Por Timothy Radcliffe
Compartimos una publicación de The Tablet en el cual podemos leer claramente cual es la orientación de Timothy Radclife OP, maestro de los dominicos respecto al “matrimonio” homosexual.
La cuestión no son los derechos de los homosexuales, sino una maravillosa verdad de nuestra humanidad, que es que somos animales: animales racionales según los medievales, animales espirituales abiertos a compartir la vida de Dios.
En los sacramentos se bendicen y abren a la gracia de Dios los dramas fundamentales de nuestra vida corporal: el nacimiento y la muerte, el comer y el beber, el sexo y la enfermedad. Santo Tomás de Aquino dice que la gracia perfecciona la naturaleza y no la destruye.
El matrimonio se funda en el hecho glorioso de la diferencia sexual y su potencial fertilidad. Sin esto, no habría vida en este planeta, ni evolución, ni seres humanos, ni futuro. El matrimonio adopta todo tipo de formas, desde la alianza de clanes hasta el intercambio de novias y el amor romántico moderno. Hemos llegado a comprender qué implica el amor y la dignidad iguales del hombre y la mujer. Pero en todas partes y siempre, sigue estando fundado en la unión en la diferencia del hombre y la mujer. A través de ceremonias y sacramentos se le da a esto un significado más profundo, que para los cristianos incluye la unión de Dios y la humanidad en Cristo.
No se trata de denigrar el amor comprometido entre personas del mismo sexo. Esto también debe ser apreciado y apoyado, por lo que los líderes de la iglesia están comenzando a apoyar lentamente las uniones civiles entre personas del mismo sexo. El Dios del amor puede estar presente en todo amor verdadero. Pero el “matrimonio gay” es imposible porque intenta separar el matrimonio de su fundamento en nuestra vida biológica. Si lo hacemos, negamos nuestra humanidad. Sería como tratar de hacer un suflé de queso sin queso, o vino sin uvas.
Desde el principio, el cristianismo ha defendido la belleza y la dignidad de nuestra vida corporal, bendecida por nuestro Dios que se hizo carne y sangre como nosotros. Esto siempre ha parecido un poco escandaloso a las personas “espirituales”, que piensan que debemos escapar de las realidades desordenadas de los cuerpos. Y por eso la Iglesia tuvo que oponerse al gnosticismo en el siglo II, al maniqueísmo en el IV y al catarismo en el XIII. Todos ellos despreciaban el cuerpo o lo consideraban poco importante.
También nosotros, influidos por el cartesianismo, tendemos a pensar en nosotros mismos como mentes atrapadas en cuerpos, fantasmas en máquinas. Un amigo me dijo el otro día: “Soy un alma, pero tengo un cuerpo”. Pero la tradición católica siempre ha insistido en la unidad fundamental de la persona humana. Santo Tomás de Aquino dijo: “Yo no soy mi alma”. Lynne Featherstone, la Ministra de Igualdad, tiene razón al decir que las Iglesias no tienen un derecho exclusivo a determinar quién puede casarse, pero el Estado tampoco, porque no podemos simplemente decidir mediante algún acto mental o legal lo que significa ser un ser humano. Nuestra civilización florecerá sólo si reconoce el don de nuestra existencia corporal, que incluye la asombrosa creatividad de la diferencia sexual, elevada al amor. Darle un reconocimiento formal a esto a través de la institución del matrimonio de ninguna manera menosprecia las bendiciones que nos traen las personas homosexuales.
■ Timothy Radclife OP es maestro de los dominicos. Su último libro es Taking the Plunge: living baptism and conirmation, que será publicado por Continuum el 28 de abril.
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