miércoles, 23 de junio de 1993

UNIATISMO, MÉTODO DE UNIÓN DEL PASADO Y LA BÚSQUEDA ACTUAL DE LA PLENA COMUNIÓN (23 DE JUNIO DE 1993)


Contexto: La “Declaración de Balamand”, es un informe de 1993 escrito por la Comisión Conjunta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa durante su séptima sesión plenaria en la Escuela de Teología Balamand de la Universidad de Balamand en Líbano. 

Según el cardenal Edward Cassidy, el informe contiene tres principios: 

1) Que los individuos tienen la libertad de seguir su conciencia

2) Que las Iglesias católicas orientales tienen derecho a existir

3) Que el Uniatismo no es el método actual de plena comunión.

Tras la firma de este acuerdo se llegó a dos conclusiones: 

1) Que la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales son “Iglesias hermanas”

2) Que debe evitarse el rebautismo.


UNIATISMO, MÉTODO DE UNIÓN DEL PASADO

Y LA BÚSQUEDA ACTUAL DE LA PLENA COMUNIÓN

Balamand (Líbano), 23 de junio de 1993

Introducción

1. A petición de las Iglesias ortodoxas, se ha aplazado el desarrollo normal del diálogo teológico con la Iglesia católica para prestar atención inmediata a la cuestión denominada “uniatismo”.

2. Respecto al método denominado “uniatismo”, se afirmó en Freising (junio de 1990) que “lo rechazamos como método para la búsqueda de la unidad porque se opone a la tradición común de nuestras Iglesias”.

3. En cuanto a las Iglesias católicas orientales, es claro que ellas, como parte de la Comunión católica, tienen derecho a existir y a actuar en respuesta a las necesidades espirituales de sus fieles.

4. El documento preparado en Ariccia por el comité coordinador conjunto (junio de 1991) y concluido en Balamand (junio de 1993) establece cuál es nuestro método en la búsqueda actual de la plena comunión, explicando así la razón para excluir el uniatismo como método.

5. El presente documento se compone de dos partes: Principios eclesiológicos y Reglas prácticas

Principios eclesiológicos

6. La división entre las Iglesias de Oriente y Occidente nunca ha sofocado el anhelo de unidad anhelado por Cristo. Más bien, esta situación, contraria a la naturaleza de la Iglesia, ha sido a menudo para muchos la ocasión de tomar mayor conciencia de la necesidad de lograr esta unidad, para ser fieles al mandamiento del Señor.

7. A lo largo de los siglos se hicieron diversos intentos por restablecer la unidad. Se buscó alcanzar este fin por diferentes vías, a veces conciliares, según la situación política, histórica, teológica y espiritual de cada época. Desafortunadamente, ninguno de estos esfuerzos logró restablecer la plena comunión entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente, e incluso a veces agudizó las oposiciones.

8. Durante los últimos cuatro siglos, en diversas partes de Oriente, se tomaron iniciativas dentro de ciertas Iglesias, impulsadas por elementos externos, para restaurar la comunión entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Estas iniciativas llevaron a la unión de ciertas comunidades con la Sede de Roma y, como consecuencia, a la ruptura de la comunión con sus Iglesias Madre de Oriente. Esto no se produjo sin la interferencia de intereses extraeclesiales. Así surgieron las Iglesias católicas orientales. Se creó así una situación que se ha convertido en fuente de conflictos y sufrimiento, principalmente para los ortodoxos, pero también para los católicos.

9. Cualquiera que haya sido la intención y la autenticidad del deseo de ser fieles al mandamiento de Cristo: “que todos sean uno”, expresado en estas uniones parciales con la Sede de Roma, debe reconocerse que no se logró el restablecimiento de la unidad entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente y que la división persiste, acrecentada por estos intentos.

10. La situación así creada generó en los hechos tensiones y oposiciones.

Progresivamente, en las décadas posteriores a estas uniones, la actividad misionera tendió a incluir entre sus prioridades el esfuerzo por convertir a otros cristianos, individualmente o en grupos, para "regresarlos" a la propia Iglesia. Para legitimar esta tendencia, fuente de proselitismo, la Iglesia católica desarrolló la visión teológica según la cual se presentaba como la única a quien se confiaba la salvación. Como reacción, la Iglesia ortodoxa, a su vez, aceptó la misma visión según la cual solo en ella podía encontrarse la salvación. Para asegurar la salvación de los "hermanos separados", incluso se llegó a rebautizar a los cristianos y a olvidar ciertos requisitos de la libertad religiosa de las personas y de su acto de fe. Esta perspectiva fue una a la que la época mostró poca sensibilidad.

11. Por otra parte, ciertas autoridades civiles intentaron que los católicos orientales volvieran a la Iglesia de sus Padres. Para lograrlo, no dudaron, cuando se presentó la ocasión, en emplear medios inaceptables.

12. Debido a la manera en que católicos y ortodoxos se reconsideran mutuamente en su relación con el misterio de la Iglesia y se descubren de nuevo como Iglesias hermanas, esta forma de "apostolado misionero" descrita anteriormente, y que se ha denominado "uniatismo", ya no puede aceptarse ni como método a seguir ni como modelo de la unidad que nuestras Iglesias buscan.

13. De hecho, especialmente desde las Conferencias Panortodoxas y el Concilio Vaticano II, el redescubrimiento y la revalorización de la Iglesia como comunión, tanto por parte de los ortodoxos como de los católicos, ha transformado radicalmente las perspectivas y, por consiguiente, las actitudes. Ambas partes reconocen que lo que Cristo confió a su Iglesia —la profesión de fe apostólica, la participación en los mismos sacramentos, sobre todo el único sacerdocio que celebra el único sacrificio de Cristo, la sucesión apostólica de los obispos— no puede considerarse propiedad exclusiva de ninguna de nuestras Iglesias. En este contexto, es evidente que debe evitarse cualquier rebautismo.

14. Desde esta perspectiva, las Iglesias católicas y las Iglesias ortodoxas se reconocen mutuamente como Iglesias hermanas, responsables juntas de mantener la Iglesia de Dios en fidelidad al designio divino, especialmente en lo que respecta a la unidad. Según las palabras del Papa Juan Pablo II, el esfuerzo ecuménico de las Iglesias hermanas de Oriente y Occidente, basado en el diálogo y la oración, es la búsqueda de una comunión perfecta y total que no sea absorción ni fusión, sino encuentro en la verdad y el amor (cf. Slavorum Apostoli, n. 27).

15. Si bien la libertad inviolable de las personas y su obligación de seguir las exigencias de su conciencia permanecen a salvo, en la búsqueda del restablecimiento de la unidad no se trata de la conversión de personas de una Iglesia a otra para asegurar su salvación. Se trata de alcanzar juntos la voluntad de Cristo para los suyos y el designio de Dios para su Iglesia mediante la búsqueda común de las Iglesias de un pleno acuerdo sobre el contenido de la fe y sus implicaciones. Este esfuerzo se lleva a cabo en el actual diálogo teológico. El presente documento es una etapa necesaria en este diálogo.

16. Las Iglesias católicas orientales que han deseado restablecer la plena comunión con la Sede de Roma y se han mantenido fieles a ella tienen los derechos y obligaciones inherentes a esta comunión. Los principios que determinan su actitud hacia las Iglesias ortodoxas son los enunciados por el Concilio Vaticano II y puestos en práctica por los Papas, quienes han aclarado las consecuencias prácticas que se derivan de estos principios en diversos documentos publicados desde entonces. Estas Iglesias, por lo tanto, deben insertarse, tanto a nivel local como universal, en el diálogo de amor, en el respeto mutuo y la confianza recíproca reencontrados, y entablar el diálogo teológico, con todas sus implicaciones prácticas.

17. En este clima, las consideraciones ya presentadas y las directrices prácticas que siguen, en la medida en que sean efectivamente acogidas y fielmente observadas, son tales que pueden conducir a una solución justa y definitiva de las dificultades que estas Iglesias católicas orientales presentan a la Iglesia ortodoxa.

18. Con este fin, el Papa Pablo VI afirmó en su discurso en el Fanar de julio de 1967: “Recae sobre las cabezas de las Iglesias, sobre su jerarquía, la obligación de guiarlas por el camino que conduce al restablecimiento de la plena comunión. Deben hacerlo reconociéndose y respetándose mutuamente como pastores de la parte del rebaño de Cristo que les ha sido confiada, velando por la cohesión y el crecimiento del pueblo de Dios y evitando todo lo que pueda dispersarlo o causar confusión en sus filas” (Tomos Agapis, n. 172). Con este espíritu, el Papa Juan Pablo II y el Patriarca Ecuménico Dimitrios I declararon juntos con claridad: “Rechazamos toda forma de proselitismo, toda actitud que sea o pueda percibirse como una falta de respeto” (7 de diciembre de 1987).

Reglas prácticas

19. El respeto mutuo entre las Iglesias que se encuentran en situaciones difíciles aumentará sensiblemente en la medida en que observen las siguientes reglas prácticas.

20. Estas normas no resolverán los problemas que nos preocupan a menos que cada una de las partes implicadas tenga una voluntad de perdón, basada en el Evangelio y, en el contexto de un esfuerzo constante de renovación, acompañada del deseo incesante de buscar la plena comunión que existió durante más de mil años entre nuestras Iglesias. Es aquí donde el diálogo de amor debe estar presente con una intensidad y perseverancia continuamente renovadas, que es la única que puede superar la incomprensión recíproca y que constituye el clima necesario para profundizar el diálogo teológico que permitirá alcanzar la plena comunión.

21. El primer paso es poner fin a todo aquello que pueda fomentar la división, el desprecio y el odio entre las Iglesias. Para ello, las autoridades de la Iglesia Católica asistirán a las Iglesias Católicas Orientales y a sus comunidades para que ellas mismas puedan preparar la plena comunión entre las Iglesias Católica y Ortodoxa. Las autoridades de la Iglesia Ortodoxa actuarán de manera similar con sus fieles. De esta manera, será posible abordar la extremadamente compleja situación que se ha creado en Europa del Este, con caridad y justicia, tanto para católicos como para ortodoxos.

22. La actividad pastoral en la Iglesia católica, tanto latina como oriental, ya no busca que los fieles de una Iglesia se pasen a otra; es decir, ya no busca el proselitismo entre los ortodoxos. Busca responder a las necesidades espirituales de sus propios fieles y no busca expandirse a expensas de la Iglesia ortodoxa. Desde estas perspectivas, para que ya no haya lugar a la desconfianza ni a la sospecha, es necesario que exista un intercambio recíproco de información sobre los diversos proyectos pastorales y que, de este modo, se impulse y desarrolle la cooperación entre los obispos y todos los responsables de nuestras Iglesias.

23. La historia de las relaciones entre la Iglesia Ortodoxa y las Iglesias Católicas Orientales ha estado marcada por persecuciones y sufrimientos. Cualesquiera que hayan sido estos sufrimientos y sus causas, no justifican ningún triunfalismo; nadie puede glorificarlos ni extraer de ellos argumentos para acusar o menospreciar a la otra Iglesia. Solo Dios conoce a sus propios testigos. Cualquiera que haya sido el pasado, debe dejarse en manos de la misericordia de Dios, y todas las energías de las Iglesias deben dirigirse a lograr que el presente y el futuro se ajusten mejor a la voluntad de Cristo para los suyos.

24. Será también necesario —y esto por parte de ambas Iglesias— que los obispos y todos aquellos con responsabilidades pastorales en ellas respeten escrupulosamente la libertad religiosa de los fieles. Estos, a su vez, deben poder expresar libremente su opinión, siendo consultados y organizándose para ello. De hecho, la libertad religiosa exige que, especialmente en situaciones de conflicto, los fieles puedan expresar su opinión y decidir sin presiones externas si desean estar en comunión con la Iglesia Ortodoxa o con la Iglesia Católica. La libertad religiosa se vería violada cuando, bajo el pretexto de la ayuda financiera, los fieles de una Iglesia se sintieran atraídos hacia la otra, con promesas, por ejemplo, de educación y beneficios materiales que podrían faltar en su propia Iglesia. En este contexto, será necesario que la asistencia social, así como toda forma de actividad filantrópica, se organicen de común acuerdo para evitar nuevas sospechas.

25. Además, el necesario respeto a la libertad cristiana —uno de los dones más preciados recibidos de Cristo— no debe convertirse en ocasión para emprender un proyecto pastoral que también pueda involucrar a los fieles de otras Iglesias, sin consultar previamente con los pastores de dichas Iglesias. No solo debe excluirse toda forma de presión, de cualquier tipo, sino que el respeto a las conciencias, motivado por una auténtica exigencia de fe, es uno de los principios que guían la preocupación pastoral de los responsables de ambas Iglesias y debe ser objeto de su reflexión común (cf. Gál 5, 13).

26. Por ello, es necesario buscar y entablar un diálogo abierto, que debe darse, en primer lugar, entre quienes tienen responsabilidades en las Iglesias a nivel local. Los responsables de las comunidades afectadas deben crear comisiones locales conjuntas o impulsar las ya existentes para encontrar soluciones a problemas concretos y asegurar que estas se apliquen en la verdad y el amor, en la justicia y la paz. Si no se llega a un acuerdo a nivel local, el asunto debe llevarse a comisiones mixtas establecidas por las autoridades superiores.

27. La sospecha desaparecería más fácilmente si ambas partes condenaran la violencia dondequiera que las comunidades de una misma Iglesia la empleen contra las comunidades de una Iglesia hermana. Como lo solicitó Su Santidad el Papa Juan Pablo II en su carta del 31 de mayo de 1991, es necesario evitar por completo toda violencia y cualquier tipo de presión para que se respete la libertad de conciencia. Es tarea de los responsables de las comunidades ayudar a sus fieles a profundizar su lealtad hacia su propia Iglesia y sus tradiciones, y enseñarles a evitar no solo la violencia, ya sea física, verbal o moral, sino también todo aquello que pueda llevar al desprecio hacia otros cristianos y a un contratestimonio, ignorando por completo la obra de salvación que es la reconciliación en Cristo.

28. La fe en la realidad sacramental implica respeto por las celebraciones litúrgicas de la otra Iglesia. El uso de la violencia para ocupar un lugar de culto contradice esta convicción. Por el contrario, esta convicción a veces exige que se facilite la celebración de otras Iglesias poniendo a su disposición, de común acuerdo, la propia iglesia para celebrarla alternativamente en diferentes momentos dentro del mismo edificio. Es más, el ethos evangélico exige evitar declaraciones o manifestaciones que puedan perpetuar un estado de conflicto y obstaculizar el diálogo. ¿Acaso no nos exhorta San Pablo a acogernos unos a otros como Cristo nos acogió, para gloria de Dios (Rom 15,7)?

29. Los obispos y sacerdotes tienen el deber ante Dios de respetar la autoridad que el Espíritu Santo ha otorgado a los obispos y sacerdotes de la otra Iglesia y, por ello, de evitar interferir en la vida espiritual de los fieles de dicha Iglesia. Cuando la cooperación se hace necesaria para el bien de los fieles, se requiere que quienes son responsables, de común acuerdo, establezcan para esta asistencia mutua principios claros y conocidos por todos, y actúen posteriormente con franqueza, claridad y respeto por la disciplina sacramental de la otra Iglesia.

En este contexto, para evitar cualquier incomprensión y desarrollar la confianza entre las dos Iglesias, es necesario que los obispos católicos y ortodoxos del mismo territorio se consulten entre sí antes de establecer proyectos pastorales católicos que impliquen la creación de nuevas estructuras en regiones que tradicionalmente forman parte de la jurisdicción de la Iglesia Ortodoxa, con el fin de evitar actividades pastorales paralelas que podrían degenerar rápidamente en rivalidades o incluso en conflictos.

30. Para allanar el camino para las futuras relaciones entre las dos Iglesias, superando la eclesiología obsoleta del retorno a la Iglesia Católica relacionada con el problema objeto de este documento, se prestará especial atención a la preparación de los futuros sacerdotes y de todos aquellos que, de cualquier manera, participan en una actividad apostólica desarrollada en un lugar donde la otra Iglesia tradicionalmente tiene sus raíces. Su educación debe ser objetivamente positiva con respecto a la otra Iglesia. En primer lugar, todos deben ser informados sobre la sucesión apostólica de la otra Iglesia y la autenticidad de su vida sacramental. También se debe ofrecer a todos un conocimiento correcto y completo de la historia, con el objetivo de una historiografía de las dos Iglesias que sea concorde e incluso común. De esta manera, se contribuirá a la disipación de prejuicios y se evitará el uso polémico de la historia. Esta presentación conducirá a la conciencia de que las faltas que conducen a la separación pertenecen a ambas partes, dejando profundas heridas en cada una.

31. Se recordará la exhortación del apóstol Pablo a los corintios (1 Co 6,1-7). Esta recomienda que los cristianos resuelvan sus diferencias mediante el diálogo fraterno, evitando así recurrir a la intervención de las autoridades civiles para encontrar una solución práctica a los problemas que surgen entre las iglesias o las comunidades locales. Esto se aplica en particular a la posesión o devolución de bienes eclesiásticos. Estas soluciones no deben basarse únicamente en situaciones pasadas ni basarse únicamente en principios jurídicos generales, sino que también deben tener en cuenta la complejidad de las realidades actuales y las circunstancias locales.

32. Con este espíritu será posible afrontar en común la tarea de reevangelizar nuestro mundo secularizado. También se procurará proporcionar información objetiva a los medios de comunicación, especialmente a la prensa religiosa, para evitar información tendenciosa y engañosa.

33. Es necesario que las Iglesias se unan para expresar gratitud y respeto hacia todos, conocidos y desconocidos —obispos, sacerdotes o fieles, ortodoxos, católicos, ya sean orientales o latinos— que sufrieron, confesaron su fe, dieron testimonio de su fidelidad a la Iglesia y, en general, hacia todos los cristianos, sin discriminación, que sufrieron persecuciones. Sus sufrimientos nos llaman a la unidad y, por nuestra parte, a dar testimonio común en respuesta a la oración de Cristo: “Que todos sean uno, para que el mundo crea” (Juan 17,21).

34. La Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, en su reunión plenaria de Balamand, recomienda vivamente que estas reglas prácticas sean puestas en práctica por nuestras Iglesias, incluidas las Iglesias católicas orientales que están llamadas a participar en este diálogo que debe desarrollarse en la atmósfera serena necesaria para su progreso, hacia el restablecimiento de la plena comunión.

35. Excluyendo para el futuro todo proselitismo y todo deseo de expansión por parte de los católicos en detrimento de la Iglesia ortodoxa, la Comisión espera haber superado los obstáculos que impulsaron a ciertas Iglesias autocéfalas a suspender su participación en el diálogo teológico y que la Iglesia ortodoxa podrá reencontrarse plenamente para continuar el trabajo teológico ya tan felizmente iniciado.