lunes, 18 de junio de 2001

TAM MULTA (15 DE AGOSTO DE 1801)


BREVE

TAM MULTA

DEL SUPREMO PONTÍFICE

PÍO VII

A los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos de Francia que están en comunión y gracia con la Sede Apostólica.
Papa Pío VII. 

Venerables Hermanos, Salud y Bendición Apostólica. 

1. Son tantos y tan distinguidos los méritos que todos vosotros en general, y cada uno en particular, tenéis para con la Religión Católica, que por esta razón habéis sido siempre calurosamente alabados con toda razón por Nos y por Nuestro Predecesor Pío VI, de feliz memoria, por los especiales testimonios dignos de admirable virtud.

2. Aunque son grandes y gloriosas las obras que hasta ahora se han realizado en beneficio de la Iglesia y de los fieles, sin embargo, las circunstancias de los tiempos Nos obligan a indicaros que aún no habéis terminado ese camino de mérito y gloria al que las disposiciones de la divina Providencia han reservado vuestra virtud en estos tiempos. Es necesario añadir, Venerables Hermanos, sacrificios aún mayores a los sacrificios anteriores por los que tanto honor os habéis hecho: vuestros méritos pasados para con la Iglesia Católica alcanzarán su cumbre con méritos aún mayores. La conservación de la unidad de la santa Iglesia y el restablecimiento en Francia de la Religión Católica exigen ahora de vosotros una nueva demostración de virtud y grandeza de ánimo, por la cual el mundo entero sabrá además que aquellas santísimas solicitaciones de que habéis sido encendidos en favor de la Iglesia no se han dirigido a vuestro provecho, sino única y verdaderamente al interés de la Iglesia.

Es necesario que renunciéis voluntariamente a vuestras sedes episcopales; es necesario que las entreguéis libremente en Nuestras manos. Esto es ciertamente una gran cosa, Venerables Hermanos; pero es tal que necesariamente debemos exigirlo y vosotros debéis cumplirlo para reordenar la situación de la Iglesia en Francia. Comprendemos bien cuánto debe costar a vuestro amor dejar esas ovejas que siempre os han sido tan queridas y por cuya salvación habéis dedicado tantos cuidados: para ellas, aunque estén lejos, os habéis provisto con tanta solicitud. Pero cuanto más amargo sea para vosotros este sacrificio, tanto más aceptable será para Dios. De Él debéis esperar una recompensa igual a vuestro pesar, igual a Su amplitud en la remuneración. Nosotros, pues, con todo el ímpetu de Nuestra alma, exhortamos a vuestra virtud a ofrecer tal sacrificio con ánimo fuerte y dispuesto para conservar la unidad: os lo rogamos, os lo suplicamos, os lo imploramos por las entrañas de Nuestro Señor Jesucristo. 

3. El conocimiento de la singular doctrina y especiosa virtud que siempre hemos admirado en vosotros, incluso en las circunstancias más difíciles de la Iglesia, nos asegura que nos enviaréis inmediatamente las cartas de vuestra libre renuncia; No nos permite sospechar que entre los sabios y virtuosos pastores de las Iglesias francesas pueda haber algunos que deseen retrasarlo, aunque sólo sea por poco tiempo, sino que, por el contrario, con un espíritu lleno de celo y constancia, cada uno se conformará a Nuestras paternales sugerencias, siguiendo el noble ejemplo de San Gregorio Nacianceno cuando dejó el obispado de Constantinopla. Y a decir verdad, en la situación en la que actualmente nos encontramos, no hay razón para dudar de que alguno de vosotros quiera oponerse a Nuestras propuestas y a Nuestras oraciones, sólo que recordéis lo que ha sido la orientación constante de la Iglesia y fue inculcado por San Agustín contra Cresconio en el Libro XI: "No somos obispos para nosotros mismos, sino para aquellos en cuyo nombre administramos la palabra y el Sacramento del Señor; por lo tanto, según lo exija la necesidad para gobernarlos sin escándalo, debemos por esta regla ser o no ser obispos, por la razón de que lo somos no para nosotros mismos, sino para los demás".

Bien sabéis, Venerables Hermanos, que muchos prelados notables de la Iglesia, para conformarse con el propósito de la Iglesia de preservar la unidad, abandonaron espontáneamente sus sedes; unos trescientos obispos católicos, poco antes de la tan celebrada Conferencia Cartaginesa, declararon que estaban dispuestos, y de hecho se creían obligados, a renunciar a sus obispados si se creía que su renuncia sería útil para eliminar el cisma de los donatistas. (San Agustín, De gestis cum emerito, Acta Collat. Carthag., tomo I, Concil. Balutii). Tales ejemplos, sin duda, están ante los ojos y fijos en el corazón de gran número de vosotros, Venerables Hermanos, que en carta de 3 de mayo de 1791 dirigida a Pío VI, Nuestro predecesor de feliz memoria, declararon estar dispuestos y prontos a renunciar a las Iglesias si el bien de la Religión lo exigiese: propósito que aquel sapientísimo Pontífice atribuyó al mayor elogio de los mismos Obispos (en la Hoja de las facultades concedidas el 20 de septiembre de 1791 a los Arzobispos de Lyon, París, Viena, etc.). Tampoco han faltado entre vosotros, incluso en estos últimos tiempos, quienes con sus cartas Nos han señalado también que harían con gusto lo mismo si lo creyeran necesario para preservar la Religión en Francia. Ahora, pues, encontrándoos en tal circunstancia, en la que la libre renuncia de vuestras sedes es ante todo necesaria para el bien de la Religión Católica, no podemos dudar en lo más mínimo de que no estéis a punto de rendir este acto de homenaje a Dios, y de ofrecer este nuevo sacrificio como vosotros mismos reconocéis que estáis obligados a ofrecerlo; y hace ya mucho tiempo que, para gran alabanza vuestra, declarasteis que estabais dispuestos a hacerlo si la utilidad de la Iglesia lo requería. 

4. Por lo tanto, como estamos seguros, por la opinión que siempre hemos tenido de vuestra fe y virtud, de que, después de haber leído Nuestra carta, aceptaréis mansamente y sin demora Nuestras exhortaciones, para aumentar vuestros méritos para con la Iglesia y conservar la unidad de la misma en Francia, ante todo os felicitamos por la gloria inmortal que resultará de esta noble demostración de virtud, religión y reverencia que ahora debéis dar a toda la Iglesia. Esta gloria será de gran importancia, y debe anteponerse a las demás alabanzas que os habéis ganado al encontrar tantos peligros, soportando tantas calamidades con tan luminosa constancia para conservar la Religión en las Iglesias que os han sido confiadas, como escribe el mismo San Agustín en su carta a Castorio: "Es mucho más glorioso haber dejado la carga del episcopado para evitar peligros a la Iglesia, que haberla asumido para gobernarla" (Epistola 69, Edición de Maurin). 

En segundo lugar, os felicitamos por las copiosas recompensas que este sacrificio vuestro os asegurará del Dios que recompensa a los buenos. "Pues (como escribe el citado San Gregorio Nacianceno) los que renuncian a las sedes no perderán a Dios, sino que tendrán una silla suprema más sublime y más segura que éstas" (Orat. 32, tomo I opp., Edit, Bally). 

Por último, os felicitamos, considerando las muchas ventajas que aportarán abundantemente a todo el sacerdocio estos memorables ejemplos de una mente nada solícita por sus propias cosas, sino sólo por las de Dios y de la Iglesia: estos testimonios de obediencia, humildad, fe (en una palabra: de santidad episcopal), con los que coronaréis vuestro episcopado. Esta virtud vuestra cerrará seguramente las bocas mentirosas de los detractores del sacerdocio que, a fuerza de calumnias, insinúan que en los ministros del santuario no hay más que pompa, codicia y orgullo. Este nuevo elogio con el que resplandeceréis obligará incluso a los más reacios a admirar vuestra virtud: se verán obligados a decir de la Iglesia lo que el propio San Agustín dice en la citada carta a Castorio: "En las entrañas de la Iglesia se encuentran quienes no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo". 

5. Nos vemos obligados por la urgente necesidad de los tiempos (que también en este asunto ejerce su fuerza hacia Nosotros) a recordaros la urgente necesidad de que Vosotros deis una respuesta escrita a esta carta en un plazo de al menos diez días, y que esta respuesta sea confiada a la persona que os entregará esta carta, de lo cual Vosotros deberéis asegurarnos con un documento auténtico que la habéis recibido. Por las mismas razones de urgencia, también es necesario deciros que la respuesta que deis a esta carta nuestra debe ser absolutamente completa y no dilatoria, de modo que si no dais una respuesta completa en el plazo de diez días (e insistimos en que enviéis tal respuesta), sino que nos contestáis con cartas dilatorias, nos veremos obligados a considerar que os estáis negando a cumplir con nuestras peticiones. 

6. Esperamos que no os comportaréis así por el deseo, con el que estáis admirablemente inflamados, de conservar la Religión y de conciliar la paz de toda la Iglesia; y esperamos aún más que vuestra piedad, propia de los niños, vuestro debido homenaje a Nos y ese cuidado con el que siempre habéis demostrado prestar la ayuda de vuestra virtud a Nuestra debilidad en la gran carga de los compromisos por los que estamos agobiados. Por el contrario, estamos seguros de que cumpliréis Nuestras recomendaciones con un espíritu pronto y dispuesto, por el cual, para consolidar el bien de la Iglesia, estamos obligados a estimular vuestra virtud con tal tensión de espíritu. Además, puesto que debéis saber, fortalecidos por vuestra sabiduría, que si rechazáis Nuestras peticiones encaminadas a remover todo obstáculo que se oponga a la conservación de la Religión Católica en Francia y a restablecer la tranquilidad en la Iglesia (lo decimos con dolor, pero en el grave peligro que se cierne sobre la Iglesia es preciso decirlo explícitamente), tendremos necesariamente que adoptar aquellas medidas por medio de las cuales puedan removerse todos los impedimentos y la Religión pueda realizar plenamente un bien tan grande. 

7. Con respecto a Nuestra inclinación y a la benevolencia con que siempre os hemos estrechado a Nuestro seno, Venerables Hermanos, y con respecto a la opinión y consideración que siempre hemos tenido de vuestra virtud, dignidad y méritos, creemos que estáis tan persuadidos de ello que sería superflua cualquier otra explicación, ya que nada hemos omitido por Nuestra parte para alejar de vosotros la amargura de tanto pesar. Pero hay que confesar con gran dolor que ninguno de Nuestros cuidados, ninguno de Nuestros trabajos ha podido resistir a la necesidad de los tiempos, a la cual nos hemos visto obligados a someternos, para que por medio de este sacrificio vuestro se proveyera a la Religión Católica. Puestas las cosas en su justo término, hubiera podido parecer que agraviábamos vuestra fe si os hubiéramos inducido a pensar que anteponíais vuestros propios intereses a la conservación y utilidad de la Iglesia, y que hubierais olvidado lo que San Agustín escribió en nombre de los obispos africanos al tribuno Marcelino cuando declaró que aquellos prelados estaban dispuestos a renunciar al episcopado: "¿Y por qué habríamos de tener dificultad en ofrecer a Nuestro Redentor el sacrificio de esta humillación? En efecto, Él descendió del cielo en miembros humanos para que nosotros nos convirtiéramos en sus miembros, y nosotros, ¿no sea que sus propios miembros sean desgarrados por una cruel división, debamos temer bajar de la Silla? Nada es más gratificante para nosotros que ser cristianos fieles y obedientes. Lo somos siempre, pero en cuanto a ser Obispos, hemos sido ordenados tales por el bien de los pueblos cristianos. Por lo tanto, hacemos de nuestro episcopado aquello que beneficia a la paz cristiana de los pueblos cristianos. Si somos siervos útiles, ¿por qué razón hemos de privarnos de las recompensas eternas del Señor para conservar nuestros privilegios temporales? La dignidad episcopal nos será más fecunda si, una vez depuesta, reúne más estrechamente el rebaño de Cristo, en vez de dispersarlo, si se conserva. Pues ¿con qué valor esperaremos obtener el honor prometido por Cristo en el siglo futuro si en este siglo nuestro honor impide la unidad de los cristianos?" (Epístola 28, tomo II, op. cit., Edit. Maurin). 

8. Por lo tanto, Nosotros, no dudando en lo más mínimo de que Vos, considerando vuestra religión y vuestra sabiduría, proveeréis a las necesidades de la Iglesia y al beneficio de los fieles, rogamos a Dios Todopoderoso el Gran Máximo, que fortalezca vuestra virtud, para que con mayor afán, como conviene a los felices donantes, Os prometemos, en la medida de Nuestras posibilidades, que nos esforzaremos por proveeros de la mejor manera posible, y como prenda de Nuestra paternal caridad os impartimos afectuosamente la Bendición Apostólica. 

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el 15 de agosto de 1801, segundo año de Nuestro Pontificado.

No hay comentarios: