domingo, 1 de enero de 2012

LOS SANTOS INOCENTES


“Si no conoces todavía la vida ¿cómo puede ser posible conocer la muerte?”
FuTse, Confucio (Filósofo, legislador y estadista chino)


Por César Valdeolmillos Alonso

Dice San Mateo, que al darse cuenta el rey Herodes I el Grande de que había sido burlado por los Magos, que habían venido para rendir homenaje al recién nacido que habría de ser el nuevo rey de los judíos, montó en cólera y en un intento desesperado por no perder el trono, mandó matar a todos los niños que había en la comarca de Belén, de dos años para abajo.

No es de extrañar este hecho, ya que Herodes era tan celoso del poder, que ya había asesinado a dos de sus esposas y a varios de sus hijos, por temor a que lo reemplazaran. Cualquier persona que pudiera aparecer como futuro rey de Israel era su potencial enemigo.

Se ignora realmente en qué fecha pudo ocurrir este hecho ni cuantos fueron los niños exterminados como consecuencia de la orden de Herodes. La Liturgia Griega afirma que hizo matar a catorce mil varones, los sirios mencionan a sesenta y cuatro mil, muchos autores medievales a ciento cuarenta y cuatro mil.

Sin embargo, siendo Belén una ciudad más bien pequeña, los autores modernos reducen considerablemente el número. Knabenbauer (1) los rebaja hasta quince o veinte, Bisping (2) a diez o doce, Kellner (3) a seis.

El historiador judío Flavio Josefo, no hace referencia a este suceso, aunque relata no pocas atrocidades cometidas por el rey durante los últimos años de su reinado.
Al parecer, el número de estos niños fue tan pequeño que este crimen aparece como insignificante entre los otros delitos cometidos por Herodes.

Es imposible establecer el día o el año de la muerte de los Santos Inocentes, ya que la cronología del nacimiento de Cristo y los acontecimientos bíblicos subsiguientes son muy inciertos. Todo lo que sabemos es que los infantes fueron sacrificados dentro de los dos años después de la aparición de la estrella a los Sabios de Oriente.

Encontramos un paralelo de este episodio en la narración del nacimiento de Moisés, en la que se cuenta la masacre que de bebés varones judíos llevó a cabo el faraón.
La Iglesia latina instituyó la fiesta de los Santos Inocentes en fecha desconocida, no antes del final del siglo IV y no después del final del siglo V.

Los latinos guardaban esta fiesta el 28 de diciembre, los griegos el 29 y los sirios y caldeos, el 27 del mismo mes. Pero estas fechas no tienen nada que ver con el momento real del acontecimiento; la fiesta se celebra dentro de la octava de Navidad porque los Santos Inocentes dieron su vida por el Salvador recién nacido. Los armenios conmemoraban este hecho el lunes después del segundo domingo de Pentecostés, al mantener que los Santos Inocentes fueron masacrados quince semanas después del nacimiento de Cristo.

La Estación Romana del 28 de diciembre, se celebra en San Pablo Extramuros, porque se cree que dicho templo contiene los cuerpos de varios de los Santos Inocentes. Una parte de estas reliquias fueron transferidas por Sixto V a Santa María la Mayor. La iglesia de santa Justina en Padua, las catedrales de Lisboa y Milán, y otras iglesias, también conservan cuerpos que aseguran ser de algunos de los Santos Inocentes.

Como cuenta la historia, advertida la Sagrada Familia del peligro que corría, esta decidió huir a Egipto, lo que hizo que Herodes viviera engañado mucho tiempo, creyendo que había matado al niño Dios. Se cree que es probablemente este aspecto del “engaño”, el que alimentó la tradición popular del Día de los Santos Inocentes de jugar bromas y engañar a nuestros amigos o familiares.

Pero no fue esa la peor matanza de inocentes. La más cruel es la que a diario provoca el egoísmo feroz que permite que cientos de miles de niños sean aplastados, despedazados y arrancados del vientre de sus propias madres.

Ellos son los Santos Inocentes de hoy; los indefensos mártires sin culpa, que precisamente en el lecho materno que les dio la vida, reciben un fiero bautismo de sangre. Son los que son, sin que nunca llegarán a ser, la leyenda que nunca será narrada, la rosa que no podrá ofrecer su aroma, la página en blanco jamás escrita.

El 28 de diciembre, es el día de las víctimas de tanta carnicería provocada para preservar tan falsos como hipócritas honores familiares; tan abyectas como disipadoras conductas; tan desnaturalizados como ficticios derechos que no tienen otro objetivo que la destrucción de la familia y hacernos esclavos de una vida sin futuro.

Y todo ello anestesiado por el profundo y olvidado consuelo de no haber conocido al fruto del propio ser, por no haberlo arrebujado entre los brazos, por no haber contemplado su sonrisa, por no haber sentido sus manitas aferradas al pecho destinado a amamantarlo, por no haber velado su sueño, por no haber sufrido la angustia de cuidarlo mientras estaba enfermo. Intentamos borrarlo de nuestra vida y hacemos como que nunca existió sin saber que su grito desgarrador, resonará por siempre en lo más profundo del alma, porque el aborto destruye la vida del niño y la conciencia de la madre.

Santos inocentes son los 23 niños, que la violencia asesina del terrorismo de ETA impidió que alcanzaran la madurez y derramaran su sangre sin saber porqué.

Ante la entrega inútil de todas esas vidas, hemos de inclinarnos con infinito amor y el firme propósito de evitar que tanta barbarie se siga produciendo. Únicamente de este modo, puede que llegue a ser posible que algún día no tengamos que conmemorar el día de los Santos Inocentes, porque no se puede vivir, sin dejar vivir.

1) Jesuita y erudito bíblico alemán.
2) Analista católico estadounidense.
3) Pedagogo católico alemán.



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