sábado, 15 de septiembre de 2012

LA MUJER, ¿FUENTE DE AMOR Y AFECTO O GÉNERO CONSTRUIDO?

Una de las tácticas fundamentales para implantar el debilitamiento cultural en el seno de un pueblo es la de jaquear, sabotear y deformar la familia como célula o unidad básica de la Nación, como ámbito de cultivo y fomento del amor, el trabajo, la solidaridad y la ofrenda de la propia vida para lograr la felicidad de los seres queridos que la componen.

Por José Arturo Quarracino

La vigencia de Eva Perón

Cuando los “amos del universo” decidieron encarar el asalto final sobre los pueblos y naciones del mundo, para saquearles sus recursos naturales y sus riquezas, avanzaron “por derecha” promoviendo dirigentes políticos y económicos vernáculos, por lo general imbuidos de la ideología liberal, para difundir y ejecutar las políticas económicas afines a sus intereses. Pero para asegurar el asalto político y económico que emprendían, también avanzaron “por izquierda”, promocionando y promoviendo el “izquierdismo político” y el “progresismo cultural”, conductas y valores culturales extraños a la idiosincrasia, la tradición y la conciencia nacionales de los pueblos, para horadar internamente, debilitar y diluir la resistencia y la reacción populares contra el saqueo que comenzaba a perpetrarse.

Richard Gardner, miembro y vocero del Council on Foreign Relations [1], anticipó la aplicación de esta estrategia en 1974, cuando reconoció que en general ya no se iba a intentar la invasión armada para controlar y dominar a un país, sino el socavamiento de sus bases culturales y políticas, para eliminar su soberanía nacional: « (el Nuevo Orden Mundial) tendrá que ser construido desde abajo hacia arriba, más bien que de arriba hacia abajo. Parecerá un gran ruido, un zumbido, una confusión... Pero será una emboscada contra la soberanía nacional, erosionándola pedazo a pedazo. Pero se logrará mucho más que el clásico ataque frontal» [2].

Una de las tácticas fundamentales para implantar el debilitamiento cultural en el seno de un pueblo es la de jaquear, sabotear y deformar la familia como célula o unidad básica de la Nación, como ámbito de cultivo y fomento del amor, el trabajo, la solidaridad y la ofrenda de la propia vida para lograr la felicidad de los seres queridos que la componen.

¿Cómo se ha debilitado y deformado la familia como institución? 

Externamente, creando condiciones sociales y económicas que hagan difícil o tornen imposible la subsistencia cotidiana y el ejercicio de los roles paterno y materno, destruyendo las fuentes de trabajo, deformando el sistema productivo, haciendo costoso o difícil el acceso a los servicios básicos indispensables como la salud y la educación, degradando el ámbito de trabajo y las relaciones laborales, promoviendo el asistencialismo improductivo, promoviendo el consumo de alcohol y droga, etc.


Internamente, se ha debilitado a la familia deshumanizando la figura paterna y materna, sobre todo ésta última. ¿Cómo? Eliminando del lenguaje cotidiano informal e institucional el término de “mujer”, para reemplazarlo por el de “identidad de género”, pues cuando se menta la palabra mujer aparecen inevitablemente asociadas la dimensión de hija, esposa y madre, figuras que hablan de amor y afecto, mientras que hablar de género remite a una dimensión meramente individual, un algo que no referencia ni amor ni afecto, un algo que sólo designa un puesto en un universo social que debe ser definido de la manera que le guste a cada una. Hablar de la mujer significa fundamentalmente hacer mención a un ser-en-relación permanente de amor y entrega, hablar de género significa hablar de algo individual que es un simple estereotipo vacío a ser llenado de cualquier forma.


No es para nada inofensivo reemplazar un término tan cargado de sentido afectivo y sentimental por un concepto desprovisto de rasgos humanos. Por ejemplo, al quitar del léxico la palabra mujer para reemplazarla por el término "género" permite también dejar de lado el concepto de maternidad para reemplazarlo, por ejemplo, por el término "trabajo reproductivo" que no trasunta el menor sentimiento afectivo. En este sentido, manipular el lenguaje de este modo permite desdibujar o diluir los rasgos humanos que caracterizan a la mujer, para mencionarla sólo como un “algo” carente de fisonomía o para rebajar su humanidad maternal a mero proceso de reproducción, con lo cual se facilitan los pasos necesarios para, en última instancia, convertir a la mujer en asesina de su propio hijo.

2. En el plano institucional, a nivel internacional (por ejemplo en Naciones Unidas) se pueden visualizar las consecuencias de esta deshumanización de la mujer, paradójicamente tan alabada por las feministas. Por ejemplo, desplazar el término “mujer” para reemplazarlo por el concepto de “género” ha permitido que en forma paulatina se vaya dejando de lado el término “familia” para reemplazarlo por el de “población”, como sucede en muchos documentos oficiales del organismo citado.

Al mismo tiempo, hablar de “género” permite pensar en un ente individual, independiente del varón, al que se le quiere empoderar (darle poder) frente al que es su “rival” que le impide el libre desarrollo de su personalidad, porque el varón le “impone” a la mujer estereotipos que la “relegan” a la crianza de los hijos y a las tareas del hogar. Así, en vez de compartir un proyecto de vida común, los esposos se ven rebajados a contendientes que pugnan por poder ser libres el uno del otro.


Además, definir a la mujer como género es lo que hace posible relegar la dimensión procreativa y maternal de la vida a una instancia inferior. Así, como “género”, la mujer puede aspirar a tener el “derecho” de convertirse en asesina de su hijo, mediante el aborto.

3. Fundamental para esta estrategia de deshumanización de la mujer y su mutación en género es que esta nueva concepción sea expresada por agentes vernáculos y en idioma castellano. Mejor aún si estos voceros de la ideología del “género” forman parte de las estructuras políticas con raíz histórica en la Patria.

Como formulación originalmente angloamericana e internacionalista, no es raro que ciertos dirigentes formados en fuerzas políticas que tienen su origen, sus raíces y sus fuentes de poder en centros extranjeros actúen de voceros de esta ideología contraria a la dignidad de la mujer.

Lo que sí es llamativo es que estos centros de poder recluten entre sus voceros a dirigentes provenientes de movimientos políticos de raíz nacional, como el radicalismo y el peronismo. Pero por más llamativo que sea, no hay que dejar de reconocer en esta maniobra la astucia de los “amos del universo”, que hacen difundir su ideología y su coacepción de “género”, despersonalizadora de la mujer y de la familia, a quienes supuestamente representan tradicionales nacionales, históricamente enfrentadas con aquéllos.

4. Eva Perón y la mujer argentina. Bien harían estas voceras y voceros de la degradación de la mujer y de la familia, como también de la aplicación de la pena de muerte contra los niños por nacer, volver a la doctrina de Eva Perón, quien ha sabido enseñar que la mujer argentina, como responsable de la construcción cristiana de la familia y como epígono crítico del hogar «es ante todo la representante de lo incontaminado y lo veraz». Podrán aprender de ella que en la voluntad de la mujer «está presente la vida misma, con su infinita secuela de valores, con su infinita gama de necesidades, grandes y pequeñas». Aprenderán así que «la mujer piensa por su casa, que es pensar por su familia y pensar por su país, suma de familias dispersas sobre el generoso suelo de nuestra patria».

A) La dimensión religiosa de la mujer. Si volvieran a la doctrina de Eva Perón, conocerían estos voceros extranjerizantes la dimensión religiosa de la naturaleza y esencia de la mujer: «creo que no puede hablarse en nuestra tierra de un hogar argentino que no sea un hogar cristiano. Frescas están aún en nuestras pupilas las cruces tutelares de las viejas casonas de nuestros antepasados. Bajo la cruz hemos concebido. Bajo la cruz hemos recitado el abecé y hemos contemplado el ábaco. Bajo la cruz hemos cruzado las manos en la postrera invocación».

Y como adalid de la dimensión religiosa de la mujer y de su importancia raigal en la historia patria afirma que «Todo aquello que en nuestras costumbres pueda destacarse es cristiano. De norte a sur, de este a oeste, empresas guerreras, empresas políticas, empresas espirituales, han sido urdidas y asentadas sobre la cruz, como cuadra a una raza templada en el ejercicio de las mejores virtudes. Vivo o escondido, el sentimiento de lo religioso ha prevalecido en suprema instancia, sobre todo otro nocivo reflejo de ética no argentina».


Más aún, la dimensión religiosa católica es crucial en la vida de la mujer y de la Patria: «Hemos dicho la verdad en cuanto hemos hablado sobre la tradicional fe católica. Y hemos mentido o nos hemos equivocado en cuanto hemos construido sobre el ateísmo extranjerizante, filtrado en nuestra legislación o instalado por sorpresa sobre nuestras instituciones básica, entre ellas, la de la educación. De tal modo que cuando hablamos del hogar argentino y de la mujer, como símbolo de ese hogar, estamos hablando de la mujer cristiana y del hogar asentado sobre esta base de sólida moral tradicional. De hecho, para legitimar nuestra aspiración de que toda mujer vote, podríamos agregar que toda mujer debe votar conforme su sentido religioso, vale decir ajustándose a una clara y alta medida de su deber de madre, de esposa o de hija, para con los seres que conviven junto a ella, dentro de un cuadro de cristiana equidad, de estricta justicia, de limpia aspiración de mejoramiento espiritual, de generoso impulso solidario, de atento y minucioso ordenamiento mental. La mujer que es la responsable de la educación familiar y el eje de una estructura hogareña orientada en los sanos y eternos principios del cristianismo, no podrá equivocarse jamás ante las urnas, donde está el destino ulterior de la patria. La mujer que esté dando en su voto el matiz de su honradez de conciencia, no podrá equivocarse en su designio político, si viene de un hogar sometido a la inflexible ley moral de Cristo». Ante esto, «de nada valen la injuria, la ineptitud disfrazada de crítica mordaz y la ya envejecida técnica de ataque de los hombres sin Dios. En el seno de la familia no cabe el instinto ni la barbarie, sino la cruz bajo la cual nos engendraron».



B) La sagrada y universal dimensión materna de la mujer. Para Eva Perón, la mujer no es un género sino un ser portador de lo sagrado y de la vida, al servicio de la humanidad: «La misión sagrada que tiene la mujer no sólo consiste en dar hijos a la Patria, sino hombres a la Humanidad. Hombres en el sentido cabal y caballeresco de la hombría, que es cuna del sacrificio cotidiano para soportar las contrariedades de la vida y base del valor que inspira los actos sublimes del heroísmo cuando la Patria lo reclama. Hombres formados en las costumbres cristianas que han hecho fuerte a nuestra estirpe y sensibles a la emoción de nuestros criollísimos sentimientos. Hombres austeros, que forjen su vida al calor del hogar, donde siempre palpita un corazón de mujer» [3].

C) La dimensión matrimonial de la mujer. Además de la maternidad, el otro rasgo constitutivo de la naturaleza esencial de la mujer es la conyugalidad, es decir, el saber ser esposa y amiga del varón con que forjan en unidad un destino al servicio no sólo de la familia sino fundamentalmente de la Nación. 


Así lo puso de manifiesto Eva Perón, al afirmar que «la mujer […] reclama un lugar para compartir con el hombre sus jornadas y para trabajar con el por el triunfo definitivo de la fe, por la voluntad y por la vida que se nutren en su espíritu generoso y porque las ciudades, los campos y la civilización también fueron afianzados con energías femeninas» [4].

Los progresistas vernáculos que hoy se cautivan con el “empoderamiento de las mujeres” propuestos por los “amos del universo” a través de las Naciones Unidas se olvidan que, gracias a Perón y Evita, las mujeres argentinas pudieron ejercer efectivamente poder al servicio de los objetivos de labrar la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación. Históricamente hablando, las mujeres argentinas nunca reclamaron el poder contra sus compañeros de vida y destino, sino que reclamaron el poder de trabajar juntos a los varones para mejor servir a la Patria, para forjar un mundo de paz, amor y justicia social, no para realizarse individualmente según el modelo yanqui o británico


Lamentablemente, quienes hoy usufructúan la imagen de Evita se olvidan que lejos de significar un lugar de frustración para la mujer, el hogar representa el ámbito pleno de su realización personal: «El hogar –santuario y célula mater de la sociedad- es el campo propicio y específico en el que el trabajo de la mujer, en bien de la patria y de sus hijos, se ejerce cotidianamente y ofrece mayores perspectivas de contribuir a moldear hombres dignos del momento histórico que vivimos los argentinos»[5].

En este punto, olvidan “nuestros” progresistas con mentalidad extranjera que «el hogar es el centro sensible por excelencia del corazón de la patria y el lugar específico para servirla y engrandecerla», y que a su vez la mujer es «la piedra básica sobre la que se apoya el hogar. Como madre, como esposa y como hija» [6]. En este sentido, la presencia activa de la mujer en el hogar potencia el desarrollo social y político de la Nación, sin que ello signifique su exclusión o postergación social, ya que la mujer está llamada a armonizar su presencia en el hogar y en la vida social y política, pero arraigándose y afianzándose en el ámbito de la familia, como templo de la vida y del amor: «Porque si a la mujer no se le ha dado el señorío de la fuerza física, se le ha dado el imperio del amor. Y sabemos las mujeres, sin necesidad de sutiles raciocinios, que sólo en el hogar y en el matrimonio indisoluble puede el amor alcanzar toda su expansión. Sabemos las mujeres que la decadencia del amor, sin duda alguna es una de las decadencias más grandes que ahora padece, es el resultado inmediato de la paganización de la familia y de la desarticulación del hogar». Es por eso que «menos tememos las argentinas a la mujer que pilotea automóviles, yates y aviones, que a la emancipada de la familia o a la que toma el amor y el matrimonio como un "egoísmo de dos" sin entender que de la solidez y de la fecundidad del matrimonio depende el engrandecimiento de la patria».

Esta jerarquía de ámbitos armonizados tiene su fundamento en el ideario cristiano: «La Iglesia, como nos ha enseñado siempre, ni ha prohibido ni ha disuadido a la mujer de que ejerza de médico o de diputado, o de embajadora, con tal que no abandone sus deberes esenciales de madre, de hija o de esposa. Y si la evolución de los tiempos la lleva a participar de la vida cívica y a intervenir en las contiendas electorales, es ella quien está encargada de conspirar al triunfo de un orden social y familiar en el que pueda compartir, al lado del hombre, los frutos de la paz y de la justicia» [7].


Pero “nuestros” progresistas han descubierto la pólvora: desprovistos del más elemental conocimiento de nuestra historia patria, llenos de la ideología internacionalista del poder financiero internacional, impulsan un proyecto social y político que despersonaliza y deforma a la mujer, convirtiéndola en “género” y “necesitada de poder”, cuando en la Argentina las mujeres fueron partícipes fundamentales en un proceso de auténtica liberación nacional y social, aportando los atributos propios de su femineidad. Olvidan o desconocen que en la vida nacional las mujeres «mostraron desde entonces [a partir del derecho al voto adquirido en 1947] que pueden trabajar, elegir y luchar como los varones y preservar, al mismo tiempo, los atributos de femineidad y de esposas y madres ejemplares con que impregnan de afecto nuestra vida» [8].

Una vez más, los sabios sueltos e intelectuales ignorantes “fabricados” por los “amos del universo” pretenden impulsar un “progreso” que en la Argentina se conoció hace más de 60 años. Si quieren “empoderar” a las mujeres, que divulguen y actualicen el magisterio político y de vida que ha pregonado Eva Perón en su hermosa existencia consagrada a servir a la causa de la Nación.

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[1] El CFR (Council on Foreign Relations) es el dispositivo a través del cual el establishment financiero angloamericano no sólo controla al gobierno de Estados Unidos, a su Departamento de Estado, sino que además y previamente diseña las políticas que las instituciones oficiales gubernamentales han de aplicar en su gestión de gobierno, tanto en lo nacional como en el plano mundial. Fue creado en el año 1921, para acompañar la creación del británico RIIA (Royal Institute of International Affairs) en 1919, pensado para diseñar las políticas imperialistas a aplicar por los gobiernos británicos a lo largo del tiempo, independientemente de quien sea el partido gobernante. Para conocer más en detalle el CFR, se puede consultar la obra de Adrian Salbuchi, El Cerebro del Mundo, Editorial El Copista, 4ª Edición, Córdoba 2003.

[2] Richard Gardner, Foreign Affairs (revista del Council on Foreign Relations), Abril de 1974.

[3] Todas las frases citadas hasta aquí están tomadas de Eva Perón, «Discurso radiofónico», 26 de febrero de 1947.

[4] Eva Perón, «Mensaje por el Día de las Américas», 14 de abril de 1947.

[5] Escribe Eva Perón, «El deber actual de la mujer argentina», Buenos Aires 1951, p. 19.

[6]
Ibidem., p. 20.

[7] Estas últimas citas han sido extraídas del Mensaje dirigido por Eva Perón a las Mujeres de España, publicado en el diario La Vanguardia, Madrid, el 17 de junio de 1947.

[8] Juan Domingo Perón, «Mensaje ante la Asamblea Legislativa», 1º de mayo de 1974 en el Congreso Nacional.


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