sábado, 11 de febrero de 2012

TRES TEXTOS NECESARIOS


I° - La rebelión modernista contra el Papa: Un cisma silencioso
II° - Lo que dijo San Pío X sobre la infiltración modernista que intenta socavar la Iglesia
III° - Peligros en la consecución de la salud eterna


Por Andrea Tornielli

I° - LA REBELIÓN MODERNISTA CONTRA EL PAPA: UN CISMA SILENCIOSO

Las Iglesias del norte y centro de Europa están atravesadas por vientos de rebelión. Está quien lo llama “cisma silencioso”, o quien en cambio lo minimiza. Ciertamente se trata de un fenómeno preocupante, que involucra a países de antigua tradición católica, como Austria o Bélgica.

En Bélgica, por ejemplo, más de doscientos sacerdotes, respaldados por miles de fieles, piden por escrito la admisión de los divorciados en nueva unión a la comunión (lo que es un sacrilegio), la ordenación sacerdotal de hombres casados pero también de las mujeres (lo que va contra los fundamentos de la fe, pues es inmutable verdad católica que la mujer no puede acceder al sacerdocio. Ni siquiera la Virgen tuvo ese privilegio), así como la posibilidad para los laicos de realizar la homilía durante la Misa dominical. Lo que impresiona, en el llamamiento belga, son las firmas. Entre los firmantes hay personalidades muy visibles del catolicismo, como el rector honorario de la Universidad católica de Lovaina, Roger Dillemans; el gobernador de la provincia de Flandes occidental Paul Breyne, los anteriores miembros del Consejo pastoral inter-diocesano y algunos conocidos sacerdotes. En el llamamiento se lee: “Estamos convencidos de que, si como creyentes tomamos la palabra, los obispos escucharán y estarán listos para llevar adelante el diálogo sobre estas reformas urgentemente necesarias” (consideran "urgente", al parecer, destruir la Iglesia).

Como se recordará, en el 2010 – un auténtico annus horribilis para la Iglesia belga – la policía mantuvo detenida por todo un día a la entera conferencia episcopal, mientras eran abiertas las tumbas de los cardenales buscando documentos sobre la pedofilia que sólo una mente al estilo Dan Brown podía imaginar que se custodiaran en los sepulcros de los arzobispos que ya habían pasado a mejor vida. El escándalo de la pedofilia es utilizado por los firmantes del llamamiento para justificar una revisión de la norma del celibato: si bien las estadísticas han demostrado ampliamente que no hay un vínculo entre celibato y pedofilia, dado que la gran parte de estos terribles abusos tiene lugar dentro de las familias. En Buizingen, al sudeste de Bruselas, después de la muerte del viejo párroco de la iglesia de Don Bosco, para el cual no se encontró un sustituto, los parroquianos han constituido un movimiento alternativo haciendo celebrar la Misa a los laicos (un sacrilegio y una herejía pues el orden sacerdotal es exclusivo del sacerdote consagrado y no de los laicos).

Movimientos similares están extendidos ya desde hace años en Austria, donde 329 párrocos han adherido a la así llamada “Pfarrer-Iniciative”, un “llamado a la desobediencia” en el cual se piden "reformas" urgentes en la Iglesia. Vale la pena recordar que precisamente en Austria, en la diócesis de Linz, se produjo uno de los incidentes que han marcado el pontificado de Benedicto XVI. En enero de 2009 el Papa había nombrado obispo auxiliar de Linz a Gehard Wagner, obligado a renunciar antes de ser consagrado porque era considerado “demasiado conservador”. Entre aquellos que pedían en voz alta su renuncia estaba un canónigo de la diócesis de Linz que no ocultaba su convivencia con una mujer (desfachatez en su pecado).

Los firmantes del “llamado a la desobediencia” han involucrado a otros grupos de base (como “Somos Iglesia”), que desde hace años lanzan pedidos similares a la Santa Sede, es decir, la abolición de la obligación del celibato para los sacerdotes de la Iglesia latina, la comunión a los divorciados en nueva unión y el sacerdocio femenino. En las pasadas semanas los disidentes han amenazado con su intención de proceder con las “misas” celebradas por laicos en el caso de que no sean acogidas sus peticiones de ordenar sacerdotes a hombres casados y a mujeres (o sea, la declaración de un cisma formal y abierto).

Al respecto, es bueno recordar que los dos pedidos no son equivalentes en absoluto: la Iglesia católica considera el celibato de los sacerdotes un don precioso que debe ser defendido, pero admite excepciones a la opción celibataria – disciplina que tiene motivaciones también teológicas – en el caso de los sacerdotes católicos pertenecientes a las Iglesias orientales (que pueden casarse antes de la ordenación), o en el caso más reciente de los anglicanos que vuelven a la comunión con Roma. Bien distinto es el pedido de ordenación sacerdotal para las mujeres, declarada varias veces inadmisible y objeto de una específica Carta apostólica de Juan Pablo II (Ordinatio sacerdotalis, 1994), en la cual el Papa escribía: “Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación”. “Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.

El pasado 6 de noviembre, los contestatarios austriacos han firmado un nuevo documento sobre la “Eucaristía en tiempo de escasez de sacerdotes”, en el cual se definen “reglas obsoletas” las que están en vigor en la Iglesia y se considera al celibato sacerdotal una “praxis tardía”. Se pide “confiar la dirección de las comunidades y la celebración de la eucaristía a hombres y mujeres casados”, y se afirma que “el camino hacia la ordenación femenina no puede ser obstaculizado por prohibiciones del Papa a que se discuta”, porque cada comunidad “tiene derecho a un guía, hombre o mujer” (¿puede ser más clara la intención cismática?).

El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena (modernista también, pero menos radical que sus sacerdotes) y el obispo de St. Pölten, Klaus Küng, han definido estas propuestas “una ruptura abierta con una verdad central de nuestra fe católica” y “un gran peligro”. Aunque las encuestas deben ser tomadas con pinzas y adecuadamente relativizadas, generan preocupación en el Vaticano los resultados de una encuesta promovida por la TV austríaca Orf, según la cual el 72 por ciento de los sacerdotes del país serían favorables al “llamado a la desobediencia”. El 71 por ciento querría abolir la obligación del celibato y el 55 por ciento permitir la ordenación de las mujeres. Cada día que pasa, el fantasma de un cisma se vuelve cada vez más cercano y amenazador.

Se equivocaría quien subestima estas señales, que a los italianos resultan tan lejanas. Y se equivocaría quien cree que estos fenómenos están difundidos solamente en algunas Iglesias del centro de Europa conocidas por su efervescencia e históricamente caracterizadas por la confrontación con el mundo del protestantismo. Noticias similares llegan, de hecho, también de otros países y otras latitudes. En los Estados Unidos, hay 157 sacerdotes que se manifiestan contra el Papa, pidiéndole anular la obligación del celibato y abrir a la ordenación sacerdotal de las mujeres. Mientras que, en Australia, mil fieles de la diócesis de Toowoomba, cerca de Brisbane, en el sudeste del país, han enviado a Benedicto XVI una carta para contestar la decisión hecha pública el pasado mes de mayo de remover al obispo William M. Morris, de 67 años. Monseñor Morris se había pronunciado a favor de la posibilidad de ordenación de mujeres sacerdotes y, para remedir la falta de sacerdotes, había llamado a las celebraciones a pastores protestantes. Los firmantes de la carta enviada al Vaticano piden explicaciones sobre la remoción de Morris y piden también que “nunca más un tratamiento de este tipo se repita en otras diócesis de Australia”.

La aparición de este disenso duele al Papa, quien continuamente vuelve a llamar a la conversión, invitando a no pensar que la solución está en el cambio de las estructuras o en la adecuación de los “ministerios”.

II° - LO QUE DIJO SAN PÍO X SOBRE LA INFILTRACIÓN MODERNISTA QUE INTENTA SOCAVAR LA IGLESIA


"No es necesario buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos abiertos, sino que, con grande y angustioso dolor, los vemos introducidos en el seno mismo de la Iglesia, y son por ello tanto más peligrosos cuanto que son más difíciles de descubrir. Nos referimos, Venerables Hermanos, a tantos seglares y, lo que es más lastimoso, a tantos sacerdotes que, con un falso amor a la Iglesia, sin ningún sólido fundamento filosófico ni teológico, incluso impregnados de doctrinas envenenadas, que inoculan hasta la médula de los huesos de la Iglesia, se alzan como reformadores, con una absoluta falta de humildad; como ejército compacto arremeten contra lo que de más santo hay en la obra de Cristo, y ni siquiera: respetan la persona del Redentor divino: con sacrílega osadía la reducen a la categoría de puro y simple hombre. A todos ellos los incluimos entre los enemigos aun cuando ellos mismos se asombren; pero -dejando aparte sus intenciones que sólo Dios puede juzgar- nadie que conozca sus doctrinas y su modo de hablar y de actuar podrá extrañarse de lo que decimos. Y no exageraría quien los incluyese entre los peores adversarios de la Iglesia. Pues, como hemos dicho, no desde fuera, sino dentro mismo de la Iglesia llevan a cabo su perversa actividad; por eso, el peligro se encuentra metido en las venas y en las entrañas de la Iglesia; con mucha mayor eficacia dañina, puesto que conocen tan íntimamente a la Iglesia. A todo esto se añade que no atacan las ramas o los retoños, sino las raíces mismas: la fe y sus más profundas fibras. y una vez dañada esta raíz de inmortalidad, intentan propagar el virus por todo el árbol, de tal manera, que no hay aspecto de la verdad católica en donde no pongan su mano y que no traten de corromper. Emplean tales tácticas para hacer daño, que no se encuentran otras más malvadas ni más insidiosas: son una mezcla de racionalista y católico, tan hábilmente presentada, que con facilidad engañan a los incautos; y son hasta tal punto osados, que no hay consecuencia que les detenga o que no mantengan con firme obstinación. Además, suelen llevar una vida llena de actividad, con gran dedicación al estudio, y unas costumbres intachables que les atrae la estima de todos, lo cual es muy adecuado para engañarles. Pero lo que hace pensar que no tienen remedio es que tienen el espíritu tan absorbido por sus doctrinas, que no admiten ninguna autoridad ni aceptan ningún freno; y como obran con conciencia errónea, creen que es celo por la verdad lo que en realidad sólo es efecto de la soberbia y de la obcecación. Habíamos esperado conseguir que algún día estos hombres rectificaran su actitud, adoptando con ellos primero una actitud indulgente, como con hijos Nuestros que son; después, siendo más severos; por último, aun contra nuestros deseos, hemos tenido que reprenderles públicamente. Sabéis bien, Venerables Hermanos, que todo ha sido inútil: se sometían un momento, para volver a levantar la cabeza más llenos de soberbia. Si se tratase sólo de ellos, quizá hasta podríamos pasar todo esto por alto, pero se trata del prestigio y de la tranquilidad de la religión católica. Por tanto, es preciso interrumpir un silencio, que sería criminal prolongar, y arrancar la máscara de estos hombres, para mostrarlos ante la Iglesia entera tal y como son. Como los modernistas (este es el nombre que con razón se les da) utilizan la táctica insidiosa de no exponer sus doctrinas orgánicamente estructuradas, sino desarticuladas, para que parezcan inconexas y poco concretas, cuando en realidad son firmes y consistentes, lo primero que hay que hacer es presentar esas doctrinas en su conjunto, señalando los lazos que las unen, y a continuación determinar las causas de los errores e indicar los remedios adecuados para atajar el mal".S.S. San Pío X de su encíclica "Pascendi Dominici Gregis".

III° - PELIGROS EN LA CONSECUCIÓN DE LA SALUD ETERNA


San Alfonso Ma. de Ligorio

Entró Jesús en una barca acompañado de sus discípulos; y he aquí que se levantó una tempestad recia en el mar.(Matth VIII, 23. 24)

CUAN GRANDES SON LOS PELIGROS DE NUESTRA SALVACIÓN ETERNA, Y COMO DEBEMOS EVITARLOS


1. En el Evangelio de San Mateo leemos, que habiendo entrado en la nave Jesús con sus discípulos, sobrevino una grande tempestad, de manera, que la nave era agitada de las olas y estaba en peligro de sumergirse. Entretanto, el Salvador dormía; pero los discípulos, espantados de la tempestad, le despertaron, diciéndole: Señor, salvadnos, porque sino perecemos. Entonces Jesús les reprendió, diciendo: ¿Que teméis, hombres de poca fe? Y al mismo tiempo mandó a los vientos y al mar, y todo se quedó tranquilo. Consideremos ahora que es lo que significa esta nave en medio del mar, y que significan los vientos que levantan la tempestad.

2. La nave que está en el mar significa el hombre que vive en medio de éste mundo. Así como la nave que camina por el mar, está sujeta a mil peligros de corsarios, de incendios, de escollos y de borrascas; así el hombre en esta vida se ve cercado de peligros, por las tentaciones del Infierno, por las ocasiones de pecar, por los escándalos y malos ejemplos de los hombres, por los respetos humanos, y, especialmente, por las pasiones desordenadas, figuradas en los vientos que mueven la tempestad y ponen la nave en peligro de perderse.

3. Así es que, como dice San León, nuestra vida está llena de peligros, de emboscadas y de enemigos, (San Leo 5 de Quadr.). El principal enemigo de nuestra salvación que todos tenemos, es la propia concupiscencia (Job. I, 14). Además de los apetitos desreglados que moran en nosotros y nos arrastran al mal, ¡tenemos tantos enemigos exteriores que nos combaten! En primer lugar están los demonios, con los cuáles vivimos en común guerra, y son más fuertes que nosotros: Bellum grave, quia cum fortiore, dice Casiodoro en el salmo V. Por esto nos advierte San Pablo, que nos prevengamos con los auxilios divinos, puesto que tenemos que combatir a enemigos tan poderosos: revestíos de toda la armadura de Dios (Eph VI, 12). El diablo -añade San Pedro-, anda girando como león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar: Tanquam leo rugiens circuit quærens quem devoret, (Petr. V, 8). San Cipriano escribe que “el enemigo siempre anda en torno nuestro para ver si puede esclavizarnos” (Lib. de zelo).

4. También nos combaten la salvación, los hombres con quien tenemos que tratar, los cuales, o nos persiguen, o nos venden, o nos engañan con adulaciones y malos consejos. San Agustín dice, que entre los fieles, cualquiera que sea su profesión, hay hombres falaces y mentirosos (In. Ps, 99). Si una plaza estuviese por dentro llena de rebeldes, y por fuera cerrada de enemigos, ¿quién no la creyera perdida? Tal es el estado del hombre mientras vive en este mundo. ¿Quién puede, pues, librarle de tantos males sino sólo Dios? Nisi Dominus custudierit civitatem, frusta vigilat qui custodit eum (Ps. CXXVI, 2).

5. ¿Cuál será, pues, el medio de salvarnos ante tantos peligros? El que hallaron aquellos santos discípulos de Jesús, cual fué el recurrir a su Maestro divino, diciéndole: Salva nos perimus. Señor, sálvanos porque perecemos sin remedio. Cuando la tempestad es fuerte, el piloto no separa la vista de la estrella polar, o de la brújula que le guía al puerto. Así debemos nosotros salvarnos de los peligros de este mundo borrascoso. Y así lo decía David cuando se veía asaltado del peligro de pecar: Levavi oculos meos in montes, unde veniet auxilium mihi. (Ps. CXXI, 1). Con este fin dispone el Señor, que mientras estamos en este mundo vivamos en una continua tormenta y estemos rodeados de enemigos, para que continuamente nos encomendemos a Él, que es el único que puede salvarnos con su gracia. Las tentaciones del demonio, las persecuciones de los hombres, y todas las adversidades que sufrimos en este mundo, no son un mal para nosotros, sino un bien que encierran, como quiere Dios, que para nuestra utilidad las permite. Ellas nos apartan del apego que tenemos a los bienes terrenos, y nos inspiran desprecio al mundo, haciéndonos hallar amarguras y espinas en los mismos honores, en las riquezas y delicias de esta tierra. Todo esto lo hace Dios para que perdamos el afecto que tenemos a los bienes caducos, en los cuales hallamos tantos peligros de perdernos, y procuremos unirnos con Dios, que es el único que puede hacernos felices.

6. Nuestro error y engaño consiste, en que cuando nos vemos maltratados por la enfermedad, la pobreza, las persecuciones y otras varias tribulaciones, en vez de acudir a Dios, recurrimos a los hombres, y ponemos nuestra confianza en la ayuda de éstos, atrayéndonos de este modo la maldición del Señor, que dice: Maledictus homo qui confidit in homine (Jerem. XVII, 5). No nos prohíbe que recurramos a los medios humanos en nuestras aflicciones y peligros; pero maldice a los que ponen su confianza exclusivamente en ellos; y quiere que, ante todas cosas, recurramos a Él, y coloquemos en Él nuestras esperanzas, y a Él le amemos sobre todas las cosas de la tierra y el Cielo.

7. Mientras vivamos en este mundo, debemos procurar conseguir la vida eterna, temiendo y temblando en medio de tantos peligros como nos rodean. Por eso dice el Apóstol: Cum metu et tremore vestram salutem, operamini. No sólo en mi presencia, sino mucho más ahora en mi ausencia. (Phill. II, 12). Hallándose cierto día en medio del mar una nave, sobrevino una tempestad, y el capitán temblaba. Al mismo tiempo, una bestia que había en la nave, comía tranquilamente, como si reinase la mayor calma. Preguntaron al capitán, ¿porqué temía tanto? Y respondió: Si yo tuviese un alma como la de esta bestia, pudiera estar tranquilo y sin temor; pero porque tengo una alma racional y eterna, temo a la muerte, puesto que he de presentarme al juicio de Dios. Temamos también nosotros, amados oyentes míos: se trata del alma, se trata de la eternidad; y quién no tiembla, está en peligro de condenarse, como dice San Pablo; porque el que no tiembla, poco se encomienda a Dios, poco procura valerse de los medios que hay para salvarnos, y así se pierde fácilmente. San Cipriano nos advierte, que estemos atentos y preparados a la batalla, para combatir por la salud eterna: Adhuc in acie constituti, da vita nostra dimicamus (Lib. 1, cap. 1).

8. El primer medio, pues, para salvarse, es encomendarse a Dios, para que nos ayude a vencer las tentaciones y no le ofendamos. El segundo es, limpiar el alma de todos los pecados cometidos, haciendo una confesión general. Este es el gran remedio para enmendar su vida el pecador. Cuando la tempestad es violenta, se procura aligerar la carga de la nave, y cada cual arroja al mar su equipaje para salvar la vida. ¡Oh necedad de los pecadores que circuidos en este mundo de tantos peligros de condenarse para siempre, en vez de aligerar la nave, esto es, de descargar el alma de los pecados cometidos, la cargan todavía con mayor peso! En vez de huir de los peligros de pecar, no temen meterse voluntariamente en nuevas ocasiones de ofender a Dios. Y en vez de recurrir a la misericordia divina para que les perdone las ofensas que le han hecho, le ofenden más, obligándole de éste modo a abandonarlos.

9. El segundo medio es, procurar con todo cuidado no dejarse dominar por las pasiones desarregladas: Animæ irreverenti, et infrunitæ ne tradas me. (Eccl. XXIII, 6). Señor, dice el Eclesiástico, no queráis entregarme a un ánimo inverecundo y desenfrenado. El que está obcecado, no ve lo que hace, y, por lo mismo, está expuesto a no hacer más que disparates. Por esto se pierden tantos por dejarse dominar por las pasiones. ¡Cuántos se dejan arrastrar de la codicia de las riquezas! Un personaje que murió poco ha, solía decir: ¡Ay de mí! veo que el amor al dinero comienza a dominarme. Así decía el infeliz, pero no por eso ponía remedio al mal. No supo resistir desde un principio a esta pasión, antes la fomentó hasta la muerte, y por eso murió sin dejar esperanzas de haberse salvado. Otros se dejan dominar de la pasión de los placeres sensuales, y porque no se contentan con los lícitos, pasan de éstos a los prohibidos. A otros domina la pasión de la ira, y por no tener cuidado de sofocarla en un principio, cuando la pasión tiene poca fuerza, después vá creciendo y se convierte en espíritu de venganza.

10. Dice San Ambrosio que, “esos son los enemigos más temibles y los más violentos tiranos. Muchos que salieron vencedores en la persecución pública, quedaron vencidos en la oculta” (Ps. CXVIII. Serm. 20). Si los efectos desordenados no se refrenan al principio, se convierten en nuestros más terribles tiranos. Orígenes fue un triste ejemplo de esta verdad, que después de una vida ejemplar, y después de haber combatido en defensa de la fe, resuelto a morir por ella, se abandonó hasta renegar de la fe, como dice Natal Alejandro en su Hist. Ecl. tomo 7. Todavía fue ejemplo más triste Salomón, que colmado por Dios de tantos dones, hasta ser inspirado del Espíritu Santo, después, sin embargo, se degradó hasta ofrecer incienso a los ídolos, arrastrado de la pasión hacia las mujeres extranjeras. Símbolo de los infelices que se dejan dominar por sus malas pasiones son los bueyes, que después de haber pasado trabajando toda su vida, van a morir al matadero. Lo mismo sucede a los hombres mundanos, que se fatigan toda la vida, gimiendo bajo el peso de sus culpas, y al fin van a parar a los Infiernos.

11. Empero, concluyamos la plática. El piloto de la nave anima las velas, y arroja al mar las áncoras cuando los vientos son muy fuertes e impetuosos. Así debemos proceder nosotros cuando nos veamos acometidos de alguna violenta pasión. Lo primero que debemos procurar es, amainar las velas, esto es, huir de todas aquellas ocasiones que puedan irritarla, y acogernos después a Dios, suplicándole que nos dé fuerzas para resistir a la tentación a fin de no ofenderle.

12. Dirá alguno: Pero ¿qué puedo yo hacer, hallándome en medio del mundo, en donde estas pasiones me atacan sin tregua contra mi voluntad? Orígenes responde a ésta pregunta diciendo que: “difícilmente puede ser fiel a Dios, el que vive en las tinieblas del siglo y entre los negocios mundanos” (Hom. 30 in Exod.). El que quiera, pues, asegurar su salvación, salga del mundo, al menos con el afecto, haga penitencia, no se deje arrastras de sus pasiones, y refrene sus apetitos como nos dice el Espíritu Santo: Post conscupiscentias tuas non eas, et a voluntate tua avertere. (Eccl. XVIII, 30). No te dejes arrastrar de tus malas inclinaciones; y cuando veas que tu voluntad te incita al mal, es necesario que le resistas en lugar de complacerle.

13. El tiempo de la vida es breve, y es preciso aparejarnos a la muerte que se acerca; reflexionemos que la escena o apariencia de éste mundo pasa en un momento. Por lo mismo, añade el Apóstol, que los que lloran en éste mundo, vivan como si no lloraran, y los que huelgan como si no holgaran, porque todo lo hemos de abandonar; este mundo ha de marchitarse con toda su pompa y sus vanidades, y solamente nos ha de quedar, una eterna gloria, o una eterna condenación. Si la fe y la experiencia de todos los días nos enseñan, que hemos de morir como han muerto los que nos precedieron, y que todo lo habremos perdido, si no sabemos salvarnos, ¿en que consiste, que vivimos tan descuidados de una cosa, que es la que únicamente nos interesa?

Un envío de Eduardo Sebastián Gutiérrez

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