viernes, 8 de abril de 2011

VALORAR LO QUE REALMENTE LO MERECE

Cuando admiramos lo que no es admirable, se pone de manifiesto la mala educación de nuestros sentimientos.

Por Antoni Pedragosa

Sorprende ver con qué facilidad admiramos lo que no es admirable. Cuántas veces admiramos a personas que no merecen tal admiración: personas cuya imagen se ha hinchado por la fama mediática; artistas famosos de vida dudosa; multimillonarios cuya fortuna se ha hecho sin respetar los derechos de las personas.

Llegó a mis manos un libreto editado por una agencia de viajes, y en la página que describía unos circuitos por los Estados Unidos incluía una visita exterior a las fincas de los "supermillonarios". Uno se pregunta: ¿Qué se pretendía con esas visitas?, ¿que la gente se deslumbrara delante de tanta riqueza? Más bien debiera presentarse como algo inconveniente. ¿No sería mejor reflexionar sobre el mal que se le hace al mundo con la fiebre acumulativa de esos ricachones?

Cuando admiramos lo que no es admirable, se pone de manifiesto la mala educación de nuestros sentimientos. Valoramos la banalidad y la fanfarronada y lo que verdaderamente es admirable se nos pasa por alto.

Hay una gran cantidad de personas que nadie conoce, que no son noticia, que no salen en los periódicos, ni en las revistas, ni en la "tele", pero sus vidas son dignas de admiración. Aquellos voluntarios que sin ánimo de lucro trabajan junto a los más pobres, o aquellas personas consagradas a la atención de los enfermos y sus familias. Desde este espacio, queremos rendir homenaje a todas ellas, pero de una forma especial por las vivencias compartidas, a una religiosa y a su comunidad. La hermana Inocencia, de la Comunidad Carmelita, hace unos meses que terminó su "Santo viaje" por este mundo. Sor Inocencia era pequeña de estatura, pero un auténtico gigante del amor al prójimo, a los enfermos y a sus familias. ¡Cuántas cosas se podrían decir de esta persona, de su trabajo abnegado y silencioso!, pero conviene que lo silencioso no sea silenciado, sino que se conozca, para que sirva de testimonio del extraordinario bien que hay en el mundo. Un bien que como no hace ruido no es noticia.

Si hemos de admirar a alguien que sea a aquellos que están al lado de los que sufren; a aquellos que luchan por un mundo mejor y más justo; a aquellos que luchan contra la pobreza y el hambre; a aquellos que trabajan para transformar la cultura del tener en la cultura del compartir y del dar, y a todos aquellos que son constructores de paz.

Una sociedad inteligente es aquella que sabe valorar lo que realmente tiene valor. Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños y les acompañaba a hacer deporte veía a padres gritando e insultando como energúmenos, y arengando a sus hijos a la violencia. ¿Qué educación es esa? ¿Qué mundo se construye de esa manera? Urge un cambio de paradigmas.

Reconocer que la felicidad no se consigue jamás con la violencia ni con la acumulación exagerada de bienes. La felicidad es un camino que se construye creando espacios de convivencia, donde el respeto, el amor y la entrega circulan en todas direcciones. Éste es el mensaje de Navidad, ésta es la Buena Nueva, que si se pone en práctica tiene la capacidad de cambiar el mundo.



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