lunes, 7 de marzo de 2011
¿EVOLUCIÓN O INVOLUCIÓN?
Triste sería descubrir, que tras miles de años de existencia, el hombre aún sigue cometiendo el mismo pecado original que nuestros primeros padres. Y esto a pesar del bautismo, que vendría a limpiar nuestra alma de aquel pecado que acarreamos por el simple hecho de ser hombres.
Por Federico Gastón Addisi
“El pecado original fue un pecado de soberbia. El pecado de Adán y Eva es un pecado muy frecuente hoy día. Hombres y mujeres autosuficientes, independientes, rebeldes a toda norma, orden o mandato, aunque venga del Papa. Para ellos sólo vale lo que ellos opinan, y lo que ellos quieren. No se someten a nadie. Quieren ser como dioses. Ése fue el pecado de Adán y Eva”.
Es que resulta evidente que la humanidad ha evolucionado (tanto en lo que hace al paso del tiempo; como a los adelantos en la ciencia, tecnología, comunicación, etc) desde aquellas edades primitivas de la historia hasta la actual civilización postmoderna. Sin embargo, con una simple mirada al hombre –como sujeto de la historia y fundamento de la civilización – estos avances en materia científica no se traducen en un adelanto en lo que hace a lo espiritual, en tanto la persona está constituida por cuerpo y alma. Más por el contrario, podemos afirmar que a la evolución material corresponde simétricamente una involución en materia axiológica.
Sobre el particular afirma el Padre Sáenz, “En el Renacimiento, el hombre comenzó el proceso de su autoexaltación. El florecimiento de lo humano no era posible sino en el grado en que el hombre tenía conciencia, en lo más profundo de su ser, de su verdadero lugar en el cosmos, conciencia de que por encima de él había instancias superiores. Su perfeccionamiento humano sólo resultaba factible mientras se mantuviese ligado a las raíces divinas”. En la misma línea Jaques Maritain sostiene en su obra “Los Tres Reformadores”, que sucesivos jalones de la modernidad (se trataba de La Reforma; La Revolución Francesa; el racionalismo) fueron alejando al hombre de Dios para convertirlo a él mismo en amo del mundo a través de la glorificación de la razón. Y este proceso tuvo sus máximos exponentes –continúa el teólogo francés- en Lutero, Rousseau y Descartes.
Complementariamente, aporta el citado Padre Sáenz que: “Dos hombres dominan el pensamiento de los tiempos modernos, Nietzsche y Marx, que ilustran con genial acuidad las dos formas concretas de la autonegación y autodestrucción del humanismo. En Nietzsche, el humanismo abdica de sí mismo y se desmorona bajo la forma individualista; en Marx, bajo la forma colectivista. Ambas formas han sido engendradas por una sola y misma causa: la sustracción del hombre a las raíces trascendentes y divinas de la vida”.
A todas estas etapas de un mismo proceso (de secularización) y sus protagonistas, agregamos nosotros el importante y clave rol que juega Gramsci, como impulsor de la inmanencia y estratega de la subversión de los valores y cambios en el sentido común a través de la cultura.
Pero retomando el análisis, el pensador ruso Berdiaiv sostenía “A fuerza de atribuir suficiencia al conocimiento no sólo para autodefinirse y autoafirmarse, sino también para develar la totalidad de los problemas, llega el hombre a la negación y a la autodestrucción de su propia capacidad de inteligir. Perdido su centro espiritual y negado el origen trascendente de su inteligencia, reflejo del Logos divino, el hombre se pierde a sí mismo y renuncia a su capacidad de entender”.
Este breve ensayo nos deja una serie de interrogantes que cada quien responderá de diferente manera (otro signo más del relativismo que caracteriza la modernidad).
¿Acaso son incompatibles la razón con la fe? ¿La humanidad ha sustituido a Dios por la razón? ¿Puede el hombre vivir sin Dios? Y finalmente…¿es posible una restauración a los valores trascendentales que logren re-ligar al hombre con su Creador?
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