sábado, 30 de abril de 2011

EN LOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA EL NIÑO NO RAZONA



Se equivocan y se ilusionan viendo las cosas que pasan a su alrededor y la mayoría de ellas sin entenderlas. Todavía su razonamiento es muy simple, todo está lleno de intuición y de ilusión.

Por Salvador Casadevall


Se equivocan los padres si quieren ya inculcarles razonamientos formativos, como si pudiera comprender la lógica de las cosas.

Los primeros pasos del niño, son pasos que los aprende por lo que ve. Después irá uniendo imagen con razonamiento. De entrada vive y hace lo que ve. Muchas veces sin saber por qué. Lo hace porque lo ve hacer.

La mente del niño, desde los primeros meses, es por demás dinámica: todo lo quiere hacer, todo lo que se le acerca es un descubrimiento, es un entretenimiento y como no razona, ni entiende, frecuentemente se cansa de todo lo que hace e inicia otra cosa nueva. Por eso no hay nada que lo calme: salta de una cosa a la otra.
Es la etapa de los descubrimientos sin saber qué es lo que se descubre.

Por lo tanto, la mente infantil no espera la edad de la razón para empezar a formarse. ¡Al contrario! Y ni tampoco espera que los padres intervengan.

Bien o mal se va estructurando sólo: sólo crea sus comportamientos que se van estructurando en él y que pasarán a integrar su yo y por lo tanto muy difícil de desarraigar. Lo que se mete en el ser de ese chiquillo lo llevará toda su vida. Y lo habrá mamado, lo habrá adquirido sin darse cuenta.

La primera educación es hacerle vivir los valores positivos: el orden, la limpieza, la sinceridad, la dulzura, etc. De manera de ir creando en él hábitos buenos para que vaya intuyendo que el bien aparece unido a la alegría y al amor.

El niño aprende enseguida lo que está unido al bien y lo que no está bien.
Debemos desarrollar las cosas que llevan al bien. De ahí la importancia de la armonía y serenidad que vea a su alrededor. Y sobre todo armonía y serenidad en la vida de sus padres.

Nada hay más dañino a los ojos de un niño que las desavenencias de sus padres y ni mencionemos cuando la unidad conyugal es destruida. Desde el primer instante ama a los dos y sin entender se lo hiere en lo más profundo de su pequeño ser,
Lo paradójico es que los padres que dicen amarlos, los convierten en hijos de la desesperanza En hijos de la tristeza. Un corazón triste no percibe la belleza.

Cuando sus padres ponen en el primer lugar de su vida el de ser padres antes que mujer u hombre, los hijos aprenden lo que es el amor viéndolo vivir.
Por eso lo más importante no es amarlos, sino amarse.
Viendo a sus padres amarse todo lo aprenden bien, todo les parece bien y los valores van metiéndose en su alma sin percibirlo.

Así se acostumbrarán a estos valores y los querrán y los practicarán como la cosa más natural. Todo va sucediendo sin que ellos se den cuenta, porque está en su entorno, está en la atmósfera que viven y que ven vivir.

Se debe favorecer, inculcar y elogiar el bien. Es de gran importancia resaltar y alabar lo que está bien, aplaudirlo en todo aquello que está bien, y aplaudirlo en todo aquello que hace que está bien.

Desde temprano ya sabe distinguir entre lo que está bien y lo que está mal.
Debe ver en sus padres, en sus abuelos, en sus hermanos mayores actitudes de bien, porque le harán bien, sin saber muy bien el porqué.

El bien siempre hace bien, siempre irradia cosas buenas.
Cosas buenas son lo que necesita todo niño en sus primeros años de vida.
Si recibe cosas buenas y se le van metiendo en su alma y en su ser, difícilmente que no termine siendo un hombre bueno.

Podrá mandarse alguna patinada por ahí, pero lo que está dentro de su ser que lo ha mamado en su niñez, un día florece.

Y florece y brota porque hubo una semilla.
Esa semilla de bondad que recibió y vio vivir cuando casi no entendía las cosas.



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