¿Cómo podría uno mantener la cordura ante talp noticia y ofrecer una declaración provechosa de un evento que marcará una época como lo es la abdicación de un Romano Pontífice?
Por Christopher A. Ferrara
He tenido el privilegio de escribir para este venerable periódico, The Remnant, tratando algunos de los acontecimientos recientes más importantes en la historia de la Iglesia, incluyendo la elección del papa Benedicto XVI, a la cual Matt [editor] y yo fuimos afortunados de atestiguar en Roma, bajo el mismo balcón de la Basílica de San Pedro. Pero, ¿cómo podría uno mantener la cordura ante tal momentánea noticia y ofrecer una declaración provechosa de un evento que marcará una época como lo es la abdicación de un Romano Pontífice, y en particular este pontífice, cuyos dramáticos gestos han alterado el paisaje de nuestra devastada comunidad eclesial de forma que sólo hubiéramos esperado en el largo y cada vez más ruinoso pontificado de Juan Pablo “el Grande”?
Dos preguntas surgen inmediatamente en este momento: ¿Puede renunciar un Papa, es decir, abdicar?, y, ¿por qué lo hizo el papa Benedicto? La primera es fácil de responder, al menos, técnicamente. Como dice la Enciclopedia Católica: “Como cualquier otra dignidad eclesiástica, puede renunciarse al trono papal”. En efecto, “entre las razones que harían legítima la abdicación de un obispo a su sede pueden ser la necesidad o utilidad de su iglesia particular, o la salvación de su propia alma, aplicado de una manera más profunda en aquel quien gobierna a la Iglesia universal”. Y mientras que no existe autoridad más alta sobre la tierra ante la cual el papa pueda ofrecer su renuncia, “él mismo, por el mismo poder papal puede disolver la unión espiritual entre él mismo y la Iglesia”. Podemos obviar por anticipado cualquier otro argumento teológico contrario, del tipo que podemos esperar de los canonistas aficionados que pululan en internet. El papa Bonifacio VIII, en una muestra de supremacía pontificia, decretó la inherente capacidad de un papa para renunciar a su oficio, este decreto ha sido codificado en el Corpus Juris Canonici (Cap. quoniam I, de renun., in 6).
Así, al menos técnica y lógicamente, el papa tiene la capacidad de renunciar a su propio oficio de Vicario de Cristo. Y la abdicación de un papa, mientras que es algo muy raro, tiene su precedente. Existen varios ejemplos, incluyendo la bien conocida abdicación del papa Celestino V en 1294. Un caso en particular fue impactante: el del papa Benedicto IX (1033-44), quien “causó un gran escándalo en la Iglesia por su vida desordenada, renunció libremente al pontificado y tomó hábito de monje” al sucederlo Clemente II (Benedicto IX intentó reclamar el trono papal después de la muerte de Clemente, pero evidentemente falló en su propósito).
Sin embargo, la abdicación de Benedicto XVI parece ser muy sui generis, pues es debido a una decisión puramente discrecional de un pontífice, que ni está incapacitado ni está bajo ninguna situación apremiante, digamos un escándalo o alguna disputa por el trono que objetivamente esté llevando a la Iglesia al caos, como en la abdicación del papa Gregorio XII durante el Gran Cisma de Occidente. Muy por el contrario, todo parece estar en la normalidad, incluyendo el elegante texto de su propia declaración de renuncia, el papa parece contar con plena capacidad intelectual y no sufre ninguna condición médica que lo incapacite irremediablemente, como el Vaticano insiste.
¿Por qué entonces Benedicto XVI abdicó y tan repentinamente? La explicación ofrecida basada en su salud y fuerzas que se deterioran, lo cual ha afligido a innumerables pontífices quienes permanecieron en su oficio hasta que Dios los llamó, sugeriría un papa que simplemente ha fallado en la virtud de la perseverancia y ha hecho algo desdeñable. Dante por esta razón colocaba al papa Celestino en el infierno. Pero la caridad aconseja que debemos buscar otra explicación. Hilary White de Life Site News me ha recomendado la opinión del teólogo Brian Flanagan, quien dice que la “renuncia” del papa refleja un doble motivo: “los posibles beneficios prácticos de elegir a un hombre más joven… al timón, sobreponiéndose al alboroto administrativo y burocrático de los últimos años del papado de Juan Pablo II, y este movimiento simbólicamente le otorgaría al papado un redimensionamiento a su medida. El papado podría ser visto ahora como un oficio crucial de la Iglesia universal, pero uno en el cual el papa permanece como un simple ocupante del cargo, en lugar de ser una figura irremplazable y mágica”.
Creo que Flanagan podría tener parcialmente la razón: el papa ha abdicado debido a que él percibe que es incapaz de mitigar el caos eclesial que Juan Pablo II, “el Grande”, dejó después de que las grandes muchedumbres se dispersaron y sus estrepitosos gritos de “santo subito” se han desvanecido. Creo, o al menos quiero creer que Benedicto XVI ve que la única esperanza para la restauración de la Iglesia sea por medio de la elevación de alguien más joven y en mejor forma física al Trono de Pedro. Creo también que Benedicto ha concluido que si él fuese ha permanecer en el oficio por muchos años, algo desastroso podría suceder, y que si un sucesor más vigoroso fuese elegido ahora, sería capaz de evitar mucho de eso. Más adelante retomaremos esto.
Al expresar esta hipótesis debemos comenzar con la declaración de abdicación del papa, la primera de su tipo en la historia de la Iglesia, para ver qué podemos concluir. Dado la enorme importancia histórica del documento, lo citaré todo:
Queridísimos hermanos:La primera pista que ofrece el documento acerca de lo que realmente sucede es que fue emitido durante un Consistorio convocado para la canonización de santos anteriores a la época del Vaticano II: primero, los mártires Antonio Primaldo y 799 compañeros decapitados en Otranto, Italia, en 1480 durante la invasión de soldados turcos después de que se negaran a convertirse al Islam. Se dice que el cuerpo sin cabeza de Primaldo, un humilde sastre, permaneció erguido y no cayó hasta que el último de sus compañeros fue martirizado. Segundo, Laura di Santa Caterina da Siena Montoya y Upegui (1874-1949), célibe fundadora de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada, quienes efectuaron una misión para convertir a los indígenas latinoamericanos. Tercero, María Guadalupe García Zavala (1878-1963), fundadora de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, víctima de la persecución de los gobiernos mexicanos contra la Iglesia Católica.
Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.
Vaticano, 10 de febrero 2013.
Es revelador que lo que parecían ser los actos finales del papa Benedicto, en estas tres canonizaciones, unanimemente reconocido por los teólogos como un acto infalible del Magisterio ya que establece un culto para toda la Iglesia universal, estén involucrados sólo candidatos clásicos a la santidad. Sus virtudes heroicas fueron patentes y estuvieron acompañadas de las más elevada fidelidad a sus deberes en la Iglesia. Esto es muy diferente a la beatificación no infalible de Juan Pablo II, donde sólo se estableció un culto local en las diócesis de Roma y Cracovia (aunque esta importante distinción fue rápidamente ignorada). Respecto a esta beatificación, el vocero del Vaticano ofreció una explicación sorprendentemente racional, diciendo que “el papa Juan Pablo II estaba siendo beatificado no por su impacto en la historia de la Iglesia Católica, sino debido a la forma en que vivió las virtudes cristianas, la fe, la esperanza y la caridad… Juan Pablo II estaba siendo beatificado por sus virtudes personales, no por su papado…” Un papa cuya beatificación no tenía nada que ver con su pontificado, y aún así es llamado “el Grande”, es otra de las innumerables rarezas que abundan en el panorama postconciliar de la Iglesia.
La abdicación del papa Benedicto tendrá efecto a partir del 28 de febrero de 2013, precisamente a las 8 de la noche. Esto significa que Benedicto evitará la dudosa canonización de Juan Pablo II y la evidentemente absurda beatificación de Pablo VI. La aplanadora que nos está llevando hasta estos fastidiosos acontecimientos, y que pasa por encima de todas las objeciones razonables, repentinamente se ha detenido por falta de camino delante. Al menos en parte, ¿el papa habrá abdicado para demorar la maquinaria que desea canonizar a Juan Pablo II, la cual ha amenazado con canonizar al Concilio, el cual el mismo Benedicto XVI (en sus momentos más cándidos) ha hecho tan importante? Podríamos pensar que sí.
Considérese lo siguiente: Benedicto pudo haber hecho un esfuerzo para apropiarse del momento que elevaría a Juan Pablo II a los altares de la Iglesia universal y declararía beato a Pablo VI, de esta manera dejaría su imprimatur papal en aquello que él mismo, cuando era el Card. Ratzinger, describió como un “proceso de decaimiento” postconciliar, un proceso que sólo el papa Benedicto XVI ha tratado de echar para atrás, desde el Concilio. Aún así, Benedicto también ha recibido muchísima presión de las fuerzas “conciliaristas” para llevar a cabo estos actos con el fin de atajar la falta de credibilidad del aggiornamiento conciliar. En este preciso momento, el pequeño arroyo que representan las críticas tradicionalistas se ha convertido en un torrente de críticas de parte de respetables teólogos reconocidos, al tiempo en que el “espíritu” del Concilio está decayendo y sus desastrosos efectos se han vuelto demasiado obvios para seguirlos justificando. Véase, por ejemplo, el comentario revelado póstumamente de parte del eminente teólogo no-tradicionalista Fr. Divo Barsotti, en cuyo diario escribió lo siguiente: “me encuentro perplejo respecto al Concilio: por su abundancia de documentos, por la extensión de éstos, frecuentemente por su lenguaje, todo ello me atemoriza. Son documentos que dan testimonio solamente de una confirmación humana más que de una sencilla afirmación de la firmeza en la fe”.
Así, podemos suponer que Benedicto enfrenta un dilema: Si simplemente se niega a ejercitar su primacía papal para canonizar el Concilio, él se enfrentaría a una tormenta de cólera de los militantes conciliaristas. Pero si él cede a esa presión y procede con esos actos, él tendría que responder con su propia conciencia y en última instancia ante el Juez de todos nosotros. Temiendo que sea incapaz de resistir a la presión para realizar las ceremonias que le demandan y que ya están arregladas, esperando sólo su acto de aprobación, él podría haber concluido que lo mejor que podía hacer era evitar a esta aplanadora antes de que alcanzara su meta. Es razonable pensar que si Benedicto estuviese sinceramente comprometido con la idea de un “san Juan Pablo II, el Grande” y un “beato Pablo VI”, él habría permanecido en su oficio, al menos lo suficiente como para realizar los necesarios actos papales. Aún así, él ha dejado su oficio, de una manera puramente discrecional, así como tales actos fueron designados para que ocurrieran, irónicamente, durante el llamado “Año de la Fe” y durante el cual está manifestándose la “apostasía silenciosa” que heredamos de los dos pontificados previos.
O quizás, incluso si esta no hubiera sido la intención consciente del papa, el Espíritu Santo ha intervenido para que abdicara en lugar de infligir un daño mayor a la Iglesia colaborando en la canonización del Concilio por medio de imprudentes actos del Magisterio. Parecería ser un milagro que, hace sólo unos días, parecía inminente la canonización de Juan Pablo II y que ahora haya sido pospuesta hasta al menos el 2014. ¿Esta demora fue prevista por el papa Benedicto al contemplar su abdicación? ¿Actuó así bajo la influencia del Espíritu Santo? Estas son preguntas razonables en vista de la asombrosa decisión hecha por un romano pontífice reinante que renuncia a su oficio incluso cuando no está incapacitado ni física ni mentalmente.
En la declaración de Benedicto reconoce la disminución de sus capacidades físicas y mentales, pero éstas son sólo consecuencias normales del envejecimiento. Sin embargo, si esas palabras se leen cuidadosamente en contexto, proveerán las indicaciones claves de la razón por la cual el papa ha abdicado a su oficio en circunstancias tan peculiares. Mientras que se le ve física y mentalmente sano, él se siente muy débil mental y corporalmente para confrontar las “cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio…”
Aquí confrontamos lo que el papa debe saber pero nosotros no sabemos: que algo maligno se desencadenará. ¿El papa Benedicto ha sido expulsado de su oficio por los lobos a los que él temía al comienzo de su pontificado? Recordemos las palabras de aquel momento, en su sermón durante la misa, momento que los modernistas conciliares se niegan a llamarle su coronación y le llaman simplemente una “inauguración”, como si el papa fuera un mero oficial electo: “Recen por mi, para que no huya de los lobos por temor”. Entre los lobos están, como siempre, los numerosos enemigos externos de la Iglesia, muchos de los cuales demandaron precisamente su renuncia.
Pero podemos tener la certeza de que estos lobos que ha visto el papa son los que están más cerca de él, y que lo rodean en los mismos confines de la burocracia vaticana que ha sometido a la monarquía papal bajo el peso de la masiva maquinaria de una democracia eclesiástica instalada durante la revolución postconciliar, con su “colegialidad” y su “reforma” de la Curia Romana. Recuerdo en este momento la revelación de Mons. Fellay, quien durante su audiencia con el papa Benedicto en Castel Gandolfo en agosto de 2005, le rogó para que realizara las acciones necesarias para restaurar completamente a la Iglesia: “Ud. es el papa”, le dijo Mons. Fellay cuando los dejaron solos por un momento, pero el papa, apuntando a la puerta de la habitación donde se llevaba a cabo la audiencia replicó con tristeza: “Mi autoridad acaba pasando esa puerta”.
Y, ¿qué hay más allá de esa puerta? Los lobos en la propia morada del papa. El papa mismo confirmó un derrocamiento verificable del papado hasta el extremo de lo humanamente posible. Bajo esta luz, la abdicación sin precedente y discrecional del papa toma un aspecto apocalíptico. Y fue Benedicto mismo quien dejó las pistas para relacionar su situación, precisamente con el apocalíptico Tercer Secreto de Fátima. Durante su peregrinación a Fátima hace dos años, Benedicto reveló que el Secreto tal y como fue originalmente redactado, es mucho más de lo que vemos en la versión publicada en el año 2000:
“Más allá de esta gran visión del sufrimiento del papa… están indicadas futuras realidades de la Iglesia, las cuales poco a poco se desarrollarán… Así, es verdad que más allá del momento indicado en la visión, se habla, se ve, la necesidad de una pasión de la Iglesia que naturalmente se refleja en la persona del papa; pero el papa está en la Iglesia, y por lo tanto, los sufrimientos de la Iglesia son los que se han anunciado…A la luz de estas afirmaciones uno podría preguntar: ¿Qué es lo que el papa sabe y ha sido obligado a no decirnos? ¿Por qué habla de terribles “realidades futuras” que se desarrollarán “poco a poco” sin decirnos qué son? Sabe, por ejemplo, ¿por qué, como vemos en la visión, un papa futuro encuentra su fin en la cima de una colina en las afueras de una ciudad en ruinas rodeado de cadáveres y de la cuál escapará sólo para ser ejecutado por un grupo de soldados? ¿Ha leído las palabras de la Virgen que aclararían esta visión post apocalíptica? (Sólo un tonto pensaría que la Madre de Dios designaría al Card. Angelo Sodano, el Secretario del Vaticano quien encubrió el escándalo del padre Maciel, con la tarea de “interpretar” una visión que ella misma ha explicado claramente). ¿Están íntimamente relacionadas las palabras de la Virgen con la afirmación del papa que hablan de “más allá del momento indicado en la visión” y los detalles de un futuro terrible del cual “se habla”, y no solamente se ve? ¿Qué parte del Secreto está más allá del momento indicado en la visión, si no es que el texto habla cuando la visión calla?
“En cuanto a la novedad que podemos encontrar hoy en este mensaje, es que los ataques sobre el papa y la Iglesia no vienen de un sólo lado, sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen precisamente desde dentro de la Iglesia, desde los pecados que existen en la Iglesia. Esto siempre se ha conocido, pero hoy podemos verlos de una forma realmente terrible: que la mayor persecución de la Iglesia no viene de sus enemigos externos, sino que surgen del pecado dentro de la Iglesia”.
Lo que sea que haya visto el papa en lo venidero debe ser parte del motivo de su abdicación, a menos que deseemos concluir que él simplemente se deshizo de su oficio, abandonándolo en su flaqueza. No, debe haber más. Hago eco de los sentimientos del editor concluyendo que el papa Benedicto se ha sacrificado a los lobos, colocándose en frente de ellos para que huelan el cadáver de su pontificado en apuros, sorprendidos por lo fácil que ha sido conseguir su presa y distraídos momentáneamente de lo que ya ha sido puesto en marcha respecto al nuevo cónclave.
Benedicto, podemos suponer, ha puesto su esperanza en el Espíritu Santo y en la elección de un sucesor que pueda resistir lo que él no pudo, repeler lo que él no pudo repeler, restaurar por completo lo que nos han quitado, incluyendo, debemos decirlo, las acciones de los dos últimos desastrosos predecesores quienes han sido propuestos de forma demencial para exaltarlos entre los grandes papas. Esto parece decir el papa Benedicto cuando declaró, seguramente a la luz de Fátima: “confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice”.
Todo esto, por supuesto, es especulación. Pero especulación razonable a la vista de estos desarrollos asombrosos y atemorizantes. El papa quien, a pesar de sus fallas, terminó con la diabólica supresión del Rito Romano Tradicional, permitida por sus predecesores, y quien levantó las absurdas “excomuniones” de los obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, repentinamente ha renunciado. Estamos en un estado de desconcierto, gratitud, temor por el futuro y esperanza por lo que el Espíritu Santo pueda traer a pesar de los minuciosos planes de los lobos quienes ahora se precipitan sobre nuestro papa caído, considerando su próxima movida. Nuestra Señora de Fátima, ¡confúndelos!
The Remnant
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