domingo, 5 de diciembre de 2010

MARCELO RAÚL MARTORELL: “¡OH SEÑOR! QUE YO HAGA FRUTOS DIGNOS DE PENITENCIA”




Era urgente en tiempos de la manifestación del Mesías la conversión y el arrepentimiento y es urgente hoy arrepentirse y convertirse para ganar el Reino de los Cielos y para alcanzar la Gloria de Dios.


II Domingo de Adviento (A)


¡Oh Señor! que yo haga frutos dignos de penitencia (Mt. 3,8)

Isaías a través de sus profecías va delineando el perfil del Mesías y así lo anuncia: "Brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago" (Is. 11,1) y lo perfila repleto del Espíritu Santo, lleno de sus dones y que viene a juzgar con justicia al pobre (Is. 11,4), a levantar a los humildes y oprimidos, quienes tendrán un lugar de privilegio en su obra salvadora. Más adelante el profeta nos habla de la paz bajo la alegoría de los animales feroces que conviven entre sí enseñándonos que los hombres al vencer las propias pasiones que los vuelven feroces los unos con los otros son también capaces de convivir y de amarse como hermanos. Y dice así: "el renuevo de la raíz de Jesé se alzará como estandarte para todos los pueblos y le buscarán con ansia las gentes" (Is. 11,10). Este nuevo perfil del Mesías, es el de la paz, que reinará entre las naciones. Bajo este signo reunirá a todos los hombres de la tierra dándonos a comprender que la salvación es universal y para todos: los elegidos y los paganos.

San Pablo retoma este aspecto más tarde diciéndonos que Jesucristo ha venido a salvar a todos los hombres, que vino primero para los judíos -pueblo fiel y elegido por Dios- y más tarde para los paganos, manifestando así su inmensa misericordia (Rom 15,9). Esta misericordia y amor salvador para con todos los hombres es el fundamento de las relaciones pacíficas que deben reinar entre ellos, es decir el amor, la concordia, la paz, la capacidad de dejar de lado las diferencias para unirse en el amor.

Este es el eje del mensaje mesiánico anunciado por los profetas, es el perfil de la era mesiánica. Es también el centro del mensaje de Cristo como cumplimiento de las profecías que ha de vivirse para ver a Dios en la era escatológica. En una palabra, el camino a recorrer para encontrarse con Cristo al final de todos los tiempos. Para esta convivencia en la paz será necesario dejar de lado toda discordia, odio, egoísmo, rencor, división, falta de perdón. Este es el deseo y el mandato de Cristo y sin embargo hoy la humanidad -después de tantos años de fe cristiana- vive todavía en los odios, las discordias, las guerras fratricidas, las divisiones entre hermanos,... etc.

Por esto son tan actuales las palabras de Juan el Bautista que resuenan todavía con fuerza y tanta actualidad: "convertíos y arrepentíos porque el Reino de los cielos está cerca" (Mt.3,2). Era urgente en tiempos de la manifestación del Mesías la conversión y el arrepentimiento y es urgente hoy arrepentirse y convertirse para ganar el Reino de los Cielos y para alcanzar la Gloria de Dios. Así como los odios y divisiones, los rencores e irreconciliación son enemigos de la Gloria de Dios y un obstáculo para alcanzar la salvación ofrecida por el Mesías, así también la mentira y la falta de respeto por la vida nacida y por nacer.

El adviento nos llama a convertirnos completamente a Cristo, a su Evangelio, a su mandamiento del amor. Los frutos del bautismo están ausentes en nuestro mundo y por eso reinan la impudicia, el deshonor, la violencia, la muerte -especialmente de los inocentes-, la destrucción de la familia, el desprecio por la vida de los hermanos, la injusticia, la exclusión de los hermanos de la sociedad, la falta de identidad sexual, toda clase de malicia y mezquindad, como así también la muerte de los inocentes a través del aborto o el ultraje de los inocentes a través del sexo, de la droga y de toda clase de corrupción.

Este tiempo litúrgico y espiritual de la Espera nos llama a todos a una conversión más profunda; porque el reino de los cielos está más cerca hoy que ayer, porque desde hace siglos se han realizado las promesas mesiánicas y Cristo está entre nosotros, actuando en el mundo con su gracia, en la Eucaristía, en los sacramentos, en sus santos. Pero nosotros continuamos corriendo una carrera que no es la de Cristo; no le hemos dado todavía todo nuestro corazón y nuestra vida.

El Adviento es un tiempo fuerte de gracia y de amor. Es un tiempo especial para meditar en nuestra fe y en sus consecuencias personales y sociales para la vida y las acciones cotidianas. Cristo nos acompaña con su gracia, dándonos la fortaleza necesaria para vencer. Alguien dijo por estos días que la muerte no se soluciona con estampitas o con crucifijos. Y es verdad: la muerte se soluciona con vida de Dios, con santidad, con principios morales y virtudes cristianas y sobre ello habrá que reflexionar. Cristo dijo "Yo soy la verdad, el camino y la vida" ¿Nos dice esto algo? ¡Pensemos!

Que la Virgen, fuente de amor divino, nos acerque a Cristo y nos lleve a amar como Él al Padre Celestial y a nuestros hermanos.

+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto iguazú





No hay comentarios: