martes, 25 de enero de 2011

UN OBJETIVO MUY POBRE





Si elaboramos una encuesta acerca de lo que es el auténtico progreso, todos coincidiríamos en afirmar que el progreso más importante, es el desarrollo integral de la persona, pues de allí se derivan los demás.


Por Oswaldo Pulgar Pérez

El P. Otaolarruchi publicó un artículo que da en el clavo sobre diversos aspectos de la pobreza, que casi siempre pasamos por alto al hablar de esta virtud.

Nos parece que atacar la pobreza consiste sólo en llenar el estómago de los pobres. ¡Pobre objetivo! Satisfacer sus necesidades básicas es necesario pero no se deben agotar allí nuestros esfuerzos. ¿Es que sólo existe la pobreza material?

¿Quién se preocupa de la pobreza del corazón? La que sufren todas las personas que no tienen ningún amor en la Tierra, que no son amadas por nadie, y que viven solas en el mundo.

Luego señala que existe también la pobreza del alma. La que tienen aquellos que no tienen fe o la han perdido. Luego está la pobreza de la inteligencia, la de aquellos que viven sumergidos en la ignorancia, que es otra forma del subdesarrollo.

A veces, la pobreza del corazón la sufren muchas más personas de las que creemos. Cuentan que en una oficina en EEUU murió de infarto un señor, que como era el primero que llegaba y el último que salía, nadie se dio cuenta de que permaneció inmóvil varios días. Cuando llegó el equipo de limpieza el fin de semana, se llevó tremenda sorpresa.

La pobreza del alma es también muy frecuente. Quizá más que la anterior. La persona que no tiene fe, vive como en un túnel, donde nunca verá la luz. Desorientada por la vida, irá dando bandazos y recibiendo golpes, como cuando un avión desconecta de la torre de control en medio de una tormenta.

Podríamos decir que la persona con fe, tiene una visión panorámica de su vida. Se monta en el penthouse, y desde allí domina, o tiene más posibilidades de dominar la situación por la que pasa. Cuentan que una señora, en medio de un fuerte huracán tomó a su niño pequeño en los brazos y lo abrazó fuerte contra su pecho. Cuando el niño decía que tenía miedo, su mamá le respondía: -Tranquilo hijo, todo está bien. Aparentemente, todo estaba mal. Pero no, su mamá veía más allá. No tenía el problema en sus narices. Se distanciaba de él y lo veía con auténtico realismo: ¡ya pasaría!

La pobreza de la inteligencia es muy común. Sabemos de todo, menos de lo principal. También la padecen los que han leído de todo, sin discriminar, y se envenenan con el error. La mente se contamina igual que el cuerpo.

Hay virus que opacan la visión. Terminan todos en -ismo y algunos de ellos son: El cientificismo, que cree que la última instancia del saber es la ciencia, y que basta con que un científico afirme que aquello está demostrado científicamente, para que todos entonen sin ninguna crítica: -¡Te alabamos Señor!

Luego el relativismo, que no acepta que exista una verdad objetiva que se nos impone a pesar de nuestros gustos. Es el que elabora una "Ética a la carta" en la que se incluyen los ítems que yo quiera y se excluyen los que yo no quiera.

El relativista suele ser incoherente consigo mismo, pues si bien defiende que no hay verdad, ni un bien o mal objetivos, en cuanto le roben la cartera o el carro, gritará que aquello es injusto.

Otro virus es el hedonismo. Todo lo supeditamos al placer. Lo bueno es lo sabroso, mientras que el sufrimiento, que tanto ayuda a madurar, lo rechazamos. Finalmente, el pragmatismo, que lo supedita todo al fin que se persigue: se vale todo.

Escríbanos a ed.dia7@gmail.com


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