Por el Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
El escritor Alfonso Aguiló escribió un artículo al respecto donde hace valiosas apreciaciones en que se basa el presente escrito.
En él afirma que el orgullo afecta en todos nuestros ámbitos, y perjudica especialmente en nuestra propia casa. Si nos revisamos, veremos que el orgullo empobrece nuestro ambiente.
A veces queremos erradicar el mal en los demás, sin pensar que hay que empezar por uno mismo. En la medida en que erradiquemos el orgullo de nuestra vida, desaparecerá también de nuestra familia.
2) Para pensar
Pongamos algunos ejemplos:
-El marido que interrumpe a su esposa –o viceversa– y no escucha lo que le dice, como si sus propias opiniones fueran las únicas que merecen ser tenidas en cuenta. Desprecia la opinión contraria.
-La madre que no quiere corregir a su hijo por temor a perder el afecto del niño.
-El marido que llega tarde a cenar y no avisa porque es él quien manda.
-El hijo consentido que casi nunca ayuda en nada y se queja constantemente de todo.
Más ejemplos en la vida diaria fuera del hogar:
-Cuando manejando otro conductor se equivoca y uno se pone a insultarlo, aunque sea internamente.
-Cuando en la oficina le entregas a tu secretaria el trabajo bruscamente y le das órdenes de forma desconsiderada y altiva, sin dar las gracias ni mostrarte amable.
-O si eres médico o abogado, y un cliente acude a ti con un problema, y resulta ser un poco lento. Te impacientas con él y le apabullas con palabras técnicas médicas o jurídicas.
-O cuando estás en la cola, a la espera de hacer una compra, y a una anciana que tienes delante le resulta difícil contar el dinero; te mueves con impaciencia y suspiras sonoramente con exasperación.
-Cuando criticamos al cónyuge por ser distinto a uno.
-Cuando tratamos a un camarero o mesero como si fueran esclavos, agredimos la dignidad de alguien que la merece toda.
3) Para vivir
Cuando los demás, o los hijos son espectadores, entonces van formando sus criterios de conducta. No se trata de cuidar solo los modales. Pensemos en cuál es nuestra forma de pensar acerca de nosotros mismos y de los demás, pues encontraremos un aire de superioridad que nos hace menospreciar a todos.
Cuando parece que la persona disfruta diciendo que no, porque así se da aires de mucho mando, degrada a las personas, pero también se degrada a sí misma. También una persona peleonera y chismosa en el trabajo, intolerante con el marido o la mujer, excesivamente duro con los hijos, despectivo con la suegra, o áspera con el portero y los vecinos, entonces está demostrando un egocentrismo, que los demás y, sobretodo los hijos lo ven, y lo asumen casi sin darse cuenta.
Uno a uno, cada uno de estos ejemplos no significan gran cosa. Pero cuando el orgullo se hace fuerte en esos detalles que empiezan a acumularse, puede convertirte en un gran deseducador en la familia.
No nos desalentemos cuando descubramos ese mal orgullo y pongamos freno a esas actitudes rectificando nuestro modo de pensar sobre los demás, tratando de valorarlas y darles el lugar que merecen.
Escríbanos a ed.dia7@gmail.com
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