El autor del libro de las Crónicas resume en el texto (2 Crón. 36,14-16.19-23) que acabamos de proclamar lo que aconteciera en el reino de Judá en el año 587 a.C. dándole una lectura teológica a dichos sucesos.
Por el Padre Ricardo B. Mazza
Escribe alrededor del año 300 a.C, es decir después de la caída de Judá, ante los reclamos de los israelitas de su tiempo sobre el por qué Dios abandonó a su pueblo. Recuerda primero que “el templo del Señor fue pasto de las llamas, las murallas demolidas, los palacios incendiados” concluyendo con el hecho de que “Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada, los cuales pasaron a ser esclavos del rey…” (2 Crón. 36, 19 y 20). Continúa luego reinterpretando la historia pasada desde la fe, señalando como causa el hecho de que considerados los amados por Dios, miembros del pueblo elegido, los habitantes de Judá no respondieron más que con la infidelidad. Y así, “todos los jefes, los sacerdotes y el pueblo, pecaron sin cesar; practicando las abominaciones idolátricas de las naciones y contaminando el templo (v.14). Culmina marcando que todo esto origina “que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto que ya no hubo más remedio”.
Esta descripción muy bien podemos también encuadrarla a nuestro tiempo, y hasta a nuestra cultura argentina, toda vez que nacidos de matriz católica desde el principio, fuimos dejando de lado nuestros principios para abrazar costumbres y criterios alejados de la visión cristiana.
Dios, como en el pasado envió mensajeros para advertir, los profetas, envía a nuestro tiempo a su propio Hijo, pero no fueron escuchados, sino más bien escarnecidos, despreciadas sus palabras y puestos en ridículo, haciéndose realidad tanto ayer como hoy el “que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto que ya no hubo más remedio”.
Entendió Dios –que es rico en misericordia- que la única forma para que su pueblo rebelde regresara a la fidelidad de la alianza era necesario un proceso largo de purificación ya social como personal, que se concretó en los setenta años de destierro en Babilonia.
Allí –como escuchamos en el salmo responsorial (Ps 136)- estaban tristes a las orillas de los ríos babilónicos, con las arpas colgando de los sauces e imposibilitados de cantar por la tristeza que los embargaba por estar lejos de su tierra y de su Dios.
Ante esto, Dios que no se arrepiente de sus promesas, pasado el período de purificación, suscita al rey persa Ciro quien se encargará, inspirado desde lo alto, de ordenar que todos los desterrados regresen a su tierra.
Esto nos hace ver cómo una lectura desde la fe le da un sentido nuevo a la historia de modo que no es un mero transcurrir del tiempo, sino que todo acontece según los designios de Dios y su presencia se hace palpable aunque muchas veces pensemos lo contrario, para el bien del hombre.
Como decía anteriormente, lo descrito por el segundo libro de las Crónicas es aplicable a la realidad de nuestra Patria Argentina.
Al igual que en el pasado de Judá, muchos son los que preguntan hoy, ¿por qué estamos tan mal, por qué Dios nos olvida dejándonos sucumbir ante el peso de nuestras culpas, caminando hacia un futuro sin meta y esperanza?
Es que, si miramos desde la fe nuestra vida cotidiana, comprobamos que nos hemos contaminado con las costumbres paganas, hemos renunciado a vivir en amistad con Jesús, que impera por encima de todo el entusiasmo por lo material y la jarana, volviéndose el mal contra nosotros mismos.
En efecto, la decadencia moral, política, social y económica de nuestra Patria nos hace ver que el pecado del hombre argentino se particulariza en desconocer a Dios, creyendo insensatamente que puede vivir su existencia por sí solo, regresándose el mal que ha engendrado sobre sí mismo.
En estos días hemos llegado al colmo de nuestra deserción de Dios con la sentencia de la Corte Suprema de Injusticia.
Bien digo injusticia, porque el objeto de la justicia es el derecho, es decir, dar a cada uno lo suyo, siendo el primer derecho humano el de la vida.
Cuando deja de reconocerse esto tenemos que prepararnos para la violación sistemática y progresiva de los derechos humanos, desde los órganos del poder. Ya percibimos cómo la inseguridad se va llevando a la muerte a un sinnúmero de personas, sin que desde el Estado se ponga coto de una vez.
El auge de la droga, la violación permanente de la ley natural, el imperio de la delincuencia con la indiferencia de quienes han de velar por el ciudadano, nos prepara el camino para la disolución nacional.
Mientras tanto se elogia en acto público el cambio de sexo o la matanza de niños en hospitales públicos y se produce el olvido de tantos niños que mueren por falta de alimento, o si no mueren, crecen con limitadas posibilidades de progresar sanamente como personas humanas.
Los que detentan el poder se siguen enriqueciendo a costilla de los ciudadanos, preocupados sólo por sus negocios. Se ha instalado con la permisión del aborto el terrorismo de estado, la desaparición forzosa de personas, las más débiles.
Estados provinciales hay que establecieron el asesinato por encargo, ya que los dineros públicos se utilizan para solventar los gastos de la estructura hospitalaria y de los profesionales de la salud, que se presten al asesinato de los niños no nacidos por el pedido “a la carta” de sus progenitores. Más aún, se pretende que las obras sociales paguen estos crímenes y se prepara ya la instalación de clínicas de abortos.
¿Creemos que estos pecados quedarán impunes delante del Dios de la Vida? Son pecados que claman al cielo aunque se trate de disfrazarlos con falsas razones o se pretendan justificar en base a situaciones penosas que se agravan con el aborto. El dinero “de sangre”, fruto de estos crímenes, es la causa de estos y otros desvíos de la naturaleza humana y su dignidad.
De allí, como decíamos del reino de Judá, la decadencia cada vez más grande de nuestra Nación avanza en manos de tantos hacedores del mal.
La gracia de Dios terminará con este estado de cosas, pero será necesario que nosotros, los que nos llamamos católicos, por ejemplo, decidamos comenzar una vida de verdaderos adoradores de Dios en justicia y verdad.
El texto del evangelio (Juan 3, 14-21) que hemos proclamado es muy claro en su enseñanza, de manera que así como Moisés levantó en el desierto la serpiente de bronce para curar a los mordidos por los reptiles, así también es necesario para nuestra curación el dirigir nuestra mirada a Aquél que fue levantado en lo alto de la cruz.
Como Ciro fue elegido para sacar del destierro a Judá, Cristo es elegido para sacarnos de la profundidad del pecado, y la adhesión a Él se transformará a su tiempo en la aparición de un nuevo Ciro para nuestra Patria.
San Pablo (Efesios 2, 4-10) nos dice en la segunda lectura que fuimos rescatados del pecado por la acción salvadora de Cristo Nuestro Señor. Y fuimos rescatados gratuitamente porque Dios nos ama con total gratuidad.
Mientras que el amor humano no es gratuito ya que el más noble de los amores siempre tiene un dejo de egoísmo ya que esperamos recibir alguna respuesta, el amor divino es gratuidad pura, no se da por parcelas sino totalmente como lo hizo Cristo desde la cruz
Mientras que en el amor humano, cada uno busca su propia realización, el amor de Cristo derramado en nosotros nos realiza y, hace felices a todos los que se le acercan libremente.
Cuaresma se nos presenta como un período de tiempo en el que somos convocados a meternos de lleno en la gratuidad del amor de Dios, y dejando de lado tantas miserias a cambiar, nos dispongamos a vivir como hijos de Dios. Si nosotros nos transformamos, iremos engendrando también una nueva Argentina.
No olvidemos que quienes detentan el poder en todos los ámbitos de la vida, son un reflejo de la sociedad misma y, cambiando nosotros como sociedad, como pueblo, iremos dando luz también a formas totalmente nuevas.
Si la argentina fuera una sociedad convertida, no tendríamos los conductores que tenemos y, ya se hubieran originado los anticuerpos necesarios para sanearla.
En el evangelio Jesús nos dice que “la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas”. El que obra el mal lo rechaza a Cristo no sea que su luz lo encandile. Sólo el que obra el bien se acerca a la luz, que es Cristo, para que se pongan de manifiesto sus obras que han sido hechas en Dios.
Queridos hermanos, a pesar de tantas maldades presentes en el mundo y en la sociedad nuestra, el Señor sigue esperando en nosotros, pero no porque necesite de nosotros, sino porque si no volvemos a Él poniéndonos bajo su gracia, caeremos para vivir en la amargura de los desahuciados que no tienen rumbo ni meta.
Vayamos a encontrarnos con Jesús en la cruz y digámosle que su muerte no sea inútil para nosotros, que nos ayude a cambiar para comenzar a caminar una existencia plena de bendiciones en el encuentro con la verdad que nos hace realmente libres.
Padre Ricardo B. Mazza.
Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina.
Homilía en el 4to domingo de Cuaresma. Ciclo “B”. 18 de marzo de 2012.
ribamazza@gmail.com;
http://ricardomazza.blogspot.com/
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