Por Carmelo López-Arias
George Orwell (1903-1950) mantuvo toda su vida una gran independencia personal ante las ideologías. Socialista fabiano con influencias trotskistas y anarquistas, se sentía sin embargo orgulloso de las tradiciones británicas más conservadoras, y aunque el católico Evelyn Waugh pensaba que nunca había tenido una concepción religiosa del mundo y de la vida, alababa su elevado concepto de la moral. Su postura escéptica ante la religión fue compatible con sus bodas anglicanas y el funeral que pidió se celebrase a su muerte, según los ritos de la Iglesia de Inglaterra.
Tres demoledoras obras anticomunistas
A causa de esa libertad de criterio, y mientras la mayor parte de los intelectuales progresistas se deshacían en elogios a Stalin, un hombre de izquierdas como él pudo escribir tres de las obras que más daño hicieron al comunismo en el siglo XX:
-Homenaje a Cataluña (1938), donde describe la aniquilación del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) a manos de los estalinistas en la zona del Frente Popular;
- Rebelión en la granja [Animal Farm] (1945), una fábula contra la hipócrita dinámica del poder que esconde el colectivismo, donde consagró la frase "todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros";
- y 1984 (1949), dura novela que denuncia el totalitarismo del alma como sustento del totalitarismo político, cuyo Gran Hermano y sus manipulaciones del pasado y del lenguaje no están menos presentes en las democracias contemporáneas.
"El lenguaje político se ha creado para que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable", sostenía Orwell, en una frase que parece pensada asimismo para las campañas abortistas.
La aspidistra, un símbolo
Porque antes de esas tres obras maestras y de su desencanto con el comunismo (la Guerra Civil española fue el punto de inflexión), Orwell escribió en 1936 una sátira contra la vida pequeñoburguesa: Que no muera la aspidistra [Keep the Aspidistra flying].
Incluye un contundente argumentario contra el aborto en una época (medio siglo antes de la degradación sesentayochista) en la que, aunque legalizado por Lenin en la URSS desde 1920, todavía producía horror en la mayor parte de los militantes de izquierdas.
La aspidistra, una planta de origen chino, estaba de moda por entonces en los hogares británicos de clase media, y en ella ve el autor el símbolo de una vida hogareña placentera y mediocre contra la que se rebela el protagonista del relato, Gordon, quien ansía una existencia bohemia como poeta.
En la parte final se enfrenta a un problema que va a decidir su destino: ha dejado embarazada a su novia, Rosemary, en un momento en el que la boda es económicamente imposible si él quiere continuar su libre pero pobre vida de artista. (Abajo, Richard E. Grant como Gordon y Helena Bonham Carter como Rosemary en A merry war, versión cinematográfica que dirigió Robert Bierman en 1997.)
En la parte final se enfrenta a un problema que va a decidir su destino: ha dejado embarazada a su novia, Rosemary, en un momento en el que la boda es económicamente imposible si él quiere continuar su libre pero pobre vida de artista. (Abajo, Richard E. Grant como Gordon y Helena Bonham Carter como Rosemary en A merry war, versión cinematográfica que dirigió Robert Bierman en 1997.)
Gordon y Rosemary se plantean qué hacer ante el horizonte de estigma social que implicaba entonces ser madre soltera.
Y surge la posibilidad del aborto, que ella comenta sin convicción porque tiene un compañero de trabajo que conoce a un doctor que lo haría por cinco libras. (Los abortorios no eran aún la potente industria que hoy enriquece a los matarifes y subvenciona a los políticos abortistas).
"-¡No temas! -dijo él-. Pase lo que pase no vamos a hacer eso. ¡Es indecente!
-Sé que lo es. Pero no podemos tener el niño sin estar casados.
-¡No! Si ésa es la alternativa, me casaré contigo. Antes me cortaría mi mano derecha que hacer algo como eso."
El diálogo es un primer argumento de Orwell contra el aborto: la responsabilidad personal, y en particular del padre. Para Gordon casarse implica buscar un trabajo normal como el que abandonó, de publicitario, para dedicarse escribir, renunciando a todos sus sueños. Pero está dispuesto a hacerlo si el precio es matar a un ser humano que es, además, su hijo.
Tras una pequeña conversación sobre el futuro que les aguarda, Gordon (a quien, explica Orwell, al abrazar a Rosemary por el pecho ya "le gustaba pensar que un poco más abajo, como semilla bien guardada, crecía su hijo"), resume la situación:
"Todo se reduce a esto: o bien me caso contigo y vuelvo a New Albion [la empresa de publicidad donde trabajaba por un buen sueldo y de la que se había despedido para dedicarse a la literatura y no ganar un duro, n.n.], o bien tú acudes a uno de esos repugnantes doctores a que lo arreglen por cinco libras".
Pero a ella no le gusta un resumen de esa clase, porque da la impresión de que, al decirle que estaba embarazada, quería forzarle a un matrimonio que él no planeaba. Así que Rosemary aclara las cosas: "No voy a dejar caer esa decisión sobre ti. Es demasiado. Cásate conmigo si quieres, y si no quieres, no. Pero en cualquier caso voy a tener el niño".
Segundo argumento de Orwell: tras la responsabilidad del padre, la de la madre. Si Gordon está dispuesto a renunciar a sus sueños antes que matar a su hijo, Rosemary está dispuesta a afrontar el rechazo social antes que cometer ese crimen.
Los párrafos siguientes de Que no muera la aspidistra continúan las elucubraciones de Gordon sobre la nueva encrucijada que se le plantea en su vida una vez que han decidido que, por encima de todo, respetarán la vida de su hijo.
Hasta que, justo al pasar por delante de una biblioteca pública, repara en que, en realidad, sabe muy poco "sobre lo que estaba pasando en el cuerpo de Rosemary en ese momento": "Sólo tenía ideas vagas y generales de lo que significa el embarazo".
Una proposición indecente
Y surge la posibilidad del aborto, que ella comenta sin convicción porque tiene un compañero de trabajo que conoce a un doctor que lo haría por cinco libras. (Los abortorios no eran aún la potente industria que hoy enriquece a los matarifes y subvenciona a los políticos abortistas).
"-¡No temas! -dijo él-. Pase lo que pase no vamos a hacer eso. ¡Es indecente!
-Sé que lo es. Pero no podemos tener el niño sin estar casados.
-¡No! Si ésa es la alternativa, me casaré contigo. Antes me cortaría mi mano derecha que hacer algo como eso."
El diálogo es un primer argumento de Orwell contra el aborto: la responsabilidad personal, y en particular del padre. Para Gordon casarse implica buscar un trabajo normal como el que abandonó, de publicitario, para dedicarse escribir, renunciando a todos sus sueños. Pero está dispuesto a hacerlo si el precio es matar a un ser humano que es, además, su hijo.
"Repugnantes doctores"
Tras una pequeña conversación sobre el futuro que les aguarda, Gordon (a quien, explica Orwell, al abrazar a Rosemary por el pecho ya "le gustaba pensar que un poco más abajo, como semilla bien guardada, crecía su hijo"), resume la situación:
"Todo se reduce a esto: o bien me caso contigo y vuelvo a New Albion [la empresa de publicidad donde trabajaba por un buen sueldo y de la que se había despedido para dedicarse a la literatura y no ganar un duro, n.n.], o bien tú acudes a uno de esos repugnantes doctores a que lo arreglen por cinco libras".
Madre por encima de todo
Pero a ella no le gusta un resumen de esa clase, porque da la impresión de que, al decirle que estaba embarazada, quería forzarle a un matrimonio que él no planeaba. Así que Rosemary aclara las cosas: "No voy a dejar caer esa decisión sobre ti. Es demasiado. Cásate conmigo si quieres, y si no quieres, no. Pero en cualquier caso voy a tener el niño".
Segundo argumento de Orwell: tras la responsabilidad del padre, la de la madre. Si Gordon está dispuesto a renunciar a sus sueños antes que matar a su hijo, Rosemary está dispuesta a afrontar el rechazo social antes que cometer ese crimen.
Nueve semanas
Los párrafos siguientes de Que no muera la aspidistra continúan las elucubraciones de Gordon sobre la nueva encrucijada que se le plantea en su vida una vez que han decidido que, por encima de todo, respetarán la vida de su hijo.
Hasta que, justo al pasar por delante de una biblioteca pública, repara en que, en realidad, sabe muy poco "sobre lo que estaba pasando en el cuerpo de Rosemary en ese momento": "Sólo tenía ideas vagas y generales de lo que significa el embarazo".
Así que entra y consulta algunos libros buscando fotos del embrión de -calcula- "entre seis y nueve semanas" que lleva en su seno su futura esposa: "Miró una imagen de un feto de nueve semanas. Le chocó lo que vio, porque no se imaginaba lo más mínimo que tuviese tal apariencia. Era una cosa deforme, similar a un gnomo, una especie de mala caricatura de un ser humano, con una cabeza en forma de huevo tan grande como el resto de su cuerpo. En medio de la gran masa vacía de la cabeza había un botón a modo de oreja. La cosa estaba de perfil. Su brazo sin hueso estaba doblado, y una mano, tosca como la aleta de un pez, le tapaba -por fortuna, tal vez- la cara. Debajo, dos piernas delgadas, retorcidas como las de un mono, con los pies hacia dentro. Era algo monstruoso, y sin embargo extrañamente humano. Le sorprendió que empezase a parecer humano tan pronto. Se había imaginado algo más rudimentario, un mero amasijo de células, una especie de engendro en forma de burbujas. Desde luego, debía ser muy pequeño. Miró las dimensiones que ponía debajo. Longitud, 30 milímetros. El tamaño de una grosella grande".
Luego Gordon piensa que quizá no tenga 9, sino 6 semanas, y mira un poco antes en el libro, para encontrarse algo "realmente espantoso, que apenas podía soportar mirar": "¡Qué extraño que nuestros principios y nuestro final sean tan feos, el no nacido tan feo como los muertos!". Orwell describe este feto veintiún días más joven que el anterior, "esta vez sin apariencia humana alguna", y de un tamaño "no superior al de una avellana".
Orwell concluye con una tercera razón su argumentario contra el aborto al reflejar los pensamientos de Gordon: "Estudió detenidamente las dos imágenes. Su fealdad las hacía más creíbles y, por tanto, más conmovedoras. Su hijo le había parecido real desde el momento en el que Rosemary habló de aborto; pero había sido una realidad sin contorno visible, algo que sucedía en la oscuridad y sólo era importante después de suceder. Pero he aquí el proceso real que estaba teniendo lugar. Aquí estaba esa pobre cosa fea, no mayor que una grosella, que él había creado con su acto imprudente. Su futuro [del feto], incluso la continuidad de su existencia, dependía ahora de él [de Gordon]. Además, era un poco de sí mismo, era él mismo. ¿Quién podría eludir una responsabilidad como esa?".
No, desde luego, el protagonista de Que no muera la aspidistra, quien como conclusión a sus cavilaciones y consultas librescas telefonea a Rosemary para decirle que volverá a su antiguo trabajo y se casará con ella. Esa cosa tan fea que lleva en su seno vivirá porque, fea y todo, no es sólo un ser vivo, es un ser humano.
(Traducción de los textos de Que no muerta la aspidistra: ReL.)
Luego Gordon piensa que quizá no tenga 9, sino 6 semanas, y mira un poco antes en el libro, para encontrarse algo "realmente espantoso, que apenas podía soportar mirar": "¡Qué extraño que nuestros principios y nuestro final sean tan feos, el no nacido tan feo como los muertos!". Orwell describe este feto veintiún días más joven que el anterior, "esta vez sin apariencia humana alguna", y de un tamaño "no superior al de una avellana".
Depende de mí, y es humano: ¿cómo huir de eso?
Orwell concluye con una tercera razón su argumentario contra el aborto al reflejar los pensamientos de Gordon: "Estudió detenidamente las dos imágenes. Su fealdad las hacía más creíbles y, por tanto, más conmovedoras. Su hijo le había parecido real desde el momento en el que Rosemary habló de aborto; pero había sido una realidad sin contorno visible, algo que sucedía en la oscuridad y sólo era importante después de suceder. Pero he aquí el proceso real que estaba teniendo lugar. Aquí estaba esa pobre cosa fea, no mayor que una grosella, que él había creado con su acto imprudente. Su futuro [del feto], incluso la continuidad de su existencia, dependía ahora de él [de Gordon]. Además, era un poco de sí mismo, era él mismo. ¿Quién podría eludir una responsabilidad como esa?".
No, desde luego, el protagonista de Que no muera la aspidistra, quien como conclusión a sus cavilaciones y consultas librescas telefonea a Rosemary para decirle que volverá a su antiguo trabajo y se casará con ella. Esa cosa tan fea que lleva en su seno vivirá porque, fea y todo, no es sólo un ser vivo, es un ser humano.
(Traducción de los textos de Que no muerta la aspidistra: ReL.)
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