en abordar los delicados problemas de los denominados delitos más graves, en particular los casos de abusos sexuales de menores por parte de clérigos. Pensad en el bien de los niños y de los jóvenes, que siempre deben ser protegidos y sostenidos en la comunidad cristiana en su crecimiento humano y espiritual. En este sentido, se estudia la posibilidad de vincular a vuestro dicasterio la Comisión específica para la Protección de los Menores, que instituí y que espero sea ejemplar para todos aquellos que pretendan promover el bien de los niños.
Queridos hermanos y hermanas, os aseguro mi recuerdo en la oración y confío en el vuestro para mí y para mi ministerio. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja.
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